Epístola a los Colosenses.
Lecturas: Colosenses 1:9-13, 2:9-10.
En la carta a los Colosenses, la intención del Espíritu Santo es revelarnos a Cristo – la gloria de Cristo, la supremacía de Cristo, la plenitud y la completa suficiencia de Cristo. Y, porque Cristo es todo eso, encontramos nuestra plenitud en él.
Hay dos epístolas escritas por el apóstol Pablo que son consideradas gemelas – Efesios y Colosenses. Ambas fueron escritas por él en la prisión romana, en la misma época, y ambas fueron enviadas a través del mismo mensajero, Tíquico.
En la carta a los Efesios, nosotros vemos la gloriosa vocación de la iglesia como el cuerpo de Cristo. En la carta a los Colosenses, vemos la gloria de Cristo como la cabeza y, en él, la iglesia que es su cuerpo, encuentra su plenitud. Estas dos cartas, por tanto, nos revelan a Cristo y la iglesia.
Por lo que sabemos, la carta a los Colosenses fue escrita un poco antes de la carta a los Efesios. Nosotros necesitamos ver a Cristo antes de ver la iglesia, que es su cuerpo.
Tal vez si conocemos un poco del contexto histórico podemos entender mejor esta carta. Colosas era una ciudad pequeña situada en la provincia romana de Asia. Pablo nunca estuvo allí; en cambio, sabemos que permaneció en Éfeso durante tres años. Entre las personas que vinieron a Éfeso y oyeron la palabra de Dios a través de Pablo estaban Epafras, Filemón y otros. Ellos volvieron a Colosas, y de esta manera comenzó la iglesia en esta ciudad.
Mientras el apóstol Pablo estaba preso en Roma, la iglesia en Colosas le envió un mensajero, Epafras. Él fue a Roma a ver a Pablo por dos razones. Primero, para transmitirles los saludos de los santos de Colosas, y en segundo lugar, para relatar el problema que ellos tenían en su ciudad.
El problema en cuestión era la llamada «herejía colosense». A fin de corregir esa herejía, Pablo escribió su carta. Creo que no es necesario saber en detalle qué herejía era ésa, a pesar de ser algo bastante interesante. Cuando el apóstol escribió su carta, en realidad, él no se detuvo en la herejía. Por el contrario, focalizó su atención en Cristo; tomó una perspectiva positiva, presentándoles a Cristo. Si ellos pudiesen ver a Cristo, si pudiesen conocerlo, entonces esa herejía sería automática y rápidamente abandonada.
W. Graham Scroggie dijo cierta vez: «Una verdadera Cristología es la mejor respuesta contra toda la herejía que ya hay y que ha de venir». En otras palabras, una visión de Cristo es la respuesta a todas las falsas enseñanzas y doctrinas.
Tal vez pueda surgir la pregunta: «¿Por qué los creyentes de Colosas cayeron en tal herejía?». Probablemente, por dos razones. Primero, sabemos que somos curiosos por naturaleza. Hay en la naturaleza humana un ansia intelectual: Queremos saber, queremos explicarlo todo.
En vez de creer en Dios con la fe de un niño, nosotros intentamos mirar a nuestro alrededor, tratamos de especular, imaginar y explicar todo lo que nos rodea. Al hacer eso, caemos en la trampa del enemigo.
En segundo lugar, dentro de nosotros hay un deseo por soluciones rápidas y éxito instantáneo. Somos naturalmente impacientes. Creo que por esa razón Eva cayó en el lazo del enemigo. Ella deseaba mucho ser como Dios. El hombre fue creado según la imagen de Dios y, por lo mismo, hay naturalmente dentro de nosotros un deseo de ser conformados a esa imagen, y creo que eso es correcto.
Con todo, el problema es: ¿Cómo seremos conformados a la imagen según la cual fuimos hechos? ¿Lo seremos a través del camino que Dios nos determinó, comiendo del árbol de la vida, recibiendo la vida de Dios en nosotros, y dejando que esa vida crezca en nosotros siendo transformados y conformados a su imagen? ¿O seremos conformados buscando alguna técnica instantánea, sea a través de algo místico o mediante algún ejercicio externo?
