Andrew Murray, el notable predicador y escritor sudafricano, autor de más de 250 libros, es uno de los grandes maestros dados por Dios a la Iglesia. Su vasta obra es una continua fuente de inspiración para cristianos de diversas generaciones.
Andrew Murray nació en Sudáfrica el 9 de mayo de 1828, en el seno de una familia escocesa. Su padre era un pastor vinculado a la Iglesia Presbiteriana de Escocia y a la Iglesia Reformada Holandesa, lo cual fue decisivo en la formación del fervoroso espíritu holandés de Murray.
Fue enviado por su padre a Escocia a los diez años de edad, para recibir una completa formación académica. En ese tiempo, un gran avivamiento espiritual estaba sacudiendo ese país. El hombre que Dios usó para llevarlo a cabo fue el joven ministro William C. Burns, quien llegó a tener una gran influencia sobre Andrew, ya que con él compartía largas veladas en casa del tío John Murray. Seis años más tarde, Andrew viajó a Holanda para completar sus estudios. Estando en Utrecht experimentó el nuevo nacimiento, a los 16 años de edad.
Tras diez años de ausencia, Andrew retornó a Sudáfrica como pastor y evangelista. Su disposición juvenil y juguetona era tan sobresaliente, que cautivó el corazón de sus hermanos pequeños, los cuales solían decir: “Nuestro hermano Andrew ¿es realmente un pastor? ¡Parece exactamente como uno de nosotros!”.
Cuando Murray tenía 28 años de edad contrajo matrimonio con Emma Rutherford, la hija menor de un pastor inglés de la Ciudad de El Cabo. Tuvieron 10 hijos. La ayuda de Emma fue vital en su ministerio, especialmente en su labor como escritor.
En 1860 vino un gran avivamiento sobre Sudáfrica, tal como un par de años antes había venido sobre Estados Unidos y Europa. Murray fue testigo de este avivamiento mientras pastoreaba en Worcester. En un comienzo, temiendo que se tratara de una simple oleada de emoción, Murray trató de detener su fuerza entre los jóvenes de su congregación, pero hubo de rendirse ante los sólidos frutos que comenzó a ver en la vida de muchos cristianos.
Sin duda, esta fue una experiencia que influyó por el resto de su vida y que lo sumergió en las profundidades del caminar en el Espíritu que había anhelado y por el cual tanto había orado. Desde entonces la predicación de Murray adquirió una calidad intangible tan sobrenatural que de verdad puede decirse que ministraba “en el poder del Espíritu”.
Sin embargo, Murray era poseído permanentemente por un sentimiento de insatisfacción respecto de su propio ministerio. Al mirar el estado espiritual de sus ovejas se echaba sobre sí la responsabilidad de su falta de edificación. A veces hasta llegaba a desanimarse. De ahí surgió la visión de enseñar acerca de cómo permanecer en Cristo para una vida espiritual más profunda. “Hay que conducir a los hijos de Dios al secreto de tener la posibilidad de una comunión ininterrumpida con Jesús de una manera personal” – decía.
En 1877, viajó por primera vez a los Estados Unidos y participó de muchas conferencias de santidad allí y en Europa. Su teología era conservadora, y se oponía francamente al liberalismo.
En la escuela del dolor
Andrew Murray aprendió sus más preciosas lecciones espirituales por medio de la “escuela del dolor”, principalmente después de que en 1879 lo aquejara una seria enfermedad a la garganta que lo dejó sin voz por casi dos años. Después de buscar al Señor en oración incesante, fue sanado en el Hogar “Bethshan”, en Londres, fundado por W.E. Boardman, autor del libro “El Señor tu Sanador”. Su sanidad fue tan completa que nunca más tuvo ningún problema con su garganta. A pesar del gran esfuerzo a que la sometía permanentemente, su voz mantuvo tal fuerza y musicalidad que asombraba a todos. Como resultado de esa experiencia, Murray vino a creer que los dones milagrosos del Espíritu Santo no se limitaban a la iglesia primitiva.
Su hija menor, Annie, quien fuera por largos años su secretaria privada, testificó así después de la enfermedad de su padre: “Fue después del ‘tiempo de silencio’ que Dios se acercó tanto a mi padre y que él vio más claramente el significado de una vida de completa entrega y de fe sencilla. Entonces empezó a mostrar en todas sus relaciones esa permanente ternura, esa serena benevolencia y esa consideración sin egoísmo hacia los demás. Todo esto fue lo que caracterizó su vida cada vez más y más. Poco a poco también se fue desarrollando en él esa maravillosa, sobria y bella humildad que nunca hubiera podido fingir, sino que solamente podía ser la obra del Espíritu que moraba en él, y que podían sentir inmediatamente todos los que llegaron a tener contacto con él”.
Otras experiencias dolorosas para Andrés Murray fueron dos accidentes que tuvo mientras viajaba en carro cuando realizaba sendas giras evangelísticas Como producto de la primera se fracturó un brazo, y en la segunda recibió una seria lesión en una pierna y en su columna vertebral. Las secuelas de estos accidentes fueron duraderas, pues desde entonces Murray cojeó al caminar. Para él, éste fue su Peniel, porque a partir de estas experiencias Murray se convirtió en un príncipe que persuadía a Dios en una forma mayor a través de la oración. Fue conducido hacia una vida de oración aún más profunda y aprendió lo que era realmente el poder de la intercesión. “Sus extraordinarios libros sobre la oración –escribió Annie– fueron todos escritos después de ese último accidente, y la influencia que han tenido no puede ser medida por hombre alguno. Dios se glorificó a sí mismo en su servidor, y a pesar de su cojera, vivió hasta completar una buena vejez.”
