Segunda Epístola a los Corintios.
Lecturas: 2ª Corintios 1:3-7, 13:11.
La segunda carta a los Corintios es muy distinta a la primera. En 1ª Corintios, vemos problemas y más problemas, pero en 2ª Corintios, vemos gloria tras gloria. En 1ª Corintios, vemos carnalidad (personas salvas, pero viviendo según la carne). En 2ª Corintios, vemos espiritualidad (personas salvas y vida en el Espíritu). En 1ª Corintios, vemos la triste condición de la iglesia en Corinto. En 2ª Corintios, vemos la gloriosa vida de Pablo, un siervo del Señor. Pero, en realidad, lo que hace la diferencia entre 1ª Corintios y 2ª Corintios es la operación de la cruz en las vidas. Si permitimos que la cruz opere en nuestra vida, entonces seremos liberados de la carnalidad y conducidos a la espiritualidad.
La segunda carta a los Corintios nos muestra a Cristo en la espiritualidad. La espiritualidad es Cristo; si no es Cristo, entonces no es espiritual. Si apareces tú o yo, entonces ciertamente será algo carnal. Pero si es Cristo en ti o Cristo en mí, entonces será espiritual. Así de sencillo.
Pablo probablemente escribió esta segunda carta a los Corintios en algún lugar de Macedonia, alrededor del año 57 d. C. En el libro de los Hechos, capítulo 20:1-6, tenemos el registro acerca de la ocasión en que fue escrita esta carta. Durante ese período Pablo permaneció tres meses en Corinto.
Pablo escribió esta carta después de haber oído buenas noticias provenientes de Corinto. Sabemos que, cuando escribió la primera carta, lo hizo con lágrimas. Ahora, a través de Tito, él recibió noticias de que muchos en la iglesia en Corinto se habían arrepentido, y por eso escribió ésta como una carta de aliento y consuelo.
En el primer capítulo, Pablo dice: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación». En algunas versiones es utilizada la palabra aliento, ánimo, en vez de consolación. Aun en el original, el verdadero significado es ayuda, fortalecimiento, aliento. Esta es una palabra complementaria utilizada juntamente con el nombre del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es parakletos y la palabra utilizada aquí es paraklesis. Entonces en este versículo, esa palabra significa ayuda, fortalecimiento, aliento, ponerse al lado de alguien para socorrerlo. Y esto describe perfectamente el carácter de esta segunda carta de Pablo a los Corintios.
Pablo escribió esta carta para alentar a los que se habían arrepentido – para fortalecerlos, para colocarse a su lado y ayudarlos a alcanzar la madurez espiritual. Y, por tanto, al principio de esta carta, el menciona: «Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación». Nuestra ayuda o aliento «es para vuestra consolación y salvación.» Y, entonces, al final de la carta, concluye diciendo: «Por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos (maduren, crezcan), consolaos (sean fortalecidos), sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros» (2 Co. 13:11).
Por lo tanto, esta es una carta de aliento. A pesar de todo, sabemos por la propia carta y también por el trasfondo histórico que, aunque la mayoría de las personas en Corinto se hubiese arrepentido, todavía algunos permanecían en pecado y rehusaban arrepentirse. Aún había algunos que se oponían al ministerio de Pablo. En la misma carta menciona que, por causa de esto, él había escrito estas cosas estando ausente, de manera que, cuando estuviese presente entre ellos, no hubiese necesidad de usar la severidad de acuerdo con la autoridad que el Señor le había dado para edificación y no para destrucción (ver 2ª Corintios 10). De igual modo, escribió esta carta para aquellos que rehusaban arrepentirse y se oponían a la autoridad que Dios le había dado. Él escribió esta carta para prepararlos. Es una espada de doble filo. Por un lado, para alentar a los que se arrepintieron, y, por otro lado, una advertencia para los que rehusaban arrepentirse.
Esta carta nos da una visión muy íntima del apóstol Pablo como persona. Entre todas sus cartas, hay dos que, en cierto modo, exponen, descubren, revelan al hombre Pablo como persona. Una de ellas es Filipenses. En ella, él abre su corazón a los creyentes de Filipos, los cuales lo amaban muchísimo; hay un amor mutuo entre Pablo y estos creyentes y él tuvo una conversación de corazón a corazón con ellos.
