Principios para la restauración a partir de la vida y ministerio de Nehemías.
Los hijos de Israel regresaron a Jerusalén durante el reinado de Ciro, después de setenta años de cautiverio en Babilonia. Hallaron entonces el muro de la ciudad derribado, y sus puertas quemadas a fuego.
Nehemías, un hombre de oración
Ciertos judíos trajeron estas noticias a Nehemías, el cual comenzó a orar con lágrimas y ayunó. Confesó primero sus propios pecados, los de la casa de su padre y de los hijos de Israel; luego le recordó a Dios la promesa que él había hecho a su pueblo (véase Neh. 1:2-9; Lev. 26:40-45).
Muy parecida a la condición de Israel en tiempos de Nehemías es hoy la de muchos creyentes. Existe una lamentable esterilidad porque en sus vidas no han dado el debido lugar a Dios, a su Palabra y a su casa. Solamente humillándonos, volviéndonos a Dios con sincero arrepentimiento y honrándole con todo nuestro corazón, podremos obtener sus ricas bendiciones.
Creyendo en esas promesas, Nehemías se puso a orar, ayunar e hizo duelo por algunos días. Así Dios comenzó a obrar en la vida de Nehemías y, por medio de él, muchos fueron movidos a venir a la obra de Dios. En la historia del pueblo de Dios vemos, una y otra vez, que Dios levanta a un servidor fiel, o a un pequeño remanente para emprender de nuevo su obra. El Señor realiza siempre grandes cosas por su pueblo, gracias a la fidelidad de unos pocos.
Aunque el rey Ciro había proclamado que todos los judíos podían regresar a su país, muchos se quedaron en Babilonia porque no podían creer. De la misma manera, si nosotros dejamos de creer y de reclamar las promesas de Dios, él no puede obrar en nosotros y por medio nuestro. Muchos afirman creer en la Biblia, pero no se ajustan a lo que ella dice; más bien tienden a seguir las costumbres, prácticas y ritos humanos. Por un lado, declaran confiar en Dios y, por otro, cuando necesitan dinero, se dedican a pedirlo.
Hay quienes dicen que confían en que Dios va a hacer sanidades y promueven reuniones con ese fin, pero cuando se plantea la cuestión de los fondos, es extraño ver que no aplican la misma fe, sino que para esto recurren a los hombres. El Dios que puede sanar, ¿no puede igualmente proveerles del dinero necesario? Fallan al no seguir del todo la Palabra de Dios. Solamente por una entera obediencia a Dios y a su Palabra podremos ver a Dios obrando en nuestro favor.
Nehemías creyó y se puso a obedecer; Dios, por su parte, también se puso a obrar a favor de él. Mucha gente proclama su fe en el Señor Jesucristo, pero cuando vienen las dificultades comienzan a llorar. Muy sutilmente hacen alusión a sus necesidades económicas a otros, a veces hasta en sus oraciones en voz alta. En el caso de Nehemías, no vemos nada de eso. Él no hizo ninguna petición a su rey terrenal, sin antes orar al Dios del cielo. Así él dependía de Dios para cada palabra que dijera al rey. En consecuencia, cuando presentó su solicitud, el rey pudo ver que Nehemías era un hombre de Dios y que las palabras que él hablaba eran palabras de Dios.
Buscando la raíz del mal
Antes de comenzar la reedificación de los muros, Nehemías fue a examinar el estado de ruina en que éstos se hallaban. Antes de reedificar la casa de Dios, debemos primero buscar la causa de la esterilidad, lo mismo que Nehemías fue a inspeccionarla situación por sí mismo, para ver de qué modo y hasta qué punto han sido destruidos los muros y consumidas las puertas por el fuego.
En nuestros días, vemos en muchos lugares a creyentes y dirigentes cristianos que oran por un avivamiento y despertar en el pueblo de Dios, sin preocuparse demasiado por conocer la causa de su esterilidad. No solamente por usar algunas frases acostumbradas en la oración, como «Hemos pecado», que podremos ver a Dios obrando en medio de su pueblo. Los que así oran, piensan que han alcanzado su objetivo y se olvidan de todo lo concerniente a este asunto.
