Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”.
Gál. 2:20.
La relación entre Jesús y un alma creyente es única y no se puede explicar bien con palabras, porque no hay equivalente real.
En una transfusión, la sangre de un hombre se vuelve la sangre de otro. Si este último es herido y sangra después de la transfusión, es la sangre del que recibió la que se ha derramado. Se ha vuelto suya.
En un trasplante de corazón, el corazón ya no pertenece al cadáver, sino al hombre vivo. Así mismo es entre Jesús y el alma. Se lleva a cabo una transfusión, un trasplante y un cambio de personalidad.
Lutero lo explica así: “El Padre dice a Cristo: ‘Tú te vuelves el Pedro que niega, el Saulo que persigue, el Judas que traiciona, la Magdalena que peca. Entonces la ley ve a Jesús lleno de todas esas ofensas y le dice que debe morir’. Jesús es el asesino, ladrón, mentiroso, y adúltero más grande que la humanidad conoció. No en el sentido de que él haya cometido esos crímenes, sino que los tomó para sí mismo”. Él se ha vuelto mi personalidad pecaminosa. A cambio, él me ha dado su personalidad. En su comentario de la Epístola a los Gálatas, Lutero dice osadamente: “El cristiano es Cristo”.
Al afirmar esto, Lutero se mantiene un terreno estrictamente bíblico. Los grandes maestros de la cristiandad han enseñado la misma cosa. Ignacio escribió: “Cristo es nuestra vida inseparable”. Tomás de Aquino dijo que Cristo y los cristianos son “casi una persona mística”. El catecismo escocés (de Craig) enseña: “Cristo no es otra persona que su pueblo propiamente”.
Jesús fue entregado para ser crucificado. Es Jesús quien sigue siendo entregado para ser crucificado hoy en la persona de sus discípulos. Todos tus sufrimientos son suyos.
Richard Wurmbrand