El Señor Jesucristo, como el Rey soberano del reino de los cielos, demanda a sus súbditos una justicia mucho más alta que la de la Ley. ¿Cómo podrían ellos cumplirla si aun la Ley era imposible de cumplir?
«Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”.
– Mateo 5:20.
Si a nosotros se nos demanda que nuestra justicia ha de ser mayor que la de los escribas, necesitamos por una parte saber cuál era esta justicia de los escribas y fariseos y cuál es esa justicia superior que debemos manifestar.
Los pasajes que siguen a éste contestan esa pregunta. Desde el versículo 21 el Señor Jesucristo comienza a contestar a qué se estaba refiriendo con la justicia de los escribas y fariseos, y cuál es esa justicia superior a la cual tenemos que aspirar.
No matarás
Versículo 21 dice: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás, y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego.” ¿Cuál era la justicia de los fariseos? La justicia de los fariseos era la justicia de la ley que, por ejemplo, decía: “No matarás”. Y ese “No matarás” se entendía “no matar físicamente a otro”. Porque el que matare a otro en un acto físico de quitarle la vida, entonces tenía que ser traído a juicio.
¿Y cuál es la justicia superior que se nos demanda a los súbditos del Rey? Que en el reino del Señor Jesucristo ni siquiera debes enojarte contra tu hermano, entendiendo que este enojo es ese enojo pecaminoso. En otras palabras, en la justicia del reino enojarse pecaminosamente contra el hermano equivale al “matar” de la ley. Porque si bien es verdad que no se llega a matar físicamente, pero cuando el enojo es pecaminoso, se mata en el corazón.
Esta es la justicia superior que se nos demanda a nosotros. Pero note que va aumentando de grado: “Tampoco debes decirle necio a tu hermano”. Otra versión interpreta esto como “No debes insultar”. No sólo no debe haber enojo pecaminoso contra el hermano, tampoco debe haber insulto contra tu hermano. “Ni tampoco le puedes decir fatuo”; y esto se interpreta como “tampoco debes maldecir a tu hermano”. Porque maldecir a tu hermano te expone al infierno.
Hermanos queridos, estamos contemplando ni más ni menos que la justicia del Señor Jesucristo. Sus enseñanzas son: “Oísteis que fue dicho … Pero yo os digo.” ¡De aquí en adelante rige lo que yo os digo! Está bien lo que hasta hoy se escuchó, está bien lo que a ustedes les fue dicho en el pasado. Pero ahora estoy yo. Ahora yo he venido, el Rey de reyes, el Señor de señores. El representante del reino de los cielos, el que encarna el reino de Dios. Y yo les digo a ustedes, que ustedes son herederos de una justicia superior. Son depositarios de una justicia mayor. La justicia de la ley, la justicia de los escribas y fariseos sólo llegaba hasta no matar físicamente al hermano. La justicia de Cristo dice: “Tampoco te enojarás pecaminosamente contra tu hermano, no lo insultarás, no lo maldecirás.” La justicia de Cristo es superior y es mayor. ¡Bendito sea el Señor!
No cometerás adulterio
Versículo 27: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio”. Y otra vez la situación es la misma. Para la ley –la justicia de los escribas y fariseos– el adulterio consistía en el acto físico con una mujer, pero viene Cristo, con esta justicia traída del cielo, y dice: “Pero yo os digo que el que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”. Y entonces ahora mirar a una mujer para codiciarla ya es adulterio. El Señor dice: “Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti”.
No es algo que te puedes permitir. Es algo que tienes que cortar, es algo de lo cual tienes que liberarte. Porque si vamos a tomar en serio las palabras del Señor, mirar con codicia es adulterio, y los adúlteros no entran al reino de los cielos.
El divorcio
Versículo 31: “También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio”. Otra vez aquí la justicia de los escribas y fariseos, que dice: ¿Tienes problemas en tu matrimonio? ¡Bien puedes terminar el matrimonio! De lo único que tienes que tener cuidado es de darle la carta de repudio a tu esposa. La ley decía que con esa carta ella podía demostrar que estaba libre y casarse con otro hombre.