Ciertamente el muro de Jerusalén estaba en ruina, pero el hecho de que había sido destruido a causa de los pecados de los hijos de Israel, no había sido francamente considerado. Durante muchos años, Dios, por amor, no había cesado de advertirles mediante sus profetas, pero pese a ello, continuaron desobedeciendo con tremenda indiferencia. Después de darles suficiente tiempo y oportunidades de arrepentimiento, Dios envió a Nabucodonosor, quien destruyó la ciudad, derribó sus muros y quemó sus puertas.
En estos días vemos una situación semejante, a saber, esterilidad entre los creyentes, porque estos persisten en seguir las costumbres, las prácticas, los ritos y ceremonias introducidas por los hombres, en vez de obedecer a la Palabra de Dios; y fallan al no reconocer en esto la raíz del mal.
Cuando un hombre quiere construir un edificio sólido, antes de nada tiene que echar un cimiento sólido. Como nuestro Señor ha dicho, si edificamos una casa sobre la roca, no caerá cuando vengan los vientos, las tormentas o las inundaciones. En el sentido espiritual, el Señor Jesucristo es nuestra Roca. Es sobre él, la Roca, que hemos de edificar, es decir, que nuestro modo de construir tiene que depender de Sus enseñanzas, Sus instrucciones, Su voluntad, Su plan, Su sabiduría y Su poder celestiales. (Ef. 2:20).
Es sobre un sólido fundamento espiritual que nosotros, los creyentes, hemos de edificar una casa espiritual. Muchos olvidan esta primera regla y tratan de construir la casa de Dios sobre la arena, o sea, sobre cosas que no tienen el apoyo en Dios; de ahí que no tienen firmeza, y por eso vemos que todo se derrumba. Dios nos advierte solemnemente en Hebreos 12:26, que él va a sacudir todo lo que procede del hombre, toda práctica, denominaciones, etc., establecidas por los hombres. Todo lo que hagamos ha de basarse en la Palabra de Dios, si queremos que nuestro trabajo lleve fruto y resista la prueba de las fuerzas destructoras.
La obra del enemigo
Cuando se comenzó la obra, muchos se presentaron para ayudar. Nehemías les contó cómo la mano de Dios había sido buena sobre él. También en nuestros días necesitamos hombres como Nehemías, de los que se pueda decir: «Verdaderamente, la mano de Dios está sobre él».
Cuando Sanbalat el horonita, Tobías el amonita y Gesem el árabe lo oyeron, se burlaron y los despreciaron. De igual modo, si queremos tomar alguna parte en la obra de Dios, seguramente seremos puestos en ridículo por los enemigos de Dios, y encontraremos su oposición. Esta es la primera arma que el enemigo emplea para desanimarnos y asustarnos. En el tiempo de Nehemías, estos tres hombres tenían mucha influencia en la ciudad. En todos los países nos encontramos con hombres como Sanbalat y Tobías que se oponen fuertemente a la obra de Dios, si no oramos fuertemente para que él nos dé su fuerza. Nehemías venció todos los obstáculos por medio de la oración.
Aquellos que de en medio nuestro no han nacido de nuevo, tienen una mente mundana y, aunque tal vez sean muy inteligentes, no tienen parte en la obra de Dios, porque no han sido llamados por él.
Muchos comienzan obedeciendo a Dios, pero cuando las dificultades llegan prefieren poner su confianza en los hombres, buscando el favor de gente adinerada antes de confiarse en Dios. Pero el pueblo de Dios no debe depender de la gente impía y mundana en ningún concepto. El enemigo trata siempre de estorbarnos y asustarnos cuando tomamos una actitud firme a favor de la obra de Dios, pero por medio de la oración y de una entera obediencia a Dios, podemos vencerle completamente.
Si Dios lo hubiera deseado, podría haber empleado a otra gente para reconstruir los muros de Jerusalén. Dios podría haberse servido de los hombres de Ciro o de Artajerjes para reconstruirlos en poco tiempo, pero él no hizo nada de eso porque quería dejar este privilegio y responsabilidad a Su pueblo.
Pero no hemos sido salvados para construir una denominación o un grupo. Dios nos llama a edificar Su morada, una casa celestial (Ef. 2:22). Esta casa no se compone de ladrillos, piedras, barro o madera, ya que es una morada espiritual, eterna. El privilegio de edificarla está fuera del alcance de la gente de este mundo. Este privilegio ni siquiera ha sido dado a los ángeles, sino exclusivamente a los rescatados por la preciosa sangre de nuestro Señor Jesucristo.