Descubriremos que el enemigo vendrá y nos ofrecerá algo: «Basta con que tú seas iniciado en este misterio, entonces estarás completo». O: «Si tú sólo practicas algunas cosas –haz esto, haz aquello; no hagas esto, no hagas aquello– entonces serás perfecto». El hombre cae en esa trampa justamente porque él desea el éxito instantáneo. Creo que probablemente ésas sean las razones por las cuales los creyentes de Colosas cayeron en la herejía.
La herejía colosense
Permítanme hablarles un poco sobre la herejía colosense. Por lo que se sabe, esa herejía es una combinación de dos cosas: gnosticismo ateo y ritualismo judaico; una combinación bastante extraña. En esos días, había personas llamadas ‘gnósticos’; ellos se consideraban personas que estaban «en el conocimiento». Ellos lo sabían todo, sabían cómo había comenzado el universo, cómo todas las cosas habían evolucionado, conocían la jerarquía del mundo invisible, etc. Es una especulación intelectual, un tipo de abordaje místico que, al mismo tiempo, era combinado con el ceremonialismo judaico, esto es, con ciertos rituales y reglas. Si tú tuvieses esas dos cosas, entonces tendrías conocimiento pleno, entonces lo sabrías todo. Tú serías completo y serías perfecto. En pocas palabras, esa era básicamente la herejía colosense.
El conocimiento pleno de la voluntad de Dios
¿Cómo solucionará Pablo ese problema? Creo que la respuesta está en su oración por los colosenses: «Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual» (Col. 1:9).
Los gnósticos siempre hablaban sobre el conocimiento pleno, sobre sabiduría, sobre plenitud. Entonces, aquí Pablo invierte las posiciones y dice: «Voy a hablar sobre plenitud, voy a hablar sobre conocimiento pleno. Voy a hablar sobre cómo podemos ser llenos y de qué debemos ser llenos. Mi oración es que ustedes puedan ser llenos de la plenitud – no sólo un poco, sino completamente llenos. ¿Con qué? Con el conocimiento pleno de la voluntad de Dios.
El pleno conocimiento de la voluntad de Dios significa no sólo que es un conocimiento completo, perfecto, cabal, sino que también es un conocimiento vivo, experimental, de la voluntad de Dios. Creo que realmente es de tremenda importancia que seamos llenos de ese conocimiento. No importa que tú desconozcas otras cosas cuyo conocimiento tal vez te será útil. Sin embargo, si te está faltando el conocimiento pleno de la voluntad de Dios, entonces algo está fundamentalmente errado contigo, y estarás expuesto a todo tipo de engaños.
Esta es la oración de Pablo por los colosenses, y yo creo que es la oración por nosotros en este día: «…que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual».
¿Qué es la sabiduría? Hay diferentes explicaciones para eso, mas si miramos en el Antiguo Testamento, hallaremos a un hombre que pidió sabiduría. Dios le concedió sabiduría, y la sabiduría es un corazón que oye. Nosotros siempre pensamos en ella como algo referido a la mente; sin embargo, la verdadera sabiduría es un corazón que oye la voz de Dios.
El entendimiento es la asimilación consciente del conocimiento. El pleno conocimiento de Dios debe ser en toda sabiduría y entendimiento. No es simplemente algo en tu mente, sino algo que tu corazón oye, algo que fue asimilado conscientemente en tu vida. No es un conocimiento especulativo, sino un conocimiento práctico. La enseñanza gnóstica es especulativa, no afecta a tu vida.
El pleno conocimiento de la voluntad de Dios nos capacita para andar «…como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios; fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo dando gracias al Padre…». Afecta a nuestra vida, y este es el conocimiento que debemos tener. Creo que la clave para eso está en Colosenses 2:9-10: «Porque en él (en Cristo) habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad».
Ese es el pleno conocimiento de la voluntad de Dios. ¿Qué es la voluntad de Dios? La voluntad de Dios está centrada en su Hijo. En él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad.
