Semblanza de Corrie ten Boom, la cristiana holandesa que sobrevivió a los campos de concentración nazis, para ser una testigo de Cristo en todo el mundo.
Corrie ten Boom nació en 1982 en el seno de una familia holandesa profundamente cristiana.
El abuelo de Corrie, Willem, era anciano de la Iglesia Reformada y fue uno de los fundadores de la Sociedad Pro-Israel, junto a Isaac Da Costa. Relojero de profesión, estableció un taller familiar en 1837, en la planta baja del edificio ubicado en el número 19 de Barteljorisstraat, en Haarlem. En los pisos superiores se instaló la familia.
El negocio fue heredado luego por Casper, hijo de Willem, y finalmente por Corrie, quien se convirtió en 1924 en la primera mujer holandesa con licencia de relojero.
Teniendo apenas 5 años de edad, Corrie le pidió al Señor Jesús que entrara en su corazón. Más tarde, sobre los 30 años de edad su fe comenzó a dar fruto, cuando Corrie comenzó a impartir clases bíblicas en escuelas públicas, en escuelas dominicales, en grupos de niños mentalmente impedidos, y organizó y dirigió una red de clubes, en primer lugar para niñas, y luego para niñas y niños, bajo el patrocinio de la Unión des Amies de la Jeune Fille. Los clubes de niñas se convirtieron en clubes de girl guides, con Corrie como una de los líderes del movimiento en Holanda. Más tarde, cuando sintió que los clubes estaban perdiendo su énfasis cristiano, formó ‘De Nederlandse Meisjesclub’ (Club Holandés de Niñas), y continuó a la cabeza de éste hasta la ocupación nazi, cuando los alemanes prohibieron reuniones de grupo.
Cuando sobrevino la Segunda Guerra Mundial, la familia ten Boom estaba compuesta por el padre (Cas-per) –su esposa, Cornelia «Cor» Lui-tingh, había fallecido en 1921–, sus cuatro hijos, ya mayores, Elizabeth «Betsie», Willem, Arnolda Johanna «Nollie», y Cornelia «Corrie». Willem se había graduado en la escuela de teología y ordenado pastor en 1916, y Nollie era maestra, estaba casada y tenía seis hijos. Betsie y Corrie habían permanecido solteras.
La familia ten Boom formaba parte de la Iglesia Reformada, de tradición calvinista, y era costumbre en casa empezar y acabar el día con una lectura bíblica, cantos y oraciones. En 1940, cuando los nazis invadieron Holanda, muy pronto se organizaron comités de resistencia, algunos desde las mismas iglesias.
En Alemania la propaganda anti-semita usó textos tardíos de Lutero, muy violentos en contra de los judíos. Eso hizo que muchos luteranos siguieron las tesis de Hitler, pensando que era por fidelidad a Lutero, fundador de la Iglesia nacional Ale-mana. En cambio, la tradición calvinista siempre ha reconocido el peso del Antiguo Testamento, como el que conduce al Nuevo, que a su vez, es reflejo y cumplimiento de aquél. Al ser también una fe muchas veces perseguida, se sintió muy identificada con el pueblo judío durante la segunda guerra mundial, e intentó salvar el máximo número posible de judíos.
Holanda tenía desde hacía siglos una tradición religiosa liberal, y se autorizaban cultos no protestantes: católico, judío, etc. Muchos judíos de España y Portugal encontraron allí una tierra de acogida, así como muchos judíos perseguidos en Alemania. Por ejemplo la familia de Ana Frank. Corrie ten Boom y su familia entraron naturalmente, por su fe y su compromiso con el pueblo de Dios, en ese movimiento clandestino de solidaridad y resistencia al invasor y las leyes racistas que se impusieron a la población judía de Holanda. De hecho, cien años antes, el abuelo de Corrie había establecido una reunión de oración a favor de los judíos.
