El libro de Apocalipsis.
Lecturas: Apocalipsis 1:1-13; 19:10b.
Estudiaremos ahora el último libro del Nuevo Testamento, el Apocalipsis. El primer libro de la Biblia es el Génesis. Este es el comienzo, y sabemos que en el comienzo nos es revelado el propósito de Dios. Apocalipsis es el último libro, y en el final nosotros tenemos la consumación del propósito de Dios: todas las cosas convergiendo en Cristo.
Apocalipsis es un libro de profecía, pues leemos en el inicio: «Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca». Sin embargo, necesitamos recordar que el espíritu de la profecía es el testimonio de Jesús. En Apocalipsis hay muchas palabras proféticas concernientes a los eventos que aún están por acontecer, los cuales ocurrirán prontamente. No obstante, esos eventos venideros son sólo la letra de la Palabra, pues el espíritu de la Palabra es el testimonio de Jesús.
Hermanos, todos nosotros somos curiosos por naturaleza, ansiosos por saber lo que va a ocurrir pronto. De cierta forma, nos sentimos más seguros si tenemos conocimiento de aquello que nos aguarda en el futuro, pero el propósito del libro de Apocalipsis no es satisfacer nuestra curiosidad. Es verdad que nos habla con respecto a sucesos que deben acontecer muy en breve, pero el propósito de este libro no es darnos a conocer lo que está por venir, sino a Aquel que está viniendo. El espíritu de la profecía es el testimonio de Jesús.
¿Qué pasaría si nosotros conociésemos todos los hechos que están por ocurrir y, sin embargo, no estuviésemos preparados para la venida del Señor? ¿Qué sucedería si llegásemos al conocimiento de la palabra de la profecía y no penetrásemos en el espíritu de la profecía? Si eso nos ocurriera, descubriríamos que la letra mata; es el Espíritu el que da vida.
En otras palabras, si tuviésemos un conocimiento intelectual acerca de los eventos futuros mencionados en el libro de Apocalipsis, sin tener, al mismo tiempo, un corazón preparado para la venida del Señor, ese conocimiento meramente intelectual nos traerá condenación en lugar de salvación. Por esta razón, creo que, al estudiar este libro de profecía, es muy importante que tengamos convicción y claridad en nuestros corazones con respecto a nuestro propósito.
Debemos tener muy claro que nuestro principal interés no son los eventos descritos, sino más bien la Persona de aquel que está por venir, Aquel a quien estamos esperando. Si eso está claro en nuestros corazones, ciertamente seremos bendecidos. «Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas».
El libro de Apocalipsis es «la revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto». El apóstol Juan no es el autor del Apocalipsis, aunque su nombre sea mencionado cuatro veces allí. Al leer el evangelio de Juan y su primera epístola, vemos que su nombre no se menciona en ninguno de ellos. Sin embargo, en Apocalipsis, su nombre aparece en cuatro ocasiones. Pero Juan es apenas un escriba, un copista.
El autor del libro de Apocalipsis es el propio Dios, pues en Apocalipsis 1:1 está escrito: «La revelación de Jesucristo, que Dios le dio…». Es la revelación de Jesucristo. En Apocalipsis, el velo es quitado, y Jesucristo es revelado. Y esta revelación de Jesucristo es dada por Dios. Es Dios quien retira el velo, permitiendo que sepamos lo que va a acontecer con su amado Hijo. Dios dio esa revelación a Cristo, y Cristo, a su vez, la mostrará a sus siervos. El Apocalipsis es, por tanto, el Padre revelando al Hijo a su propio Hijo; y su Hijo, a su vez, muestra a sus siervos las cosas que irán a acontecer.
Las siete iglesias en Asia fueron las primeras en recibir y leer este libro; pero ellos no son los únicos a los cuales fue dirigido. Lo que fue revelado allí debe ser mostrado a los siervos de Jesucristo.
¿Quiénes son estos siervos? ¿Quiénes son sus esclavos por amor? Nosotros sabemos que Pablo se sentía honrado en llamarse a sí mismo «siervo de Jesucristo». ¿Quiénes son, entonces, los siervos de Jesucristo? Nosotros, los que fuimos comprados por la preciosa sangre del Señor Jesús. Cada uno de nosotros, cada uno de los que fuimos comprados por la preciosa sangre de Jesús, somos sus esclavos por amor. Él nos compró y nos concedió libertad; podríamos irnos ahora si quisiésemos, pero nosotros no queremos esa libertad, porque le amamos y queremos servirle.
«Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto» (Apoc. 22:6). Este versículo muestra, por tanto, que el libro de Apocalipsis fue, indudablemente, escrito para nosotros. Mas no sólo eso, pues también está escrito: «Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana. Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven» (Apoc. 22:16-17a).
Estas cosas fueron mostradas a la iglesia de Dios y, a medida que la iglesia ve todas estas cosas, «…el Espíritu y la Esposa dicen: Ven». Así, podemos ver que, en verdad, el libro de Apocalipsis fue escrito para la novia. La iglesia, los siervos, la novia, todos son uno. Nosotros somos los siervos de Jesucristo comprados por su sangre, nosotros somos la iglesia de Jesucristo, nosotros somos su novia. Y nosotros somos las personas que recibieron el libro de Apocalipsis.