¿Qué es la plenitud de la Deidad? Esa plenitud de la Deidad habita. Nosotros sabemos que la palabra habitar significa residir. Son sinónimos, y en el original significan simplemente hacer un lugar de habitación, morar. Toda la plenitud de la Deidad hace su morada en Cristo; no sólo visita, sino permanece, queda, habita, reside, hace morada en Cristo Jesús. Ese es nuestro Señor Jesús. Él es la plenitud de Dios.
Todo lo que tú puedas pensar con respecto a la Divinidad, todo lo que puedas pensar respecto de Dios, cualquiera sea el aspecto –su amor, su santidad, su justicia, su rectitud, su virtud, su poder– toda la plenitud de la Deidad, habita en Cristo Jesús. Él es la plenitud de Dios, y en esa breve carta, Pablo intentó explicar un poco más lo que significa el Señor Jesús.
La imagen del Dios invisible
Primeramente, él dice: «…en él habita corporalmente toda la plenitud de la deidad…». ¿Cómo? Él es la imagen del Dios invisible. Nosotros sabemos que Dios es espíritu; por tanto, es invisible. Sin embargo, el Hijo es la imagen del Dios invisible. La palabra imagen (eikon) no se refiere aquí a la forma externa, sino a la cualidad interior. Todas las cualidades interiores de Dios están en el Hijo, y él es la completa representación y la plena manifestación de Dios.
Recordemos que nuestro Señor Jesucristo dijo: «A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer» (Juan 1:18). Los discípulos habían estado con él durante tres años, y en aquella última noche que estarían juntos, ellos aun dijeron: «Señor, muéstranos el Padre, y nos basta». Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Juan 14:8-9).
¿Quién es el Señor Jesús? Él es la imagen del Dios invisible. Hoy, todo lo que sabemos de Dios es a través del conocimiento de Cristo Jesús, porque el Hijo manifestó al Padre. En otro tiempo, Dios habló muchas veces y de muchas maneras a nuestros padres por los profetas, pero en estos postreros tiempos él nos ha hablado por el Hijo (ver Hebreos 1:1-2).
Solamente el Hijo es la plena representación del Padre, y sólo a través de él es plenamente manifestado el Padre. Él es la imagen del Dios invisible, y de acuerdo con esa imagen fue creado el hombre, y es esa la imagen a la cual un día seremos conformados por la gracia de Dios.
El primogénito de toda creación
Toda la plenitud de la Divinidad habita corporalmente en él, porque él es el primogénito de toda creación. La palabra primogénito no se refiere a lo que comúnmente pensamos. En la Biblia, ella tiene dos usos; un uso común y un uso especial. Si en la familia tú eres el primogénito y después de ti hay otros hermanos y hermanas, ese es el uso común de la palabra primogénito.
Sin embargo, en las Escrituras hay un uso especial que no se refiere a ese tipo de relación. Se refiere a la prioridad en relación a algo y soberanía sobre algo. Si tú eres el primogénito, entonces eres anterior a todo lo que sigue. Tú no estás dentro del orden, eres anterior a él; eres antes de él, y tienes soberanía sobre todo lo que viene después.
De esa forma, el primogénito de toda creación, simplemente significa que el Señor Jesús es anterior a toda creación. Creo que eso es explicado aquí, porque está escrito: «Y él es antes de todas las cosas» (1:17). Él no es creado; él es el Creador. Él es antes de todas las cosas. Él es el primogénito de toda creación porque todas las cosas fueron creadas en él, por él y para él.
Lamentablemente, en el versículo 16, los traductores cambiaron la palabra, porque no la entendían, y la tradujeron así: «Porque por él fueron creadas todas las cosas». Y encontramos nuevamente en el mismo versículo: «Todas las cosas fueron creadas por él y para él». Sin embargo, en el original dice que todas las cosas fueron creadas en él, porque él es el arquitecto, él proyectó todas las cosas. Todas las cosas tienen sus características a través de él. Y entonces, todas las cosas fueron creadas por él. Él es el constructor, el ingeniero. Él hizo todas las cosas. Todo fue creado para él; él es el propietario, el heredero de todas las cosas.
Aquí nosotros descubrimos la plenitud de la Divinidad en él. Él es el creador de todas las cosas – todo fue creado en él, proyectado por él, todo tiene su forma a través de él. Todas las cosas fueron creadas a través de él – él las hizo. Todo fue creado para él – él es el propietario, el heredero de todas las cosas. Ese es nuestro Señor Jesús.
