La Epístola de Judas.
Lecturas: Judas 1-25.
El libro de Judas, que está entre los menores del Nuevo Testamento, es también uno de los libros menos valorados por el pueblo de Dios. Es probable que algunos hermanos nunca lo hayan leído; sin embargo, este es un libro muy importante en los días que vivimos, porque nos habla acerca de algunas cosas que ocurrieron en la iglesia del primer siglo después de aquel periodo de la vida de la iglesia relatado en el libro de los Hechos.
El libro de los Hechos nos muestra el inicio de la historia de la iglesia, pero esta breve carta de Judas nos revela algo de la historia después de aquel periodo inicial. En cierto modo, esta epístola tipifica lo que ocurrirá al final del periodo de la iglesia. Alguien comparó ambos libros haciendo un juego de palabras, diciendo que, así como el libro de Hechos es llamado «los hechos de los apóstoles», el libro de Judas puede ser llamado «los hechos de los apóstatas». Es a través de la apostasía que el hombre de pecado, el hijo de perdición, se revelará al mundo.
Desde el punto de vista profético, el último periodo de la era de la iglesia es el periodo de Laodicea según los mensajes a las siete iglesias registrados en el libro de Apocalipsis. Laodicea representa a la iglesia en su último estadio, y nosotros estamos viviendo en el final de los últimos días. Por tanto, hablando de un modo general, estamos viviendo en el periodo de Laodicea.
¿Cuáles son las características de Laodicea? Una palabra lo resume todo: tibieza. La iglesia es tibia; ni caliente ni fría. Sabemos que la levadura, a fin de leudar la masa, debe estar levemente temperada. La masa necesita ser mantenida tibia para que el fermento actúe. El propio Señor Jesús dijo: «El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado» (Mat. 13:33). Y, en verdad, ya al final del periodo apostólico, vemos que el fermento había sido colocado secretamente en las tres medidas de harina.
Este fermento sigue actuando hasta el periodo de Laodicea. Por este motivo, es vital que sepamos lo que está ocurriendo hoy en la iglesia. Necesitamos reconocer la condición en que se encuentra la iglesia y, por la gracia de Dios, evitar que ese proceso se propague. Debemos apartarnos de tal condición y seguir avanzando en dirección al Señor. Por eso, el libro de Judas es tan importante para nosotros.
Esta carta fue escrita por «Judas, siervo de Jesucristo, y hermano de Jacobo». Judas era un nombre muy común en aquella época. En el Nuevo Testamento, encontramos cinco personas con ese nombre. En Mateo 10:4, se menciona que uno de los doce apóstoles de nuestro Señor era «Judas Iscariote, el que también le entregó». Y aun entre ellos había otro Judas, llamado «Judas hermano de Jacobo». Este mismo es citado en Mateo 10 con el nombre de Tadeo. Fue este quien hizo al Señor una pregunta en Juan 14: «Le dijo Judas (no el Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo?».
En Hechos capítulo 9, el Señor se aparece a Ananías y le ordena que busque a Pablo, el cual estaba en casa de Judas, en Damasco. Este es el tercer Judas mencionado en el Nuevo Testamento. Luego, en Hechos 15 se alude a una cuarta persona llamada Judas, cuando la iglesia en Jerusalén envía una carta a las iglesias de los gentiles por medio de dos hermanos, uno de ellos llamado «Judas que tenía por sobrenombre Barsabás». Y la quinta persona mencionada con este nombre era uno de los hermanos del Señor Jesús según la carne (Mateo 13 y Marcos 6).
¿Cuál de estos cinco Judas es el autor de esta epístola? De un modo general, todos concuerdan en que el autor es Judas el hermano de sangre de nuestro Señor Jesús. Es importante observar que este Judas se llama a sí mismo «siervo de Jesucristo», y no «hermano de Jesucristo». Tal vez él haya hecho eso porque, aun siendo hermano de sangre de Jesús, él no creyó en el Señor mientras él estuvo en la tierra. Sólo después de la resurrección, sus hermanos sanguíneos vinieron a conocerlo como su Señor. Tal vez por eso, Judas no quiso referirse a sí mismo como «hermano de Jesucristo», pues él no se sentía digno.