La llegada de los nazis a Holanda trajo consigo cambios radicales en las apacibles formas de vida de los holandeses. Cuando ocuparon Haarlem aplicaron estrictas normas de control de la población. A los ciudadanos no se les permitía abandonar sus hogares después del toque de queda, a las 6 de la tarde. El himno nacional holandés, «Wilhemus», fue prohibido. La Gestapo reclutaba a todos los hombres de entre 17 y 30 años para trabajar en fábricas o en el ejército.
La casa como refugio
En mayo de 1942, una mujer judía, elegantemente vestida y con una maleta en la mano, llamó a la puerta de los ten Boom. Muy nerviosa, le explicó a la familia que su marido había sido detenido varios meses antes y que su hijo había logrado huir. Los nazis la buscaban, por lo que ella tenía mucho miedo de regresar a su casa. Sabía que los ten Boom habían ayudado a otra familia judía, los Weils, y se preguntaba si podría permanecer con ellos un tiempo.
Casper acogió a esta mujer, y no sólo eso, continuó ofreciendo su hogar a otros como lugar seguro, hasta que los refugiados pudieran salir del país. Estas personas podían permanecer unos días o, incluso, meses en la casa de los ten Boom. Pero era necesario construir un escondite en el que pudieran ocultarse en caso de que los nazis vigilasen el barrio.
En una reunión clandestina de obreros, Corrie conoció a un anciano arquitecto, de apellido Smit, que se ofreció para construirle un cuarto secreto. Como se trataba de una casona antigua, había todo tipo de rincones inesperados y espacios en ella. Fue así como en la casa de los ten Boom se creó un escondrijo imposible de detectar, ubicado en la parte alta de la casa, para dar así tiempo a los moradores en caso de una redada.
En el dormitorio de Corrie se levantó una pared falsa de ladrillos que ocultaba una pequeña habitación de 2 metros de largo por 0,70 de ancho, donde cabían seis personas, dos sentadas y cuatro de pie. A este espacio se accedía a través de un estrecho pasillo hecho en la parte inferior de un armario, levantando un falso panel. Se colocaba una cesta con ropa de cama para llenar ese lugar y se cerraba la puerta del armario. Desde el exterior, era casi imposible descubrir el acceso a la habitación secreta.
La familia logró, después de numerosas prácticas, que las personas que se escondiesen en su casa se introdujeran en aquel escondite en sólo 70 segundos a partir del sonido de la alarma (que se operaba desde varios interruptores distribuidos por toda la casa). Durante ese tiempo, no sólo tenían que llegar hasta el refugio, sino que también debían ocultar cualquier objeto que los delatase, por ejemplo, colchones, almohadas y mantas, si era de noche, o vasos, platos y otros utensilios, si estaban comiendo. Las personas que vivían en la clandestinidad con los ten Boom compartían con los miembros de la familia las diferentes tareas del hogar. Todos intentaban colaborar y apoyarse en aquella situación tan difícil.
La obtención de alimentos era otro gran problema que los ten Boom debían solucionar. Los holandeses no-judíos habían recibido una tarjeta de racionamiento para comprar alimentos. Estos alimentos eran escasos, de modo que era necesario acceder a más tarjetas de racionamiento.
Corrie conocía muy bien a muchas familias de Haarlem. Recordó que una pareja tenía una hija con discapacidad que ella había ayudado. El padre, Fred Koornstra, era un funcionario que estaba por entonces a cargo de la oficina de las tarjetas de racionamiento. Una noche, Corrie se presentó en la casa de él sin previo aviso. Él parecía saber cuál era el motivo. Cuando le preguntó cuántas tarjetas necesitaba, Corrie, que había ido por cinco, sorprendentemente, se atrevió a pedirle cien.
La idea de los ten Boom fue prontamente imitada por otras familias piadosas, que dispusieron sus casas para albergar y proteger a judíos y perseguidos. Así fue como poco a poco, Corrie se encontró al frente de una red formada por unas ochenta personas, el grupo «Beje» (ese era el nombre comercial de la relojería). La mayor parte de su tiempo, ella lo invertía en cuidar de los refugiados, una vez que les encontraba albergue.