La cabeza de la iglesia
«Y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia» (Col. 1:18).
Él no es sólo el creador del universo, de toda la creación, sino también el inicio, la cabeza, el fundamento de la nueva creación, que es la iglesia. Él es la cabeza, y de él surge la iglesia. En la cruz, cuando el soldado enterró la lanza en Su cuerpo, manó agua y sangre, y el apóstol Juan dice: «Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad…».
¿Por qué Juan fue tan enfático? A través de la muerte de nuestro Señor Jesús, de su cuerpo partido, fluyó sangre para remisión de nuestros pecados y agua (vida) para que podamos vivir. A partir de los trabajos de parto de su alma, la iglesia, la nueva creación, nació, y eso aconteció teniendo como base la resurrección. Esa no es la vieja creación; es una nueva creación. Por tanto, sucede en base a la resurrección. Él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia.
El reconciliador de todas las cosas
Él es el reconciliador de todas las cosas. Después que Dios creó todas las cosas, el hombre cayó y, porque el hombre pecó, toda la tierra fue sujeta a corrupción y a vanidad (ver Romanos 8), no porque ella lo desease, sino como consecuencia de la caída del hombre.
Cuando nuestro Señor Jesús, que es la plenitud de Dios, vino a este mundo y murió en la cruz, él reconcilió no sólo a la humanidad, sino todas las cosas. Todas las cosas se habían desintegrado, habían caído en el caos, habían perdido su propósito. Pero el Señor trajo todo de vuelta hacia la armonía, al significado, al propósito original, a su plenitud. Ese es nuestro Señor Jesús; ese es el pleno conocimiento de la voluntad de Dios. En él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad.
¿Vemos nosotros a Cristo tan grande como nos lo revela la Biblia, o lo vemos pequeño? Gracias a Dios, nosotros lo vemos como nuestro Salvador. Para nosotros, eso es como el Universo mismo; mas, para Dios, es apenas una pequeña parte, porque en la voluntad de Dios, Cristo, su Hijo, lo es todo. Todos los conocimientos se encuentran en él, todas las sabidurías residen en él, todo está en él.
Si tú miras a la creación, él es el primogénito. Si miras a la nueva creación, él es el principio. Si miras a la reconciliación, ella ocurre a través de él. Si miras a Dios, él es la imagen del Dios invisible.
El pleno conocimiento de la voluntad de Dios es simplemente lo siguiente: Para Dios, Cristo, su Hijo, es todo en todos. Siendo así, ¿por qué procuramos hallar explicaciones y soluciones para nuestros problemas fuera de Cristo?
Completos en él
La gloria de Cristo es no sólo la plenitud de Dios, sino que está escrito: «…estáis completos en él…». Esa palabra es para nosotros los creyentes. Toda la plenitud de la Deidad habita en él, y ahora está escrito que tú estás completo en él. Si Cristo es realmente eso, y tú estás completo en él, ¿por qué buscas algo más?
Antes que el apóstol Pablo conociese la excelencia del conocimiento de Jesucristo, ¡cómo buscaba otro conocimiento, se enorgullecía de otras cosas, valoraba sus avances en cosas que no eran Cristo! Sin embargo, un día, cuando él vio la excelencia del conocimiento de Jesucristo, dijo: «Considero todas las cosas como basura, considero todo como pérdida, por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús. Conocerle, ese es mi único deseo» (Ver Filipenses 3).
En la historia de la iglesia, hubo un varón conocido como el conde Zinzendorf. Él fue salvo cuando tenía entre 4 y 6 años de edad. Pertenecía a la nobleza, y en su niñez amaba mucho al Señor. Él solía sentarse en una ventana del castillo, y escribía en un papel: «Jesús te ama». Después tiraba el papel por la ventana, esperando que alguien lo hallase. Durante toda su vida, amó al Señor Jesús. Él decía: «Tengo una sola pasión, tengo sólo una pasión: Jesucristo».