Keswick
En 1895, Andrew Murray fue invitado a la Convención de Keswick, en Inglaterra. Esta Convención, que se realizaba todos los años, era conocida en todo el mundo cristiano por promover una mayor intensidad espiritual. La enseñanza de Keswick enfatizaba la necesidad de que cada hijo de Dios fuera lleno y guiado permanentemente por el Espíritu Santo, lo cual lo capacitaría para vivir aquí en la tierra una vida agradable a Dios. También enfatizaba la limpieza completa de los pecados mediante la sangre preciosa de Jesús y la necesidad de una entrega más completa al Señor. Murray sintió desde el principio mucha afinidad con esta enseñanza, pues la había estado predicando desde antes de conocer el movimiento de Keswick. En aquella oportunidad, los mensajes de Murray estuvieron llenos de poder, a pesar de que su aspecto físico era débil. “Uno siente la presencia de Cristo todas las veces que uno está con él”, era el comentario corriente.
Al describir el efecto que Murray ejerció sobre los que le escucharon en Keswick, Evan H. Hopkins, el timonel de esa Convención, dijo: “Sus mensajes tocaron la cuerda sensible en muchas personas, con un poder poco común … parecía como si nadie fuera capaz de escapar, como si nadie pudiera escoger otra cosa que no fuera dejar que Cristo mismo, en el poder de Su Espíritu vivo, fuera el Único en vivir en nosotros, aunque el costo fuera que nos tocara morir por causa de él … Al tratar el Sr. Murray esto, profundizando cada vez a medida que transcurrían los días, algunos de nosotros recordamos los primeros días de Keswick, cuando un temor reverente hacia Dios descendió sobre toda la asamblea, en una forma tal que el autor no ha vuelto a ver otra cosa igual …”.
Durante los últimos 28 años de su vida, Murray fue considerado el padre del Movimiento Keswick en Sudáfrica. Los resultados de las conferencias anuales en Sudáfrica fueron perdurables en las iglesias de la región. Muchos de los obreros que sobresalieron en las distintas iglesias y misiones, recibieron su inspiración y entrenamiento espiritual en estas reuniones.
Una de las características más sobresalientes de estas reuniones fue el gran número de personas que participaron en la experiencia específica de alcanzar la victoria y poder sobre el pecado.
El mensaje de Murray siempre era sencillo: “Venga a Jesús; permanezca en él; trabaje a través de él”. Repetidamente él hacía énfasis en la palabrita central “en”. “Las dos partes de la promesa: ‘Permaneced en mí y yo en vosotros’ encuentran su unión en esta palabrita tan significativa. No hay palabra más profunda en todas las Escrituras” – declaraba él.
Una noble vejez
A medida que Murray envejecía, su presencia causaba una fuerte impresión en todos quienes le conocían: “Como el árbol que produce más frutos se dobla cada vez más y casi se parte bajo el mismo peso, así entre más santo se volvía y entre más famoso se hacía, más humilde parecía y más se iluminaba su rostro con la gloria que estaba dentro de él.”
Cierta vez su hija le preguntó: “¿Qué haces ahí tan tranquilo, tomando el sol, padre?”. “Estoy pidiéndole a Dios que me muestre la necesidad de la iglesia y que me dé un mensaje para suplir esa necesidad” – contestó él.
Un amigo escribió: “Lo vi cinco meses antes de su muerte, y su venerable rostro brillaba como las montañas de los Alpes, que brillan con brillo del ocaso: tan radiante, tan benigno, con una pureza que salía de su interior”.
en su último cumpleaños se le preguntó si se sentía desilusionado porque Dios había permitido que su cojera y su sordera le impidieran llevar una vida más activa. “Es una decisión bondadosa de mi Padre –contestó tranquilamente–. Dios me ha excluido de la vida de actividad incesante en que yo me encontraba en los años anteriores, y me ha encerrado en una mayor quietud, en la que puedo dedicarle más tiempo a la meditación y a la oración. En la soledad y en el silencio, el Señor me da mensajes preciosos que trato de transmitir a los demás a través de mis escritos.”
Su exhortación a los que le acompañaron en su último cumpleaños –el número 88– fue: “Hijos de Dios, dejen que su Padre los conduzca. No piensen en lo que ustedes pueden hacer, sino en lo que Dios puede hacer en ustedes y a través de ustedes.”
Un generoso legado
Por creer en lo que Dios puede hacer por medio de la literatura, Andrew Murray escribió más de 250 libros e innumerables artículos. Su obra tocó y toca a la Iglesia en el mundo entero por medio de profundos escritos, entre los que destacan “El Espíritu de Cristo”, “El más Santo de todos”, “Con Cristo en la Escuela de la Oración”, “permaneced en Cristo”, “Criando sus Hijos para Cristo” y “Humildad”. Sus libros son considerados clásicos de la literatura cristiana. Sin embargo, pese a escribir tantos libros, nunca quiso escribir su autobiografía.
Murió el 18 de enero de 1917, tal como lo había anunciado: en su cama y rodeado de sus hijos. Su esposa había muerto doce años antes.