Sin embargo, yo creo que hay aun otra razón mejor que esa. Él no se refirió a sí mismo como «hermano de Jesucristo» porque nuestra relación con el Señor Jesús es siempre según el Espíritu, nunca según la carne. De tal manera que, aunque Judas fuese hermano carnal de nuestro Señor, no fue esa la relación que prevaleció. La comunión que ahora está en vigor es la comunión en el Espíritu, y de acuerdo con ese relacionamiento espiritual, Judas es un siervo de Jesucristo, sólo un esclavo de Cristo por amor a Él. Creo que eso define perfectamente cuál debe ser nuestra relación con Cristo hoy.
No obstante, Judas desea identificarse en su carta y, por eso, también se refiere a sí mismo como «hermano de Jacobo». Jacobo, a su vez, era conocido por todos en aquella época, porque era uno de los hermanos que ejercía función de autoridad en la iglesia en Jerusalén. Así pues, Judas se refiere a sí mismo como hermano de Jacobo, identificándose de modo que todos puedan saber quién era el Judas que escribía aquella carta.
Aunque Judas no menciona el nombre del destinatario, es bastante probable que él haya enviado su carta a las mismas personas a las cuales escribieron Santiago y Pedro. En lugar de especificarlas, él simplemente dice: «…a los llamados, santificados en Dios Padre, y guardados en Jesucristo». En cierto modo, esa descripción nos incluye a todos nosotros. Gracias a Dios, nosotros somos los llamados. Dios nos llamó de entre todas las tribus, lenguas, pueblos y naciones; nos llamó en su amado Hijo; nos escogió en Cristo Jesús antes de la fundación del mundo; nos llamó por su misericordia y gloria, por su gracia.
No fuimos nosotros quienes tomamos la iniciativa y nos ofrecimos a Dios espontáneamente. No somos voluntarios, sino que fuimos llamados. Aquel que se ofrece voluntariamente para hacer algo, puede cambiar de idea en cualquier momento y desistir de lo que se había propuesto. Pero nosotros fuimos llamados, y luego fuimos cautivados. Y aún más, no somos sólo aquellos que fueron llamados, sino también los «santificados en Dios Padre». Nosotros somos preciosos para nuestro Padre celestial; él nos ama profundamente.
Pero aun esto no lo es todo, pues somos también guardados en él y por él. Es él quien nos preserva y guarda. Gracias a Dios, no sólo somos llamados, sino también amados y guardados. Estas son las características de las personas a quienes Judas escribió su carta. De tal manera, amados hermanos, que esta epístola está dirigida a nosotros.
Cuando Judas empezó a escribir su epístola, su intención era referirse a nuestra común salvación, esta salvación en Cristo Jesús la cual todos nosotros compartimos, porque este era un asunto muy precioso a su corazón. Sin embargo, al comenzar su escrito, él fue llevado a tocar otro asunto. En lugar de describir nuestra común salvación, el Espíritu Santo lo guió a darnos una exhortación. Judas fue despertado en su espíritu, tras haber visto la condición de la iglesia en aquel tiempo o haber presentido aquello que estaba por venir sobre la iglesia.
Exhortación a la iglesia
Sabemos que la palabra exhortar significa advertir, avisar, y al mismo tiempo alentar, animar. La exhortación incluye siempre estos dos elementos. Somos advertidos contra algo que no procede de Dios y alentados a avanzar hacia aquello que es de Dios.
«…me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos» (v. 3). ¿A cuál fe se está refiriendo Judas? Esta fe, que fue entregada de una vez por todas a todos los santos, incluye toda la revelación, toda la verdad dada por Dios a la iglesia por medio de los apóstoles y profetas. Es nuestra herencia, nuestra fe, el fundamento sobre el cual edificamos. Es la fe por excelencia.
Toda la verdad de Dios que constituye nuestra fe fue dada una vez para siempre por medio de la palabra de Dios. Toda la verdad revelada nos fue entregada una vez, y hoy podemos encontrarla en las páginas de nuestra Biblia. Así, pues, no necesitamos esperar nuevas verdades o nuevas revelaciones distintas de aquello que está registrado en la Biblia, porque toda la verdad sobre la cual está basada nuestra fe, ya nos ha sido dada por entero.