Amados hermanos, si nosotros somos realmente llenos con el conocimiento pleno de la voluntad de Dios, si realmente vemos quién es Jesús y lo que él es, yo me pregunto si aun así tenemos más de una pasión. ¿Eso no nos llenaría con aquel deseo, el deseo de conocerle? Pablo dice: «Conocerle, y conocer el poder de su resurrección». «En él estamos completos».
La unión
¿Sabes que algo tremendo ocurrió cuando creíste en el Señor Jesús? Nosotros pensamos con frecuencia que, cuando creemos en él, nuestros pecados son perdonados. Gracias a Dios por eso; es verdad. Cuando creemos en él, recibimos una nueva vida; eso es verdad. Pero, ¿cómo? ¿Por qué tu pecado es perdonado cuando crees en el Señor Jesús? Él murió hace dos mil años atrás y tú has pecado sólo en este siglo. ¿Por qué, cuando creíste en el Señor Jesús, recibiste una nueva vida? Él derramó su vida hace dos mil años atrás. ¿Cómo es que tú la recibes hoy? ¡Algo tremendo ocurrió!
Cuando tú creíste en el Señor Jesús, se produjo una unión. «Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención» (1ª Cor. 1:30). Cuando tú recibes a Cristo, no sólo él viene a morar en tu interior, sino que tú mismo eres puesto por Dios en el Señor Jesús; se produce una unión. Tú estás en Cristo y Cristo está en ti, y a causa de eso, tus pecados son perdonados y tú recibes una nueva vida.
Permítanme ilustrar esto: Dios libertó a los hijos de Israel de Egipto; sin embargo, su propósito no era sólo liberarlos de Egipto y llevarlos al desierto para que muriesen. Su propósito era llevarlos hasta la tierra prometida, tierra que fluía leche y miel. Dios les dio como herencia a los hijos de Israel la tierra prometida de Canaán. ¿Qué tipo de tierra era aquélla?
«Porque Jehová tu Dios te introduce en la buena tierra, tierra de arroyos, de aguas, de fuentes y de manantiales, que brotan en vegas y montes; tierra de trigo y cebada, de vides, higueras y granados; tierra de olivos, de aceite y de miel; tierra en la cual no comerás el pan con escasez, ni te faltará nada en ella; tierra cuyas piedras son hierro, y de cuyos montes sacarás cobre. Y comerás y te saciarás, y bendecirás a Jehová tu Dios por la buena tierra que te habrá dado» (Deut. 8:7-10).
La tierra que Dios dio a los hijos de Israel como herencia, era una buena tierra, una tierra llena de cosas buenas, y cuando ellos estuviesen allí, comerían, serían saciados, y bendecirían al Señor. Cuando ellos entraron allí, vemos lo siguiente: «Cuando Jehová tu Dios te haya introducido en la tierra que juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob que te daría, en ciudades grandes y buenas que tú no edificaste, y casas llenas de todo bien, que tú no llenaste, y cisternas cavadas que tú no cavaste, viñas y olivares que no plantaste, y luego que comas y te sacies…» (Deut. 6:10-11).
Cuando ellos entraron en la tierra, descubrieron que las ciudades ya estaban construidas; no fue necesario ni aun edificarlas. Descubrieron que las casas no sólo estaban hechas, sino también llenas de cosas buenas. Las despensas estaban repletas, los campos ya estaban plantados, los pozos ya estaban dispuestos. Ellos sólo entraron, disfrutaron y quedaron satisfechos.
Esa es nuestra situación. Nosotros estamos completos en Cristo. Cuando creímos en él, Dios nos puso en Cristo. Cristo se tornó nuestra tierra que fluye leche y miel. Él es la grande y buena tierra. Cristo es nuestra herencia y, en él, todo ya está provisto. Todas las bendiciones espirituales en las regiones celestiales en Cristo, ya están a nuestra disposición. Todo es nuestro. Estamos completos en él. No necesitamos cavar un pozo, sólo necesitamos buscar en él. Todo está listo y disponible en Cristo. Él ya hizo todo para nosotros. Todo lo que él hizo es para nuestro bien. Él nos dice: «Vengan y disfruten de mí». Tú estás completo en él.
El perdón de pecados
«…en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados» (1:14). «…perdonándoos todos los pecados…» (2:13).