Muchas personas no leen Apocalipsis porque piensan que este es un libro terrorífico. No obstante, debemos recordar que Apocalipsis es una carta de amor, no una historia de terror para asustar a la gente. Para nosotros que somos la iglesia de Dios, que somos los siervos de Jesucristo, que somos la novia de Jesucristo, Apocalipsis es una carta de amor. Es la última carta de amor escrita para nosotros por nuestro Novio antes de las bodas.
Si consideramos el libro de Apocalipsis desde este punto de vista, podremos constatar cuán precioso y significativo es su contenido. Es la última carta de amor que nosotros recibimos. ¡Después de esta carta, el próximo acontecimiento que nos aguarda es su propia presencia! Él estará aquí y, entonces, serán celebradas las bodas. ¡Eso es algo maravilloso!
El apóstol Juan recibió esta revelación en la isla de Patmos, donde él estaba exiliado, enviado allí por el emperador Domiciano. Algunos piensan que ello ocurrió en la época de Nerón, pero no es verdad, porque en la época de Nerón la persecución aún no se había extendido hasta Asia, sino que estaba centralizada en Roma. Además de eso, en la época de Nerón, el castigo a los cristianos consistía en lanzarlos a los leones o quemarlos. Enviar a los cristianos al exilio fue el método usado por Domiciano.
Por tanto, fue en la época de Domiciano que Juan fue desterrado a la isla de Patmos, una isla estéril y rocosa en la costa de Asia Menor, en el mar Egeo. Fue en Patmos que Juan recibió el libro de Apocalipsis.
El Apocalipsis, el último libro de la Biblia, es la consumación, la culminación de la revelación de Dios. ¿Cuál es el eterno propósito de Dios? El eterno propósito de Dios está centrado en su Hijo amado. La voluntad de Dios es que su Hijo amado sea el heredero de todas las cosas (Heb. 1:2). Es decir, todas las cosas serán sujetas a Cristo Jesús.
De entre todas las cosas, el hombre es lo central y lo más importante a ser traído en sujeción a Cristo Jesús, porque el hombre es el centro de todas las cosas que fueron creadas, y es a través del hombre que Cristo heredará todas las cosas. Así, en primer lugar, Cristo nos recibirá a nosotros como herencia. Él hereda a los seres humanos, y después de eso, a través del hombre, él heredará todas las cosas. De esta forma, descubrimos que el hombre ocupa una posición muy importante en todo el plan y el propósito de Dios.
«De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza, a causa de tus enemigos, para hacer callar al enemigo y al vengativo» (Sal. 8:2). En cuanto al hombre, él es como un niño de pecho en comparación con las otras cosas creadas por Dios, porque el hombre fue el último en ser creado, en el sexto día. «Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza» (Gén. 1:26). Y el hombre fue hecho a Su propia imagen.
De tal manera que, en lo referente al orden cronológico en que las cosas fueron creadas, si comparamos al hombre con el planeta Tierra, por ejemplo, o con el universo, concluiremos que, de hecho, nosotros los hombres, somos los que llegamos último; nosotros somos como bebés que maman. Sin embargo, de la boca de los niños y de los que maman, Dios dice que suscitaría alabanzas. ¿Por qué? «…a causa de tus enemigos».
Dios tiene un adversario, Satanás. Pero Él usará a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles –el hombre– para hacer enmudecer al enemigo y al vengativo. En otras palabras, Dios va a usar al hombre como Su vaso e instrumento para traer todas las cosas en sujeción a Él, lo usará para derrotar a su enemigo Satanás, para cerrar la boca del enemigo, para cumplir el propósito de Dios, a fin de que Cristo pueda heredar todas las cosas. No es de sorprenderse que el salmista haya preguntado: «¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?» (Sal. 8:4).
Hermanos amados, cuando recordamos que no somos nada más que polvo y cenizas, los últimos en haber sido creados, cuando recordamos que no somos sino niños de pecho, nos sentimos muy pequeños. No obstante, Dios se acordó de nosotros, primero para que seamos su herencia, y después, para que él venga a heredar, a través de nosotros, todas las cosas. Agradó a él usarnos como sus vasos e instrumentos para derrotar a su adversario, y traer Su eterno propósito a una realización plena. Considerar todo esto nos lleva a humillarnos delante de él y adorarle.
En el libro de Apocalipsis descubrimos que Dios va a hablar con respecto al destino de la humanidad. Es la revelación final de Jesucristo con relación a los hombres; en Apocalipsis se nos muestra cómo él va a poner a los hombres y todas las cosas debajo de Sus pies. De acuerdo con 1ª Corintios 10:32, la humanidad es dividida en tres grupos: los judíos, los gentiles y la iglesia de Dios.
En este estudio, abordaremos el libro de Apocalipsis a partir de estos tres grupos: la iglesia, los judíos y las naciones (los gentiles). Veremos cómo Cristo heredará a su novia; cómo él, el León de la tribu de Judá, la raíz de David, heredará a los judíos, y como Rey de reyes y Señor de señores, él heredará las naciones.
