Los Hechos de los Apóstoles.
Lecturas: Hechos 1:1-8; 28:30-31.
Toda la Biblia es la revelación de Jesucristo. No sólo el último libro de la Biblia, Apocalipsis –cuyo nombre significa revelación de Jesucristo–, sino toda la Biblia, es la revelación de Jesucristo. Si sabemos muchas cosas sobre ella y, sin embargo, no conocemos al Señor Jesucristo, nosotros perdemos todo el significado de la Palabra de Dios.
¿Recuerdan ustedes a los fariseos y escribas que vivieron en la época del Señor Jesús? Ellos conocían el Antiguo Testamento, su Biblia, de tal manera que eran capaces de citar cualquier pasaje de memoria, pero no vinieron al Señor Jesús para recibir vida. El Señor les dice: «Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida».
Cuán importante es, cuando leemos la Palabra de Dios, que realmente veamos al Señor Jesús en cada libro de la Biblia, pues tal es el motivo por el cual ella nos fue dada. Si nosotros recibimos revelación del Señor Jesús, entonces tendremos comunión con él, y en esta comunión seremos transformados y conformados a su imagen. De esta manera, el Señor Jesús podrá ayudarnos a fin de que, al abrirnos a la Palabra de Dios, podamos realmente llegar a un conocimiento vivo de la palabra viva –Jesucristo– a través de la palabra escrita.
Ahora vamos a estudiar el libro de los Hechos. Probablemente en sus Biblias el título sea «Hechos de los Apóstoles». Con todo, sabemos que este no es el título en el original. A causa de tal nombre, conocido por todos, muchos han entendido mal este libro, pues estos no son los hechos de los apóstoles. ¿Por qué? Porque cuando el autor, que es Lucas, el médico amado, escribe la introducción de su libro, dice: «En el primer tratado…», y el primer libro al cual hace referencia es el Evangelio según Lucas.
«…oh Teófilo…». No sabemos realmente quién era Teófilo. Antiguamente, y también hoy, cuando alguien escribía un libro, lo dedicaba a una persona a quien apreciaba mucho. Tal vez Teófilo era un noble de aquella época, a quien Lucas dedicó su libro. Sin embargo, el nombre Teófilo significa ‘el que ama a Dios’. Por eso, es posible que este no sea un nombre real, sino un seudónimo. Este libro, en consecuencia, está dedicado a aquellos que aman a Dios; y si usted ama a Dios, está dedicado también a usted.
«En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar». El Evangelio según Lucas es el primer libro en el cual Lucas escribe acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y enseñar, hasta el momento en que fue elevado a los cielos. Ahora, en tanto, él está escribiendo un segundo libro o una segunda parte. Y, ¿cuál es el tema de esta segunda parte? Una pista de ellos se encuentra en la palabra ‘comenzó’: «En el primer tratado … hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar».
Si usted lee el Evangelio de Lucas, va a descubrir muchas cosas que el Señor Jesús hizo, y muchas palabras que él habló. Todo lo que él hizo fue maravilloso; todas sus palabras, llenas de gracia. Sin embargo, Lucas dice: «Escribí para contar lo que el Señor comenzó a hacer y a enseñar». Es decir, su evangelio no registra todos los hechos y enseñanzas del Señor; sino sólo aquello que él comenzó a hacer y a enseñar. En el segundo libro, los Hechos, él continuará con lo que había escrito antes, relatando las cosas que el Señor Jesús siguió haciendo y enseñando.
Los hechos del Señor resucitado
Los Hechos no son las obras de los apóstoles. Pero si leemos superficialmente, pensaremos que en este libro están relatados los hechos de los apóstoles, en especial los de Pedro y Pablo. La primera parte nos habla mucho con respecto a Pedro, y la segunda nos habla sobre Pablo.
Posiblemente usted diría que es más apropiado decir que en este libro están relatados los hechos de los apóstoles Pedro y Pablo; pero no es así. No son las obras de Pedro y Pablo, ni las obras de todos los apóstoles. Son los hechos del Señor resucitado realizados por intermedio de su Cuerpo sobre la tierra –la iglesia. Aún es el Señor mismo hablando y haciendo la obra, y sus hechos no tienen término.