Hermanos, nosotros pecamos terriblemente; nosotros ofendemos a Dios grandemente. Sin embargo, gracias a Dios, en Cristo Jesús, todos nuestros pecados son perdonados. «Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana» (Is. 1:18). Todos nuestros pecados son lavados; todas las ofensas, perdonadas, y no sólo perdonadas, sino también olvidadas.
Dios no se acuerda más de tus ofensas contra él. ¡Piensa en eso! Él nos redimió de la maldición de la ley, de modo que no necesitamos más morir, y todo eso es en Cristo. Porque nosotros estamos unidos con él, nuestros pecados son, por lo tanto, perdonados; nuestras ofensas, olvidadas, y somos redimidos de la maldición de la ley. Sin embargo, eso es apenas el comienzo.
La circuncisión
«En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo» (Col. 2:11).
Cuando creemos en el Señor Jesús, no solamente son perdonados nuestros pecados, nuestras ofensas olvidadas, somos redimidos de la maldición de la ley, sino también somos circuncidados no por mano humana. No es algo físico, es una circuncisión del corazón. Es la circuncisión de Cristo. Cuando creímos en el Señor Jesús, él nos dio un nuevo corazón, un corazón dulce y suave, un corazón que oye, un corazón que lo ama. Nuestro corazón fue circuncidado.
Él nos libertó de la esclavitud de la carne, porque cuando él murió, tú y yo morimos en él. Nosotros somos ahora una nueva creación. Está escrito en Colosenses 2:12 que cuando fuimos bautizados, fuimos «sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos». Cristo no sólo murió por nosotros y nosotros morimos con él y en él. Él fue también sepultado. Las cosas viejas pasaron, y cuando nos levantamos del agua, declaramos que desde ese día en adelante es Cristo quien vive en mí. ¿No es eso maravilloso? ¡Hermano, ya no eres tú quien vive!
A veces, tú te aborreces a ti mismo. Es como Pablo dijo: «¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?» (Rom. 7:24). Según la tradición, se dice que en el mundo romano, para castigar a un homicida, se ponía el cuerpo de la víctima cara a cara con el cuerpo del asesino; mano con mano, pie con pie, boca con boca, hasta que gradualmente el veneno de aquel cuerpo en descomposición penetrase en el hombre vivo y éste muriese.
Por eso Pablo dijo: «¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?». ¿No es así que sentimos muchas veces de este cuerpo viejo y corrompido? ¿Por qué él a veces se manifiesta? ¡Oh, que él permanezca enterrado, que permanezca muerto! En verdad, él fue muerto y sepultado, pero todavía tú mismo lo desentierras. Si tú crees, mediante la fe de Jesucristo, que cuando él fue sepultado tú fuiste sepultado con él, y que cuando él resucitó de entre los muertos tú resucitaste de entre los muertos en novedad de vida, entonces todo está hecho.
Una deuda pagada
«…y anular la deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la ley. Él anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz» (Col. 2:14, NVI).
¿Qué significa eso? Antiguamente, cuando las personas pedían una cantidad en préstamo, ofrecían como garantía un documento. Con eso, se podía exigir el retorno del dinero. Y cuando la deuda era saldada, ese papel era clavado en la pared, indicando que la deuda había sido pagada. Cuando el papel es clavado, significa que la deuda está pagada, completamente saldada.
Hermanos, eso es exactamente lo que Cristo hizo por nosotros. Todos nosotros firmamos aquellos documentos. Dios dijo: «Aquí están mis leyes». Nosotros respondimos: «Todo lo que nos ordenaste, obedeceremos». Nosotros, así como los israelitas, dijimos una y otra vez: «Haremos todo lo que Dios nos manda».
Nosotros firmamos el término de compromiso; sin embargo, no somos capaces de pagar nuestra deuda. Nuestra propia firma comprueba nuestra deuda para con Dios. Pero cuando Cristo murió en la cruz, él pagó todo, y el comprobante de pago de la deuda fue clavado en la cruz. ¡Cuánta gracia, cuánta misericordia!
La liberación
«…el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo…» (Col. 1:13).
