Lo que Dios le ha confiado a la Iglesia.
Gino Iafrancesco
Hemos visto algunos aspectos de la administración del Señor y del depósito de Dios. Y ahora es necesario poner un poco más los pies en la tierra. Necesitamos que el Señor nos ayude a discernir los elementos esenciales del testimonio de la palabra del Señor que tiene la iglesia.
Los elementos esenciales del cristianismo
Y, claro, al hablar ahora, debemos recordar cosas que antes ya consideramos. No sólo vamos a hablar de elementos. Estamos usando la palabra solamente a manera de ítemes, de puntos cruciales o claves; pero lógicamente, cada uno de ellos tiene una rica realidad espiritual y son propiedad ahora de la iglesia.
Lo que ha sido confiado en manos de la iglesia es propiedad exclusiva de la iglesia; este testimonio y estas cosas no se encuentran sino en la iglesia. Fuera de la iglesia, estas cosas no son comprendidas, y aun peor, son atacadas a veces ferozmente, porque son cosas que van al corazón del enemigo, para inutilizarlo.
Por eso, Satanás combate lo que es propio de la iglesia; a veces abiertamente – cuando lo hace desde el bando del ateísmo, del error o de la incredulidad. Pero, a veces se infiltra para combatir lo esencial que le ha sido confiado a la iglesia, de manera astuta, por medio de herejías, de confusiones, para tratar de invalidar lo que nos ha sido confiado.
Las «cosas» esenciales no se encuentran en otros monoteísmos; ni siquiera en el propio monoteísmo judaico, si nos quedamos sólo en el nivel del Antiguo Testamento. Ciertamente todo el Antiguo Testamento es revelación de Dios, revelación verdadera. Lo que está en ella, desde Génesis hasta Malaquías, es todo de Dios; sólo que requería ser cumplido y ser completado en el Nuevo Testamento.
Y por eso, de forma triste, tenemos que decir que, incluso el pueblo de Israel, que ha sido pueblo de Dios, realmente escogido por Dios para un primer testimonio –una primera parte del testimonio–, aun el propio monoteísmo judaico se queda corto. ¡Cuánto más el islámico, que es una tergiversación del Antiguo y del Nuevo Testamento!
El enemigo ha sido tan astuto con el Islam, que les ha dejado lo más que puede acerca de Jesucristo, pero les ha quitado el corazón. Ellos han llegado a creer incluso que Jesús es el hijo, no el Hijo de Dios, sino nacido de la virgen María. Los musulmanes llegan a reconocer a Jesús ciertos títulos, aunque lastimosamente sin entender qué significan. Y por eso, por otra parte, niegan el contenido de esos títulos.
Mahoma había oído que los cristianos aplicaban el título de Mesías y de Verbo al Señor, y de esa misma manera él los aplicó, pero sin entender sus implicaciones. O sea que, a veces, uno puede engañarse al oír que Mahoma habla del Mesías Jesús y del Verbo de Dios, pero sin reconocer que él es el Hijo de Dios. La ascensión de Jesús es reconocida por el Islam; pero ellos piensan en su ascensión como nosotros podemos pensar en el desaparecimiento de Enoc, que caminó con Dios y Dios se lo llevó, o Elías, que fue arrebatado al cielo en un carro de fuego. Así, ellos hablan de Jesús como un profeta que, al igual que Enoc y Elías, se fue para el cielo. Pero, según ellos, debe volver a morir, porque no aceptan que Jesús es el Hijo de Dios que murió por nuestros pecados en la cruz. Tienen casi todo lo demás.
El enemigo les dejó casi todo lo que servía para que ellos creyeran que estaban con Dios, pero les quitó la esencia, la identidad del Señor Jesús y lo esencial de la obra del Señor y del evangelio. Para ellos, la peor blasfemia que sus oídos pueden oír es que Jesús es el Hijo de Dios.
Pero, en cambio, para el cristianismo, lo grande es que Dios tiene un Hijo unigénito, que es el Hijo de Dios, el Señor Jesús. Y lo esencial de la obra del Señor Jesús no son sus milagros. Todo eso lo hizo el Señor Jesús, todo eso lo reconoce el Islam. Lo que no reconoce es que él murió en la cruz, una muerte expiatoria, que es lo esencial.
En la academia, en la filosofía, no se posee lo que se posee en la iglesia. Lo que ha sido confiado a la iglesia es exclusivo; no está en manos del judaísmo ni del Islam, ni de las otras religiones panteístas o politeístas, ni en manos de la ciencia, ni de la filosofía, ni de la academia, ni de ninguna ideología. Es testimonio exclusivo de la iglesia. Por eso, la iglesia necesita conocer esos elementos vitales del depósito de Dios, del testimonio de la iglesia, que Dios quiere dárselo, a través de la iglesia y su Palabra, a todo el mundo.
Cosas esenciales y cosas periféricas
Lo que Dios revela a la iglesia, quiere que todo el mundo lo tenga. Dios, con toda sinceridad, quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al pleno conocimiento de la verdad. Pero los hombres no quieren. Muchos han sido engañados, no creen y se oponen. La iglesia debe identificar los ítemes fundamentales del depósito que les fue confiado; porque a veces nos perdemos en asuntos periféricos y no distinguimos las cosas esenciales. Y en eso, también el diablo le ha estado ganando una partida a los cristianos: en ponernos a pelear unos con otros acerca de las cosas periféricas, cuestiones menores, que no son las esenciales.
Ahora, la propia palabra del Señor nos enseña que, acerca de las cosas esenciales, debemos ser muy serios y cuidadosos, y que debemos ser tolerantes acerca de las cosas periféricas.
