Epístola de Santiago.
Lectura: Santiago 2:14-26.
Jacobo, Jacob, Iago, Yago, Jaime, y Diego son variantes en español del nombre propio hebreo Ya’akov, que significa «sostenido por el talón» y fue el nombre del patriarca que después se llamó Israel. De San Jacobo o San Yago surgió con el tiempo la abreviación Santiago. En este artículo usaremos el nombre de Santiago, por el cual es mayormente conocida la epístola en su versión española. (Nota del Editor).
Santiago y el Sermón del Monte
Otra cosa que se percibe en este libro de Santiago es su semejanza con el Sermón del Monte en Mateo 5, 6 y 7. (Espero que ustedes comparen esos capítulos con el libro de Santiago y vean el parecido que hay entre ellos). Por haber sido hermano de nuestro Señor, Santiago creció junto con él. Ambos deben haber vivido mucho juntos y, después que Santiago conoció al Señor, la palabra del Señor parece haber henchido su mente y su corazón. Por eso su epístola se asemeja mucho al Sermón del Monte proferido por nuestro Señor.
¿Qué es el Sermón del Monte? ¿De qué manera lees tú el Sermón del Monte? Algunas personas piensan que en el Sermón del Monte el Señor Jesús nos está dando un nuevo conjunto de leyes muy superiores a la ley de Moisés. Bueno, esas leyes realmente parecen ser superiores. Si, todavía, ese es el caso, ¿quién podría cumplir tal ley? Si el pueblo judío no pudo cumplir la ley de Moisés, cómo podrán los cristianos guardar la ley del Sermón del Monte? Porque, a no ser que nuestra justicia exceda en mucho a la justicia de los escribas y fariseos, no podemos entrar en el reino de Dios. Entonces, ¿quién puede cumplir tal ley? Ninguno de nosotros.
La ley real del amor
El Sermón del Monte no significa que Jesús está intentando darnos un nuevo conjunto de leyes. En él, nuestro Señor Jesús describe el tipo de vida que viven los hijos de Dios. ¿Cómo viven los hijos del reino de los cielos? Ellos viven ese tipo de vida porque es así que Jesucristo vive, y él vive en ti y en mí. No se trata de una ley, estrictamente hablando; aún es gracia.
Pero si queremos decir que este Sermón es una ley, entonces es la ley regia del amor, la ley de la libertad, la ley del Espíritu de vida. Es la vida de Cristo en aquellos que son sus discípulos, en aquellas personas que permiten que la vida de Cristo sea vivida en ellas y a través de ellas. Es de ese modo que debemos vivir. En eso consiste el Sermón del Monte.
Lo mismo es verdadero en relación a la epístola de Santiago. Él no está trayendo más leyes, más ordenanzas, más reglas para que sigamos nosotros los cristianos. La epístola de Santiago sólo describe el tipo de vida, la manera en la cual debemos vivir como discípulos, y cuáles obras deben ser exhibidas delante del mundo de forma que nuestra fe pueda ser probada y perfeccionada.
Sí, es verdad que no somos salvos por medio de las obras, pues nuestras obras son como trapos de inmundicia delante de Dios, y no sólo nuestras obras, sino también nuestra justicia. Pensamos que estamos haciendo aquello que es cierto, pensamos que estamos haciendo lo mejor. Nos enorgullecemos de esas cosas; no obstante, cuando presentamos lo mejor de nuestras obras delante de Dios, ellas no pasan de ser trapos de inmundicia, y no podemos cubrir nuestra desnudez delante de él.
Y no son sólo como trapos de inmundicia; la Biblia también dice que todas las obras a través de las cuales intentamos justificarnos, son obras muertas. Obras muertas, porque son realizadas por personas que están muertas. Nuestro espíritu está muerto, de manera que las obras realizadas por aquellos que están muertos son obras muertas.
Necesitamos ver no sólo que nuestras buenas obras no son buenas; necesitamos ser librados de nuestras obras muertas. Necesitamos ser liberados de la dependencia de esas obras muertas; en caso contrario, nunca conoceremos al Señor Jesús. Desiste de tus obras y, entonces, recibe la gracia de nuestro Señor Jesús. Somos justificados por medio de la fe, y esto no viene de nosotros mismos – es don de Dios.