La iglesia
La iglesia es parte del propósito eterno de Dios con relación a su amado Hijo. La iglesia era un misterio escondido en Dios a lo largo de muchas generaciones en las épocas pasadas. Cuando el tiempo apropiado se cumplió, Dios reveló este misterio y se hizo manifiesto por el Espíritu Santo a través de los apóstoles y profetas, de modo que hoy nosotros podemos conocer qué es la iglesia.
La iglesia era algo desconocido en el pasado; era un misterio escondido en Dios, el cual no podía ser conocido antes que Cristo viniese al mundo. Era necesario, en primer lugar, que Cristo viniese al mundo, pues, sin su venida, no podría haber iglesia. Fue a través de su venida, de su encarnación, a través de su vida aquí en la tierra, su muerte y resurrección, que la iglesia vino a existir.
Cuando nuestro Señor estaba en la cruz y murió, un soldado abrió su costado con una lanza, y de esa herida manó sangre y agua. Por tanto, cuando nuestro Señor Jesús murió, su sangre fue derramada para remisión de nuestros pecados, y su vida fue derramada como agua, para que nosotros pudiésemos recibir vida. La iglesia nació por medio de esa sangre y esa agua que brotaron de su costado. Después de eso, en el día de Pentecostés, el Espíritu Santo vino, y ciento veinte creyentes, que eran ciento veinte individuos, fueron bautizados en un cuerpo, una iglesia.
La historia de la iglesia en los primeros años nos es relatada en el libro de los Hechos. Se estima que el Señor Jesús vivió aproximadamente treinta años aquí en la tierra, en tanto que el libro de los Hechos, a su vez, también cubre un periodo aproximado de treinta años, desde el día de pentecostés hasta la época en que Pablo estaba viviendo en Roma, en una casa alquilada, donde predicaba el reino de Dios y enseñaba las cosas concernientes al Señor Jesucristo (Hechos 22:30-31), entre el año 62 ó 63 d. de Cristo. El libro de los Hechos, por tanto, cubre cerca de treinta años, los treinta primeros años de la historia de la iglesia.
El libro de Apocalipsis, por su parte, nos muestra una continuación de la historia de la iglesia. En los primeros tres capítulos, son mencionadas siete iglesias. Estas iglesias son, sin duda, la iglesia del final del primer siglo, pues nosotros sabemos que, al final de ese tiempo, todos los otros apóstoles ya habían muerto, con excepción del apóstol Juan. Juan fue el apóstol que vivió una vida más larga, y fue durante sus últimos años de vida que él recibió esta revelación. Los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis son, por tanto, una continuación del libro de los Hechos, y nos relatan la historia de la iglesia al final del primer siglo.
¿Qué es la iglesia? En el libro de Apocalipsis, las siete iglesias son representadas por medio de siete candeleros de oro. Un candelero, a su vez, no es un objeto con un fin en sí mismo. El propósito de un candelero es sostener la luz de manera que todos puedan verla. De la misma forma, la iglesia no existe para sí misma; ella no es un fin en sí misma, sino un medio para que un objetivo sea alcanzado.
El objetivo de la iglesia es sostener el testimonio de Jesús de modo que todos puedan verlo, de manera que todos puedan ver la luz. Y si la iglesia falla en expresar, en manifestar la luz del testimonio de Jesús, entonces ella habrá fallado en su misión. La iglesia no tiene como objetivo final atraer a las personas a sí misma, sino conducir a las personas a Cristo. Así, las siete iglesias de Asia son representadas por siete candeleros de oro.
Las siete iglesias
Las siete iglesias mencionadas por Juan en el libro de Apocalipsis son iglesias que realmente existían en Asia Menor al final del primer siglo. La Asia Menor mencionada en este texto no se refiere al continente asiático, sino a la provincia romana llamada Asia Menor. El apóstol Juan trabajó en esas siete iglesias en los últimos años de su vida. En realidad, él estaba trabajando en esas iglesias cuando fue enviado al exilio; por eso, él estaba pensando en ellas en el día del Señor, cuando recibió la revelación.
Estas cartas revelan la condición espiritual de aquellas iglesias delante de Dios. Este es un hecho real, es algo histórico. En realidad, en aquella época, había más de siete iglesias en Asia Menor, pues también había iglesias en Colosas y Hierápolis, por ejemplo. Pero el libro de Apocalipsis es un libro profético, y creemos que el Espíritu Santo escogió aquellas iglesias porque ellas hablan proféticamente con respecto a toda la historia de la iglesia hasta la venida de Cristo.
Éfeso
La primera iglesia mencionada en el libro de Apocalipsis, la iglesia en Éfeso, representa a la iglesia en el periodo de tiempo comprendido entre el final del primer siglo y los años iniciales del segundo siglo. La palabra Éfeso tiene dos significados diferentes: deseo, y también debilidad, negligencia, apatía. En el principio, había en la iglesia en Éfeso un gran deseo por el Señor.
La actitud de aquella iglesia podría ser descrita por el Salmo 73:25: «¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra». Esta debería ser la actitud de la iglesia para con el Señor. El deseo de la iglesia es el Señor; la iglesia debe amar al Señor con todo su corazón. Si lees loa historia de la iglesia en sus primeros años, en el libro de Hechos, descubrirás que había un deseo muy intenso por el Señor. Ellos amaban al Señor de modo muy profundo; había en la iglesia el primer amor.