Edificando según el orden divino
Nehemías comenzó sin vacilar la obra de la reedificación del muro, distribuyendo el trabajo de modo que todos pudieran participar. Conforme al orden divino, Nehemías dividió el muro en diferentes secciones. El pueblo se ocupó totalmente en la edificación de la sección del muro que a cada uno le había sido asignado. En el capítulo 3 leemos que todos acabaron la obra que habían tomado a cargo. No todos los que ayudaban en la reconstrucción eran carpinteros o albañiles calificados; sin embargo, todos aceptaron el trabajo porque venía de Dios.
En un hospital había una enfermera cristiana muy dedicada a su trabajo. Después de algún tiempo, la pasaron a otra sala y, como de costumbre, atendió sus deberes con diligencia. Todo estaba perfecto, limpio y en orden. Viendo esto, una enfermera le preguntó quién iba a inspeccionar la sala. «Nadie», le contestó ella. De nuevo le preguntó por qué trabajaba con tanto empeño, si las otras enfermeras no eran tan minuciosas en sus tareas. Ella le hizo saber entonces que no trabajaba para agradar a los hombres, sino al Señor Jesucristo su Salvador.
Todos deberíamos tomar parte en la obra de Dios, no importa cuál sea nuestro origen, ni nuestra educación, conocimientos, o experiencia; el estar dispuestos a servirle a él y permanecer en el orden divino es la lección que aquí hemos de aprender. En la casa de Dios no podemos escoger por nuestra cuenta, tenemos que hacer solamente la voluntad de Dios.
Aceptemos Su orden, Su autoridad, y que nuestro principal objetivo sea: realizar Su plan. El Señor Jesucristo es nuestro Nehemías celestial. Él tiene el plan perfecto para edificar la nueva Jerusalén. Si todos seguimos el orden y plan de Dios en Su casa, permaneciendo bajo la dirección de nuestro Señor Jesucristo, haciendo todo como para él, tendremos el honor de ver la vida fluyendo a través de nosotros hacia diferentes partes del mundo. El Señor tiene en cuenta lo que hacemos y cómo lo hacemos. Aprendamos el secreto de participar de todo corazón en la obra de Dios, de acuerdo con Su plan y orden. Nos sorprenderá entonces experimentar cómo Dios nos provee la fuerza, gracia y sabiduría especiales para todo trabajo que emprendamos. Gozaremos también de unidad espiritual y de amor los unos con los otros (Véase Juan 13:35).
La oposición de los poderosos
Como servidores de Dios, tendremos también que hacer frente a la oposición de la gente poderosa e influyente, los llamados dirigentes cristianos. En el año 1941 afrontamos la oposición de dirigentes de diferentes denominaciones en la ciudad de Madrás.
Sanbalat y Tobías habrían podido hacer uso de su elevada posición en beneficio de la construcción del muro, pero usaron su posición privilegiada para poner obstáculos a la obra de Dios y hacerse enemigos de Sus siervos. Pablo dice en Filipenses 2:21: «Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús».
Al comienzo mismo de la obra de Dios en Madrás, el Señor ya nos advirtió y nos enseñó cómo hacer frente a esta clase de oposición. Así, antes de instalarnos en «Jehová-sama» — nuestro lugar de reunión – algunos tuvimos la carga de orar toda la noche. Sabíamos de antemano que tendríamos que afrontar mucha persecución y ataques del enemigo y que, a menos de orar con perseverancia, seríamos incapaces de resistir a la oposición. De modo que decidimos ir a un lugar llamado Pallavaram, situado en una colina cercana, para pasar toda la noche orando. Éramos unas treinta personas. Hallamos allí muchas tumbas viejas y el sitio estaba lleno de ciempiés y escorpiones. Después de leer y meditar por un tiempo en la Palabra de Dios, nos pusimos a orar, pero, atraídos por la luz de nuestras lámparas, los escorpiones y ciempiés empezaron a venir hasta nosotros. Fue una experiencia poco común, pues pasamos la noche entera orando, y por otra, matando aquellos bichos, a medida que se nos iban acercando.