Después de la fe, buenas obras
¿Qué ocurre después que tú eres justificado por la fe? Ya que eres justificado por la fe y no por las obras, ¿será que Dios no va a requerir obra alguna de ti? Una vez salvo por la gracia, ¿significa entonces que tú no necesitas vivir una vida justa, ética y moral? Ser justificado por la gracia, ser salvo por la fe, ¿significa que eres libre de hacer cualquier cosa que quieras? ¿Vas a ir al cielo independientemente de lo que hagas o de las consecuencias de tus actos? ¿Será correcto pensar de esta forma?
Lamentablemente, existe un engaño entre el pueblo de Dios. Y ese engaño, en verdad, por extraño que parezca, comenzó con la Reforma. Antes de la Reforma, todas las personas pensaban que necesitaban ser justificados por las obras, aunque no lograban obtener tal justificación. Por eso, con la Reforma, las obras fueron abandonadas, y fue enfatizada la fe. «Somos justificados por la fe», afirman algunos, «no más obras, y punto».
Hasta el día de hoy, los creyentes están aún bajo una especie de neblina. Sabemos que no somos salvos por las obras, pero, ¿significa eso que, después de ser salvos, Dios no va a exigir de nosotros buenas obras? El apóstol Pablo dice en Efesios 2:8: «…por gracia sois salvos», y entretanto, en el versículo 10 dice: «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas».
Sí, es verdad que eres salvo por gracia a través de la fe; mas, después que eres salvo, Dios hace de ti una nueva creación, Dios te recría para buenas obras, las obras que él preparó para que tú hagas.
Hermano, espero que tú seas muy cuidadoso. Antes de ser justificado por la fe, tus obras no son buenas, porque no pueden justificarte delante de Dios, no pueden salvarte, no pueden llevarte al cielo, no pueden redimir tus pecados. Con todo, después que tú eres justificado por la fe, tú perteneces al Señor, eres un hijo de Dios, un hijo del Rey de reyes, tú tienes la vida de Cristo en ti. Esa vida que te fue dada es capaz de agradar a Dios y de hacer Su voluntad. Entonces, hazla.
La corona de vida
Tú puedes preguntar: ‘¿Por qué debo hacer buenas obras? Soy salvo, por tanto, voy al cielo. Si intento hacer buenas obras, tendré que sufrir, tendré que pagar un precio. ¿Por qué no tomar solamente lo que es bueno de los dos mundos? Creo en el Señor Jesús y voy al cielo. Entonces, puedo gozar del mundo mientras viva, porque al final de todo, cuando muera, iré al cielo así como tú’. Muy inteligente, y parece hasta muy lógico. Si somos justificados por la fe, si vamos al cielo, salvos por la gracia, entonces, ¿para qué hacer obras?
Naturalmente, somos todos prejuiciosos. Es verdad que tú eres justificado por la fe mediante la gracia, que el cielo es un don de Dios, la vida eterna es una dádiva de Dios. Pero los que afirman esto olvidan que, antes de llegar la eternidad, tras el fin de esta era, habrá otra era de mil años. Esa era de mil años es llamada el Reino. Dios establecerá su reino en esta tierra, y Cristo reinará en la tierra por mil años. El Reino es ofrecido como recompensa, como galardón, a los hijos de Dios que son justificados por la fe.
El cielo es una dádiva; el Reino es una recompensa. La dádiva es otorgada libremente a aquellos que creen. La recompensa es sólo para aquellos que trabajan por ella. Mil años es, de hecho, un periodo muy largo de tiempo. Tú puedes hoy vivir cien años; pero, comparados con mil años, corresponde apenas a un diez por ciento. No importa cuál sea la honra, la gloria y placer que tú puedas disfrutar y recibir hoy en el mundo, no pueden compararse a la recompensa en el cielo. La corona de vida, la corona de justicia, la corona de gloria, no puede ser comparada a reinar con Cristo.