El mismo verbo «contender», por lo menos en la traducción Reina-Valera, se usa de dos maneras. En Romanos, capítulo 14, el apóstol Pablo dice: «…para no contender acerca de opiniones porque uno cree que se ha de comer de todo; otro que es débil sólo come legumbres; uno hace caso del día, otro juzga iguales todos los días». Y el apóstol nos dice que recibamos incluso al débil en la fe. Pero ya está en la fe, en lo esencial de la fe. «Recibamos al débil en la fe, sin contender sobre opiniones, porque Dios va juzgar a cada uno». Dios conoce las intenciones de cada uno.
Pero el mismo verbo «contender» lo utiliza de manera contraria, pero por el mismo Espíritu Santo, el apóstol Judas, hermano de nuestro Señor Jesús y de Santiago. Y así como Pablo dice: «…para no contender sobre opiniones», Judas dice: «…contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos».
Entonces, anteriormente nos detuvimos un poquito en enfatizar la existencia de aquello que se llama «la fe que ha sido una vez dada a los santos», por la cual el Espíritu Santo, a través del apóstol Judas, nos dice que contendamos ardientemente, mientras el apóstol Pablo nos dice «en cuanto a opiniones, para no contender». No contender acerca de opiniones; mas, contender abiertamente por la fe.
O sea, hay una diferencia entre lo que son cosas fundamentales, y vamos a decir, atañen a la esencia de la revelación divina y del evangelio, y las cosas que ya dentro de la fe permite por la amplitud de libertad que tienen los hijos de Dios, de pesquisar, de investigar, ya dentro de lo fundamental, algunas cosas, y se forman escuelas de opinión, pero estando todos en la misma base común.
Ya las palabras en Judas son diferentes a las palabras en Pablo. Pablo habla de opiniones acerca de cosas semejantes a ésas, como si se puede comer de todo o sólo algunas cosas; acerca de los días, cosas de ese tipo. En cambio, el contexto de las palabras de Judas el apóstol, es acerca de la común salvación, acerca de Dios y del Señor y de la gracia no convertida en libertinaje, la común salvación.
Entonces, tenemos que aprender a hacer diferencia entre lo que es fundamental, aquello en lo cual los apóstoles nos llaman la atención. Por una parte, nos dice Pablo, de recibir al que el Señor recibió. Y por otra parte, nos dice Juan, no recibir ni llamar bienvenidas a determinadas personas que están diciendo determinadas cosas acerca de Dios y de Jesús.
No podemos confundir lo que es esencial con lo que es periférico. Y el enemigo es muy astuto; él quiere llamarle periférico e intrascendente a lo que es sumamente serio, y por otra parte, quiere que nos peleemos por mosquitos, a la vez que nos hace tragar los camellos. Entonces, el Señor tiene que corregir el orden de prioridades en nuestras conciencias, ayudarnos a distinguir los asuntos fundamentales; porque esos no son sólo asuntos; son las palabras enseñadas por el Espíritu acerca de la administración de Dios.
Las verdades fundamentales, o dogmas
Entonces, voy a tener que abogar por una palabrita que, a veces, nosotros menospreciamos. Quizá en nuestra traducción de la Biblia no la hemos encontrado, y por eso no nos parece bíblica. Y esa palabrita es «dogma». La palabra «dogma» es una palabra bíblica; sólo que aparece traducida de otras maneras en las Escrituras, y por eso ante una traducción a veces leve, después corremos el riesgo de quitarle importancia.
Cuando hubo, en Jerusalén, el concilio apostólico, en Hechos 15, no se estaba tratando sólo cuestiones judaicas, no se estaba tratando sólo asuntos periféricos – aunque ellos estaban implicados. De lo que se trataba era nada menos que de la esencia del evangelio. ¿Somos salvos por fe, por gracia, o la salvación depende de las obras y de la circuncisión? No era sólo si podíamos comer morcilla o no.
A veces pensamos que el concilio de Jerusalén se ocupó de la morcilla. ¿Aquí en Chile también le dicen morcilla? ¿Cómo le dicen? Prietas. Bueno, eso es lo que en Colombia llamamos morcilla.2 No, el tema era otro; el asunto era nada menos que la esencia del evangelio.
Cuando ellos llegaron a una conclusión, ¿ustedes recuerdan qué dice allí? «Ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros ninguna otra cosa necesaria…». Y escribieron aquella carta, y la enviaron junto a algunos delegados de ellos junto con los apóstoles Bernabé y Pablo, y le añadieron a Silvano y a Judas Barsabás, para que también ellos, con palabras, explicaran en las iglesias el sentido de aquella carta.
Y entonces, en la traducción Reina-Valera dice, en el capítulo 16, que los apóstoles iban por las iglesias y les entregaban las ordenanzas que habían acordado los apóstoles, y las iglesias eran edificadas, etc. Esa palabra, que allí fue traducida «ordenanzas», en el contexto de los edictos de Augusto César fue llamada «edicto»; esa palabra, en el original griego, es «dogma».
A veces nosotros, en nuestra actitud antirreligiosa, se nos va la mano. Está bien ser antirreligioso, ser anti-fariseo en ese sentido; pero ser antidogmático es más delicado, diferente. La palabra de Dios sí habla de verdades fundamentales; en ella no podemos tomar algunas cosas y dejarlas, como se dice, a la buena de Dios. La palabra de Dios identifica de manera clara y profunda algunas cosas. Por ejemplo, la Palabra dice que el que no honra al Hijo como se honra al Padre, no tiene a Dios. Eso es una cosa seria. «El que no tiene al Hijo, no tiene al Padre; el que niega al Hijo, niega también al Padre». Entonces, todo lo relativo a la relación del Padre y el Hijo, y quién es el Hijo, son asuntos fundamentales.