De todos los libros del Nuevo Testamento –así como en toda la Biblia– este es un libro que no termina. Al final, se dice que Pablo estaba en Roma, en una casa alquilada, y era libre para predicar y hablar sobre el Señor Jesús sin impedimentos. Cuando llegamos a este punto, surge una pregunta: «¿Qué sucedió después?». No está concluido, porque nuestro Señor Jesús aún no ha terminado sus obras y sus enseñanzas; aún está enseñando y haciendo su obra hasta nuestros días, y continuará haciéndolo hasta su venida.
Así, pues, el libro de los Hechos es realmente el libro de los hechos del Señor resucitado, que aún está enseñando y haciendo su obra por medio de un Cuerpo colectivo: la iglesia de Dios.
Cuando nuestro Señor Jesús vino a este mundo hace dos mil años atrás, ¿cómo fue formado su cuerpo físico? En el Evangelio según Lucas, se nos dice que el Espíritu Santo de Dios cubrió a María, la virgen, con su sombra, y por intermedio del Espíritu Santo el Señor Jesús nació de una virgen.
Como está escrito: «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros … lleno de gracia y de verdad».
Jesús es el nombre de nuestro Señor cuando él estaba sobre la tierra, y con este cuerpo físico con el cual él vivía, pudo hacer muchas cosas y hablar muchas palabras. Sin un cuerpo, él no podría hablar ni hacer tales obras; sin embargo, con aquel cuerpo físico, él pudo obrar y enseñar, y nosotros agradecemos a Dios por lo que él hizo y por lo que nos enseñó.
Damos gracias a Dios por la sangre derramada para la remisión de nuestros pecados. Damos gracias a Dios por aquel cuerpo que fue partido para que nosotros pudiésemos tener vida y vida eterna. Él fue crucificado y fue sepultado; mas, al tercer día, fue levantado de entre los muertos, y por cuarenta días se apareció a sus discípulos y les enseñó acerca del reino de Dios. Entonces, fue alzado a los cielos. Pero este no era el fin, porque después de ser ascendido él a los cielos, en el día de Pentecostés, el Espíritu Santo descendió, y ciento veinte de sus discípulos fueron bautizados en un cuerpo. A través de este cuerpo, el Señor resucitado, como la Cabeza, continúa haciendo su obra y enseñando.
Nuestro Señor Jesucristo tiene no sólo un cuerpo natural, sino también un cuerpo colectivo. Hace dos mil años atrás, cuando él estaba en la tierra, tenía ese cuerpo físico, personal. Después de ascender a los cielos, él ahora está enseñando y haciendo su obra en esta tierra a lo largo de estos veinte siglos, y obrando todo a través de su cuerpo místico, colectivo, que es la iglesia.
Entonces, ¿cómo fue formada la iglesia? En un sentido, podemos decir que ella fue formada cuando el Espíritu Santo envolvió a Jesús con su sombra. Recordamos la forma cómo Adán fue creado, y luego cómo fue formada Eva. En el principio, Dios creó al hombre, lo formó del polvo de la tierra, le moldeó un cuerpo y entonces sopló en las narices de aquel cuerpo el aliento de vida. Este hombre se volvió un alma viviente: Adán.
Entonces Dios dijo: «No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él». Mas no había ninguna, por eso Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y quitó algo de su costado. Nuestra Biblia dice ‘costilla’, y puede haber sido una costilla, pero puede haber sido alguna otra cosa, porque el original dice simplemente ‘algo’. Dios sacó algo del costado de Adán y lo transformó en alguien, en una mujer. La palabra ‘hizo’ es la misma palabra ‘construyó’ usada en arquitectura. Así, pues, una mujer fue construida a partir de algo que salió del hombre, y por esa razón, era parte de Adán mismo. Cuando Adán la vio, dijo inmediatamente: «Ella es lo que yo soy, hueso de mis huesos y carne de mi carne». Por eso, el hombre se une a su mujer y ambos se vuelven una sola carne.
Sin embargo, eso es sólo una tipología. La realidad es: Dios tiene un Hijo amado, un único y amado Hijo. Y Dios dijo: «No es bueno que él esté solo; quiero darle una ayuda idónea, una compañera». Por tanto, Dios hizo que él se durmiera en la cruz del Calvario; sin embargo, no fue un sueño pacífico como el de Adán: fue una muerte violenta. ¿Por qué? Por causa de los pecados del mundo. Si en el mundo no hubiese pecado, no habría necesidad del derramamiento de sangre.
Cuando Dios hizo aquella cirugía en Adán, no hubo sangre, fue una operación incruenta. Sin embargo, por causa del pecado que hay sobre la tierra, el Señor Jesús, el Hijo de Dios, tuvo que sufrir una muerte violenta sobre la cruz; la sangre tuvo que ser derramada.