Ya al amanecer, el Señor claramente nos reveló que tendríamos que afrontar una oposición y persecución muy obstinadas, lo que nos serían tan doloroso y venenoso como los aguijones de los ciempiés y escorpiones. Lo que el Señor nos mostró resultó ser nuestra experiencia en los años que siguieron. Así, perseverando en la oración, recibimos gran ayuda; por ella fuimos guiados y alentados.
Podemos testificar que el Señor ha cumplido fielmente su promesa en los años pasados. Cuanto más trataba la gente de oponerse a la obra de Dios, más éramos bendecidos.
El diablo se sirve a veces de hombres importantes para su propósito – los Sanbalat y Tobías – esperando dañar por las burlas y el desprecio la obra de Dios. Los que dirigían escuelas, hospitales y otras instituciones, y que tenían mucho dinero, embriagados por el poder de su posición elevada, ridiculizaban a los que querían bautizarse, diciéndoles: «¿Quién les va a casar después? ¿Quién les dará trabajo? ¿Quién les dará sepultura?, y así sucesivamente. Pero damos gracias a Dios por la oración –nuestra arma fuerte y eficaz– que tiene todo poder para vencer al enemigo.
Ahora, los que al principio se burlaban de nosotros, nos ruegan que vayamos a ayudarles, que oremos por ellos o tengamos campañas evangelísticas en sus localidades. Si soportamos con paciencia todas las burlas, el Señor nos ayudará y, a su debido tiempo, hará de nosotros canales de bendición para los que antes se burlaban. Nuestro deber es permanecer fieles a la visión celestial y continuar orando.
Quitando los escombros
Para que el muro fuese sólidamente edificado, primero tenían que quitar todos los escombros ocasionados por su derrumbamiento (Neh. 4:10). Ellos nos hablan de las costumbres, tradiciones y prácticas humanas. Si queremos que la obra de Dios sea sólida, debemos quitar esos escombros (Véase Mr. 7:1-13).
En muchos lugares hemos visto a dirigentes de iglesias ignorar la Palabra de Dios y aferrarse a las costumbres, ritos y prácticas que ellos recibieron de sus predecesores y no de la Palabra de Dios. Un domingo, uno de los pastores vino a nuestra reunión, a esa de la una de la tarde. Como nuestro servicio se alargaba mucho, salió y después volvió y se sentó de nuevo. Más tarde me contó que había venido haciéndose muchas preguntas, pero que a cada una de ellas el Señor había dado la respuesta durante el servicio de adoración. Hasta llegó a invitarnos para que tuviéramos una campaña evangélica en su localidad, y prometió ocuparse de todos los preparativos.
Algunas personas son ambiciosas, quieren ocupar un puesto de dirigente en la iglesia. Es Dios quien llama de entre su pueblo, a ser pastores, evangelistas, predicadores, y así sucesivamente. Cuando él llama, él también los designa y prepara. Hemos visto en algunas asambleas cuánto escombro como divisiones, grupos y disputas introducían aquellos que ambicionaban una posición en la iglesia. A menos que este escombro sea quitado, la obra de Dios no podrá establecerse según su Palabra, ni realizarse Su plan celestial.
Leemos en Nehemías 4:19. «La obra es grande y extensa, y nosotros estamos apartados en el muro, lejos unos de los otros». Cuando la obra de Dios crece, no podemos reunirnos en la comunión unos con otros tan a menudo como lo desearíamos. Esto trae debilidad en la asamblea, lo que da lugar al escombro de la indiferencia los unos hacia los otros. Para eliminar esta dificultad, necesitamos hacer un esfuerzo más a fin de reunirnos. Las reuniones especiales, organizadas de vez en cuando, nos permiten estar juntos en comunión fraternal y, de esa manera, allanar la dificultad de la separación, debido a las circunstancias.
Atendiendo las necesidades
Los hijos de Israel hubieron de enfrentarse también con problemas que entorpecían la obra y el que ellos obedeciesen del todo a Dios. Tuvieron que hacer frente a muchas dificultades por falta de amor entre ellos. En aquel tiempo había hambre en el país, muchos tuvieron que empeñar sus tierras, sus viñas y sus casas a causa de la pobreza, y ciertos judíos se comportaron como unos usureros (Ver Neh. 5:2-5).