En seguida, en este mismo versículo 3, somos exhortados a batallar diligentemente. Por el hecho de estar escrito que debemos contender ardientemente por la fe, muchas personas se entusiasman, llenas de celo, y empiezan a disputar y discutir acerca de aquello que ellas creen ser su fe. Algunos, por ejemplo, se pelean con otros por causa de la fe que tienen acerca de la verdad llamada arrebatamiento. Ellos van a ‘explicar’ lo que creen es el arrebatamiento, y después de eso, dicen: ‘Esto es lo que creemos sobre este asunto. Si tú no crees lo mismo, estás excluido de nuestra comunión’.
A lo largo de casi dos mil años de cristianismo, el pueblo de Dios ha luchado entre sí, peleando unos con otros a causa de ciertos aspectos de la fe, porque ellos piensan que, si son flexibles en algún punto, o tratan de llegar a un acuerdo acerca de algún tópico de la fe, ellos estarán abandonando su fe. Por tal razón, creen que su obligación es luchar por la fe, hasta la muerte.
Lo que ocurre, en verdad, es que este versículo es mal utilizado, pues «contender ardientemente» no significa que debemos luchar a muerte para imponer una interpretación que nos parece ser verdadera. La palabra contender, aquí, significa esforzarse; significa simplemente que somos exhortados a esforzarnos, a poner empeño, por la fe que una vez fue dada a los santos.
Pablo, en 2ª Timoteo 4:7, dice: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe». En otras palabras, él nos está mostrando que hay una fe dada a los santos, y esa es la fe que nosotros debemos buscar, es la fe que debemos conquistar. Por esa fe debemos esforzarnos, debemos procurar poseerla, y así no fracasaremos en ninguna de aquellas cosas que ya fueron dadas por Dios a través de la gracia en Cristo Jesús. Por tanto, no debemos usar aquello que acostumbramos a llamar «fe» con el propósito de luchar unos contra otros; sino al contrario, una vez que percibimos esta fe, debemos esforzarnos por asirla, buscándola diligentemente, para no fracasar.
Nosotros vivimos en el tiempo de la apostasía, y por esta razón, tenemos que pelear con fervor por la fe que ya ha sido dada a los santos. De lo contrario, fracasaremos, así como otros fracasaron. No desistas de esa fe; vive de ella, trabaja por ella, esfuérzate por ella, búscala, lucha por alcanzarla, hasta que la conquistes. Empéñate en obtener esta fe hasta el día en que la conquistes, hasta que ella se torne tu herencia, tu posesión. Este es el significado de la expresión usada por Judas.
Los apóstatas
El tema de la epístola de Judas es la apostasía. Aunque la palabra apostasía no aparece explícita, este tema está presente a lo largo de toda la carta. Apostasía es una palabra de origen griego. Apo, significa de, y stasia, permanecer apartado. Apostasía significa entonces apartarse, desviarse, salir de la posición que estaba siendo ocupada originalmente. La apostasía significa que tú te apartas, pierdes la posición que ocupabas.
En 2ª Tesalonicenses 2:3, está escrito que habrá una apostasía, una deserción, antes que el hombre de pecado, el hijo de perdición, aparezca en la tierra. Este es el anticristo. Antes de que él se manifieste, habrá una deserción general en la iglesia, un abandono general de la fe. El hecho de que la iglesia se aparte de la posición que ocupaba originalmente, y los hijos de Dios comiencen a perder aquello que poseían en un principio, preparará el camino para la venida del anticristo.
Hermanos, nosotros estamos viviendo el día de la apostasía. Estrictamente hablando, apóstatas no se refiere a los incrédulos, porque un incrédulo nunca ocupó alguna posición en la iglesia de Dios. Tú no puedes dejar algo que nunca tuviste. Pero, si poseías algunas cosas y luego empezaste a abandonarlas, eso es apostasía.
En Hebreos capítulo 6, por ejemplo, se describe la condición de un determinado grupo de personas. Ellos poseían «…el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios, de la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno» (v. 1-2). Sin duda alguna, eran creyentes. Y la Palabra prosigue diciendo que ellos «…fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero» (v. 4-5). Esta descripción no es aplicable a los incrédulos. Ellos eran cristianos, pero se desviaron, se apartaron, apostataron.
Hebreos 10:26 muestra otro ejemplo de la apostasía: «Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad…». La expresión «conocimiento», aquí, es la traducción de la palabra griega epignosis, la cual habla de un conocimiento pleno de la verdad, no sólo un conocimiento superficial. Significa que nosotros llegamos hasta el conocimiento mismo del propósito de Dios en Cristo Jesús. Y, si después de eso, pecamos deliberadamente, esto equivale a pisotear al Hijo de Dios, a profanar la sangre del pacto con la cual fuimos santificados, y a ultrajar al Espíritu de gracia (v. 29).