La otra carta es 2ª Corintios. No hay otra carta, excluyendo Filipenses, que revele mejor a Pablo como persona, como hombre. Él se expone a sí mismo abiertamente, como si no hubiese ni el más fino velo que pueda esconder lo que él realmente es. Por esa razón la segunda carta a los Corintios es tan preciosa. En ella percibimos que Pablo descubre todos sus sentimientos. A veces, él esta airado, o bien angustiado; a veces con temor, otras indeciso; a veces osado, otras lleno de amor. Podemos ver a Pablo –el hombre– pero, gradualmente él va quedando atrás y vemos que Cristo viene al frente. Vemos a Cristo en Pablo.
En su epístola, el apóstol menciona que hay sentencia de muerte sobre él. Él perdió hasta la esperanza de vivir y, aun así, nos dice que nuestra esperanza está en aquel que levantó a Cristo de entre los muertos.
También vemos que Pablo cambia de idea. Él pensaba ir a Corinto para devolverles una visita, pero cuando estaba en Troas, cambió de parecer. En lugar de ir a Corinto, fue a Macedonia, y fue acusado de ser una persona vacilante. Sí, él podía cambiar, pero dice: «El Cristo a quien yo predico es siempre el Sí y el Amén. Él nunca cambia». El apóstol nos revela que tiene siempre en sí mismo la muerte de Cristo, pero también la vida de Jesús es manifestada en él.
En su escrito, Pablo menciona cuánto ha sufrido y, no obstante vemos cuánta consolación, cuánto ánimo y qué tremenda ministración se produjo a partir de ese sufrimiento. De esta manera considerando todo, descubrimos algo: cuando Pablo se expone, todos sus cambios, todos sus fracasos, o lo que pareció ser fracaso a los ojos de las personas, todos sus dolores y sufrimientos, en todo eso no vemos a Pablo – vemos a Cristo. Eso es espiritualidad.
La segunda carta a los Corintios puede ser aproximadamente dividida en tres secciones:
Cap. 1 al 7: El ministerio espiritual
Cap. 8 al 9: El dar, un hecho espiritual
Cap. 10 al 13: El hombre espiritual
El ministerio espiritual
Pablo dice: «Teniendo nosotros este ministerio…» (4:1). Naturalmente, sabemos que no todos tienen el tipo de servicio que Pablo tenía. Dios le había dado un ministerio especial, el ministerio apostólico. No todos son apóstoles; nosotros no hemos recibido este tipo de ministerio. Sin embargo, cuando Pablo habla sobre el ministerio, aunque se refiere a su propio servicio, los principios que revela se aplican a todos los ministerios.
Todo creyente tiene un ministerio; si lo cumple o no, eso es otra cosa. Pese a ello, todo creyente tiene un ministerio, porque todos somos sacerdotes para Dios. Nuestro ministerio es llamado ministerio del cuerpo. Somos miembros del cuerpo y cada miembro tiene un ministerio en relación al cuerpo y con la Cabeza. Cada uno es responsable de ministrar a los demás en el cuerpo, para edificación del cuerpo y glorificación de la Cabeza.
Amados hermanos, recuerden que ustedes tienen un ministerio que cumplir como miembros del cuerpo de Cristo. Ustedes no están simplemente allí, pasivamente sentados, sólo recibiendo, sino que están en el cuerpo para recibir y para dar. Tú has de recibir lo que el Señor tiene para darte a través de otros hermanos y hermanas que te ministran y, al mismo tiempo, tú debes ministrar a tus hermanos y hermanas.
De este modo, en principio, el ministerio en el cual todos estamos in-volucrados debería ser un ministerio espiritual. Si aquello que ministramos a otras personas es a nosotros mismos, no es un ministerio espiritual; pero, si ministramos Cristo a los demás, entonces es un ministerio espiritual. Si ministramos a nosotros mismos a las otras personas, es un ministerio de muerte, pero si les ministramos Cristo, es un ministerio de vida. Es muy importante que comprendamos lo que es realmente un ministerio espiritual, de manera que, cuando ministramos, sea algo espiritual y no carnal.
En 1ª Corintios, los miembros ministraban, pero cuanto más ellos servían, peor se volvía el cuerpo. Eso ocurría porque no estaban ministrando a Cristo al cuerpo; se estaban ministrando a sí mismos al cuerpo; se mostraban a sí mismos en lugar de mostrar a Cristo.