Se estima que de esta forma salvó la vida de unos 800 judíos, además de numerosos integrantes de la resistencia holandesa y estudiantes que eran perseguidos porque rehusaban colaborar con los nazis.
La captura
La Gestapo (policía secreta nazi), con la ayuda de un delator, detuvo a seis miembros de la familia el 28 de febrero de 1944. Un individuo llamó a la puerta de los ten Boom pidiendo ayuda. Habían detenido a su mujer por ocultar a judíos y necesitaba dinero para sobornar a la policía y lograr su liberación. Corrie y Betsie no lo habían visto nunca y presentían que aquel individuo no era sincero, pero ¿y si era cierto lo que decía? Después de un momento de duda, decidieron ayudarlo.
Realmente, el hombre era un espía y, en unos minutos, oficiales nazis invadieron la casa. Sabían que algo comprometedor encontrarían en ella. Pero, además, Betsie tuvo un descuido que confirmó las sospechas. Los ten Boom colocaban en una ventana un signo para que las personas que necesitasen refugiarse en su casa supiesen que no había peligro y que era un buen momento. Si la situación cambiaba, el signo era retirado. Un miembro de la Gestapo, que vigilaba la casa desde el exterior, vio como Betsie retiró la señal de la ventana en el momento en que se allanaba la vivienda. Los alemanes, al descubrir que aquel símbolo era una señal de aviso, lo volvieron a colocar en su lugar y detuvieron a los que fueron llegando después, creyendo que la casa era segura. Unas treinta personas fueron detenidas y llevadas a prisión.
Sin embargo, las personas que se encontraban refugiadas en el hogar de los ten Boom sí pudieron ponerse a salvo. En aquel momento se encontraban en la casa cuatro judíos (dos hombres y dos mujeres) y dos trabajadores del metro, que lograron esconderse rápidamente en la habitación secreta. La señora más mayor, Mary Italle, tenía asma y tuvo muchas dificultades para acceder a la habitación secreta. Corrie la ayudó y cerró el armario sólo unos segundos antes de que un policía nazi apareciese en su habitación. Los refugiados permanecieron en este pequeño espacio dos días y medio, sin comer ni beber. Posteriormente, los cuatro judíos fueron llevados a otro refugio y tres de ellos sobrevivieron a la guerra. Con respecto a los dos miembros de la resistencia, uno murió poco después y el otro logró sobrevivir.
Corrie y Betsie fueron interrogadas por miembros de la Gestapo, que les preguntaron una y otra vez dónde escondían a los judíos. Aunque fueron brutalmente golpeadas, las dos mujeres se negaron a hablar.
La Gestapo inspeccionó la casa minuciosamente pero no encontró la habitación secreta. Los alemanes localizaron un lugar en la escalera en el que se escondían las tarjetas de racionamiento y los pasaportes falsos.
La familia ten Boom fue inmediatamente detenida, es decir, Corrie, su padre Casper, sus hermanos Willem, Nollie y Betsie y su sobrino Peter van Woerden, hijo de Nollie. Un oficial se apiadó de Casper, que tenía 84 años, y le ofreció dejarlo libre si le aseguraba que no iba a causar más problemas en el futuro. Casper contestó que no podía prometérselo, de modo que también se lo llevaron.
Ya en prisión, cuando a Casper le fue informado que podía ser condenado a muerte por salvar judíos, declaró: «Sería un honor dar mi vida por el pueblo elegido de Dios». Y en cierta forma así fue, ya que murió a los diez días de ser detenido.
Cárceles y campos de concentración
Por ayudar a los judíos la familia ten Boom fue enviada a diferentes cárceles y campos de concentración. La policía nazi subió a todos los detenidos en furgonetas y los llevó a la cárcel de la ciudad, un antiguo gimnasio. Después fueron enviados a la prisión de Scheveningen. Corrie y Betsie fueron separadas de su padre y ya no volvieron a verlo nunca más. Corrie tenía la gripe, por lo que fue puesta en régimen de aislamiento.