Después de la muerte del Señor, los soldados quisieron cerciorarse de que él había muerto. Ellos lo miraron y vieron que estaba muerto, pero querían tener la certeza; entonces un soldado traspasó su costado con una lanza. La Biblia dice: «…y al instante salió sangre y agua». En el Evangelio según Juan, él hace una pausa para llamar la atención sobre una verdad, diciendo: «Y el que lo vio da testimonio…», es decir, «yo vi sangre y agua brotando del lugar donde había penetrado la lanza; soy testigo de eso, y mi testimonio es verdadero, porque yo lo vi».
¿Por qué Juan enfatiza tanto este hecho? Clínicamente, desde el punto de vista médico, la causa de la muerte de Jesús fue la ruptura de su corazón, pues, cuando el corazón se parte, la sangre se altera. Así que descubrimos que cuando las últimas gotas de sangre en su corazón se están derramando, es sangre descompuesta en sangre y agua. ¡Oh cuán grande amor de Dios! Entonces, el Espíritu Santo usó aquella sangre y agua para construir una mujer, la Iglesia, el cuerpo de Cristo.
Amados hermanos, esa es la sangre para remisión de nuestros pecados, porque está escrito: «Sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados». La sangre de nuestro Señor Jesucristo tuvo que ser derramada para remisión de nuestros pecados. Él derramó su alma como agua, es decir, derramó su vida, y el Espíritu Santo reunió agua y sangre y construyó un cuerpo, una mujer, la iglesia de Dios. Cuando el Señor ve a su iglesia, dice: «Ella es lo que yo soy; es parte mía».
¿Recuerdan cómo Saulo, el fariseo, perseguía a los cristianos, los creyentes de su época? De acuerdo con la tradición de los ancianos, Jesús era considerado un impostor del judaísmo. Pablo perseguía a los seguidores de Jesús, porque él era fariseo. Mas, camino a Damasco, el Señor resucitado se le aparece y le dice: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». «Me estás persiguiendo a mí, porque estas personas son lo que yo soy, son mi cuerpo; son miembros de mi propio cuerpo».
Aunque el Señor Jesús, que es la cabeza, esté en el cielo, su cuerpo está sobre la tierra. Su cuerpo ha peregrinado sobre esta tierra a lo largo de veinte siglos. Su cuerpo ha viajado hasta Richmond y también a todos los lugares de esta tierra, y el Señor Jesús prosigue realizando su obra y enseñando hoy por medio de este cuerpo.
Hermanos, la iglesia no tiene enseñanza. Si ella tuviera alguna enseñanza, ésta sería una herejía, porque ella sólo puede enseñar lo que el Señor enseña. Es el Señor quien enseña a través de la iglesia. La iglesia nada hace. Si hiciera alguna cosa, sería corrupción, porque es el Señor quien ha de obrar a través de la iglesia. Es el Señor mismo quien continúa haciendo y enseñando.
Si usted oye decir que la iglesia está enseñando, puede estar seguro de que eso es una herejía. Si usted ve a la iglesia haciendo cosas por sí misma, puede estar seguro de que esto es corrupción. ¿Por qué? Porque la iglesia, como cuerpo de Cristo, debe hacer y enseñar sólo aquello que él hace y enseña. En otras palabras, es la cabeza quien está haciendo su obra y enseñando a través de su cuerpo. El libro de los Hechos nos habla de la enseñanza y de las obras del Señor resucitado por medio de su cuerpo colectivo que es la iglesia.
Cuando el Señor Jesús vino a esta tierra, hace ya dos mil años, se cumplió la profecía del Salmo 40: «Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo… He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad». Sabemos que eso se cumplió en la vida de nuestro Señor, porque él tomó sobre sí mismo un cuerpo humano. Dios preparó para él un cuerpo, y en aquel cuerpo, él hizo la voluntad de Dios hasta la muerte, y muerte de cruz. No es que él haya sido forzado a hacerlo, sino que fue movido por el amor. Este es el cuerpo que él poseía, y a través del cual pudo hacer su obra y enseñar cuando estaba sobre la tierra.
Hermanos, del mismo modo, desde el momento en que fue levantado de entre los muertos, hasta el día en que regrese, él prosigue haciendo su obra y enseñando sobre la tierra. ¿Lo sabía usted? Es por medio de un cuerpo colectivo que él es revelado, manifestado y dado a conocer.