La apostasía no es algo que ocurre en el mundo; es algo que ocurre en la iglesia. La descripción del párrafo anterior se refiere a creyentes. Son personas que habían creído en el Señor, conocieron al Señor, recibieron al Señor, y abandonaron la fe. Dejaron la fe que antes poseían. Eso es algo muy, muy serio.
Existen diferentes grados de apostasía. Pero el punto principal en este asunto es que nosotros debemos apegarnos firmemente a la fe que ya una vez nos fue dada. Tenemos que luchar por ella, buscarla, esforzarnos por ella, para no abandonarla. Esto es algo muy serio. La cristiandad de hoy está muy lejos de aquella fe que una vez fue dada a la iglesia. Estamos viviendo el tiempo de la apostasía.
«Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo» (Jud. 4).
Hay una semejanza muy grande entre el libro de Judas y el capítulo 2 de la segunda carta de Pedro. Por eso, algunos estudiosos de la Biblia suponen que uno de los textos fue copiado del otro, aunque no pueden definir quién copió a quién. Hay diversas opiniones al respecto, pero mi convicción personal es que Judas utilizó los escritos de Pedro, porque, en 2ª Pedro 2, está escrito: «…habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina». Pedro está diciendo que los falsos maestros vendrán.
Judas, no obstante, dice: «Porque algunos hombres han entrado encubiertamente… que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo». Es decir, Pedro anticipó que los falsos maestros vendrían, en tanto que Judas está afirmando que ellos ya habían llegado. Por tal razón, creo que Judas utilizó los escritos de Pedro.
La gracia de Dios
¿Quiénes son los apóstatas? Aquellos que transforman la gracia de Dios en libertinaje. Ellos conocen la gracia de Dios. ¿Qué es esta gracia? Es la gracia de Dios manifestada en su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. La gracia de Dios es su propio Hijo. Es a través de nuestro Señor Jesús que nosotros recibimos gracia, dones, bendiciones gratuitas, favor inmerecido, vida eterna. Aquellas personas conocen la gracia de Dios, pero la convierten en libertinaje.
Amados hermanos, todos nosotros hemos recibido la gracia de Dios, y necesitamos afirmarnos en ella. No deberíamos desperdiciarla ni transformarla en libertinaje. Hay quienes se atreven a sostener lo siguiente: ‘La gracia de Dios para con nosotros es tan abundante, que no importa si nosotros pecamos. No hay problema alguno en pecar. Es tal su gracia, que él finalmente nos perdonará. Podemos vivir nuestra vida según nuestra propia voluntad, porque la gracia de Dios es sobreabundante’. Sin duda, esto es convertir la gracia de Dios en libertinaje.
La gracia de Dios nos es dada para que podamos ser santos. Si no la tuviésemos, ¿cómo podríamos serlo? ¿Cómo podríamos ser separados y pertenecer a Dios por completo? ¿Cómo podríamos vivir piadosamente y ser como Dios es? ¿Cómo podríamos tener en nosotros el carácter de Dios? ¡Sería imposible! La gracia de Dios nos ha sido mostrada en Cristo Jesús para que podamos ser un pueblo apartado, santificado, a fin de poder servir y glorificar a Dios. Pero, algunos transforman la gracia de Dios en libertinaje, perversión, inmoralidad; transforman la gracia de Dios en una excusa para vivir de acuerdo con su propia voluntad, ¡y eso es apostasía!
Monarca absoluto
«…y niegan a Jesucristo, nuestro único y Soberano Señor» (v. 4, NVI). Si ellos niegan al Señor, es porque un día lo habían confesado; de lo contrario, no podrían negarlo. Judas se refiere aquí a personas que aún no habían llegado al extremo de negar al Señor Jesús como su Salvador. Negar al Señor como Salvador es el espíritu del anticristo, al cual se refiere Juan en su primera carta. Ellos, por tanto, no habían negado al Señor como Salvador, pero lo negaban como nuestro único Soberano y Señor.
La palabra soberano utilizada en este versículo corresponde, en el griego, a una palabra especial que significa déspota. Esta palabra tiene hoy una connotación negativa, aludiendo a un monarca absoluto, que hace todas las cosas según su voluntad, alguien que puede incluso matar a las personas si así lo desea. A eso llamamos despotismo. Pero la idea original del griego tiene una connotación positiva.