Cuando se trataba acerca del Hijo, los apóstoles eran sumamente estrictos. Ya no estaban contemporizando o tratando de acomodarse a la cultura, porque eso tiene que ver con lo esencial de la fe. Que Jesucristo es Dios con el Padre, es un dogma. Que Jesucristo es también Dios y hombre verdadero, es un dogma. Que la muerte del Señor Jesús en la cruz es expiatoria, y sólo en base a esa muerte podemos ser salvos, es un dogma. Que la justificación es por la fe, por sola gracia y no por obras, es un dogma. Son verdades fundamentales, que la iglesia tiene que aprender a distinguir y realzar e insistir constantemente en ellas, especialmente cuando el Señor ha empezado a revelarnos algunas cosas relativas, por ejemplo, al reino, al castigo dispensacional, a la recompensa de las obras.
La Trinidad
Entonces, quisiera comenzar diciendo que una primera palabra, digamos, clave –inclusive no está en la Biblia; pero, a lo que se refiere, sí está en la Biblia–, es la palabra Trinidad. Lo primero de lo cual Dios ha hablado, el tema central de Dios, junto con lo demás, de donde brotan y a donde regresan todas las cosas, que le da el comienzo y el sentido –Alfa y Omega– a todo el resto de la revelación divina, es lo que Dios ha revelado acerca de Sí mismo. Y, por eso, estamos resumiendo toda esa revelación divina de Dios acerca de Sí mismo, en la palabra Trinidad.
Dios es un solo Dios, trino – Padre, Hijo y Espíritu Santo. Lo relativo a la Trinidad de Dios es demasiado fundamental. A veces, nosotros podemos pensar que esa cuestión de la Trinidad no tiene nada de práctico; pero, si realmente viéramos qué significa conocer a Dios en Trinidad, ahí descubriríamos que lo más práctico que existe para todo –para la vida de la iglesia, para la vida de la familia, para la salud de la sociedad–, lo más práctico es conocer a Dios en Trinidad, en el Espíritu.
Es cuando conocemos a Dios, que Dios es un Dios que es amor, que el Padre es un Padre que tiene un Hijo y que le ha dado al Hijo toda plenitud, y como el Padre tiene vida en sí mismo, ha querido que en el Hijo habite toda plenitud, y que el Hijo también tenga vida en sí mismo, como el Padre. Y cuando vemos que todo lo que es del Padre es del Hijo y todo lo que es del Hijo es del Padre, y cuando el Señor establece la relación intratrinitaria como modelo y como contenido de la iglesia, ahí nos damos cuenta que este asunto de la Trinidad no es sólo una disquisición teológica de algunos medievales.
El Señor Jesús dijo –claro que eso requiere el mayor desafío a todas las capacidades del hombre, que siempre se quedarán cortas; por eso necesita revelación–, el Señor Jesús dijo: «…como tú, oh Padre, en mí y yo en ti, que ellos sean uno en nosotros». ¡Qué frase tremenda! La sabemos de memoria; pero, ¿cuándo la entenderemos? «…como…» . Ese es el modelo, «…como tú en mí y yo en ti». ¿Qué significa eso? Necesitamos la revelación del Espíritu Santo, para entender espiritualmente ese «como».
¿Cómo es que el Padre es en el Hijo, y el Hijo es en el Padre? «Que también ellos», o sea, la iglesia, «sean uno». Habla de la unidad de la iglesia, un tema precioso en estos tiempos de división de iglesias; pero dice: «sean uno en nosotros». Ese nosotros de la Trinidad, ese nosotros del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Nada más práctico, de resultados más prácticos para la vida de la iglesia, que tener una revelación de Dios en Trinidad, conocer a Dios en su Trinidad.
Es sumamente práctico también para la familia. ¿De dónde el marido va aprender? ¿De dónde se aprenden las relaciones fieles, las relaciones justas, las relaciones suaves, llenas de amor, realizadoras del otro? ¿Dónde las vamos a aprender, si no conocemos a Dios en Trinidad? ¿Cómo una sociedad va aprender justicia, va a aprender solidaridad, va a aprender misericordia, si no tiene cristianos que conozcan a Dios en la Trinidad?
Entonces, amados, el ‘asunto’ de la Trinidad no es un asunto medieval o bizantino, o sólo teológico. Los apóstoles hablaron de eso. Mucha porción de la Palabra de Dios se dedica a decirnos lo que Dios es y cómo él es. Dios es un Dios que quiso revelarse, como ya hemos enfatizado, y que quiso darse.
Y en ese revelarse es que nos dimos cuenta –la iglesia– que Dios es trino, después que el hermano Tertuliano del siglo II acuñó la palabra trinitas. Eso no quiere decir que la Trinidad la inventó Tertuliano. No, la palabra trinitas la aplicó él a la Trinidad, a la Trinidad de la Biblia.
Hay otro hermano que habló maravillas de la Trinidad en la iglesia primitiva, y nunca mencionó la palabra Trinidad. Hoy, a su libro le pusieron el título La Trinidad, pero cuando él lo escribió no se llamó así. Era un hermano llamado Novaciano, también entre el siglo II y el III, uno de los libros de la iglesia primitiva más preciosos acerca de la Trinidad.
Pero Tertuliano –cuando le sigues atentamente– está hablando lo que la Biblia habla de Dios. Entonces, en la divinidad, el Padre es Dios. Bueno, eso no ha sido tan difícil, digamos, para ciertos monoteísmos; aunque aplicarle a Dios la palabra Padre ha sido muy difícil para el Islam. Israel, por lo menos, se la aplica en un sentido más suave, porque Dios mismo se presentaba como un padre a Israel; a veces, también como un esposo. Así que, en cuanto a la divinidad del Padre, no ha habido mayor problema con esos monoteísmos.