Esta es la razón de la existencia de la iglesia: revelar a Cristo. La iglesia debería ser la revelación de Su persona. Ella no debería hablar de sí misma, ni debería atraer personas para sí misma. La iglesia tiene como propósito exaltar al Señor y hacer que el mundo oiga lo que él dice y vea lo que él hace.
La enseñanza de los apóstoles
Cuando leemos el libro de los Hechos, ¿qué vemos con respecto a la enseñanza de los apóstoles? Los tres mil que creyeron en el Señor en el día de Pentecostés, «perseveraban en la doctrina de los apóstoles» (Hech. 2:42). ¿Qué enseñaban los apóstoles? Hay varios mensajes registrados en el libro de los Hechos –hoy los llamaríamos sermones. Eran los mensajes que los apóstoles compartían, cualquiera fuese la audiencia. Y, al leerlos, ¿qué oímos? Por ejemplo:
– En el día de Pentecostés, Pedro dice: «A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos … Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo». ¡Pedro lo dice claramente!
– Continuando, en el capítulo 3, vemos que un hombre cojo fue sanado y Pedro habló a la multitud que se agolpó a su alrededor, diciendo: «Y por la fe en Su nombre … ha dado a éste esta completa sanidad».
– En el capítulo 7, Esteban, en su defensa –notemos que él no se estaba defendiendo a sí mismo, sino en verdad defendía a Cristo–, concluyó su discurso diciendo: «Vosotros … habéis sido entregadores y matadores (del Justo)».
– ¿Qué dijo Pedro en la casa de Cornelio? «Dios designó a un hombre para juzgar a los vivos y a los muertos; todos los profetas hablaron acerca de él dando testimonio de que, por medio de Su nombre, todo el que en él cree recibe remisión de pecados».
– ¿Qué predicó Pablo en Antioquia de Pisidia? El mismo mensaje: la remisión de los pecados a través de aquel Hombre designado por Dios.
– Lo mismo predicó Pablo a los filósofos y personas cultas en Atenas: «Dios designó a un Hombre para juzgar al mundo, y para probar eso, él lo resucitó de entre los muertos».
Hermanos, si ustedes leen el libro de los Hechos, descubrirán que cualquier sermón predicado a quienquiera que sea, contiene siempre el mismo mensaje: el Señor Jesús. No nos sorprende que Pablo haya dicho: «No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor». La iglesia primitiva no tenía otra predicación que no fuese el Señor Jesús.
Los hechos de la iglesia primitiva
Veamos ahora lo que hacía la iglesia primitiva. Fueron hechos muchos milagros. En Hechos capítulo 3, Pedro y Juan fueron a orar al templo. Allí había un hombre cojo de nacimiento sentado a la puerta del templo llamada la Hermosa. ¡Qué contraste aquél! La puerta era llamada la Hermosa; en cambio, la escena no tenía nada de hermosa. El hombre estaba allí día tras día, pidiendo limosna. Cuando los apóstoles pasan, Pedro lo mira y le dice: «Míranos … No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda». Y él se puso en pie y anduvo.
Al ver esto, el pueblo se agolpó a su alrededor pensando: «¿Qué es lo que pasa aquí?». Y Pedro y Juan dijeron: «¿Por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste? … Por la fe en Su nombre … ha dado a éste esta completa sanidad». Nada hicieron ellos; fue el Señor Jesús quien actuó. No fueron ellos: fue la Cabeza obrando por medio del cuerpo. No había nada de qué gloriarse, pues ellos sólo eran miembros del cuerpo. Pedro no hizo milagro alguno: el Señor obró a través de ese hombre llamado Pedro.
De igual manera, descubrimos que nuevamente acontece lo mismo con Pablo y Bernabé. Cuando predicaban en Listra, ellos curaron a un hombre paralítico de nacimiento. El pueblo quería ofrecerles sacrificio, pensando que ellos eran dioses. Pablo y Bernabé rasgaron sus vestiduras y se lanzaron en medio de la multitud diciendo: «Por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros…». «Nosotros no somos nadie; Dios lo hizo».
Amados hermanos, todas las obras registradas en el libro de los Hechos son las obras del Señor Jesús, no las obras de los apóstoles. Ellos nunca se atribuyeron a sí mismos los méritos de lo que hicieron, a diferencia de nuestros días, en que las personas gustan de honrarse a sí mismas. Los apóstoles no hacían eso. Ellos decían: «No lo hicimos nosotros; fue el Señor quien lo hizo».