Posteriormente, en la propia iglesia en Éfeso, si lees la carta a los efesios, percibirás que ellos recibieron aquella revelación tan maravillosa y profunda porque ellos amaban al Señor. En el principio, por tanto, ellos amaban al Señor; pero ese deseo intenso por el Señor se fue volviendo cada vez más débil, negligente y apático, hasta que, en los últimos años del primer siglo, la iglesia había abandonado su primer amor.
El Señor desea que su iglesia lo ame intensamente. Él no tiene otro deseo mayor que ese. La iglesia, al final del primer siglo, poseía obras, labor, conocimiento, discernimiento, y no se había desviado de la enseñanza del Señor Jesús; sin embargo, ellos habían perdido su primer amor. El Señor les dice: «Pero tengo contra ti … arrepiéntete…».
Esmirna
La segunda iglesia es Esmirna. La palabra Esmirna es derivada de la palabra mirna, que significa amargura. Cuando la iglesia empezó a perder su primer amor por el Señor, el Señor reaccionó enviando la persecución. No siempre la persecución es algo totalmente malo. Dios usó la persecución para despertar a la iglesia, para que ella tomara conciencia de que había perdido el primer amor. Así, la iglesia fue duramente perseguida a lo largo del segundo y tercer siglos; mas, como fruto de esa persecución, se reavivó la búsqueda del Señor y el deseo intenso por el Señor.
Pérgamo
La palabra Pérgamo significa torre elevada. Al comienzo del cuatro siglo, aproximadamente en el año 303 d. de C., Constantino el Grande llegó a ser el emperador romano. Después de haber conquistado el imperio, Constantino intentó proteger y apoyar el Cristianismo. Favorecido por el emperador, el Cristianismo ya no fue más perseguido, y se volvió la religión más popular del mundo. Innumerables personas, multitudes, entraron en la iglesia.
El emperador dijo a sus soldados que, aquellos que fuesen bautizados, recibirían como recompensa una cantidad de plata y vestimentas. De esa forma, muchos solados se hicieron bautizar, no sólo a causa de la recompensa material, sino también para obtener privilegios del emperador. De inmediato, la iglesia se volvió una torre elevada. La iglesia cayó en el mundo, se mezcló con el mundo, comenzó a aceptar y a enseñar otra doctrina que no era la verdad de la Biblia. Así, a partir del siglo IV hasta el final del siglo VI, la iglesia es representada por Pérgamo.
Tiatira
Después de Pérgamo, viene la iglesia de Tiatira. La palabra Tiatira significa sacrificar, ofrecer asiduamente muchos sacrificios. Tiatira representa el sistema católico romano, el cual se inició al final del siglo VI con el papado de Gregorio I en el año 590, y se extendió hasta la época de la Reforma. El sistema romano fue oficializado y, como consecuencia, fue introducido el sacerdocio especial y la adoración de ídolos. Así, todas estas cosas empezaron a introducirse en la iglesia.
Sardis
Después de Tiatira, viene la iglesia de Sardis. Sardis significa reavivamiento o restauración. En el siglo XVII, Dios levantó reformadores tales como Lutero y Calvino, entre otros. Hubo un reavivamiento, una restauración; pero, por desgracia, nada es perfecto, y la Reforma se transformó en una mera cuestión de nombres en lugar de ser realidad, y gradualmente murió. El nombre permaneció, pero no había vida en su interior. Esta es, aún hoy, la condición espiritual de las iglesias protestantes. Ellas tienen un nombre, pero, ¿dónde está la realidad? ¿Dónde está la vida? Sin embargo, gracias a Dios, hay una nueva reacción de parte de Dios, y tenemos entonces la iglesia de Filadelfia.
Filadelfia
Filadelfia significa amor fraternal, amor de hermanos. A principios del siglo XIX, Dios empezó a levantar un movimiento en la iglesia, al cual nos referimos hoy como el Movimiento de los Hermanos. En todo el mundo, los hermanos empezaron a salir de las denominaciones, pasando a llamarse simplemente ‘hermanos’. Ellos se amaban unos a otros y guardaban la palabra de Dios. Ellos restauraron verdades que habían sido olvidadas por años. Fue un movimiento muy grande e impresionante en el Cristianismo; pero descubriremos que, por desgracia, de manera gradual se transformaron en Laodicea.
Laodicea
Laodicea significa opinión popular. Laodicea es muy democrática, en lugar de ser teocrática. Cuando aquello acontece, aparece la apatía, la tibieza y un enorme orgullo falso. Ellos empiezan a pensar que lo poseen todo; sin embargo, están pobres, ciegos y desnudos. El Señor los llama al arrepentimiento, pues, de lo contrario, los vomitará de Su boca. Laodicea representa a la iglesia de nuestros días; nosotros estamos viviendo en la época de Laodicea.
Lecciones de la historia de la iglesia
Hermanos, al considerar la historia de la iglesia a lo largo de todos estos años, ¿a qué conclusión llegamos? ¿Cuál es la lección que nos enseña la historia de la iglesia?