En prisión, Corrie llegó a enterarse de que su padre había fallecido. También su hermano Willem, y el hijo de éste, Christiaan, de 24 años, y otros miembros de su familia murieron como consecuencia de su encarcelamiento, pero de estas tristes noticias se enteraría mucho después.
Durante los cuatro meses que Corrie estuvo sola en su celda, pasó mucho tiempo leyendo los Evangelios. La vida y sufrimientos de Jesús se le hicieron más reales que nunca antes. Incluso empezó a ver que todo su sufrimiento podía tener un propósito. La muerte de Jesús había traído perdón a la humanidad. De la misma manera, ella sentía que Dios puede sacar algo bueno de los problemas por los que pasamos. Este pensamiento le dio valor y fortaleza renovada.
Cuando se restableció de su enfermedad, Corrie asistió a su primera audiencia. El oficial Rhams llegó a apreciar a esta valerosa mujer y a tener cierta complicidad con ella. Le gustaba oír detalles de su vida familiar y, según afirmó la propia Corrie, las conversaciones que mantuvieron los dos trajeron algo de felicidad en aquella etapa tan dura de su vida.
Pero esta dicha duró poco tiempo. Corrie, Betsie y otras reclusas fueron trasladadas a Vught, un campo de concentración en Holanda. Las condiciones eran terribles, mucho más severas que en el de Scheveningen. Si alguna norma se infringía, todo el campamento era castigado. A veces, los prisioneros eran enviados a un armario donde permanecían encerrados con las manos atadas por encima de sus cabezas.
Durante el día tenían que trabajar. Corrie fue puesta en una sección de la fábrica Philips, que hacía radios para los aviones alemanes. ¡Ella tuvo cuidado de cometer suficientes errores!
Después de unos meses en Vught, que parecieron una eternidad, Betsie, Corrie y otros prisioneros fueron trasladados, de nuevo, a otro campamento. Esta vez, a la tierra más temida: Alemania.
Tras cuatro largos días de viaje, los prisioneros llegaron a Ravensbrück, próximo a Berlín, el lugar más horrible en el que Betsie y Corrie habían estado. Al menos en Vught y Scheveningen, los presos eran llamados por sus nombres pero en Ravensbrück sólo eran un número.
Las condiciones de vida en este campo de concentración eran inhumanas. Probablemente más de 90.000 mujeres y niños murieron en Ravensbrück.
Los primeros dos días tuvieron que dormir a la intemperie. Con la lluvia, la tierra se volvió un mar de barro. Entonces fueron apretujadas en una barraca. Había sido construida para alojar a 400 personas, pero ahora había allí 1400 prisioneros. Tenían que dormir en colchones de paja llenos de pulgas. A los guardias no les gustaba ni siquiera entrar allí debido a las pulgas.
El llamado a la lista era a las cuatro de la mañana. Había 35.000 mujeres en el campamento, y si alguna faltaba, eran contadas una y otra vez. Así, a menudo esto duraba horas. Si las prisioneras no se ponían de pie, eran golpeadas con látigos.
El trabajo era sumamente duro. Corrie y Betsie tenían que cargar pesadas hojas de acero en carretas, empujarlas a cierta distancia y luego descargarlas. Todo el tiempo los guardias las azuzaban a trabajar más rápidamente. Al almuerzo, se les daba sólo una patata y un poco de sopa, y por la tarde un poco de sopa de nabo con un trozo de pan negro. Los prisioneros que hacían trabajo más ligero no recibían almuerzo.