Necesitamos entender lo que es un ministerio espiritual, porque estamos todos involucrados en ello. No debemos temer. En la parábola mencionada por el Señor Jesús, había un siervo que tenía miedo y, estando inseguro por no saber si su ministerio era espiritual o carnal, él escondió su talento. Creía que eso era lo mejor que podía hacer, pues de este modo no cometería errores. Cuando el Señor volvió, lo llamó perezoso y negligente. Aunque este siervo se sintiese incapaz de hacer algo, él pudo, por lo menos, haber depositado su talento en un banco y ganar intereses. Hermanos, no traten de esconder lo que el Señor les ha dado, enterrando sus dones. Utilícenlos para el Señor, y así aprenderán lo que es espiritual y lo que es carnal.
Un ministerio de aliento
¿Qué es un ministerio espiritual? El ministerio espiritual es un ministerio de aliento. Decíamos anteriormente que alentar significa consolar, fortalecer, ponerse junto a alguien para ayudarle. El Espíritu Santo es el Consolador, aquel que fortalece, o Parakletos, aquel que se coloca al lado y socorre o ayuda. Y nuestro servicio, si es un ministerio espiritual debe tener esa misma naturaleza y cualidad. Con todo, a fin de tener tal don de alentar, es necesario saber que no lo obtenemos simplemente adquiriendo conocimiento; es necesario tener experiencia personal. O sea, tú no puedes consolar a otra persona, ni fortalecerla, ni alentarla, si todo lo que tú tienes son meras palabras. Tal vez tengas las palabras correctas, pero son palabras sin poder.
A veces somos como los tres amigos de Job. Ellos vinieron a visitarlo con buena intención. Sabemos que trataron de ayudar, pero mientras más se esforzaban, la situación empeoraba porque ellos no tenían la experiencia. Todas sus palabras provenían de sus estudios, de su tradición. Cuando leemos el libro de Job, percibimos que lo que ellos decían era correcto, pero, por desgracia, sus palabras no eran apropiadas. A veces, tú puedes decir las palabras correctas, pero a la persona equivocada, y por tanto, la persona no va a ser consolada o alentada.
Hermanos, en esta carta se nos relatan los sufrimientos por los cuales había pasado el apóstol Pablo. Él dice: «Había sentencia de muerte sobre mí; ya había perdido toda esperanza». Es un caso sin esperanza. Pero cuando él se encontraba en ese tipo de situación, el Señor lo levantaba, y él experimentaba el poder de la resurrección del Señor Jesús y, habiendo pasado por esa tremenda experiencia, podía consolar a las personas que estaban desamparadas y sin esperanza. Él podía decir a los creyentes de Corinto que ellos estaban en apuros, mas no desesperados. Aún había esperanza, pero la esperanza no estaba en ellos mismos, sino en Él, en Cristo. Él es nuestra esperanza. Dios es un Dios de toda consolación y Padre de toda misericordia.
Amados hermanos, cuando tratamos de servirnos unos a otros, ¿ministramos simplemente el fruto de nuestros estudios, de nuestras tradiciones o de nuestras mentes? Podemos tener la mejor de las intenciones, pero eso no servirá de nada. Si Dios nos utiliza para alentar a nuestros hermanos y hermanas, muchas veces será a través de algo que proviene de nuestra experiencia personal. Probablemente tú tendrás que pasar por muchas cosas a fin de poder ayudar a otros, y, recuerda que Dios nunca permite que pasemos por alguna situación sólo por causa de nosotros mismos. Toda experiencia de nuestra vida a través de la cual hayamos aprendido a Cristo, es para el cuerpo. Todo lo que nos ocurre es para que podamos ministrar, para que tengamos algo que ofrecer, para que tengamos algo para dar a la iglesia.
Un ministerio de amor
El ministerio espiritual es un ministerio de amor. Pablo dice en 2ª Corintios 2:4 Porque por la mucha tribulación y angustia del corazón os escribí con muchas lágrimas, no para que fueseis contristados, sino para que supieseis cuán grande es el amor que os tengo. Cuando Pablo escribió la primera carta, ésta parece haber sido muy severa, muy fuerte, pero él dice: «…por la mucha tribulación y angustia del corazón os escribí». «Oh, yo estaba sufriendo y llorando, os escribí con muchas lágrimas. No porque desease causaros tristeza, sino porque os amo mucho. Es por amor».
