Cuando oramos, hay tres clases de dificultades que nos producen desaliento. Sepa cómo enfrentarlas y vencerlas.
Las personas
La primera dificultad tiene que ver con las personas por las cuales oramos. Si ellos son libres para decidir su destino, y si han decido seguir un destino lejos de Dios, ¿de qué vale que oremos si Dios no puede alterarlo? Si ellos han decidido no buscar a Dios, teniendo libre albedrío, ¿cómo podría alguien –ni siquiera Dios– torcer esa voluntad libre? Siendo así, por demás es que oremos. Nunca recibiremos respuesta a la oración.
La idea del hombre como un ser libre, poseedor de un libre albedrío, es bastante débil en las Escrituras, y no tiene la misma fuerza que la soberanía de Dios, según la cual Dios no sólo gobierna en el universo, sino también en el corazón de los hombres.
Dios gobierna sobre el corazón de los reyes
Si miramos las Escrituras veremos a Dios muchas veces disponiendo del corazón del hombre con la libertad que sólo el Dios todopoderoso puede hacer. ¿Consultó Dios a Faraón para ver si quería desempeñar el papel de “duro” frente a Moisés? La Escritura dice, simplemente, que Dios endureció su corazón. (Romanos 9:16-18). ¿Preguntó Dios a Ciro si él quería favorecer a los israelitas para que reconstruyeran el templo en Jerusalén? La Escritura dice que Dios “despertó el espíritu de Ciro” para que promoviese la causa de los israelitas (Esdras 1:1). ¿Consultó Dios a Nabucodonosor si deseaba ser convertido en bestia? Pero Dios lo hizo (Daniel 4:31-37).
Estos tres reyes representan toda la grandeza y la soberbia humanas. ¿No eran ellos, en sus respectivas épocas, los soberanos de los imperios más grandes? ¿No tenían un poder incontrarrestable? Sin embargo, Dios –que gobierna en el universo– gobernaba también sobre sus corazones.
La soberanía de Dios se expresó claramente en estos reyes en el pasado. ¿Será así también en el futuro? Apocalipsis 17 nos dice que diez reyes asolarán a Babilonia, “porque Dios ha puesto en sus corazones el ejecutar lo que él quiso…” (v.17). Eso no ha sucedido aún: es una profecía. Pero sabemos que se cumplirá, porque Dios lo ha dicho, no importa la grandeza o la oposición que estos reyes pudieran hacer a Dios. ¿Qué sucede hoy? ¿Tiene Dios gobierno sobre el corazón de los hombres?
Dios gobierna para favorecer a Filadelfia
En Apocalipsis 3:7 dice: “Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre: Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar …” Dios aquí muestra otra vez su absoluta soberanía en su designio sobre los hombres. La iglesia en Filadelfia ha recibido la gracia de tener el favor de Dios para realizar su obra, y nadie se le puede oponer.
Libertad del hombre vs. soberanía de Dios
Cuando el apóstol Pablo, en dos pasajes de la epístola de Romanos, toca el asunto de la libertad del hombre versus la soberanía de Dios no concluye el razonamiento de manera lógica (con lógica humana). (3:3-9 y 9:11-21). Por momentos parece que va a conceder la razón al hombre; sin embargo, concluye bruscamente rompiendo el razonamiento y exaltando la soberanía de Dios: “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?” (9:20). El apóstol invita al hombre a inclinar su cabeza y a aceptar, simplemente, los designios de Dios.
La soberanía de Dios alcanza también el corazón de los hombres en cuanto a la elección. El Señor Jesús, en dos ocasiones, y aun en tres, enseñó claramente acerca de la elección de Dios. “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere…” (Juan 6:44). “Todo lo que Padre me da, vendrá a mí, y al que a mí viene, no le echo fuera.” (Juan 6:37). (Ver también Juan 6:39 y 6:65). Pablo dice claramente en Efesios: “…habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad…” (1:11).
Es el Padre quien decide quiénes vienen a Cristo. Sabiendo esto, el Señor Jesús oró diciendo: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son.” (Juan 17:9).
Esto que vamos diciendo no es un asunto meramente doctrinal, ni pretende defender ninguna doctrina en particular.1 Lo que interesa en esta exposición es ver cómo el correcto entendimiento de esta verdad puede producir un importante vuelco en nuestra actitud cuando oramos.