Es sobre eso que Santiago escribe. Él dice: «Tú que crees en el Señor Jesús, ¿piensas que porque fuiste libre de la ley, puedes vivir una vida inmoral, sin ética y sin ley? Porque eres salvo, ¿entonces estás libre?». No. Santiago dice: «Tú tienes una nueva vida en ti mismo, por tanto, necesitas vivir una vida superior. Tienes que vivir una vida espiritual, necesitas vivir una vida que glorifique a Dios. Necesitas probar que tu fe es viva, real, por tus buenas obras; necesitas hacer la voluntad de Dios de manera que Dios sea glorificado. Si haces esto, él, un día, te recompensará con la corona de vida». Ese es el mensaje que Santiago dirigió a los nuevos convertidos de su época, y creo que hoy también necesitamos oír ese mensaje.
Agradecemos a Dios por la Reforma, porque ella trajo a luz la verdad de la justificación por la fe. Sin embargo, desde la Reforma, la cristiandad ha estado bajo un engaño. Después de haber sido justificados por la fe, ¿qué debe suceder? ¿Qué demanda Dios de nosotros? ¿Por qué nos fue dada esta vida? ¿Existe alguna forma en que glorifiquemos a Dios en la tierra? ¿Eso es algo que debemos hacer? En la carta de Santiago hallaremos las respuestas a estas interrogantes.
Después de todo lo que hemos mencionado anteriormente, espero que por lo menos ese punto esté claro, porque lo considero muy importante. En verdad, existen algunas cartas del Nuevo Testamento que son llamadas epístolas universales: Santiago, Pedro, Juan y Judas. Son llamadas así porque no están dirigidas a una iglesia en especial, sino a un número mayor de personas. Ellas fueron escritas por los apóstoles para la Iglesia en general.
En estas epístolas universales hallamos este asunto de la salvación del alma – el Reino. Existe un Reino delante de ti, y tú eres llamado a pertenecer a ese Reino. Por tanto, vive como un hijo del Reino. Si tú vives como un hijo del Reino entonces, un día, tú reinarás como un rey en el Reino de Dios. Ese es el mensaje de estos libros.
La tentación
Ahora que ya tenemos una base, vamos a citar algunas ilustraciones. Santiago es una carta que aplica el principio de la fe a nuestra vida práctica diaria – Cristo en la fe operante, Cristo en la fe que opera.
¿Cómo esa fe que confesamos opera en nuestra vida diaria? En primer lugar, venos cómo ella opera en relación a la tentación. La tentación es algo a lo que nos enfrentamos todos los días. Es verdad que Dios nunca tienta a persona alguna, ni puede él ser tentado. Si tú eres tentado, es por el maligno.
Existe una gran diferencia entre tentación y prueba. Dios nos prueba, pero nunca nos tienta. Las pruebas vienen de Dios; las tentaciones, del enemigo. El propósito de la tentación es traer afuera la concupiscencia que está dentro de nosotros para llevarnos a pecar. El propósito de la prueba es traer afuera lo que Dios ya depositó en nosotros para que sea purificado y fortalecido. Por tanto, hay una gran diferencia entre prueba y tentación. Dios nunca tienta a nadie; él nos prueba. El enemigo, el maligno, nos tienta, procurando traer afuera la concupiscencia que está dentro de nosotros, y cuando él tiene éxito, nosotros pecamos.
Dios no nos promete que no seremos tentados; sin embargo, él nos promete que su gracia es suficiente para nosotros. No piensen que los que creemos en el Señor Jesús, no seremos tentados. Aun nuestro Señor Jesucristo, cuando vino a la tierra, fue tentado en todo pero sin pecado, a fin de que pudiese ser nuestro compasivo y misericordioso Sumo sacerdote para socorrernos, para darnos gracia en oportuno socorro.
La tentación es inevitable. Tú serás tentado. El enemigo usará el mundo para tentarte, usará los placeres para tentarte, usará todo tipo de cosas, eventos o personas, para tentarte. Pero eso no significa que tú tengas que ceder a la tentación. Si tú cedes, entonces pecarás; pero si eres tentado y resistes a la tentación, serás fortalecido y perfeccionado.