Hermanos, nosotros no estamos aquí simplemente intentando agradar a todos. Es fácil tratar de agradar a todos, pero es difícil herir a alguien en amor. Pablo sabía que esa carta los lastimaría profundamente, y a pesar de todo, porque él los amaba tanto, no podía hacer otra cosa que decirles la verdad en amor. En un sentido, percibimos que eso fue más costoso para Pablo que para los cristianos de Corinto.
Si nuestro ministerio no nos cuesta nada, entonces no tiene ningún valor. A pesar de eso, nuestro ministerio tiene que tener su origen en el amor, pero no en el amor humano. El amor humano trata de agradar a todos y, al agradar a todos, tú también te agradas a ti mismo. El amor divino, el amor ágape, ama tanto que tú eres capaz de herir, pero claro que primeramente te habrás herido a ti mismo. Es un ministerio de amor. Oh, que Dios nos llene de su amor para que podamos amarnos unos a otros a tal punto que seamos capaces de hablar la verdad en amor. Eso no significa tratar de herir a todos, pero a veces puede ser necesario. Tal vez esto signifique que a ti te duela más que a aquel a quien heriste.
El ministerio de la fragancia de Cristo
El ministerio espiritual es un ministerio de la fragancia de Cristo. Pablo dice en 2ª Corintios 2:14, 15: Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden.
La fragancia es algo tremendamente místico, es aparentemente intangible. Tú no puedes verla, ni oírla, y a pesar de eso está allí, puedes sentirla. Sabes que está allí. Muchas veces el aroma o fragancia es percibido antes que se pueda ver u oír cualquier cosa. Tú puedes no haber visto u oído cosa alguna, pero ya puedes haber sentido el olor. Descubrirás también que muchas veces el olor tiene un efecto más duradero. El sonido puede venir e irse, la visión puede ser vista y luego perderse, pero el olor se queda contigo durante algún tiempo.
En Jeremías 48:11el profeta habla sobre Moab: «Quieto estuvo Moab desde su juventud, y sobre su sedimento ha estado reposado, y no fue vaciado de vasija, ni nunca estuvo en cautiverio; por tanto, quedó su sabor en él, y su olor no se ha cambiado». Cuando se elabora el vino, debe ser vaciado de vasija en vasija hasta que todo el sedimento haya quedado en el fondo y el vino esté claro y puro. Pero Moab nunca había sido vaciado de vasija, nunca había sido tratado. Vivía tranquilamente, estaba siempre sentado en el poso de su vino. A consecuencia de esto, su sabor no se había modificado; el aroma nunca había tenido un cambio; tenía el mismo olor. ¿Y qué olor era aquél? La altivez de Moab – Moab es orgulloso, arrogante.
Amados hermanos, esa es una descripción del hombre natural, del cristiano carnal. Un cristiano carnal es aquel que no fue tratado. Él no ha cambiado, aún sigue siendo el mismo. No obstante ser salvo, todavía no fue vaciado de vasija en vasija, no fue purificado. Porque la cruz no ha operado en su vida, su sabor sigue invariable, su aroma no ha cambiado; aún puedes percibir su olor original. Pero, gracias a Dios, Pablo dice que dondequiera que vayamos llevaremos el aroma de Cristo. Pablo había sido vertido de vasija en vasija. Todo su sabor y aroma originales ya habían pasado. Ahora él exhalaba la fragancia de Cristo. Para aquellos que son salvos, eso es vida; en cambio, para quienes están pereciendo es muerte.
Un ministerio espiritual no requiere de palabras ni de tampoco de obras. Un ministerio espiritual es la presencia misma de aquella persona que hace la obra y pronuncia la palabra. Nosotros deberíamos tener un aroma especial. Doquiera que vayamos, la personas sentirán el olor de la fragancia de Cristo, la cual es producida por un conocimiento experimental de Cristo. Cuanto más conoces a Cristo, más aroma de él exhalas, y eso es un ministerio.