Hay básicamente dos lecciones. En primer lugar, vamos a constatar que, siempre que Dios confía el testimonio de su amado Hijo en manos de los hombres, dentro de muy poco tiempo, el hombre fracasa. Cuando Dios obra y reacciona, cuando él da revelación, ocurre un gran reavivamiento y una restauración. En la primera generación, parece lleno de vida, dinamismo y vibración; mas, luego, todo empieza a ser organizado. El hombre intenta preservar aquello que Dios empezó.
En la segunda generación, la organización se hace más fuerte, y en la tercera generación, todo lo que resta es una organización sin vida en su interior. Al parecer, este proceso se ha repetido una y otra vez a través de la historia. Siempre que Dios confía su revelación al hombre, el hombre rápidamente la pierde. Esta es la primera lección que obtenemos de la historia.
Sin embargo, gracias a Dios, hay otra lección que nos enseña la historia: Dios nunca desiste. No importa la forma en que el hombre fracase, hemos visto que el hombre fracasó y falló reiteradamente; pero Dios nunca falla. Él nunca desiste. Él está siempre obrando a fin de restaurar todo lo que puede ser restaurado, y él, de hecho, restaura.
Es por esta razón que, en los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis, al final de las cartas a cada una de las iglesias, hay un llamamiento a los vencedores. El Señor está diciendo: ‘Yo les he confiado a ustedes mi testimonio, y no se puede negar que ustedes han fracasado. Pero, a pesar de su fracaso, yo estoy llamando a vencedores de entre ustedes’.
Los vencedores
¿Quiénes son los vencedores? Obviamente, no son personas que están fuera de la iglesia. Los vencedores están en la iglesia, y no son ‘súper’ cristianos; son cristianos normales. Muchos son anormales, hoy las personas viven en un nivel inferior a la vida cristiana normal, pero Dios está llamando a los cristianos normales, aquellos que responden a la gracia de Dios y son fieles a Su testimonio.
Al final del primer siglo, comprobamos que, en las siete iglesias, sin excepción, Dios llama a los vencedores, y él encuentra a sus vencedores. En los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis, son mencionados los vencedores de la iglesia al final del primer siglo. Fue a través de aquellos vencedores que el testimonio de Dios fue mantenido en esa época. Los vencedores sostuvieron el testimonio de Dios y, al hacerlo, mantuvieron ese testimonio en nombre de toda la iglesia.
En Apocalipsis 7:10 es mencionada una gran multitud que nadie podía contar. Ellos estaban delante del trono de Dios, con vestiduras blancas y palmas en sus manos. Esa multitud clamaba a gran voz: «La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero». ¿Qué multitud es aquella? ¿Quiénes son esas personas? Sabemos que los vencedores recibirán vestiduras blancas como recompensa; esas vestiduras representan la justicia de los santos. Sabemos también que las palmas, en la Escrituras, son símbolos de victoria. Esta es, por tanto, una visión de los vencedores de la iglesia desde el final del primer siglo hasta los últimos días.
De hecho, al considerar la historia de la iglesia, percibimos que, desde el final del primer siglo hasta nuestros días, Dios tiene sus vencedores en todos los lugares, de generación en generación, y son una multitud incontable. Podemos ver fallas y fracasos por doquier, mas damos gracias a Dios, porque él tiene sus verdaderos vencedores, innumerables vencedores, en todo lugar. Es posible que, a los ojos de los hombres, ellos estén escondidos, pero ellos son conocidos por Dios y, a través de estos vencedores, el testimonio de Jesús ha sido preservado a lo largo del tiempo. ¡Gracias a Dios por ese número incontable de vencedores!
Al llegar al capítulo 12, encontramos otra visión, la visión de la mujer que da a luz un hijo varón. ¿Cuál es el significado de esta visión? Ella nos habla de algo que ocurrirá en los días postreros. Hermanos, permítanme decirles algo: ¡Nosotros estamos viviendo en los últimos días! La mujer descrita en esta visión representa a la iglesia en los últimos días. ¿Ella está revestida de una gloria tan grande! En verdad, eso es lo que la iglesia debería ser, una iglesia gloriosa.
Sin embargo, nosotros vemos que el dragón no está interesado en la mujer, ni aun se preocupa de ella. ¡Piensen en lo que eso significa! La mujer está revestida de mucha gloria, pero el dragón, no obstante, no la toma en cuenta. Esto significa que el dragón sabe que ella no puede hacer nada contra él; ella no tiene ningún poder o influencia en la esfera espiritual. La iglesia debería ser gloriosa, pues fue salva de manera gloriosa, y de modo glorioso recibió gracia y dones. Sin embargo, en el ámbito espiritual, Satanás, el dragón escarlata, sabe que no hay poder en la iglesia; la iglesia no significa amenaza alguna para su reinado.
Así, pues, Satanás no se ocupa con la mujer, sino que concentra su atención en la criatura que está por nacer. Aquella mujer encinta estaba próxima a dar a luz, y le nacería un hijo varón; y el dragón pretendía devorar a la criatura cuando ésta naciese, porque él sabía que el hijo varón sería lleno de poder. Ese hijo representaría su caída. Por esta razón, Satanás quería devorar al hijo varón cuando éste naciese; mas, este hijo fue arrebatado para el trono.