Si las prisioneras se enfermaban, las guardias no las tomaban en cuenta a menos que su temperatura fuera más de 40C, lo que significaba que estaban gravemente enfermas. Entonces tenían que hacer una larga fila para el hospital del campo. Pero nada se hacía por ellas cuando llegaban allí. Si el hospital estaba lleno, los prisioneros más débiles eran puestos en camiones y llevados a las cámaras de gas. Luego sus cuerpos eran quemados. La chimenea alta sobre los hornos en el centro del campo siempre estaba eructando humo gris.
Este era «el infierno en la tierra» al que Corrie y Betsie habían venido. Sin embargo, cuando llegaron a Ravensbruck, Dios les mostró que Él todavía podía ayudarles, aun en un lugar tan terrible como este.
Cuando fueron dejadas en la barraca, las condiciones del lugar hicieron a las mujeres allí enfadadas y egoísta. Había discordias y peleas. Todas sufrían tanto que gastaban toda su energía en cuidarse.
Cuando Betsie notó esto, empezó a orar para que Dios pusiera paz en ese ambiente. Muy pronto la atmósfera cambió. Las mujeres se volvieron un poco más pacientes unas con otras. Incluso empezaron a hacer chistes sobre sus problemas.
Por la noche, después del duro día de trabajo y de una cena miserable, Corrie y Betsie sacaban la pequeña Biblia holandesa. Al principio un grupo pequeño se reunía a su alrededor para escuchar, y luego cada vez más mujeres se les unieron. Los guardias nunca entraron a detenerlas, debido a las pulgas. ¡De manera que Corrie y Betsie agradecían a Dios por las pulgas!
Las mujeres venían de muchos países, incluso Polonia, Francia, Alemania y Rusia. Corrie traducía la Biblia del holandés al alemán, alguien más traducía del alemán al polaco, y así sucesivamente.
Bajo aquellas condiciones terribles, la bondad en las palabras de la Biblia resplandecía y su mensaje del amor de Dios traía consuelo. Con la muerte a su alrededor, la promesa de vida eterna y la gloria del cielo daban a las mujeres esperanza para el futuro.
Una noche cuando descansaban en sus literas, Betsie susurró a Corrie: «Puedo ver una casa, en alguna parte en Holanda. Es una casa bonita con un gran jardín. Hay un amplio vestíbulo con una escalera de madera tallada. Nosotros vamos a cuidar a las personas que han sido heridas en la guerra, hasta que ellos puedan vivir una vida normal de nuevo. Corrie, yo creo que Dios va a darnos una casa así».
Otro día, Betsie le dijo: «Corrie, cuando llegue el nuevo año ambas seremos liberadas. Dios me ha mostrado una visión. Debemos ir por todo el mundo y decirles a todos que no hay hoyo tan profundo que el amor de Dios no pueda alcanzar».
Sus palabras resultaron proféticas. Ese nuevo año, ambas alcanzaron libertad: Betsie falleció y Corrie abandonó el campo de concentración.
En efecto, Betsie, nunca había gozado de buena salud, así que pronto cayó enferma. Corrie suplicó a uno de los trabajadores de la cárcel que llevaran a su hermana al hospital, pero aquel individuo se negó a hacerlo. Finalmente, cuando Betsie fue llevada al hospital ya era demasiado tarde. Corrie descubrió, días después, en la parte trasera del hospital varios cadáveres hacinados, uno de ellos era el de su hermana.
Sólo unos pocos días más tarde, llamaron a Corrie por su nombre. A ella le sorprendió porque estaba acostumbrada a ser sólo el prisionero 66730. Debía permanecer en el hospital por un tiempo y después quedaría libre. ¡Como consecuencia de un error administrativo, Corrie logró sobrevivir! Existía una lista con las mujeres, mayores de 50 años, que debían ser exterminadas. Corrie, que ya tenía 53, no figuraba en esa lista, de modo que no fue conducida a la cámara de gas, en la que murieron una semana después las miles de mujeres que aparecían en la lista. Fue puesta en libertad el 25 de diciembre de 1944.