Un ministerio del Espíritu
Un ministerio espiritual es un ministerio del Espíritu. En el capítulo 3, Pablo dice: «Ustedes son carta de Cristo». Los cristianos de Corinto, la iglesia de Corinto, es y debería ser una carta de Cristo. En otras palabras, la iglesia en Corinto debería ser leída y cuando las personas la leyesen, deberían leer a Cristo. Ellos deberían ver a Cristo porque la iglesia en Corinto es supuestamente una carta de Cristo. Pablo es el escriba, la tinta utilizada es el Espíritu Santo y la carta que él escribe es Cristo. Por el poder del Espíritu Santo, él está escribiendo a Cristo, letra a letra, en el corazón de los cristianos de Corinto. Esto es lo que nosotros debemos ser: una carta de Cristo.
Ejercer un servicio espiritual significa escribir en los corazones humanos y no sobre piedras. No estamos simplemente escribiendo en las mentes de las personas, sino en sus corazones. ¿Cómo estamos escribiendo? ¿Qué tinta estamos utilizando? Es con el poder del Espíritu Santo que escribimos a Cristo en los corazones humanos. No nos predicamos a nosotros mismos, predicamos a Jesucristo, el Señor. Ese es nuestro ministerio.
De manera que, en los primeros cuatro capítulos, Pablo nos muestra lo que es un ministerio espiritual. Es un ministerio de aliento, un ministerio de amor, un ministerio de la fragancia de Cristo y un ministerio del espíritu.
El ministro
En los capítulos 4 y 5, Pablo nos muestra qué tipo de ministro es él. Los primeros cuatro capítulos nos muestran el ministerio; mas los capítulos 4 y 5 nos muestran al ministro. Pablo dice: «Teniendo nosotros este ministerio…». ¿Qué hacemos nosotros? ¿Qué tipo de personas deberíamos ser? Eso es importante, porque nuestro ministerio está íntimamente relacionado con el ministro. Si fuésemos la persona equivocada, no tendríamos un ministerio correcto. Aunque el Señor nos use y estemos edificando, nosotros mismos destruiremos lo que ha sido construido y el daño será mayor que el beneficio. De esta manera, el ministro, el tipo de vaso que nosotros seamos, es muy importante.
Un vaso puro
«Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio según la misericordia que hemos recibido, no desmayamos. Antes bien renunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino por la manifestación de la verdad recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios» (2 Co. 4:1-2).
Cuando estamos ministrando, recordemos que estamos recomendándonos a la conciencia de cada hombre delante de Dios. No somos simplemente ministros con palabras, ni sólo ministros con obras; no estamos sólo tratando de servir a nuestros hermanos y hermanas con los dones que nos han sido dados por Dios, sino más que eso. Cuando tú ministras, en realidad, te estás recomendando a ti mismo a la conciencia de tus hermanos y hermanas. Si en la conciencia de ellos hay alguna acusación o algún motivo para que tengan dudas, entonces tu ministerio estará obstruido, fracasado.
Necesitamos recomendarnos a nosotros mismos; por lo tanto, el vaso tiene que ser puro. Si hubiera alguna impureza, algo oculto, eso afectará el ministerio. ¡Cuán importante es estar puro delante de Dios! Que el Espíritu Santo escudriñe nuestros corazones y los purifique, para que no haya en nosotros segundas intenciones, sino que toda nuestra motivación sea únicamente Él. Tenemos que recomendarnos a nosotros mismos a la conciencia de todos los hermanos y hermanas delante de Dios y, para esto, necesitamos de la sangre de nuestro Señor Jesús.
Un vaso quebrantado
El vaso debe ser un vaso quebrantado. Si tú tratas de permanecer intacto, de mantenerte sin ser quebrantado en la vida de tu alma, entonces el brillo del tesoro que está contenido en el vaso permanecerá escondido. Somos vasos de barro, pero tenemos un tesoro en nosotros y el brillo proviene de Dios y no de nosotros mismos. Para que la luz de Dios aparezca, estos vasos necesitan ser quebrados y sólo entonces la vida de Cristo puede ser manifestada de su interior. Es por esta razón que Pablo dice: «…que estamos atribulados en todo, mas no angustiados». Podemos estar atribulados, mas no aplastados; podemos no ver claramente la salida, pero sabemos que nuestro camino no está totalmente cerrado. Muchas veces llegamos al punto de no saber qué hacer, somos llevados al fin de nuestros recursos, pero no al fin de nuestra vida. «Perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos». Esto es un vaso quebrantado, y sólo éste puede ministrar a Cristo. De lo contrario, sólo te ministrarás a ti mismo. Las personas tocarán tu capacidad intelectual o tu personalidad dinámica, pero no podrán tocar a Cristo en ti.