Como creyentes, es nuestro deber socorrer a los que están necesitados; si no lo hacemos estorbaremos la obra de Dios. Como hijos de Dios, no debemos mendigar pan o dinero (Véase Sal. 34:10 y 37:25). Los creyentes que no ponen su confianza en Dios y tienen la costumbre de mendigar ayuda y dinero, seguirán mendigando toda su vida. Los que están en la escasez, deben aprender a orar por sus necesidades, y los que tienen más de lo necesario, es su deber orar para saber quiénes son los que necesitan ayuda. Si se cumple con esto, según Dios nos guíe, se podrá satisfacer muchas necesidades y no se sufrirá ninguna pérdida.
Hace algunos años, me encontraba hospedado en casa de una familia pobre, buenos creyentes. Por aquel entonces el marido había perdido su empleo. Un día, no había nada qué comer en la casa, ni siquiera un pedazo de pan. Sin la menor murmuración, todos, hasta los niños pequeños, se pusieron a orar. Confiaban en que Dios supliría sus necesidades, y por eso no tendrían que mendigar. Mientras aún estábamos orando, oímos un ruido como de un fuerte golpe en la puerta. Pensábamos que habría sido una pedrada, pero, cuando abrimos la puerta, encontramos un saco grande. Dentro había pan, legumbres y otros comestibles en cantidad suficiente para toda la familia.
La primera lección que el Señor me enseñó en el comienzo de mi vida cristiana, fue de no contar a nadie mis necesidades, sino de venir a Él en oración y confiarle todo. Hubo un tiempo en el que no tuve qué comer y debía caminar grandes distancias. Una vez que tenía mucha hambre, me dije: «Estoy hambriento, pero no puedo mendigar ni pedir alimento a nadie. Si voy a casa de mi amigo a la hora de comer, seguramente me invitará. Yo le diré: «No, gracias». Si él me ofrece una vez más, le diré de nuevo: «No, gracias». Pero si él me invita por tercera vez, entonces lo aceptaré». Con esos pensamientos fui a su casa, y sucedió exactamente como había pensado. Así pude comer.
Unas semanas más tarde, tuve la misma tentación. Estaba sintiendo mucha hambre y pensé ir a casa de mi amigo con la esperanza de repetir mi experiencia pasada. Cuando iba de camino, a eso de la una y media de la tarde, el Señor me reprendió, diciéndome: «¿Dónde está tu fe?». Le contesté: «Señor, no es mi intención pedir o mendigar comida, solamente la aceptaré en el caso de que mi amigo insista después de habérsela rechazado dos veces». A eso, el Señor me preguntó: «¿Cuál es el motivo de tu visita?». Me avergoncé e inmediatamente pedí al Señor que me perdonara. Le prometí que no me dirigiría más a nadie para mis necesidades, porque él vive y me es suficiente: «Jehová es mi pastor; nada me faltará» (Sal. 23:1). Es de esa manera que el Señor me dio una fe fuerte.
Una mañana temprano, mientras oraba, el Señor me dijo que llevase cinco rupias a una viuda que estaba en una gran indigencia. Me levanté, busqué en mis bolsillos y no encontré nada. El Señor insistió: «Ve a llevárselas». Me puse el abrigo, cogí la Biblia y salí sin dinero. Aunque parezca extraño, vi de pronto un billete de cinco rupias tirado en la calle. Lo cogí y pregunté a los transeúntes si alguien había perdido ese billete. Después de preguntarlo por tres veces en voz alta, puesto que nadie lo reclamaba, me lo guardé, fui a la casa de la viuda y se lo di. Ella se puso a llorar, y me contó que aquella misma noche soñó que había visto a su esposo, diciéndole que no se apurase, que el hermano Bakht Singh vendría para darle cinco rupias. Me dijo también que el Señor me había enviado justamente en el momento en que ella estaba pensando en mí. Estas cosas no suceden por casualidad. Debemos socorrer a los que están necesitados, según el Señor nos da y nos guía.