Nuestro Señor Jesucristo, que nos compró por un precio tan alto –su propia sangre– es nuestro monarca absoluto. Esto significa que no nos pertenecemos a nosotros mismos; le pertenecemos a él por entero. Él puede hacer con nosotros lo que bien le parezca. Él es nuestro Déspota, un déspota lleno de bondad. Es nuestro Soberano y Señor, y nosotros somos su propiedad. Nosotros debemos rendirnos a él por completo y obedecerle de modo absoluto.
Judas se refiere a aquellos que negaron a nuestro único Soberano y Señor Jesucristo. Ellos pueden no haber negado el nombre del Señor, pero lo negaron como su monarca absoluto. Ellos querían vivir sus vidas como bien les parecía, querían cuidar de sus propias cosas. No se involucraban con los intereses del Señor, ni querían someterse a la autoridad de Cristo. Eso es apostasía.
Amados hermanos, ¿concuerdan ustedes en que necesitamos ser exhortados sobre la apostasía, para que no lleguemos, por negligencia, a convertir la gracia de Dios en libertinaje? ¿Creen que nosotros también corremos el riesgo de llegar a negar a nuestro único y Soberano Señor, Jesucristo? ¡Esto es algo muy serio! Esto significaría abandonar la fe que una vez fue dada a los santos.
¡Oh, cómo necesitamos afirmarnos en la gracia de Dios y permitir que ella obre en nuestras vidas de tal manera que podamos ser totalmente santificados por Dios! Necesitamos confesar al Señor Jesús como nuestro Soberano y Señor absoluto, y entregarle nuestras vidas completamente, para que no comencemos de ninguna forma a vivir de acuerdo con nuestra propia voluntad. ¡Cómo necesitamos realmente ser exhortados acerca de estas cosas! ¡Cómo la iglesia ha abandonado la fe!
Andando según la carne
«No obstante, de la misma manera también estos soñadores mancillan la carne, rechazan la autoridad y blasfeman de las potestades superiores» (v. 8). Hay dos tipos de soñadores. Hay un primer grupo de soñadores legítimos. Nosotros necesitamos tener sueños; pero nuestros sueños deben venir de lo alto, debemos tener visión. Dios nos ha dado visión, ha revelado su mente y corazón a nuestro espíritu.
Sin embargo, hay un segundo grupo de malos soñadores. Sus sueños no se originan en lo alto, sino en su propia concupiscencia, en sus propios deseos carnales. Ellos comienzan a pensar mucho sobre un determinado asunto y empiezan a soñar con respecto a eso. No son personas que recibieron visión celestial, sino personas que construyen sus propios sueños. ¿Cuál es tu sueño? Si sueñas con el Señor, serás como él es; si sueñas con el mundo, te harás semejante al mundo.
Estos soñadores mencionados por Judas andaban según la carne y no según el Espíritu. Ellos despreciaban el gobierno y difamaban a las autoridades superiores. No obedecían, despreciaban la autoridad. Toda autoridad procede del Señor, y si desprecias la autoridad, estás despreciando a Dios. Ellos querían ser sus propios señores, y hablaban mal acerca de cosas que ellos mismos desconocían; distorsionaban la verdad acerca de hechos que les eran conocidos, y se contaminaban a sí mismos.
«Estos son murmuradores, querellosos, que andan según sus propios deseos, cuya boca habla cosas infladas, adulando a las personas para sacar provecho» (v. 16). Murmuraban constantemente; se quejaban y hablaban palabras impregnadas de orgullo y exageración; mucha palabrería, con el fin de obtener ganancia para sí mismos. Esa es, por tanto, la descripción de los apóstatas.
Cómo reconocer a los apóstatas
En nuestros días, hay muchos apóstatas, muchos falsos maestros y falsos profetas en la iglesia. El espíritu del anticristo ya está en la iglesia. Vivimos días de apostasía. ¿Cómo reconocer a los apóstatas? A través de sus caminos, de sus acciones, «…porque han seguido el camino de Caín» (v. 11). Eso se refiere al relato de Génesis 4. Caín ofreció en sacrificio a Dios el producto de la tierra. Él creía tener algo bueno en sí mismo; no se consideraba un pecador que necesitaba ser redimido mediante el derramamiento de sangre. Por tal razón, el quiso ofrecer a Dios sus buenas obras, pensando que sería aceptado. Pero fue rechazado, se airó por causa de aquello y asesinó a su hermano Abel. Ese fue el camino de Caín.