El hijo varón mencionado en esta visión se refiere a un grupo de personas, porque, posteriormente, en el mismo capítulo 12, descubrimos que los hermanos vencieron al enemigo, al acusador, «…por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte» (Apoc. 12:11). El hijo varón representa a los vencedores en los últimos días. Dios aun va a tener sus vencedores en los últimos días, los cuales serán arrebatados vivos para el trono.
Hermanos, ¡nosotros no estamos esperando la muerte, sino que estamos esperando ser arrebatados en vida! Nosotros estamos viviendo el fin de los tiempos. ¡Tenemos esta oportunidad, este privilegio; estamos viviendo un momento emocionante y lleno de impresionante expectativa! Nosotros estamos esperando y deseando ardientemente que nazcan los vencedores, y en cuanto el número de ellos esté completo, serán arrebatados para el trono, y el enemigo será lanzado desde los aires a la tierra.
«…por medio de la sangre del Cordero…». Los vencedores de los últimos días son aquellos que vencieron por medio de la sangre del Cordero; no vencieron por ser perfectos. Son tan débiles como cualquier otro, pero ellos confesaron sus pecados. Ellos confían en la sangre de Jesús y están siendo lavados constantemente, de modo que sus vestiduras son mantenidas blancas todo el tiempo.
«…y de la palabra del testimonio de ellos». ¿Cuál era su testimonio? El testimonio de los vencedores es: «Jesús es el Señor». Jesús es el Señor de la vida de ellos, y ellos declaran esto abiertamente y poseen una vida que comprueba el testimonio de sus labios. Tal testimonio tiene poder.
«…y menospreciaron sus vidas hasta la muerte». Por amor al Señor, ellos están dispuestos a perder, a entregar su propia vida, la vida de su alma. Hermanos, estos son los vencedores en los últimos días. ¡Oh, que nosotros podamos, por la gracia de Dios, estar entre los vencedores!
Al inicio del capítulo 14, es mencionado un grupo de 144 mil personas, sobre el monte de Sion, junto con el Cordero. Ellos cantaban un cántico nuevo, conocido sólo por ellos. ¿Quiénes son estas personas? Son, sin duda, los vencedores al final de la gran tribulación, pues sabemos que habrá una siega al final de la gran tribulación. Este grupo de 144 mil junto al Cordero sobre el monte de Sion, por tanto, son los vencedores de la iglesia al término de la gran tribulación.
En el capítulo 19 se describe a un hombre montado sobre un caballo blanco. Es el propio Señor Jesús, el Verbo de Dios. Él es seguido por un ejército, que representa a los vencedores en la segunda venida de Cristo. Ellos serán la esposa del Cordero.
Los capítulo 21 y 22 describen la consumación, o sea, toda la iglesia estará en aquella nueva ciudad, la nueva Jerusalén, porque el nombre de los doce apóstoles está sobre los cimientos de la ciudad. El Señor heredará su iglesia y ella será su Esposa eternamente.
El libro de Apocalipsis nos dice que, a pesar del fracaso del hombre, Dios tendrá la novia para su Hijo, y el Hijo, por su parte, tendrá finalmente una iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino santa y sin defecto. Habrá una unión eterna con Cristo. ¡Gracias a Dios por ello! Él es digno. Esta, por tanto, es la revelación de Dios con relación al destino final de la iglesia.
Los judíos
Los judíos son otro misterio. Dios escogió a los judíos por causa de Abraham, el padre de ellos. En Romanos 9:4-5, Pablo nos dice que los judíos son el pueblo escogido de Dios. «…de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas; de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén».
Los judíos fueron escogidos por causa de su padre, Abraham. Ellos son una raza escogida, a ellos les pertenece la adopción, la filiación, la gloria, el pacto, la ley, el culto, las promesas, los patriarcas, y el propio Señor Jesucristo desciende de ellos. Sin duda, ellos son un pueblo muy privilegiado.
Sin embargo, por causa de su ceguera, ellos rechazaron al Mesías cuando él vino, y fueron, como nación, puestos temporalmente aparte. Sin embargo, es necesario recordar que eso no significa que todos los judíos fueron rechazados; sólo la nación fue temporalmente puesta de lado, pero eso no es algo permanente. A lo largo de los siglos, muchos judíos han sido salvos. En verdad, al principio, todos los creyentes eran judíos que se habían convertido al Señor. El propio Pablo dice que él mismo, siendo judío, pertenecía al Señor.
Por tanto, a través de los siglos, los judíos, no como nación, sino individualmente, se han tornado parte de la iglesia. La iglesia está formada tanto por judíos como por gentiles, pues en Cristo no hay diferencia entre judío y gentil. Los judíos, como nación, fueron puestos aparte a causa de su ceguera. Han sido dejados de lado momentáneamente como raza escogida, hasta que haya llegado la plenitud de los gentiles o la plenitud de las naciones, y entonces todo Israel será salvo (Rom. 11:25-26).