En apenas treinta años, una generación, el evangelio había sido predicado desde Jerusalén a toda Judea, Samaria, y hasta los confines de la tierra, que era Roma. En esa época, Roma era considerada el centro, y al mismo tiempo, los confines de la tierra, y Pablo estaba allá. Habían hecho una obra grande y poderosa; sin embargo, no era la obra de los apóstoles ni de los primeros cristianos: era el Señor resucitado realizando todas estas obras por medio de su cuerpo colectivo.
El modo de vida
Estudiemos el modo de vida de los cristianos de acuerdo con el relato del libro de los Hechos. En el capítulo 2, vemos algunas descripciones de aquellos cristianos, que pasaron de unos pocos –ciento veinte en los días anteriores a Pentecostés– hasta tres mil que fueron agregados por Dios (Hech. 2:42-47).
¡Cómo se amaban unos a otros! Partían el pan juntos, agradecían al Señor y suplían mutuamente sus necesidades. Dios los había librado de todo apego a sus posesiones, y ellos estaban simplemente juntos, adorando juntos. Ese era su nuevo modo de vida.
¿Cómo fue posible aquello? Si no estuviese Cristo viviendo en ellos, eso hubiera sido imposible. Si es difícil que dos personas vivan juntas, ¡cuánto más tres mil personas! En la iglesia primitiva había cerca de veinte mil personas, y aun así, todo era armónico. ¿Por qué? Porque no eran ellos, sino Cristo viviendo en ellos (Hech. 4:32-35).
Ellos eran de un solo corazón, de un solo pensamiento. ¿Por qué? Porque Jesús moraba en ellos; Jesús vivía a través de ellos. Este era su testimonio: un cuerpo, y en aquel cuerpo, el Señor podía vivir sobre la tierra.
Sufrimiento y muerte
Veamos cómo ellos sufrían. Ciertamente, el sufrimiento puede mostrar qué tipo de persona es alguien. En el libro de los Hechos, descubrimos que los apóstoles eran azotados; sin embargo, cuando regresaban a los suyos, venían llenos de júbilo. ¿Por qué? Porque Dios los había considerado dignos de padecer por causa del nombre de Jesús.
Veamos cómo ellos morían. El primer mártir de la iglesia fue Esteban, y cuando ellos lo golpeaban y lo apedreaban hasta la muerte, él dijo: «He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está (en pie) a la diestra de Dios». Antes de morir, él dijo: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado». Es igual a la muerte de Cristo; es Cristo muriendo en Esteban. Lo mismo ha sucedido con todos los mártires a través de los siglos, porque no son ellos, sino Cristo en ellos.
Amados hermanos, ¿qué es la iglesia, el cuerpo de Cristo? ¿Por qué existe la iglesia sobre la tierra? ¿Por qué estamos nosotros aquí? ¿Estamos aquí para difundir nuestras propias enseñanzas, o para anunciar las enseñanzas de Cristo? La predicación de los apóstoles no era otra cosa sino las enseñanzas de Cristo. Ellos no enseñaban nada más sino a Cristo.
Si leemos Apocalipsis capítulos 2 y 3, vemos que algunas iglesias comenzaron a impartir otras enseñanzas, y no lo de Cristo. ¿Y cuáles eran sus enseñanzas? La doctrina de los nicolaítas, la doctrina de Balaam, la enseñanza de Jezabel. En otras palabras, estas no son las enseñanzas de Cristo. Cuando la iglesia comienza a enseñar algo que no es Cristo, ni lo que Cristo enseña, entonces ella está propagando otra cosa: la herejía.
¿Qué estamos obrando nosotros aquí? ¿Estamos permitiendo que Cristo haga lo que él desea hacer en nosotros y a través de nosotros? ¿O estamos aquí para hacer alguna otra cosa que lo que realmente es algo para él? En nuestros días, hay muchas obras siendo hechas en nombre de Jesús; sin embargo, estas obras pueden ser hechas para él, y no ser la obra que él está haciendo. Nada podemos hacer, sino aquello que él hace. Nosotros sólo podemos colaborar en aquello que él está haciendo, y esta es Su obra. Si no es obra suya, es basura.
¿Cómo estamos viviendo? ¿Estamos viviendo nuestras propias vidas? ¿Es así también cuando nos reunimos? Cuando los cristianos de Corinto se juntaban para el partimiento del pan, que es la ocasión de reunión más sublime en que hacemos memoria del Señor, cada uno de ellos comía su propia comida; algunos se emborrachaban, en tanto otros estaban hambrientos.