Pero lo que es la confesión propia de la iglesia es la divinidad del Hijo juntamente con la del Padre. El Hijo es Dios con el Padre. Que, antes de la fundación del mundo, el Verbo estaba con Dios y era Dios, y todas las cosas por medio de él fueron hechas y que sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho. Que el Hijo es Dios con el Padre – esa es la confesión propia de la iglesia. Es la iglesia la que sostiene la confesión de la divinidad del Hijo de Dios.
Ha habido épocas donde esto ha sido combatido terriblemente. Antes, durante y después del concilio de Nicea, donde se proclamó abiertamente la divinidad del Hijo, hubo ataques imperiales, teológicos, confusiones de adentro, represiones de afuera. Nuestro hermano Atanasio de Alejandría, que fue un bastión en la época para confesar lo que la iglesia confiesa acerca de la divinidad del Hijo, tuvo que salir cinco veces exiliado, tuvo que esconderse entre los monjes del desierto y escribir cartas escondido a los hermanos, porque Satanás estaba tratando de apagar esa gran verdad del corazón de la iglesia: el Hijo de Dios es Dios con el Padre, y el que no honra al Hijo como al Padre, no tiene tampoco al Padre.
¡Qué tragedia para el judaísmo, que no es cristiano! ¡Qué tragedia para el Islam, que ellos piensan que tienen a Dios y sin embargo no tienen al Padre, si no tienen al Hijo! El que no recibe al Hijo, no recibe al Padre; el que no tiene al Hijo, no tiene al Padre. De manera, hermanos, que si fuéramos a buscar algún asunto de primerísima importancia, es la identidad del Señor Jesús; porque la iglesia es la iglesia del Señor Jesús. ¿De cuál Señor Jesús? ¿Cuál es el Señor Jesús de la iglesia? El Señor Jesús de la iglesia es el Hijo de Dios, y el Hijo de Dios es Dios con el Padre.
Mucha tela que cortar tiene la iglesia acerca de la divinidad del Hijo. Y es necesario formar, desde los hermanos más nuevos hasta los más viejos, en este claro testimonio, porque esa es la revelación que el Espíritu ha dado del Hijo. Hermanos, el apóstol Juan dedica mucho cuidado a esto. Él hace diferencia entre el Espíritu de Dios y el espíritu del anticristo en lo que ese espíritu confiesa acerca de Jesús.
En tiempos de ambigüedad y astucia, Satanás se esconde, pero el Espíritu Santo discierne; el Espíritu Santo fue llamado para que abra los ojos de la iglesia. Y la serpiente presenta otro Jesús, otro evangelio y otro espíritu. Y Pablo les dice a los santos, allá en Corinto: «Pero me temo que ustedes están tolerando demasiado. Viene alguno presentando a otro Jesús, otro espíritu, otro evangelio y lo toleráis».
El tolerante Pablo, el apóstol inclusivo, el apóstol del cuerpo, en estas cosas, fue serio. ¿Cómo vais a tolerar si os vienen a hablar de otro Jesús, si la serpiente quiere distorsionar la verdad acerca del Señor Jesús? Primero, en cuanto a Su divinidad o a Su humanidad, o en cuanto a la relación de Su divinidad y Su humanidad, o en la relación con el Hijo con el Padre o Su relación con nosotros, Satanás siempre ha procurado presentar otro Jesús, y hoy las librerías están llenas de apócrifos. Hoy en día los apócrifos son la moda. Hay personas que no leen la Biblia, pero que se leen seis o siete volúmenes de J. J. Benítez, del Caballo de Troya, hablando necedades acerca de Jesús, y se las creen, como si fuera el evangelio.
Satanás está ahí, y la iglesia, a veces, como que no se pellizca, como que no responde nada, como que no tiene nada que decir, cuando los hermanos de la iglesia primitiva morían por este testimonio.
Entonces, todo lo relativo a la Trinidad, lo que la Palabra dice acerca de ella, es ítem fundamental del testimonio de la iglesia.
La iglesia tiene que confesar la divinidad del Hijo junto con el Padre, tiene que confesar la divinidad del Espíritu Santo junto con la del Hijo y del Padre. San Pedro dice que mentir al Espíritu Santo es mentir a Dios. ¿Cómo el Espíritu de Dios no va a ser divino? ¿Cómo Dios puede tener un Espíritu que fuera algo menos que divino? ¿Cómo no va ser Dios, también, el propio Espíritu de Dios?
La encarnación del Verbo
La segunda palabra clave –así como la primera es Trinidad–, el segundo grande dogma que ha sido confiado a la iglesia, verdad fundamental por la iglesia tiene que dar la vida, es la encarnación del Verbo de Dios.
El primer gran espectáculo –que no existe en el universo otro mayor– es la Trinidad. El segundo grande capítulo, la segunda escena, el segundo gran espectáculo, es la encarnación.
El Verbo de Dios, el Verbo que estaba con el Padre y era con Dios y era Dios, por medio de quien Dios hizo todas las cosas, que era con el Padre antes de la fundación del mundo, que compartía con el Padre la gloria, siendo el propio resplandor de ella, el Hijo, que dijo: «Padre glorifícame tú, al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese»; el que dijo: «Antes que Abraham fuese, yo soy»; él, aquel Verbo, se hizo carne, se hizo un hombre semejante a nosotros, tentado en todo conforme a nuestra semejanza, con espíritu humano, con alma humana, con cuerpo humano, perfectamente humano, un hombre verdadero como tú y yo. Porque, si no fuese un hombre, ¿cómo iba a redimirte, cómo iba a pagar el precio por los hombres y cómo iba a realizar nuestra humanidad, si él no la asumió?