Regresó a Holanda y pudo recobrarse de los problemas de salud contraídos en prisión. Estuvo un tiempo en casa de Willem, en Hilversum, y luego pasó en su propia casa de Haar-lem el último invierno de la guerra. Pero no permaneció inactiva; ella empezó a contar a pequeños grupos lo que había visto en la cárcel y cómo Dios había respondido a la oración.
En 1945, fue publicado su libro «Gevangene en toch … herrinneringen uit Scheveningen, Vught, en Ravens-bruck», sobre sus experiencias durante la guerra, por la imprenta «Ten Have Jaar», de Amsterdam. Este fue el primero de muchos libros sobre el amor de Dios, su trabajo en el mundo y su propia vida de fe. A partir de entonces, la escritura sería una parte importante de su ministerio.
Liberación y ministerio posterior
A los 53 años de edad, Corrie empezó un ministerio mundial para difundir su fe y sus experiencias en iglesias, universidades, escuelas, cárceles, etc., que la llevó a viajar por más de 60 países en los siguientes 33 años de su vida.
Su predicación se centró en el evangelio de Cristo, poniendo especial énfasis en el perdón. En su libro Tramp for the Lord (Vagabunda para el Señor, 1974), cuenta cómo, después de haber estado predicando en Alemania en 1947, se le acercó uno de los guardias más crueles del campo de Ravensbrück. Naturalmente, era reacia a perdonarle, pero se dijo a sí misma que sería capaz de hacerlo. Escribió que fue capaz después de perdonar, y que «durante un momento largo nos estrechamos las manos, el antiguo guardia y la antigua prisionera. Nunca había sentido tan intensamente el amor de Dios como lo sentí entonces». También escribió (en el mismo pasaje) que en su experiencia en la posguerra con otras víctimas de la brutalidad nazi, aquellos que fueron capaces de perdonar son los que mejor pudieron reconstruir sus vidas.
Poco después, fundó una casa de convalecencia en Bloemendal, destinada a la curación y el reposo de los sobrevivientes. Sintió que su vida era un regalo de Dios y que necesitaba compartir lo que ella y su hermana Betsie habían aprendido en el campo de concentración: «No hay hoyo tan profundo que el amor de Dios no pueda llegar a él».
En 1968, el Museo del Holocausto en Jerusalem (Yad Vashem) le pidió que plantara un árbol en memoria de las muchas vidas de judíos que ella y su familia salvaron. Así lo hizo y ese árbol aún crece allí.
A principios de la década del 70, Corrie contó la historia de su familia y su trabajo durante la Segunda Guerra Mundial en otro libro, El Refugio Secreto (1971), que fue llevado al cine en 1975, con el mismo título, por World Wide Pictures, la rama de cine de la Asociación Evangelística Billy Graham. El libro y la película, que llegaron a ser muy populares entre los cristianos en Estados Unidos, dan contexto a la historia de Ana Frank, que también se ocultó en Holanda durante la guerra.
Posteriormente, se han publicado otros libros suyos. En español se han publicado «Amor, asombroso amor» (CLC); «Cada nuevo día» (EMH); «Misión ineludible» (Vida); «Cartas desde la cárcel» (Vida); «Reflexiones sobre la Gloria de Dios» (Kregel); «Casper ten Boom, varón de Dios» (Vida).
En 1978 sufrió un accidente cerebrovascular que la dejó paralizada. Murió en Placentina (California, EE.UU.), el 15 de abril de 1983, el día en que cumplía 91 años. Es notable que haya partido de este mundo en esa fecha en particular. Según la tradición judía, sólo a la gente muy bendecida por Dios se le concede el privilegio especial de morir en el mismo día de su cumpleaños.
Poco antes de su partida, la World Wide Pictures lanzó una película sobre su vida, titulada «Corrie: The Lives She Has Touched» (Corrie: Las vidas que ella ha tocado). Ella misma apareció en la película.