Tenemos que orar pidiendo al Señor que nos muestre quiénes son los que están con escasez de alimento, de ropa o de dinero. Es de ese modo que podremos remediar y alentar a nuestros hermanos indigentes, a las viudas y los huérfanos. Hay muchos creyentes que tienen bastante, y dinero de sobra para dar a los menesterosos, pero no piensan en compartirlo con otros. Este egoísmo hace que los corazones se llenen de descontento, de odio y de celos. En Hechos 6:1-6 leemos que la iglesia primitiva resolvió sus problemas designando a hermanos «de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría».
Hoy en día, algunos desean ser diáconos y ancianos por la ambición de poder y de autoridad. Esas personas no tienen amor ni interés espiritual por los creyentes pobres. Todo lo que ellos quieren es destacarse. Únicamente los que son espirituales y están preparados por Dios pueden ser pastores. Ayudando y compartiendo con otros lo que tenemos, recibimos visión celestial. Todos los ancianos y pastores deberían aprender igualmente este secreto espiritual.
Entre los siervos de Dios también hallamos a algunos que están gobernados por el dinero y los deseos de comodidades. No tienen afán sino por visitar los hogares donde pueden recibir regalos. Si juzgan que la iglesia no se ocupa de sus necesidades, reprenden a los creyentes en sus mensajes, diciendo que no saben honrar al Señor con sus bienes. Tales ministros de Dios no han aprendido a confiarse en él y, por lo tanto, se quedan en la esterilidad espiritual. Si servimos a Dios fielmente y dependemos de él para todas nuestras necesidades, sin la más mínima queja o pregunta, nuestro ministerio será muy fructífero. Si aprendemos día a día a depender del Señor, veremos que él satisface todas nuestras necesidades.
Guardándose del engaño
Al fallar en su primeros planes e intentos, Sanbalat y Tobías se idearon otra estratagema. Sobornaron a Semaías, uno de los colaboradores de Nehemías, para que le diera un consejo malo con el fin de engañarlo (Neh. 6:10-12). Leemos en el versículo 10 cómo Semanas le aconsejó que se escondiese en el templo para salvar su vida. De haber seguido ese consejo, los enemigos de Nehemías habrían tenido contra él una nota infamatoria con que poder avergonzarle.
Hoy en día, el enemigo emplea la misma arma contra los creyentes. Con frecuencia se sirve de nuestros amigos y parientes cercanos, de mente mundana, para darnos consejos erróneos y, de este modo, poner trabas a nuestro trabajo para el Señor. Así es como muchos creyentes han perdido su fe en Dios. Los consejos de los parientes y amigos del mundo no deberían ser considerados dignos para nosotros. Dado que por medio de la oración podemos obtener conocimiento de la celestial voluntad de Dios y Su consejo, todo aquello deberíamos rechazarlo inmediatamente.
Hemos visto a muchos siervos de Dios errar en esta cuestión. Cuando ellos necesitan dinero para la obra de Dios, en vez de confiarse en Dios, emplean la sabiduría humana, dirigiéndose a los amigos del mundo para obtener ayuda financiera. Ellos ignoran por completo que esos procedimientos llevan indefectiblemente a la esterilidad.
Sin embargo, Nehemías pudo discernir que Semanas le daba un consejo malo. Muchas veces, ciertas personas que se dicen servidores de Dios, infunden miedo innecesario en los corazones de otros creyentes. Dicen que Dios les ha hablado para prevenirlos en cuanto a ciertos asuntos, y de esa manera causan desdicha y siembran dudas en los corazones y hogares de muchos. Debemos tomar las advertencias de la Palabra de Dios para no dejarnos nunca engañar por personas tan sutiles. La Palabra de Dios nos es dada para nuestra instrucción y guía diarias.
Una obra de Dios
Cuando el muro fue acabado, los paganos – incluyendo a los enemigos – tuvieron que reconocer que esta obra había sido hecha por Dios (v.15-16). Si somos fieles y consagrados en la oración y en la obra que el Señor nos ha confiado, perseverando – lo mismo que Nehemías – a pesar de todos los ataques del enemigo, el Señor podrá utilizarnos para restablecer vidas arruinadas, hogares deshechos e incluso asambleas hundidas.
Cuando tal obra es llevada a cabo a través de nosotros, hasta nuestros enemigos tienen que reconocerlo y no pueden menos que declarar –para la gloria de Dios– que él lo ha realizado.
Bakht SinghExtractado de «El llamamiento celestial».