Pero él dijo: «Padre por ellos, yo me santifico a mí mismo». O sea, él se vistió de nuestra humanidad, para conducir nuestra humanidad a la estatura del varón perfecto, realizar las posibilidades de la humanidad en su propia encarnación, para luego convertirse en el pan de vida. «El pan que yo daré es mi carne. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré en el día postrero». Pero, si él no se hizo hombre, si era sólo un fantasma, como decían los docetistas, o alguna leyenda o mito, como están diciendo hoy los modernos, o están queriendo hacer diferencias entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe, sin confesar que Jesús es el Cristo; hermanos, sin esa gran verdad, se nos cuela Satanás.
La segunda gran verdad de la iglesia, por la cual la iglesia es iglesia, y por la cual y para la cual la iglesia vive, es que el Hijo de Dios, el Verbo que estaba con el Padre, se hizo hombre, semejante a nosotros en todo. Creció como crecen los hombres, porque él, como Dios, no tiene que crecer; él, como Dios no tiene nada que aprender. Mas, como hombre, él creció en estatura, creció en gracia, creció en sabiduría delante de Dios y de los hombres, y por lo que padeció, aprendió la obediencia, y fue tentado en todo conforme a nuestra semejanza, pero sin pecado.
«El que no confiesa que Jesucristo es venido en carne», dice Juan, «ese es el espíritu del anticristo, del cual vosotros habéis oído que viene, y ya han salido muchos anticristos». El anticristo final es un personaje; pero anticristos, en plural, dice Juan que hay muchos espíritus de anticristo, que no confiesan que Jesucristo es venido en carne.
Los falsos cristos de hoy, desencarnan al Señor Jesús, despachan la encarnación, porque ellos pretenden decir: ‘Bueno, aquel Verbo, aquel Cristo, le llaman Cristo sólo a la unción que estaba en ese hombre, Jesús’, sin confesar que Jesús es el mismo Cristo, sino que ellos dicen: ‘¡No, no! Porque es como un avatar’, le dicen ellos, ‘vino sobre uno y ahora viene sobre otro; pero es el mismo’.
Ahora, William Soto Santiago, por ahí anda diciendo por toda Latinoamérica que es el ángel de Jesucristo, como si Jesucristo necesitara de él para volver; que la segunda venida de Cristo es a través de fulano y de mengano, porque se deshicieron de Jesucristo en carne, porque no confiesan a Jesucristo en carne. El Señor Jesús resucitó como hombre. «Un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. ¿Tienen algo de comer? Vengan, comamos juntos». Y comió. «Tomás, ven, pon aquí tu dedo, pon aquí tu mano».
«Lo que vieron nuestros ojos, oyeron nuestros oídos, palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida». Ellos dieron testimonio del Señor Jesucristo en carne, como hombre, después de la resurrección. No sólo espíritu. Y ascendió a la vista de ellos, y los ángeles dijeron: «Este mismo Jesús…». No necesita venir a través de Williams Soto, o del tal Miranda, que está por allá en Colombia y por República Dominicana diciendo que es el Cristo, y ahora ves al anticristo, y tatuándose la gente, poniéndose el 666. ¡Montón de gente que estaba en las congregaciones evangélicas!
¿Por qué son engañados? Muchos serán engañados, porque no conocen la verdad. Dicen que los mayores especialistas en los dólares falsos son los que conocen los dólares verdaderos. Ellos conocen los verdaderos, y cuando viene uno medio raro, aunque nunca haya estudiado acerca de esos otros, al compararlo con el verdadero, se dan cuenta que el otro es falso.
«Un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo», dijo el Señor. Ahí está el cuerpo. Ahora, él habla de su alma: «Mi alma está muy triste, hasta la muerte», y habla de su espíritu humano: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Él era un hombre con espíritu humano, alma humana y cuerpo humano, que fue ungido por el Espíritu divino. «El Espíritu Santo ungió a Jesús de Nazaret, que anduvo entre nosotros haciendo bienes, como todos vosotros sabéis», decía Pedro.
El Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, ungiendo el espíritu humano del Señor Jesús, con alma humana y con cuerpo humano, y esa persona humana era y es la misma persona divina del Hijo de Dios, que estaba con el Padre. Este era en el principio con Dios y era Dios. Este era en el principio con Dios, y nada de lo que fue hecho fue hecho sin él, y este, aquel Verbo, fue el que se hizo carne. Y no sólo cuerpo humano, sino, como dice Filipenses, se hizo hombre; siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó, tomó forma de siervo, hecho semejante a los hombres y estando en la condición de hombre, se humilló.
Como hombre, fue probado en todo; como hombre, él venció las pruebas; como hombre, él venció a Satanás. Por eso, Satanás, cuando se aparecía en las sinagogas, estaba dispuesto a confesar que Jesús era el Santo de Dios, el Hijo de Dios. Pero no quería decir que vino en carne, porque fue en carne que Jesús lo venció; en su carne, el Señor condenó el pecado; en su carne, como hombre, fue que Jesús venció a Satanás. Esa es la gran verdad de la iglesia. No hay otra vida que se haya vivido como la vida del Señor Jesús. Ese es el testimonio de la iglesia. La encarnación es un segundo punto.
La Expiación
Y un tercero, la palabra clave es expiación. En el corazón del testimonio de la iglesia está la muerte expiatoria por nuestros pecados, del Hijo de Dios, que llegó también a ser el Hijo del Hombre. Dios en cuanto Verbo, hombre en cuanto se encarnó, asumiendo íntegramente nuestra naturaleza humana, sólo que sin pecado. Y, luego de ser probado en serio, y habiendo vencido, habiendo recibido del Padre la aprobación, en el bautismo, en el monte de la transfiguración y en la resurrección, Dios demostró que ese es su Hijo amado. «Este es mi Hijo amado en el cual tengo contentamiento, a él oíd».