«Bienaventurado el varón que soporta la tentación…» (Stgo. 1:12). ¿Qué significa la palabra soportar? Significa que si la tentación que viene a ti tiene un peso de 10 Kg., entonces tú soportas 11 Kg. O, si la tentación viene por diez días, tú eres capaz de soportarla por once días. Tú la vences, tú no cedes a ella. Y si tú soportas lamentación, el resultado será carácter. El carácter de Cristo será formado en ti, y tú serás perfeccionado y completo. Por tanto, la tentación puede debilitarte como fortalecerte. Si tú intentas enfrentar la tentación en tus propias fuerzas, serás debilitado; pero si enfrentas la tentación en Cristo, a través de su vida, a través de su gracia, entonces podrás perseverar y recibirás la corona de vida. Tu vida espiritual crecerá.
Hermanos, ¿profesamos nosotros fe en Jesucristo? Si tú profesas fe en Jesucristo, cuando la tentación viene a ti, ¿por qué enfrentarla por ti mismo, como si fueses una persona sin fe? Si tu fe es real, entonces tú enfrentas la tentación en Cristo, con Cristo y, cuando actúas así, la tentación sucumbe. Esa es la fe que opera, la fe viva.
Quiero contarles la historia de una pequeñita que creía en el Señor Jesús. Ella era tan feliz en el Señor que un día un hombre quiso tentarla, diciéndole: ‘Bueno, pequeña, ¿tú crees en el Señor y eres feliz en el Señor?’. ‘Sí, soy feliz en el Señor’, respondió ella. ‘Muy bien’, dijo él, ‘supón que Satanás viene a tu puerta y llame. Él quiere entrar, y tú eres sólo una niña. ¿Qué harás?’. ‘Ah’, dijo ella, ‘cuando Satanás toque la puerta y quiera entrar, yo me vuelvo al Señor y le digo: Señor, ¿puedes atender la puerta, por favor? El Señor abre la puerta, y cuando Satanás ve al Señor, dice: ‘Disculpe, toqué en la puerta equivocada’.
Esa es la fe que opera. Esa es la fe viva. ¿Cómo es que vives tú? ¿Vives por la fe? Si vives por la fe, entonces tienes que probar eso a través de las obras, no cediendo a la tentación, sino venciéndola.
Religión pura
La carta de Santiago es el único lugar en la Biblia donde es hallado el término religión pura. Tenemos un sentimiento muy ruin con respecto a la palabra religión, y sin duda Santiago tenía el mismo sentir.
La palabra religión en griego significa realmente las cosas externas de la religión – las ceremonias, el ritual. Significa todas las cosas que son supuestamente como siendo religiosas: el credo, la apariencia exterior de piedad, el escuchar algo religioso. Sin embargo, después que tú practicas esos actos religiosos, lo olvidas todo. Cuando tú escuchas la Palabra, es como estar delante de un espejo. Ves tu rostro en el espejo, y cuando sales, lo olvidas todo. Eso es la religión.
Sin embargo, Santiago intentó comparar la religión con la religión pura, la cual es diferente. La religión pura es la fe viva que actúa. Tú miras al espejo, fijas tu mirada en Cristo, tú habitas en Cristo, eres transformado por él; él comienza a vivir en ti. Tú no eres un simple oyente, sino un hacedor de la Palabra. Tú vives por la ley del amor. Esa es la religión pura.
La lengua
Santiago dice: «La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo». ¿Quién la conocerá? El hombre puede domar cualquier cosa en el mundo. Si vamos a un circo, vemos que los hombres pueden domar cualquier cosa. ¡Eso es tremendo! Por eso Santiago dice: «¿Quién puede domar la lengua? Si alguien puede controlar su lengua, entonces él es perfecto».
De hecho, al leer el contexto, él comienza a hablar del tema alertando al maestro: «Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros…» (3:1). A todos nos gusta ser maestros, y es claro, los maestros usan la lengua, y mucho. Por eso Santiago dice: «No se hagan maestros muchos de ustedes, porque ustedes no son capaces de controlar su lengua».
Uno de los mayores motivos de sufrimiento del hombre rico en el Hades era su lengua. Él le pedía a Abraham: «Envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua». Su lengua era la parte de su cuerpo que más sufría, porque siendo rico él había dicho todo lo que quería y nadie osaba contradecirlo. Ese es el privilegio del rico; por tanto, él pecó mucho con su lengua.