La justicia de Cristo, mucho más gloriosa y más perfecta, dice: “Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio.” La justicia de Cristo es una justicia que no rompe ante cualquier problema, que no se rinde tan fácilmente, que no echa por la borda cosas tan sagradas como el matrimonio, la familia, los hijos, por cualquier motivo. La justicia de Cristo valora lo que Dios valora y lucha hasta las últimas consecuencias por salvar lo que Dios ha establecido.
El amor hacia los enemigos
Versículo 38: “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente.” Cuando esta ley se introdujo fue un tremendo avance en la justicia. Porque en esa época las retribuciones por una ofensa podían traer consigo el asesinato de toda una familia. (Ver Génesis 34). Entonces viene la ley de Moisés y dice: “Momentito, la venganza debe ser proporcionada al daño. Si el daño fue que te sacaron un ojo, muy bien, al culpable le vamos a sacar un ojo; si te volaron un diente de un golpe, al culpable le vamos a volar un diente de un golpe.”
Pero viene la justicia de Cristo y dice: “Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses”.
Estamos metidos en problemas
Hermanos, ¿qué vamos a hacer con esta justicia de Cristo? Nosotros no estamos bajo la ley. Pero (no sé si usted se está dando cuenta) estamos metidos en más problemas que los que estaban bajo la ley. Es como un hermano decía: “Si bajo la ley era como tener que tirar un vagón de un tren con nuestras propias fuerzas, la justicia de Cristo le puso nueve vagones más.” Porque si usted entendió bien, y leímos bien, quiere decir que el Señor lo hizo más difícil todavía. De manera que si yo pensaba hasta aquí que no era adúltero, resulta que ante la justicia de Cristo probablemente soy adúltero. Y si yo pensaba que no había dado muerte a nadie, resulta que ahora, si he insultado a un hermano, soy homicida delante del Señor.
¿Saben cómo algunos han interpretado esto? Algunos nos han dicho: “No se preocupen. Esto no es para la iglesia. Jesús le traía el reino a los judíos.” Escuchando a un hermano que decía así, le dije: “Bueno, ¿y qué cosa de las Escrituras es para la iglesia? Porque el Antiguo Testamento lo eliminamos por completo porque no estamos bajo la ley, y los Evangelios los eliminamos porque son las palabras de Jesucristo a los judíos. ¿Y qué es para nosotros? Y él literalmente me contestó así: «Para los creyentes, para la iglesia, para los que están bajo la gracia, las epístolas de Pablo». Ni siquiera Hebreos. ¡Hasta Hebreos lo dejó afuera! Así que ellos quedan con una Biblia chiquitita. Pero note usted que dicha interpretación tiene cierta lógica, porque si uno no sabe interpretar esto verdaderamente está en una situación más complicada todavía. ¿Qué decimos a esta palabra? ¿Cómo la interpretamos?
Lo que tenemos aquí revelado es la justicia de Cristo, es la justicia del Santo, es la justicia de Dios. No es una justicia hecha a la medida del hombre, sino que esto es como Dios piensa, como Dios siente, como Dios ve.
Se obtiene por la fe en Cristo
Y lo primero que tenemos que decir es que esta justicia de Cristo se alcanza exclusivamente por la fe. Que no es una justicia que se nos pide que en nuestra fuerza podamos cumplir. Si la ley ya nos era imposible, la justicia de Cristo lo es aún más. Por lo tanto, la única forma de acceder a ella es por medio de la fe. Es lo que Pablo decía: “Mi anhelo, mi pasión en esta vida es ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia que es por la ley, sino ser hallado en él teniendo la justicia que es de Dios por la fe” (Filipenses 3:8-9).
Así que nuestra forma de acceder a esta justicia de Cristo es únicamente creyendo en el Señor Jesucristo. Tú no tienes que traer ningún mérito ‘a priori’, no tienes que traer ninguna obra ‘como condición de’. Se accede a la justicia de Cristo por la fe. Por creer en él. Por poner la confianza y la vida completa en el Señor Jesucristo. No hay otra manera.