La sabiduría de una mujer madura
Corrie encontró el secreto para enfrentar la vejez: extraer directamente de Dios la provisión espiritual para cada día: «Quisiera poder decir que después de una larga y fructífera vida, viajando por el mundo, ya había aprendido a perdonar a todos mis enemigos. Y quisiera también poder decir que pensamientos de misericordia y caridad son los que en forma natural fluyen de mí hacia los demás. Pero no es así. Si hay algo que haya aprendido desde cuando cumplí mis ochenta años de edad, es del que no puedo almacenar los buenos sentimientos y las actitudes correctas, sino que cada día tengo que extraerlos frescos de la realidad de Dios».
Las experiencias de su vida le habían enseñado una valiosa lección sobre la soberanía de Dios. Su acompañante en sus últimos años, Pam Rosewell, comenta: «Ella parecía actuar con una certeza absoluta, con la convicción de que sus días estaban ya ordenados y que sólo debía recibir las instrucciones del Señor y limitarse a seguirlas».
Una de las claves para mantener su vitalidad se encuentra en una frase que ella solía repetir: «Aprende a ver las cosas grandes con la amplitud debida y las pequeñas con la restricción apropiada».
Corrie, rodeada de muchas actividades, oraba por su cuidadora de esta manera: «Señor, espero que le ayudes a Pam a ver las cosas como tú las ves y que su vida sea menos tensa para que muchos lleguen a conocerte a ti».
Paradójicamente, la hija del relojero aprendió sobre el tiempo en la edad madura. Comprendió que Dios había querido llevarse a Betsie y dejarla a ella. Entendió que le había encomendado una misión de sanidad y perdón. No permitió que el tiempo la esclavizara, sino que aceptó la voluntad divina.
Pam Rosewell, que estuvo con Corrie en su lecho de muerte, describe lo siguiente: «Las tres (sus amigas y cuidadoras) permanecimos de pie al lado de tía Corrie mientras ella exhalaba su último aliento e iba con toda serenidad a la presencia del Señor Jesucristo. Poco antes de que Corrie nos dejara, la habitación estaba silenciosa y tranquila y, cuando voló al cielo, siguió reinando la misma quietud y la misma calma. Me volví a ver el pequeño reloj café. Faltaban tres minutos para las once del día de su cumpleaños, 15 de abril de 1983, noventa y un años después del día de su nacimiento, con toda puntualidad».
Después de una relojería en Holanda, las atrocidades de un campo de concentración y una cama de inválida, como visitante de prisiones, palacios y detrás de la cortina de hierro, como escritora, actriz y conferencista, noventa y un años más tarde, Corrie por fin llegó a casa. Y llegó a tiempo.
La posteridad habla
El edificio ubicado en el número 19 de Barteljorisstraat, en Haarlem, no ha cambiado mucho desde los años ´40. Actualmente es más fácil y rápido llegar hasta allí, pues está sólo a quince minutos en tren desde Ámsterdam.
En 1987, la «Fundación Corrie ten Boom» lo compró y al año siguiente lo abrió al público como museo. El «refugio» es una exhibición permanente del Movimiento de Resistencia Holandés. En realidad, volvió a ser «la casa de puertas abiertas» para todo el mundo, tal y como la concibió la familia ten Boom según sus principios y su fe.
La historia de Corrie ten Boom no es nada más (ni nada menos) que la de una mujer común que hizo cosas extraordinarias. Ella, junto con muchas otras personas, como el pastor Etienne Trocmé, en Francia, y Dietrich Bonhoeffer, en Alemania, no callaron en el tiempo de la desdicha, de la persecución, y sobre todo en el momento de tergiversar la Palabra de Dios.
En años recientes, el estado de Israel condecoró póstumamente a Casper y a Betsie Ten Boom. El embajador de Israel en Holanda, Harry Kney-Tal, otorgó a título póstumo el premio «Righteous Among the Nations», en recuerdo a personas que durante el genocidio judío se comprometieron con las víctimas e hicieron frente al régimen nazi. El acto solemne fue realizado en Haarlem, la ciudad de los Ten Boom.