Nosotros ya no estamos más bajo la autoridad de las tinieblas. El enemigo trata de mantener a las personas en las tinieblas, y tiene autoridad para hacerlo, porque las personas le pertenecen. Pero nosotros pertenecemos al Señor, por tanto el enemigo ya no tiene autoridad sobre nosotros. Dios ya nos libertó de la potestad de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor. Así, todo lo que debemos hacer es obedecer al Hijo del amor de Dios.
La derrota del enemigo
¿Qué le sucedió al enemigo? «…y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz» (Col. 2:15).
Cuando Cristo murió en la cruz, él despojó a los principados y autoridades, a todos los poderes de maldad y las huestes espirituales de las tinieblas. Despojó a Satanás y a todas sus huestes y los expuso públicamente en la cruz del Calvario. El diablo fue completamente vencido y, porque Cristo lo derrotó, no hay motivo para que nosotros seamos derrotados hoy. Nosotros podemos reivindicar la victoria de Cristo sobre todas las obras del enemigo.
Estamos mencionando estas pocas cosas para demostrar que nosotros estamos completos en Cristo. No hay nada que necesitemos en términos de conocimiento o de vida que no podamos encontrar en Cristo Jesús. En él habita corporalmente toda la plenitud de la deidad, y nosotros estamos completos en él. Completos, significa que en él estamos plenos. Si esa es nuestra condición, entonces, ¿cuál debería ser nuestra actitud?
Nuestro andar
«Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias» (Col. 2:6-7).
Siendo así, entonces, ¿qué debemos hacer? Nosotros andamos en él, estamos arraigados en él, edificados en él – creciendo en ello con acciones de gracias. No busques nada fuera de él. No mires hacia ninguna otra cosa, sino a él. Encuentra todo en él y, si haces eso, serás libertado de todas las herejías, como por ejemplo el ceremonialismo judaico – carne, bebidas, fiestas, lunas nuevas, sábados. Esas cosas de la época del Antiguo Testamento fueron dadas por Dios, pero eran sombras, eran una preparación para la realidad que había de venir.
Cuando vino Cristo, la realidad, el cumplimiento, el cuerpo del cual todas estas cosas eran la sombra, entonces las sombras desaparecieron. Ya no hay más necesidad de estos ejercicios externos, porque tú tienes la realidad, Cristo. Siendo así, entonces, no hay necesidad de reglas como: No toques esto, no pruebes aquello… y todas esas cosas místicas y especulaciones. No necesitas de ellas, porque fuiste liberado de las cosas del mundo. Tu vida está ahora escondida con Cristo en Dios. Piensa en las cosas del cielo. Nos hemos transformado en un pueblo celestial; somos libres de todas estas cosas terrenales. Amados hermanos, esa es la voluntad de Dios.
El verdadero ministerio
Finalmente, cuando tú encuentras el ministerio del apóstol Pablo, entiendes realmente lo que es su ministerio.
«Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia» (Col. 1:24). Pero, ¿en qué sentido, al final, Pablo desea sufrir por la iglesia? «…a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre» (Col. 1:28).
El verdadero ministerio tiene sólo este objetivo, esta meta: presentar a todo hombre perfecto en Cristo, y en nada más. Si tú intentas ser perfeccionado en cualquiera otra cosa, estarás intentando obtener la imperfección. Si deseas ser perfecto, habrás de ser perfecto en Cristo, y este es el ministerio del apóstol Pablo.
Él advertía, agonizaba, se fatigaba, oraba, y todo eso tenía un único propósito: presentarnos perfectos en Cristo. Sabemos que ese también era el ministerio de Epafras, porque Pablo menciona esto en su oración: «Os saluda Epafras, el cual es uno de vosotros, siervo de Cristo, siempre rogando encarecidamente por vosotros en sus oraciones, para que estéis firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere» (Col. 4:12).
¿Cuál es la voluntad de Dios? La voluntad de Dios es que en él habite toda la plenitud de la Deidad y en él seamos completos. Al estudiar esta breve carta a los Colosenses, podemos ser llenos con el conocimiento pleno de la voluntad de Dios. ¡Oh, que podamos ver a Cristo, la plenitud de Dios, y ser participantes de esta plenitud!
Tomado de Vendo Cristo no Novo Testamento, Tomo III.