Hermanos, a causa de su ceguera, los judíos fueron esparcidos por todo el mundo. La única cosa que el Señor Jesús maldijo cuando estuvo en la tierra, fue una higuera. Aquella higuera tenía hojas, pero no frutos. La higuera es símbolo de la nación judía. Dios había sido bondadoso para con ellos. Cristo había venido a ellos y había trabajado en su medio por tres años, sin que ellos produjesen fruto alguno. Ellos sólo tenían hojas (apariencia), tenían la forma de la piedad, pero carecían del poder correspondiente. Por eso, el Señor maldijo a la higuera, y ésta se secó desde la raíz.
Por muchos años, el pueblo de Israel vivió esparcido por todo el mundo; sin territorio, sin gobierno, sin nación. Entretanto, curiosamente, ellos nunca fueron asimilados y, al contrario, de diferentes formas, ellos han controlado el mundo. Ellos fueron perseguidos injustamente, pero el Señor dijo que llegaría el tiempo en que las ramas de la higuera comenzarían a brotar, y eso es señal de que el verano está cerca. A través de eso, sabríamos que el Señor está a las puertas.
En 1948, para sorpresa de los políticos y estadistas del mundo entero, la nación de Israel fue restablecida de modo repentino, como surgida de la nada. Sin embargo, debemos recordar que aquella fue una restauración política; la restauración religiosa aún no ha ocurrido.
Aunque la nación de Israel haya sido restablecida, ellos estaban cercados de enemigos por todos lados. Nunca se sintieron seguros. El mayor problema de la nación israelita era la falta de seguridad. ¿De qué forma Israel podría sentirse seguro? ¡De ninguna manera! Pues el Príncipe de Paz aún no venía. Ellos no tenían paz. Por esta razón, el mayor deseo de la nación de Israel es tener seguridad y, de acuerdo con Daniel capítulo 9, cuando el fin estuviese próximo, surgirá alguien afirmando poder garantizar la seguridad de Israel.
Un día, el anticristo hará un pacto de paz con la nación de Israel, prometiendo garantizar la paz y la seguridad de la nación por un periodo de siete años. Toda vez que la paz y la seguridad son la mayor preocupación de Israel, ellos creerán en las promesas del anticristo y caerán en una trampa, pues, en medio de ese periodo de siete años, el anticristo va a revelar quién es él realmente, y quebrantará el pacto hecho con Israel. Entonces la nación de Israel entrará en el «tiempo de angustia» profetizado en Jeremías 30:7.
Es cierto que Dios se refiere a los judíos en el libro de Apocalipsis, pues en el versículo 1:7 está escrito: «He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén». Sabemos que, en aquel día, las naciones van a sitiar Jerusalén y se lanzarán sobre ella.
«Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito» (Zac. 12:10). Al seguir leyendo el libro de Zacarías, vemos que será abierta una fuente a fin de limpiarlos de todas sus iniquidades.
Al inicio del libro de Apocalipsis, el Señor nos muestra que, al final, él va a retornar a la nación de Israel. El Señor nunca olvidó su promesa, nunca olvidó su alianza con Abraham, Isaac y Jacob. Así, vemos que en la primera parte del capítulo 7 de Apocalipsis hay 144 mil que fueron sellados con el sello del Dios vivo. No debemos confundir aquellos 144 mil con el grupo mencionado en el capítulo 14, porque son dos grupos diferentes de personas.
En el capítulo 7, este número se refiere a judíos de las doce tribus de la nación de Israel, sellados con el sello del Dios vivo. Recordemos que ellos no son sellados con el sello del Cordero, sino con el sello del Dios vivo. O sea, antes que venga la ‘angustia de Jacob’, Dios preparará a su pueblo escogido. Habrá, entre aquellos que pertenecen a la nación de Israel, un determinado número de judíos piadosos. Ellos no son cristianos, pues no tienen sobre sí el nombre del Cordero, mas son judíos piadosos sellados con el sello del Dios vivo. Ellos creen en el Dios vivo.
Por tanto, aunque haya habido un reavivamiento político de la nación de Israel, cuando el fin esté próximo, Dios tendrá un grupo de hombres y mujeres entre el pueblo de Israel que tendrá sobre sí el sello del Dios vivo, judíos piadosos y devotos. Cuando venga la ‘angustia de Jacob’, ellos serán intensamente perseguidos, mas Dios ya habrá puesto su sello sobre ellos y, por el poder de Dios, ellos serán preservados.
En el capítulo 11 está escrito que Dios les enviará dos hombres, dos testigos. Se trata de dos profetas que van a fortalecerlos, porque ellos estarán pasando por la ‘angustia de Jacob’. Para los cristianos, ese periodo es llamado la Gran Tribulación. Ambos son eventos simultáneos; de hecho, son una única cosa.
Cuando el anticristo haya creado su imagen y desee que todos lo adoren, habrá dos grupos de personas que se rehusarán a adorarlo: los cristianos y los judíos piadosos, y por tal motivo, ellos serán perseguidos por un periodo de tres años y medio. Pero Dios enviará a dos testigos, los cuales fortalecerán a los judíos piadosos (Apoc. 11). Es muy probable que estos dos hombres sean Moisés y Elías, los más respetados entre el pueblo judío: el legislador y el profeta.