Podemos reconocer a los após-tatas a través de sus caminos y de sus hechos. Ellos no siguen el camino del Cordero de Dios; al contrario, desprecian la sangre del Señor Jesús. Están tan llenos de confianza en sí mismos, que creen poseer suficientes méritos para agradar a Dios. Ellos piensan que pueden ser aceptos a Dios por medio de sus propios méritos. Este es camino de Caín.
En segundo lugar, es posible reconocer a los apóstatas porque ellos caen en el error de Balaam, el cual buscaba recompensa. Eso se refiere al relato de Números capítulos 22 al 24. Balaam, el profeta gentil, fue pagado por Balac el madianita para maldecir al pueblo de Israel, aunque Dios no permitió que Balaam maldijera a Su pueblo, y el Señor transformó esa maldición en bendición.
Por esta razón, Balaam aconsejó a los madianitas enseñándoles a inducir al pueblo de Israel a pecar, para que éstos atrajesen maldición sobre sí mismos. Para su propio provecho, él vendió su don profético. Así, pues, los apóstatas pueden ser reconocidos porque ellos siempre caen en el error de Balaam. Es posible que ellos hayan recibido dones proféticos de Dios; sin embargo, ellos usarán esos dones para obtener beneficio propio, en lugar de anunciar los oráculos de Dios con fidelidad.
En tercer lugar, los apóstatas son caracterizados por Judas por ser como los que «perecieron en la contradicción de Coré». Este incidente está relatado en Números capítulo 16. Coré, un hombre de la tribu de Leví, conspiró junto con los líderes de Israel contra Moisés y Aarón, en busca de posición y poder. Ellos comenzaron a difamar a Moisés y a Aarón, y a causa de ello perecieron. Los apóstatas siempre intentan ocupar una posición que Dios no ha designado para ellos. Son ambiciosos y no se satisfacen con lo que Dios les dio; ellos siempre quieren algo más y, finalmente, a causa de ello, perecen.
Las Escrituras usan diferentes expresiones para describir a los apóstatas. «Estos son manchas en vuestros ágapes» (v. 12). En la iglesia del primer siglo, los hermanos se reunían a comer juntos; esa reunión se llamaba amor ágape. Era una expresión de amor. Pero los apóstatas que estaban allí participaban y eran como rocas inmersas en las fiestas de amor. Una roca sumergida es un peligro para una embarcación, pues, por el hecho de estar bajo el agua, no puede ser vista, y un barco puede chocar con la roca desprevenidamente y naufragar. Así son los apóstatas.
Judas prosigue diciendo que ellos son como pastores que «se apacientan a sí mismos», quieren todo para su provecho. Son «nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos». Cuando vemos acercarse una nube, pensamos que traerá lluvia; pero los apóstatas, como nubes sin agua, son falsos, hipócritas. «…árboles otoñales, sin fruto». No hay frutos, sólo apariencia. Son como «fieras ondas del mar, que espuman su propia vergüenza; estrellas errantes, para las cuales está reservada eternamente la oscuridad de las tinieblas». Así son los apóstatas. Su castigo viene sin demora; el Señor vendrá a juzgarlos. Estemos prevenidos contra la apostasía, para que no abandonemos la fe que fue dada a los santos.
Damos gracias a Dios porque la epístola de Judas no terminó en el versículo 19, pues, en tal caso, tendría una connotación negativa. Judas se sintió impulsado a exhortarnos a contender ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. Él no pudo hablar acerca de nuestra común salvación, según había sido su propósito inicial. Pero aun así, nuestra salvación común es un tema que está profundamente arraigado en su corazón. Así, a partir del versículo 20, él se vuelve al aspecto positivo.
«Pero vosotros, amados…». Ustedes, hermanos y hermanas, «llamados en Dios Padre y guardados en Jesucristo», ¿qué deberán hacer cuando estén viviendo en una época de apostasía? ¿Será que, al ver tanta gente apostatando por doquier, tú también te harás apóstata? ¿Tú también abandonarás la fe? ¡No! Al contrario, el hecho de encontrarte rodeado por la apostasía debe ser un motivo más para que contiendas más que nunca por la fe que ya una vez te fue dada.