Hermanos, ¿y qué podemos decir de nuestra lengua? Si no logramos controlar nuestra lengua, nuestra piedad es falsa. Uno de los mayores problemas en el mundo y uno de los mayores problemas en la iglesia es ella. La lengua puede herir más que una espada. Mas, gracias a Dios, hay una esperanza. Nosotros no podemos controlar nuestra lengua, pero el Señor Jesús puede. Él es capaz de poner guarda en nuestra boca, de manera que todo lo que salga de nuestra lengua glorifique a Dios. No serán fuentes de agua dulce y amarga al mismo tiempo.
La vida cristiana práctica es glorificar a Dios con nuestra lengua, y eso es fe. Sin fe, eso no puede ser hecho. Es a través de nuestra fe en Jesucristo que él es capaz de controlar nuestra lengua.
Sabiduría
Necesitamos la sabiduría, y Santiago dice que existen dos tipos de sabiduría. Existe la sabiduría terrenal y la sabiduría de lo alto. La sabiduría terrenal está llena de envidia, celos, contiendas y divisiones. «Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía» (3:17).
Me gusta el término «sabia mansedumbre» (3:13). Si tú eres sabio en los términos del mundo, ese tipo de sabiduría se expresa en forma de orgullo. Si tú eres sabio, eres orgulloso, y esa es la sabiduría del mundo. Mas, si tú tienes sabiduría de lo alto, tú tienes una sabia mansedumbre, eres realmente sabio cuando no te consideras sabio. Tú no te atreves a depender de ti mismo; dependes del Señor todo el tiempo. No osas juzgar a tus hermanos y hermanas, porque sabes que hay un juicio que se manifestará un día.
Aunque quieras ir a uno u otro lugar a hacer negocios, no osas decir: ‘Mañana iré a tal lugar y estaré allí durante un año; tendré ganancias y volveré’. No. Si tienes la verdadera sabiduría, tendrás mansedumbre, y dirás: ‘Si el Señor lo quiere, entonces iré allí y haré esto o lo otro’. Tú no osas depender de ti mismo; si eres realmente sabio, dependerás completamente del Señor. Esa es la sabia mansedumbre.
Provisión para nuestras circunstancias
Santiago dice en su carta: «Si tú vives en este mundo, enfrentarás todo tipo de circunstancias. A veces estás feliz, a veces estás triste, a veces estás enfermo». Así es nuestra vida en esta tierra, por tanto no te sorprendas. Ahora, cuando estás enfrentando esas circunstancias, ¿cómo reaccionas? Santiago escribe: «Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración». Si tú ves que todo está errado, ¿qué haces? ¿Murmurarás? Eso no te ayudará. Deberás orar.
«¿Está alguno alegre?». Si tú estás muy feliz, ¿qué haces? «Cante alabanzas», alabe al Señor, porque la felicidad viene de él.
Es más fácil para una persona caer estando en una circunstancia feliz, fácil, próspera, favorable, que una persona que enfrenta una situación adversa, dura y difícil. Cuando estás feliz, estás descuidado. Por tanto, ora y canta alabanzas.
Si ustedes están enfermos, entonces, llamen a los ancianos de la iglesia, confiesen sus pecados unos a otros, oren los unos por los otros, y la oración de fe va a restaurar al enfermo. Existe provisión para cualquier circunstancia, porque es Cristo quien vive en nosotros, y si él vive en nosotros, eso de hecho acontece.
La fe sin obras es muerta, mas la obra no es obra de la carne. La obra es obra de la fe, y es por obras que nuestra fe es perfeccionada.
Salvación del alma
«Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados» (5:19-20).
Estas palabras fueron escritas para los creyentes, pues solamente un cristiano puede desviarse de la verdad. Él puede venir a pensar que, por el hecho de ser todo por la gracia, entonces él puede hacer todo lo que le viene en mente. Y cuando eso acontece, él se extravía de la verdad.
De la misma forma, el pecador, al cual Santiago se refiere en este versículo, es un creyente que cayó en pecado. Si tú conviertes a ese pecador de su camino errado, estarás salvando su alma de la muerte y cubriendo multitud de pecados. Esta es la salvación del alma.
Lamentablemente, no podemos seguir hablando sobre este tema en el presente capítulo, pero pretendemos hacerlo, si el Señor lo permite, al estudiar la primera epístola de Pedro.