Un vaso que es constreñido
Un ministro es un vaso que es constreñido. En el capítulo 5:14-15, Pablo dice: «Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos». Hermanos, nosotros necesitamos ser constreñidos por el amor de Cristo; no por obligación, sino por amor. Cuando el amor de Cristo nos constriñe, entonces somos capaces de ser aquellos vasos adecuados para el uso del Maestro.
Los que reciben la ministración
Los capítulos 6 y 7 se refieren a los que reciben la ministración. En los primeros cuatro capítulos, se puede ver el ministerio; en los capítulos 4 y 5, el ministro y, en los capítulos 6 y 7, aquellos que reciben la ministración. Los que reciben la ministración también tienen una parte de responsabilidad. «Así, pues, nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios» (2 Co. 6:1).
La gracia de Dios te ha sido ministrada. Cristo te ha sido ministrado. No recibas la gracia de Dios en vano. O sea, no permitas que la gracia de Dios salga de tu vida, sino permite que la gracia de Dios trabaje en tu vida de modo que tú también seas lleno de ella.
«No os unáis en yugo desigual con los incrédulos» (2 Co. 6:14). Apártense, no estén subyugados al mundo. Salgan del mundo y apártense de él. Dios dice: «…me seréis hijos e hijas». «Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (2 Co. 7:1). Que no sólo nuestro cuerpo, nuestra carne, sean purificados, sino también nuestro espíritu sea perfeccionado en santidad y temor de Dios. Esto es el ministerio espiritual.
El dar, un hecho espiritual
En los capítulos 8 y 9 se encuentra la espiritualidad del hecho de dar. El dar es un ministerio. Es importante saber que dar cosas materiales también es algo espiritual. En realidad, muchas veces descubriremos que la prueba de la verdadera espiritualidad está en el hecho de dar. Nosotros debiéramos dar espiritualmente, porque el dar es espiritual. Para una persona carnal, lo importante es recibir, pero, para aquel que es espiritual, el dar es lo que importa.
Muchas veces, el hecho de dar revela qué tipo de persona somos. Nosotros separamos el hecho de dar de los otros ministerios, a los cuales llamamos «espirituales», como si el dar no fuese también algo espiritual. Sin embargo, a la luz de la palabra de Dios, el dar es tan espiritual como cualquier otro ministerio porque es un dar de acuerdo con el modelo de Dios. Dar del mismo modo como Dios da. «Él, siendo rico…». ¿Hay alguien tan rico como Cristo? No obstante, él se hizo pobre por amor a nosotros, para que nosotros pudiésemos ser enriquecidos en él. Eso es dar.
Dar es dar de acuerdo con el modelo de Dios, es dar de acuerdo con el mismo espíritu con que Cristo dio. Este es el motivo por el cual, en los capítulos 8 y 9 de la segunda carta a los Corintios, el hecho de dar algo es llamado una «gracia». ¿Por qué una gracia? Porque es la gracia de Dios que nos capacita para dar. Todo lo que nosotros tenemos proviene de El. Y es su gracia la que nos mueve a dar.
El hecho de dar algo es también llamado una bendición, porque en la medida que somos bendecidos por Dios, nosotros lo bendecimos al dar. No piensen que dar es una ley. ¿Quién de entre nosotros puede cumplir la ley? Ninguno, pero el dar es gracia. Pablo dice: «Miren el ejemplo de los macedonios… por causa de la abundante gracia de Dios sobre ellos, la profunda pobreza de ellos sobreabundó en la gran riqueza de su generosidad. Ellos no sólo dieron sus bienes materiales, sino que se dieron a sí mismos primero al Señor, y luego a nosotros los apóstoles, para que de alguna manera pudiesen participar en la gracia y comunión en las cuales nosotros nos involucramos al ayudar a los pobres en Jerusalén». Eso es la gracia.