Dios puede con ellos
Si vemos a Dios impotente frente a la libertad del hombre, frente a la dureza y soberbia humanas, entonces, ¿de qué vale que golpeemos su puerta pidiendo por la salvación de los hombres rebeldes? Dios no podrá con ellos.
Sin embargo, esto no es así. Cuando Dios dice: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mateo 7:7-8), está afirmando tácitamente que Él puede hacer todo aquello que pedimos, buscamos o por lo cual llamamos.
Por la oración vamos al Padre y pedimos que él toque a los hombres y los convierta. Que Él derribe a los Nabucodonosores, a los Faraones y a los Ciros de este día y haga con ellos su voluntad. Pediremos por quienes el Padre ha puesto en nuestro corazón, e insistiremos hasta que Él nos conceda lo que pedimos. Pediremos también que Él manifieste a los que ha escogido, para que procedan ya al arrepentimiento.
Muchos de ellos, siendo escogidos, están todavía en tinieblas, enredados en sus pecados. Muchos de ellos están sufriendo en el mundo, sin paz y sin esperanza. Ellos no saldrán de allí si nosotros no oramos. Ellos no podrán resistir la mano de Dios, pero esa mano no se moverá si nosotros no oramos. ¡Que el Señor nos dé su gracia para orar y para que ellos vengan a la fe! ¡Este es el día de salvación!
Las circunstancias
¿Son las circunstancias tan hostiles que desalientan nuestro corazón? ¿Se oponen las circunstancias a nuestra oración? ¿Podrá Dios reordenarlas para que cooperen con su voluntad?
Cuando miramos las Escrituras, vemos a Dios burlándose de las circunstancias adversas y ordenándolas a su amaño cuando ellas se oponen a sus designios.
En Egipto
El pueblo de Dios es esclavo en Egipto. La grandeza del imperio se sustenta en la mano de obra de los esclavos judíos. Dios envía un mensaje a Faraón diciéndole que deje ir a su pueblo para adorar en el desierto. ¿Será el Faraón tan iluso para dejar ir tan fácilmente a sus esclavos? ¿Y si no regresan?
Dios había hablado, pero ¿no era Egipto la máxima potencia mundial en ese momento? ¿Quién podía oponerse a Faraón?
Faraón era poderoso, pero Dios es Todopoderoso. Dios ordenó las circunstancias, hizo desencadenarse los eventos uno tras otro, con la fuerza incontenible de los hechos divinos, hasta que la resistencia se rompió y todo estuvo ordenado para el cumplimiento de sus designios.
En Babilonia
Israel es esclavo en Babilonia. Han pasado ya setenta años, y la mayor parte del pueblo se ha acostumbrado a vivir allí. Muchos tienen un buen pasar. La servidumbre no es gravosa como lo fue en Egipto. ¿Cómo puede Dios cumplir su designio de sacar a su pueblo de Babilonia, cuando ni siquiera colabora a ello el deseo de los mismos esclavos?
Cumplido el tiempo, Dios se suscita a un hombre como Daniel para que, en la misma corte babilónica, ore a Dios, y así Dios pueda mover su mano a favor de su pueblo. Dios suscita también a Ciro, y despierta el espíritu de los jefes de las casas paternas y de todo hombre que Dios elige para ir a Jerusalén. Su designio otra vez se cumple, porque Él mismo ha ordenado las circunstancias para tal fin.
Pero esto no es así sólo con los grandes imperios del pasado. También lo es en lo pequeño, en la menuda circunstancia doméstica.
Burlándose de Herodes (1ª parte)
En Mateo capítulos 1 y 2, Dios ordena las circunstancias de una manera muy simple, mediante los sueños. Mediante un sueño, Dios habló a José para que no repudiara a María (1:20); de la misma manera Dios habló a los magos para que no volviesen a Herodes con un informe que habría perjudicado a Jesús (2:12); por un sueño habló a José para que huyera a Egipto (2:13); mediante otro sueño habló a José en Egipto para que volviera, porque ya no había peligro para ellos (2:19-20); y, finalmente, mediante otro sueño Dios le dijo a José que no fuera a Judea, sino a Galilea (2:22). ¡Cinco sueños dados en el momento preciso y con la instrucción adecuada ordenaron el corazón de José y burlaron la malévola intención de Herodes respecto de su familia!
