Otro de los obstáculos en la oración del creyente es el enemigo, Satanás. Muchas veces nuestro corazón desfallece cuando vemos que nuestro enemigo es tan poderoso. Parece que nada ni nadie puede oponérsele. Sin embargo, tenemos que declarar que él está vencido.

La derrota del enemigo fue anunciada muy tempranamente, en el mismo huerto de Edén: «Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar» (Gén. 3:15). Aquí se habla de dos heridas. La herida del Señor Jesús fue el vituperio y la crucifixión; pero la herida de Satanás fue su derrota y destrucción eternas, por la misma crucifixión de Jesucristo. «Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él (Cristo) participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo» (Heb. 2:14). También fue la derrota de todos los demás poderes infernales (Col. 2:15).

En el Antiguo Testamento hay dos figuras o tipos claramente ilustrativos de la derrota de Satanás. En ambos casos, la victoria del pueblo de Dios despierta un júbilo desbordante, con canciones y danzas. La primera es la derrota de Faraón en el Mar Rojo (Éx. cap. 14), y la segunda es la derrota de Goliat en manos de David (1 Sam. 17). ¿Cómo no se alegrará el pueblo de Dios por la derrota del enemigo?

Cuando el Señor Jesús comenzó su ministerio, derrotó a Satanás en el desierto (Mat. 4:1-11). Fue la primera vez que un hombre vencía a Satanás en un encuentro frontal. Era la venganza por la derrota del primer hombre en el huerto. En esta ocasión, el Señor Jesús ató al hombre fuerte (Mat. 12:29), y desde entonces comenzó a arrebatarle los hombres que tenía cautivos. Aun más, nosotros mismos –como iglesia– podemos atar al enemigo, porque hemos recibido autoridad para hacerlo (Mat. 18:18).

Por un poco de tiempo, Satanás tiene aún algún ámbito en el que puede moverse, pero él está siempre restringido y controlado por nuestro Dios. El Señor se sirve de él para nuestro bien, por eso le permite actuar; pero la oración de la iglesia es absolutamente efectiva, y debemos ejercerla con diligencia, abarcando todas las áreas en que él pretenda estorbar la voluntad de Dios.

Cuando Daniel oró, hubo fuerzas enemigas que impidieron la llegada de la respuesta por algún tiempo, pero eso no impidió que llegara (Dan. 10:12-14). Sí ayudó a que Daniel se ejercitara en la oración y en la paciencia. Así, pues, aun la oposición de Satanás puede favorecernos, si persistimos hasta el fin, porque, de paso, nos habremos despojado de la pereza y habremos ganado en paciencia. «…a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas» (Heb. 6:12).

321