No sólo las reuniones son importantes, sino que la vida de iglesia es Cristo viviendo en un cuerpo colectivo, no limitado por el tiempo o el espacio. Es el amor a los hermanos, no porque ellos sean amables, sino porque son hermanos y hermanas. Esto es el cuerpo: que Cristo pueda ser manifestado. Hermanos, eso es la iglesia, y si nosotros podemos vivir, morir, hacer las obras y enseñar de esa manera, entonces, ¡gracias a Dios! Así está escrito en el libro de los Hechos.
El Espíritu Santo continúa escribiendo este libro en este siglo. Él aún está escribiendo, y siempre que sea el Señor, el Cristo, quien hace la obra, quien enseña, quien vive, quien sufre y quien muere, entonces estará registrado en los Hechos; será recordado para siempre. Sin embargo, si no es esto, no importa la apariencia a los ojos del mundo, no importa cuán fructífero, bien hecho o conocido parezca ser, todo será quemado y nunca más será recordado.
Entonces, amados hermanos y hermanas, a medida que leemos los Hechos, nosotros necesitamos ver a Jesús, no sólo en la iglesia del primer siglo, sino ver a Jesús hoy en su pueblo.
Viendo la persona de Cristo
Finalmente, necesitamos ver la persona de Cristo a través del cuerpo. Cuando Cristo estaba sobre la tierra, él tenía un cuerpo físico, y con ese cuerpo él podía hacer su obra y enseñar. Él era lleno de gracia y de verdad.
Sin embargo, los judíos de su época lo miraban y decían: «¿De dónde viene la sabiduría y el poder que posee este hombre? Nosotros lo conocemos: es el hijo del carpintero; conocemos a su madre, María; y a sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas; conocemos también a sus hermanas. ¿De dónde viene todo lo que posee?». Se escandalizaban de él, dice la Biblia. En otras palabras, ellos veían el cuerpo, ese mismo cuerpo que había hecho tantas cosas maravillosas, que había pronunciado palabras tan llenas de gracia y, aun así, se escandalizaban con aquel cuerpo. ¿Por qué? Porque sólo veían el cuerpo, y no tocaban a la persona en aquel cuerpo.
De la misma manera puede suceder hoy. Las personas pueden ver sólo a la iglesia, pero no ver a Cristo. En esto se ha transformado el cristianismo de hoy. El mundo conoce el cristianismo, pero, ¿conocen a Cristo? Hermanos, nosotros no podemos mirar sólo el cuerpo como si éste lo fuese todo, porque no lo es todo. El cuerpo es apenas un medio para alcanzar un fin; un canal, una morada para la persona que habita en ese cuerpo. La iglesia es el cuerpo de Cristo, es la santa morada de Dios por el Espíritu, el vaso que contiene las riquezas de Cristo; es el canal, el instrumento a través del cual Dios obra. Pero la iglesia no es algo en sí misma; ella es la persona en aquel cuerpo: Cristo.
Necesitamos ver a Cristo y no solamente la iglesia. Es verdad que Cristo se está expresando a través de la iglesia, porque, ¿cómo se puede expresar una cabeza sin un cuerpo? Sin embargo, necesitamos ver la Cabeza, necesitamos ver a Cristo.
Así que, hermanos, que nosotros veamos a Cristo en la iglesia, y no sólo la iglesia. Si todo lo que vemos es la iglesia, entonces estamos viendo una organización, una institución. Eso no es Cristo. Debemos olvidar el cuerpo y ver sólo a la persona. Si la iglesia es lo que debería ser, usted no va a notarla, porque todo lo que verá será a Cristo, todo lo que oirá será a Cristo.
Si las personas fuesen a nosotros en lugar de ir a Cristo, entonces, Dios tenga misericordia de nosotros. Cuando las personas ven sólo la iglesia y no ven a Cristo, quedarán desencantadas con la llamada iglesia; la rechazarán y no querrán tener nada que ver con ella. Pero, ¡cuán diferente sería si ellas pudiesen tan sólo ver a Cristo!
De esta manera, amados hermanos, el libro de los Hechos revela a Cristo en el cuerpo. Que este libro pueda estar siendo escrito continuamente entre nosotros en el día de hoy, entre el pueblo que pertenece a Dios.
Tomado de «Vendo Cristo no Novo Testamento», Vol.1.