Burlándose de Herodes (2ª parte)
Herodes (Agripa, nieto del anterior) mete a Pedro, el apóstol, en la cárcel. Jacobo ha sido martirizado y la amenaza se cierne sobre Pedro. ¿Será sacrificado igualmente? Pedro estaba sujeto con cadenas y custodiado por cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno. Una pesada puerta de hierro era un inexpugnable bastión para cualquiera que quisiera libertarle. Sin embargo, Pedro fue liberado.
Dios movió a sus ángeles y los guardias fueron burlados. ¿Qué ocurrió? Dios actuó en respuesta a la oración de la iglesia (Hechos 12:5), sin solicitarle permiso a Herodes ni al alguacil de la cárcel.
Filipos, y no Asia o Bitinia
Pablo hace la obra de Dios como apóstol. Dirigido por el Espíritu Santo, llega a Filipos. Allí necesita una “cabeza de playa” para iniciar su obra. Pablo acude cerca del río, donde solían orar, y hablan a las mujeres que se habían reunidos. Allí está Lidia, la vendedora de púrpura, ella cree y les hospeda. Allí surge la iglesia en Filipos. ¿Encuentros fortuitos? ¿Cómo había llegado Pablo a Filipos?
Pablo había querido ir a Asia, pero el Espíritu Santo se lo había prohibido. Luego, había intentado ir a Bitinia, pero hallaron la misma negativa del Espíritu. Entonces sucede la visión del varón macedonio, y Pablo se dirige a Macedonia. La primera ciudad de esa provincia era Filipos. ¿Por qué el Espíritu les envía a Macedonia y no a Asia o Bitinia? Porque él había preparado las circunstancias en Macedonia y no en Asia o Bitinia. En Filipos, Dios tenía a Lidia, al carcelero, y muchos otros para que recibiesen la palabra. Dios había ordenado las circunstancias para que Pablo hiciese allí la obra. Los corazones de los que habían de creer estaban preparados para la fe.
El enemigo
Muchas veces nuestro corazón desfallece cuando vemos que nuestro enemigo es tan poderoso. Parece que nada ni nadie puede oponérsele. Sin embargo, tenemos que declarar que está vencido. ¡Que Jesús le venció de una vez y para siempre en la Cruz!
Su derrota fue anunciada en el huerto
La derrota del enemigo fue anunciada muy tempranamente, en el mismo huerto de Edén. La maldición a la serpiente en Edén es la primera alusión a la derrota del diablo: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.” (Gén.3:15). Aquí se habla de dos heridas. Una es la que le infligiría Satanás al Señor Jesús, y la otra, la que le infligiría el Señor Jesús a Satanás. El Señor Jesús recibiría la herida en el talón, pero Satanás la recibiría en la cabeza. Una herida en la cabeza es, evidentemente, mayor que una herida en el talón.
Consumada en la Cruz
La herida del Señor Jesús fue la exposición al vitupero y a la crucifixión. Pero la herida de Satanás fue su derrota y destrucción eternas por esa misma crucifixión de Jesucristo en la cruz. Esta fue la herida en la cabeza. “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él (Cristo) participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo.” (Hebreos 2:14). También fue la derrota de todos los demás poderes infernales. Pablo enseña en Colosenses: “Y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (2:15). (La expresión “exhibir” aquí debe entenderse como “exponer a vergüenza pública”).
Tipificada en el Antiguo Testamento
En el Antiguo Testamento hay dos figuras o tipos claramente ilustrativos de la derrota de Satanás. En ambos casos la victoria del pueblo de Dios despierta un júbilo desbordante, con canciones y danzas.
La primera es la derrota de Faraón de Egipto en el Mar Rojo.(Exodo cap.14). El pueblo cantó: “(Jehová) echó en el mar los carros de Faraón y su ejército; y sus capitanes escogidos fueron hundidos en el Mar Rojo. Los abismos los cubrieron; descendieron a las profundidades como piedra” (Exodo 15:4-5).
La segunda es la derrota de Goliat en manos de David (1 Samuel cap.17). Las mujeres de Israel cantaban y danzaban con este cántico: “Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles.” (1 Samuel 18:7).
¿Cómo no se alegrará el pueblo de Dios por la derrota del enemigo de Dios y enemigo suyo?