Dios lo vindicó como Hijo de Dios en la resurrección, después de morir una muerte expiatoria. La expiación es el gran corazón del evangelio.
Cuando tú ves el tabernáculo, lo que estaba en el Lugar Santísimo, en el centro del Lugar Santísimo, era el arca del testimonio, y encima, el propiciatorio, ¿de qué nos habla? De la persona y obra fundamental del Señor Jesús. El oro por dentro y por fuera del arca, y la madera del arca, nos hablan de la persona divina y humana del Señor Jesús. El oro, por dentro, nos habla de su identidad eterna en cuanto Hijo de Dios; porque el oro representa la naturaleza divina. Y él, antes de la fundación del mundo, estaba con el Padre, y por tanto, dentro del arca. Su identidad más íntima es la de Hijo de Dios.
Pero él también asumió la naturaleza humana, se hizo carne, se hizo hombre como nosotros. Por lo tanto, un poquito más afuera de ese oro, está la madera de acacia, que nos habla de su humanidad. Pero, luego, él dijo: «Padre, aquella gloria que yo tenía contigo antes que el mundo fuese, glorifícame con aquella gloria». Sólo que él, ahora, no sólo estaba como hombre, sino como Dios. Por tanto, al ser glorificado como Hijo de Dios, ahora en humanidad, glorificó nuestra humanidad. Y, por eso, del lado de afuera de la madera, hay oro otra vez en el arca.
El arca tiene oro por fuera y por dentro, y en el medio, madera. Porque el Señor Jesús era Dios, se hizo hombre y volvió a la gloria. Entonces, él es hombre y Dios, Dios y hombre. Hay un hombre, un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre; pero a la vez glorificado. Pero, encima del arca, estaba el propiciatorio, donde se hacía propiciación o expiación, donde se derramaba la sangre del cordero. Eso es lo esencial, eso es lo primero, eso es lo que se encuentra en el corazón del Lugar Santísimo.
Y esas son las tres primeras grandes verdades dogmáticas de la iglesia: Jesús como Hijo de Dios, divino como el Padre, segunda persona de la Trinidad divina, y hecho hombre, probado en todo, mas sin pecado, glorioso, y muerto en la cruz por nuestros pecados.
Cuando el apóstol Pablo le recordaba a la iglesia en Corinto, los primordios del evangelio, él les dice: «Os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual habéis recibido, el cual si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano». Porque hay alguna fe que no es del espíritu, sino sólo una creencia del hombre exterior; pero, el que creyó de verdad, como una revelación, con nuevo nacimiento, ese es salvo para siempre.
Entonces, les dice Pablo: «Os declaro este evangelio…». Y empieza a declarar la esencia del evangelio. Fundamento; no hay otro fundamento. Y la primera palabra que dice es: «Cristo». Y la segunda palabra dice: «murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras y fue sepultado y resucitó al tercer día conforme a las Escrituras y apareció…». Y empieza a mencionar las apariciones a los hombres y no mencionó las de las mujeres, no porque no se les hubiera aparecido, sino porque en la época no tenían en cuenta el testimonio de las mujeres; entonces él mencionó las apariciones a los hombres.
Pablo dice que esa es la esencia del evangelio; lo primero que él enseñó. Ese era el fundamento que él, como perito arquitecto, colocaba en la iglesia. Cada hermano debe estar fundamentado sobre ese fundamento: Quién es el Hijo de Dios, su persona divina y humana, y primeramente su muerte expiatoria. Entonces, ahora sí viene la resurrección, ahora sí viene la ascensión. Porque la muerte era para quitar lo negativo; la resurrección, ascensión y el Espíritu para suplir lo positivo. Suplir lo positivo, lo nuevo.
La justificación por la fe y otras verdades
Entonces, de la muerte, de la expiación, se deriva otra gran verdad fundamental que fue la tecla que el Espíritu Santo estuvo tocando durante la época de la Reforma, porque se había perdido. Satanás la había confundido en el conocimiento de los santos. La justificación por la fe.
Expiación y justificación por la fe, son las grandes verdades dogmáticas de la iglesia. Claro que también, junto con la muerte, está la resurrección. La resurrección integral, con espíritu, alma y cuerpo, del Señor Jesús. Él no resucitó sólo en espíritu. Hoy día, algunos enfatizan que él se volvió espíritu, como si hubiera desaparecido él como hombre. Pero él es hombre, él resucitó como hombre. Inclusive quiso conservar las cicatrices, como para que no haya duda. «¿De dónde tienes estas heridas? Con ellas fui herido en casa de mis amigos», dice Amós. Él conservó sus cicatrices. Él ya sabía que Tomás iba a decir esto: «Si no meto mi dedo en sus llagas, no voy a creer». Entonces, las conservó, como una gran honra.
¿Ven?, ahí está la esencia. Usted tiene resurrección, ascensión, derramamiento del Espíritu. Esas son grandes verdades. Hermano, de cada uno de estos pasos, la iglesia obtiene inmensos beneficios.
Esas siete fiestas de Israel, como dice Pablo a los Colosenses, eran sombra de Cristo, mostraban algún aspecto fundamental de Cristo. La pascua mostraba a Cristo crucificado; los ácimos, a Cristo repartido; las primicias, a Cristo resucitado; Pentecostés, al Espíritu de Cristo derramado; las trompetas, a Cristo anunciado, predicado a los gentiles, creído en el mundo, el testimonio de la iglesia, y la fiesta de la expiación, Cristo abogado, a la diestra del Padre, intercediendo por nosotros. Y entonces, la fiesta final, la del reino, la de las cabañas o tabernáculos, Sucot, Cristo volviendo, estableciendo su reino milenial.