Entonces, en Zacarías capítulo 14, está escrito que las naciones se reunirán en torno a Jerusalén. La ciudad será tomada, pero el Señor mismo vendrá y pondrá sus pies sobre el monte de los Olivos, el cual será hendido por el medio, y un tercio del pueblo judío que esté en Jerusalén huirá a través del valle allí formado. Él vendrá a libertar a su pueblo. Ellos lo verán con sus propios ojos, se arrepentirán, serán lavados y purificados, y todo Israel será salvo.
Después de la batalla de Armagedón, habrá el reino milenial. Durante este reino, la nación judía será el centro de todas las naciones. Ellos serán una nación de sacerdotes; saldrán y enseñarán los caminos de Dios a las otras naciones.
Finalmente, sabemos que ellos tendrán un lugar en la nueva Jerusalén, pues el nombre de las doce tribus está escrito sobre las doce puertas. Será la consumación, la realización final de toda la obra de Dios a través de los siglos. Tanto los santos del Antiguo Testamento como los del Nuevo Testamento estarán juntos, siendo parte de la esposa del Hijo eterno. Cristo heredará a la nación judía. Él será aceptado como el Hijo de David, el León de la tribu de Judá.
Las naciones
¿Qué nos dice el libro de Apocalipsis con respecto a las naciones? En el capítulo 5 se describe una visión en la cual el Cordero está delante del trono y recibe un librito de aquel que está sentado en el trono. Este libro es el certificado de propiedad de esta tierra. O sea, la tierra no le pertenece a Satanás; al contrario, Satanás es un usurpador y no el propietario. Dios es el propietario; e él pertenece la tierra. Él nunca entregó a nadie el derecho a poseer la tierra; pero ahora, al pasar el librito a las manos del Cordero, Dios está entregando la tierra a su amado Hijo, al que venció.
Luego, vemos que el Cordero comienza a traer a las naciones de la tierra en sujeción al Señor, hasta que ellas estén debajo de sus pies. Sin embargo, cuando Dios, a través de su amado Hijo, comienza a traer de vuelta a sí mismo a las naciones de la tierra, entonces surge la oposición. Eso explica por qué empieza a ocurrir toda aquella serie de desastres y catástrofes a medida que los sellos son abiertos y las trompetas se hacen oír. Estos desastres son el resultado de la oposición satánica y de resistencia al cumplimiento del propósito de Dios.
Satanás y el mundo tratarán de impedir que Cristo venga a recibir la tierra por herencia y, por este motivo, comienzan a ocurrir todos aquellos desastres y catástrofes. Eso explica los ‘Ay, ay’ que sobrevienen al mundo. No culpen a Dios por esas cosas. En verdad, esto es apenas el comienzo de los dolores de parto. Dios hará que algo nazca a través de todos aquellos desastres. Todas esas catástrofes serán un instrumento en las manos de Dios, a través del cual nacerá algo que está en su corazón. ¡Cuán grande es la sabiduría de Dios!
A medida que el final se aproxima, el anticristo, Satanás, intenta hacer su último esfuerzo a fin de resistir al reino de Dios. Mas el Señor herirá a sus enemigos con la Palabra de su boca (Apoc. 19). Satanás será atado y arrojado al abismo, el cual será cerrado y sellado; el anticristo y el falso profeta serán lanzados al lago de fuego, y aquellos que resistieron al Señor serán muertos.
Después de aquello, entonces, habrá un juicio de las naciones, las naciones serán reunidas ante la presencia del Hijo del Hombre, y serán separados unos de otros, como el pastor separa a los cabritos de las ovejas (Mateo 25), y vendrá el reino milenial.
El Milenio
El Milenio es aquello con lo cual siempre soñaron y desearon los filósofos y los idealistas, la utopía. Un día, la utopía se hará realidad. Cuando Cristo reine aquí en la tierra, él reinará con justicia y regirá a las naciones con vara de hierro (Isaías 11:5-10).
En Miqueas 4:3, está escrito que las naciones poderosas convertirán sus espadas en rejas de arados, y sus lanzas en hoces: una nación no levantará su espada contra otra nación, ni se ensayarán más para la guerra. Habrá paz sobre la tierra, porque ,finalmente, llegará el Príncipe de Paz. Esta es la descripción del Milenio.
El juicio final
Después del Milenio, habrá la última rebelión, y luego el último juicio (Apoc. 20). Todos los muertos resucitarán, y serán juzgados de acuerdo con las obras que realizaron en la tierra. Todo aquel cuyo nombre no esté escrito en el Libro de la Vida será juzgado en aquel día y lanzado al lago de fuego. El viejo cielo y la vieja tierra serán quemados. Habrá nuevos cielos y nueva tierra. La nueva Jerusalén descenderá sobre la tierra, y las naciones andarán a la luz de la ciudad santa y traerán su gloria a Dios.
Hermanos amados, Cristo será el Rey de reyes y Señor de señores. En esto consiste el libro de Apocalipsis: el testimonio de Jesús; Dios dando testimonio de que su Hijo heredará todas las cosas – la iglesia, el pueblo judío y las naciones.
Siendo así, ¿qué responderemos a la luz de todo esto? Nuestra respuesta como la novia de Cristo debe ser: «¡Ven, Señor Jesús!».
Traducido del portugués de
«Vendo Cristo no Novo Testamento».