Edificándoos…
«…edificándoos sobre vuestra santísima fe». Hermano, cuando muchos están perdiendo su fe, abandonándola, es el momento en que tú debes edificarse en la fe santísima. Si no estás avanzando, estás retrocediendo; no hay término medio. «Vamos adelante a la perfección» (Heb. 6:1). La única forma de no retroceder es avanzar hacia la madurez, es estar siendo edificado. Si tú estás siendo edificado, estás siendo destruido. No hay término medio. No podemos darnos el lujo de quedarnos estancados.
Hermanos, que no haya en nosotros ese conformismo que no es santo. No te quedes conforme con tu condición espiritual. Corres el peligro de sentirte satisfecho y pensar que ya has alcanzado la meta, que ya lo tienes todo y que ya no hay nada más por lo cual luchar. Si esa es tu actitud, ten cuidado de no caer. La única forma de evitar que abandonemos la fe es permanecer edificándonos en la fe santísima. No podemos volvernos flojos ni desanimarnos. Tenemos que continuar avanzando, esforzarnos, empeñarnos, batallar, a fin de poseer la fe santísima y ser edificados en ella.
Hermanos, tenemos que edificarnos en la fe santísima. Esto significa edificarnos de fe en fe, asociando fe con virtud, virtud con conocimiento, conocimiento con dominio propio, dominio propio con perseverancia, perseverancia con piedad, piedad con afecto fraternal, y afecto fraternal con amor (2ª Pedro 1:5-11). Debes estar continuamente edificándote en la fe santísima.
Orando en el Espíritu Santo
La segunda cosa que debemos hacer es orar en el Espíritu Santo (v. 20). Orar en el Espíritu Santo no significa orar sólo en lenguas. Orar en el Espíritu Santo, ya sea en lenguas o en palabras comprensibles, significa simplemente que, cuando oramos, no lo hacemos de acuerdo con nuestra propia mente ni nuestras propias palabras, sino confiando en el auxilio del Espíritu Santo, para que él nos enseñe a orar y podamos hacerlo de acuerdo con la voluntad de Dios.
¿Por qué razón debemos orar en el Espíritu Santo? Simplemente, porque si tú deseas ser edificado en la fe santísima, descubrirás cuán impotente eres. Si nunca lo has intentado, pensarás que eres capaz; pero si lo intentas, verás que es algo imposible de lograr por nosotros mismos. Comenzarás a percibir tu debilidad; pero, gracias a Dios, el Espíritu Santo está con nosotros para socorrernos en nuestra flaqueza. Cuando oramos, estamos mostrando cuánto dependemos de Dios. Por ese motivo oramos. A medida que el Espíritu Santo revela tu debilidad, tú oras de acuerdo con la mente de Dios.
Guardados en el amor de Dios
«…conservaos en el amor de Dios» (v. 21). ¿Cómo podrás ser guardado en el amor de Dios? Juan 14:23: «El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará». Nosotros estamos procurando edificarnos, estamos orando. Por la gracia de Dios, obedecemos, y a medida que obedecemos los mandamientos del Señor y guardamos su palabra, somos guardados en el amor de Dios.
Esperando la misericordia
«…esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna». Nosotros estamos esperando siempre el retorno de nuestro Señor Jesucristo. Cuando él regrese, tendrá misericordia de nosotros. Nosotros nada merecemos. No pienses que tú eres quien realizó algo. Todo es por su gracia, por su misericordia, y también es por misericordia que esperamos su venida. Entonces, es de esa forma que debemos contender por la fe que una vez fue dada a los santos.
«Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén» (v. 24-25). Después que todo haya acabado, tendremos que reconocer que fue Dios quien nos guardó. Amados hermanos, nosotros no podemos guardarnos a nosotros mismos. Gracias a Dios, él es poderoso para guardarnos de tropiezos. Y no sólo eso. Él es también poderoso para presentarnos con gozo, sin mancha, ante su gloria. Esa es nuestra bendita esperanza. Nuestra confianza no está en nosotros mismos. No pensemos que somos mejores que los demás. Estamos tan expuestos a caer como cualquiera otra persona. Es sólo por causa de él. Por tanto, a él sea gloria y majestad, honra y poder, para siempre. Amén.
Traducido del portugués de
«Vendo Cristo no Novo Testamento».