La amplia victoria del Señor Jesús
Cuando el Señor Jesús comenzó su ministerio derrotó a Satanás en el desierto (Mateo 4:1-11). Fue la primera vez que un hombre vencía a Satanás en un encuentro frontal. Era la venganza por la derrota del primer hombre, Adán, en el huerto. Este segundo Hombre venció a Satanás, aunque estaba en peor condición que aquél, pues llevaba cuarenta días sin comer.
En esta ocasión, el Señor Jesús ató al hombre fuerte (Mateo 12:29), y desde entonces comenzó a arrebatarle los hombres que tenía cautivos. Hoy en día, los hijos de Dios tenemos que pedirle al Señor Jesús que le vuelva a atar, que le quite sus armas, para que nosotros podamos repartirnos el botín (Lucas 11:21-22). Aun más, nosotros mismos –como iglesia– podemos atarle, porque hemos recibido autoridad para hacerlo (Mateo 18:18).
Un enemigo vulnerable
De manera que no tenemos un enemigo invulnerable. Al contrario, él tiene una herida mortal en la cabeza, y su fin es su destrucción total. Por un poco de tiempo tiene todavía algún ámbito en el que puede moverse, pero él está siempre restringido y controlado por nuestro Dios, y por las oraciones de su pueblo. Todavía el Señor se sirve de Él para nuestro bien, por eso le permite actuar. Pero la oración del pueblo de Dios es absolutamente efectiva contra él, y debemos de ejercerla con diligencia y exhaustividad, abarcando todas las áreas en que él parece estar interesado en estorbar la voluntad de Dios.
Hay que persistir
Cuando Daniel oró, hubo fuerzas enemigas que impidieron la llegada de la respuesta por algún tiempo, pero eso no impidió que llegara. (Daniel 10:12-14). Sí ayudó a que Daniel se ejercitara en la oración y en la paciencia.
La respuesta a la petición de la viuda (Lucas 18:1-8) fue mantenida en suspenso por algún tiempo, pero finalmente le fue concedida cabalmente. Así también será con nosotros. “Y dijo el Señor: Oíd lo que dice el juez injusto. ¿Y acaso Dios no defenderá la causa de sus escogidos, que claman a él día y noche, aunque dilate largo tiempo acerca de ellos?” (vv.6-7). 2
Así, pues, aun la oposición de Satanás puede favorecernos, si persistimos hasta conseguir el fin de la oración, porque, de paso, nos habremos despojado de la pereza y habremos ganado en paciencia. “…a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.” (Hebreos 6:12).
Nosotros
Un tercer tipo de problemas lo ofrecemos nosotros mismos. Muchos de nosotros somos pusilánimes para orar debido a que nos miramos a nosotros mismos más que a Dios. Nuestra incredulidad, nuestra falta de ejercicio y nuestra inconstancia parecen escollos insalvables y pueden más que las santas promesas de Dios, a la hora de enfrentar este asunto.
Siendo así, no vemos lo que el Padre ha hecho al ofrecernos en Cristo, de pura gracia, todas las cosas (Rom.8:32), ni las promesas ciertísimas del Señor Jesús de darnos todo lo que le pidamos (Juan 14:13; 1ª Juan 5:14-15). Tampoco vemos la preciosa obra del Espíritu Santo a nuestro favor para ayudarnos en nuestra debilidad, intercediendo por nosotros con gemidos indecibles (Romanos 8:26).
Nada de esto es asumido cuando el corazón está lleno de incredulidad y pereza. Pero Dios nos habla a tiempo para que despertemos a la fe y a la diligencia, para que cobremos las promesas de Dios y obtengamos lo que pedimos.
Santiago dice: “No tenéis lo que deseáis, porque no pedís.” (4:2 b). El Señor dice: “Pedid… buscad… llamad.”
¿Qué diremos? ¿Hay algún impedimento insalvable? ¿Hay algún voluntad que se oponga al deseo de Dios? Si tocamos el corazón de Dios, alineando nuestra voluntad a la suya, y decide concedernos lo que pedimos, no habrá ninguna voluntad u obstáculo en el mundo que pueda impedir que recibamos lo que Dios ha decidido darnos.
1 No aceptamos ser involucrados en la larga y triste disputa entre calvinistas y arminianos. No somos teólogos, así que, permítasenos creer a la Palabra sola, por encima de estas largas y bizantinas discusiones teológicas.2 Biblia Versión Moderna de H.B. Pratt.