Hermanos, demos con gracia, demos como Él da. Demos de manera espiritual y no por mero legalismo, como si no tuviésemos otra alternativa. Demos porque Él ha sido generoso para con nosotros. ¡Oh, cuánto nos ha bendecido! Nosotros tenemos que bendecirlo; tenemos que mostrar la gracia para que él sea glorificado. Demos hasta que Cristo sea glorificado. Eso es dar espiritualmente.
El hombre espiritual
Finalmente, en los capítulos 10 al 13, encontramos el hombre espiritual. No se trata sólo del ministerio espiritual, del hecho de dar como un hecho espiritual, sino que también el hombre necesita ser espiritual. Pablo dice que un hombre espiritual es un hombre en Cristo. «Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar». En ese hombre él se gloriaba; pero de sí mismo en nada se gloriaba, sino en sus debilidades.
Hermanos, ¿quién es un hombre espiritual? Un hombre espiritual es un hombre en Cristo. Dios nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. Si tú permaneces en Cristo, descubrirás que todas las bendiciones espirituales son tuyas, no en ti mismo, sino en Cristo. Dios nos puso a todos en Cristo, pero nosotros tenemos que permanecer en él. En cuanto a posición, por su gracia, todos nosotros estamos en Cristo y, por lo tanto, deberíamos ser hombres y mujeres espirituales. Mas, en relación a nuestra condición, nosotros podemos estar morando en él o no. Si permanecemos en él y hacemos de él nuestra morada, entonces produciremos frutos para la gloria de Dios.
Cuando Pablo dice: «Conozco al tal hombre, si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé…», tú puedes pensar que él no está diciendo la verdad. Pero lo cierto es que él sí habla verdad. Él conoce a un hombre en Cristo, pero cuando aquel hombre experimentó el tercer cielo y el paraíso, el no sabía si eso fue dentro o fuera del cuerpo. Con esto, él trata de decirnos: «…en este hombre en Cristo tengo mucho de qué gloriarme; pero de mí mismo no hay nada en que pueda gloriarme, sino en mis debilidades».
Un hombre espiritual es aquel que no habla de sí mismo, es un hombre que no es consciente de sí mismo. Un hombre espiritual se olvida de sí mismo y sólo tiene conciencia de Cristo.
En estos pocos capítulos, hay varias cosas con respecto al hombre espiritual. Él es un hombre poderoso según el concepto de Dios. No es un hombre que anda según la carne, sino un hombre cuyo brazo de guerra es poderoso delante de Dios – divinamente poderoso. Es un hombre de oración. No es alguien lleno de argumentos. Es un hombre de oración, poderoso en Dios para destruir todas las fortalezas del enemigo, todos los pensamientos de las imaginaciones de la mente, llevándolos cautivos a la obediencia de Cristo.
Un hombre espiritual es un hombre con autoridad; no una autoridad natural por ocupar una posición, sino una autoridad espiritual de amor. Un hombre espiritual es un hombre con un celo santo de Dios. Él dice: «Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo» (2 Co. 11:2). Exactamente como el Señor dijo: «El celo de tu casa me consume».
Un hombre espiritual es un hombre que sufre por la causa de Cristo. Pablo menciona cuánto padeció física, mental y espiritualmente. Toda la preocupación por toda la iglesia está en su corazón. Él dijo: «¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?» (2 Co. 11:29). Un hombre espiritual es un hombre con visión y revelación. El Señor le mostró Su propósito. Un hombre espiritual es un hombre que conoce la suficiente gracia de Dios. Él sabe que Dios dijo: «Bástate mi gracia». Así es un hombre espiritual.
Resumiendo, un hombre espiritual es un hombre en Cristo; un hombre espiritual es Cristo en aquel hombre.
La segunda carta a los Corintios nos revela a Cristo en la espiritualidad. ¿Qué es la espiritualidad? Debemos hacer esta pregunta; debemos ser espirituales. Nuestro ministerio debe ser espiritual, para que pueda realmente edificar al cuerpo de Cristo. Nuestro dar debe ser espiritual, para que Dios pueda ser glorificado. Nuestra persona debe ser espiritual, para que Cristo pueda ser manifestado. Pero, ¿qué es la espiritualidad? La espiritualidad es una persona – Cristo. Cristo en usted es la espiritualidad. ¡El Señor nos ayude!
Tomado de «Vendo Cristo no Novo Testamento», Tomo II.