Esas son grandes verdades sobre Cristo. Cristo divino, en la eternidad, en la Trinidad, Cristo en el planeamiento, como arquitecto con el Padre, decidiendo con el Padre: «Hagamos al hombre conforme a nuestra imagen», etc. Cristo en la revelación, Cristo en la redención, Cristo en el juicio, Cristo en el reino.
Las grandes verdades acerca de Cristo; ese es el tema de la iglesia, es el gozo de la iglesia, es la comida de la iglesia. Ahora sí podemos hablar de la iglesia. Pero antes, todavía no. Hasta no llegar al siglo XVI, todavía el Espíritu Santo no enfatizó el asunto de la iglesia. Si usted mira la historia de los temas que enfatizó el Espíritu Santo, se va a dar cuenta que él siguió un orden sistemático.
¿De qué hablaban los hermanos de los tres o cuatro primeros siglos? De muchas cosas, pero principalmente el asunto en que los tenía embebidos el Espíritu Santo era: ¿Quién es Jesús? ¿Qué relación tiene Jesús con el Padre? ¿Es de otra sustancia o es de la misma sustancia? ¿Es consustancial o es parecido? Eso era lo que ellos querían saber, y pesquisaban las Escrituras en oración. Y de pronto saltaban de las Escrituras las palabras del propio Dios acerca de su Hijo y del propio Hijo acerca de sí mismo, y del Espíritu por los profetas y apóstoles acerca del Hijo. ¿Quién era el Hijo? Ese era el tema de la iglesia en los primeros cuatro siglos.
Después que ya quedó claro que el Hijo era tan Dios como el Padre, entonces ahora el asunto era: ¿Es también hombre? ¿Cómo se relaciona su divinidad y su humanidad? ¿Son dos naturalezas en la misma persona, o son dos personas? ¿O es mitad Dios y mitad hombre? Esos eran los asuntos de ellos. Y se demoraron varios siglos, hasta el final de la época patrística. El último de los patrísticos fue Juan Damasceno. La cristología era todavía su tema, hasta el siglo VIII. Después, en la Edad Media, siglo X, comenzó el asunto de la expiación a ser traído a colación otra vez por el Espíritu Santo. Tan claro habían hablado los apóstoles, pero en la Edad Media no estaban seguros por qué murió Jesucristo.
Cuando lees el Nuevo Testamento, es tan claro. Pero después de diez años de historia de la iglesia, todavía un gran teólogo llamado Pedro Abelardo pensaba que el Señor Jesús murió en la cruz para darnos ejemplo de martirio, para darnos ejemplo que nosotros también tenemos que dejarnos matar por Dios. ¿Sería que para eso murió el Señor Jesús en la cruz? Claro que eso también está incluido, pero, ¿sería ese el punto principal? ¿Se da cuenta? ¿Quién iba a pensar que eso era un punto de discusión en la Edad Media?
Hoy, hay cosas que nos parecen una locura, como cuando los teólogos españoles discutían si acaso los indígenas tenían alma. Y de los negros, ni lo discutían, lo daban por sentado que no tenían. Uno pensaría: Dios mío, ¿esa era la teología de los teólogos? Exactamente, esa era. Y los bizantinos discutiendo cuántos ángeles cabían en la punta de una aguja, o de qué color eran los ojos de la virgen María. Y los musulmanes se tomaron todo el imperio, cuando aquéllos estaban en pleno concilio averiguando acerca de los ojos de María.
Hermanos, Satanás nos distrae con las cosas innecesarias y nos quita lo esencial. Entonces, en la Edad Media, por fin levanta el Señor a hermanos como Anselmo de Canterbury, que escribió la obra Por qué murió Cristo. Y ahí empieza a traer luz otra vez de lo que ya siempre había estado en la Biblia, pero como que se les había esfumado. No sé qué se había hecho la Biblia. Por fin, empezaron a pensar que él había muerto para expiar nuestros pecados, y procuraron entender la expiación. Ahora sí, después de la expiación, después de la Edad Media, estaba lista la cristiandad para la Reforma.
Y, ¿cuál era el tema de la Reforma? ¿Cuál era ahora el énfasis del Espíritu? «El justo por la fe vivirá». Sola Escritura, sola fe, sola gracia. La justificación por la fe, verdad fundamental, el corazón de Romanos.
Pero, ¿sabe qué decía el Concilio de Trento, hermano, en pleno tiempo de la Reforma, haciendo la Contrarreforma? Reunidos un montón de curas, llegaban a esta conclusión: ‘El que dijere’, dice uno de los cánones fundamentales sobre la justificación del Concilio de Trento, de la Contrarreforma, ‘el que dijere que es justificado por la sola fe sea anatema’. Eso dice el Concilio de Trento, o sea anatemizó a San Pablo, anatemizó a Romanos, a Gálatas, anatemizó la esencia del evangelio, aquello que estaba representado por aquel propiciatorio en el corazón del Santísimo, encima del arca.
Lo esencial lo anatemizó el Concilio de Trento, porque ellos confundían justificación con santificación. Pero el mismo Señor Jesús fue el que habló de justificación. ¿Acaso no contó él la parábola del fariseo y del publicano? El publicano oraba consigo mismo; en cambio, ¿qué decía el fariseo? «Sé propicio a mí». Y otras traducciones dicen: «Propicia para mí». Y dice que él salió justificado; o sea, el que confiaba en su justicia propia, salió todavía pecador. Pero, el pecador que confió en la propiciación, salió justificado.
Eso no es doctrina sólo de Pablo, sino del Señor Jesús. De él, en Isaías 53 se dice que: «Justificará su siervo justo a muchos». La justificación no es invento de Pablo. Hoy en día quieren decir que Pablo fue el que se inventó otra rama del cristianismo, y le atacan a Pablo. Pero el Señor Jesús dijo: «Instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre a las naciones».
Hoy le tienen un terrible odio a Pablo, la Nueva Era, los apócrifos. Hoy en día ya sacaron otro apócrifo, el de Judas Iscariote, echándole la culpa a Dios, defendiendo al diablo y a Judas. ‘El culpable de todo es Dios’, ese es el dizque evangelio de Judas Iscariote.
Hermanos, la iglesia no puede estar callada. Ella tiene que dar testimonio constante y permanente de lo que le ha sido confiado. Y esto le ha sido confiado a la iglesia: «El justo por la fe vivirá».
La Iglesia
Ahora sí, después de la época de la Reforma, cuando ya quedó claro quién es salvo y cómo se salva, quién no es salvo, y quién está adentro y quien está afuera, ahora sí se podía hablar de la iglesia, ahora sí el Espíritu Santo podía tomar algunos de los Hermanos, y empezar a hablar de la naturaleza de la iglesia, de la inclusividad de la iglesia, del cuerpo de Cristo. Y ya la onda de la visión de iglesia fue introducida en la historia de la iglesia por el Espíritu Santo.
La verdad fundamental acerca de la iglesia, descansa sobre la de la justificación por la fe. ¿Se dan cuenta? Y esa descansa sobre la expiación y sobre la persona de Cristo y sobre la Trinidad. Trinidad, encarnación, expiación. Puede poner: resurrección, ascensión, Espíritu y también justificación por la fe, vida santa, vida en el Espíritu, iglesia. Ahora sí llegamos a la iglesia.
Ahora, del siglo XVIII y XIX, XX y XXI, el Espíritu Santo está llevando a la iglesia a comprenderse a sí misma, pero a la luz de la salvación, a la luz de Cristo. O sea, la eclesiología no es el primer capítulo, es el penúltimo. El último es la escatología, las últimas cosas. Cuando ya vemos la iglesia, los vencedores, el milenio, el reino, ahí empiezan todas estas cosas, ahí empieza la escatología. Cielo nuevo, tierra nueva, esa síntesis que comienza por: «Cristo en vosotros, la esperanza de gloria». Ahí sí, llegamos a la escatología, la esperanza, la bendita esperanza, una misma esperanza, «la esperanza de gloria».
Ahora sí, después del reino, tenemos la eternidad, el propósito eterno de Dios. Esas son palabras claves que no debemos olvidar dentro del depósito de Dios. Dentro del consejo de Dios, hay asuntos esenciales que tienen un orden lógico, un orden espiritual, que uno es el que te lleva al otro. Y así, el Espíritu Santo, conforme a la promesa de Jesús, condujo a la iglesia. Porque él dijo: «El Espíritu os guiará a toda verdad». Y el Espíritu Santo, como en un parto, dirigió ese parto de la iglesia que es como aquella mujer en trabajo de parto para dar a luz ese niño, ese hijo varón – Cristo formándose en la iglesia.
El Espíritu Santo ha ido revelando a la iglesia, con la misma Palabra de siempre, la misma Biblia de siempre. Pero, cada vez, él la va abriendo más, primero acerca de Dios mismo y acerca de Cristo, porque es por medio de Cristo que conocemos a Dios, es por medio de Cristo que conocemos al hombre, es por medio de Cristo que conocemos la salvación y es por medio de Cristo que conocemos la iglesia y el reino y el propósito eterno de Dios.
Todas estas cosas están integradas en un orden lógico que viene de la eternidad y que va hasta la eternidad, y que así han sido enseñadas por el Espíritu Santo conforme a su ministerio, a lo largo de veintiún siglos de historia eclesiástica. El Espíritu Santo enfatizando estas cosas, porque era necesario que primero hubiera algunas claras, para que sobre ellas el Espíritu pudiera ayudarnos a dar un paso más allá.
Entonces, hermanos, digamos que la historia de la iglesia se recapitula en la revelación final que la iglesia del fin tiene que llevar. Porque dice la palabra de Dios que «mejor es el fin del negocio que su principio», ¿ven? Porque los patriarcas trabajaron para nosotros, Moisés trabajó para nosotros; Josué, los jueces, los reyes, los profetas, todo Israel trabajó para nosotros. Los apóstoles trabajaron para nosotros.
Nosotros estamos encima de la patrística, sobre los hombros de los escolásticos, sobre los hombros de los pre-reformadores y de los reformadores, de los grandes misioneros. Todo el trabajo del Espíritu a lo largo de veintiún siglos, era para pasárnoslo a nosotros. Todo ese depósito. De él somos herederos. Ha sido masticado por largos siglos. A veces, un asunto necesitaba cuatro siglos de masticación para quedar decantado en el corazón de la iglesia para poder el Espíritu Santo pasar a un siguiente punto.
Pero estamos en las generaciones finales, hermanos. Entonces somos los herederos de toda esa riqueza, de todo ese proceso. Si el depósito de Dios era grande en el principio, cuando no había sido digerido, ¡imagínese ahora que ha sido digerido por veintiún siglos de historia de la iglesia! ¡Cuántos hermanos tratando masticar por un lado y por el otro, y clarificar y conversar, para que nos vaya llegando a nosotros, algo más definido, más decantado!
Hermanos, nosotros estamos en los hombros de ellos; pero cada generación tiene que ser fiel a su propia generación. Nosotros debemos, sobre los hombros de nuestros hermanos, dar un testimonio lo más completo posible, de principio a fin, del consejo de Dios.
Extractado de un mensaje impartido en Temuco, en agosto de 2008.