Es un completo error pretender pararse sobre el evangelio, sobre el Sermón del Monte, y en nuestras propias fuerzas humanas, pobres y débiles, pretender imitar al Señor Jesucristo. Entendamos que es una justicia superior a la de los escribas y fariseos. Entendamos que es una justicia superior a la ley de Moisés. Pero es posible, para ti y para mí, por medio de la fe en Cristo Jesús.
Una justicia impartida y perfeccionada
El punto, amados hermanos, es que si vamos a tomar en serio estas sanas palabras del Señor Jesucristo, tenemos que entender lo siguiente: que esta justicia de Cristo, que alcanzamos por la fe, no sólo se nos imputa, no sólo en forma objetiva se atribuye a nosotros que no tenemos mérito ni obras, sino que tenemos también que creer –porque así dice la palabra del Señor– que esa justicia de Cristo se nos imparte. No sólo se nos aplica como una verdad objetiva desde afuera, sino que por medio del Espíritu Santo –que viene a regenerar nuestros corazones– esa justicia se mete dentro de nosotros y alcanza el corazón.
Si usted se fijó bien, la Ley, en resumen, es sólo una exterioridad. Uno mata sólo si físicamente le quita la vida a otro. Uno adultera sólo si físicamente se acuesta con otra persona. Pero el Señor dice: “No, yo voy al corazón. No me interesan tus actos externos, quiero ver lo que hay en tu corazón. Si tu mirar es codicioso, entonces, en tu corazón ya adulteraste. Si hay enojo y hay maldad, y hay intención maligna entonces ya hay asesinato en tu corazón”. ¿Qué quiere decir eso, entonces? Que la justicia de Cristo no sólo se nos imputa, sino que por el Espíritu Santo se nos imparte aquí adentro. Y esa justicia viene a transformar el corazón. ¡Aleluya! Y esa justicia ya no sólo está en Cristo, de tal manera que no sólo tenemos que decir: “Somos justificados en Cristo”, sino que también podemos decir: “Esa justicia ahora mora en nosotros por el Espíritu Santo.” Y cual semilla sembrada y plantada, esa semilla debe ser cultivada. Y entonces la Escritura dice que la santidad –somos santos en Cristo– también tiene que ser perfeccionada ahora en nosotros. La justicia no sólo nos justifica en Cristo, sino esa justicia debe ser perfeccionada en nosotros.
Y ese “en nosotros”, ¿qué significa? Que la justicia de Cristo debe poco a poco comenzar a manifestarse en la vida práctica, debe comenzar a verse en tus hechos, en tus palabras, en tus pensamientos, en tus motivaciones. “Os daré – dijo el Señor prometiendo a través del profeta Ezequiel – un corazón nuevo, y os daré un espíritu nuevo, y pondré mis leyes ya no en un libro, sino en tu mente y en tu corazón, y yo mismo haré –cuando te dé un espíritu nuevo que no es otro que el Espíritu Santo-, y haré por medio de ese Espíritu que andéis en mis preceptos.” ¿Se da cuenta cómo esa justicia se internalizó? ¿Se da cuenta cómo esa justicia no sólo quedó para nosotros perfecta y gloriosa en Cristo, sino que por el Espíritu Santo se nos metió dentro?
Oh, esta justicia imposible para mí, que es más difícil que la misma ley, ya está dentro de ti. ¡Está dentro de mí! Cristo está dentro de nosotros. Ya no vivo yo, es Cristo el que vive en mí. Ya no andamos en la carne; andamos en el Espíritu. Y cuando eso ocurre, lo que se tiene que manifestar en la vida práctica es esta justicia. Hermano, no la de la ley, no la de los escribas y fariseos: Esta justicia. ¡Bendito sea el Señor!
La Ley se queda muda
Gálatas 5:22: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”. Yo no sé si es la interpretación correcta, pero a mí me gusta imaginarme así esa última frase “contra tales cosas no hay ley”: Es como si el que está manifestando el fruto del Espíritu dijese: “Que venga la ley no más, que venga a revisarme.” Y lo que Pablo está diciendo es: “Mire, la ley no tiene ningún reproche. Donde ve el fruto del Espíritu, la ley se queda callada. No tiene de qué acusar, no tiene de qué condenar.” ¿Qué va a decir la ley de Dios contra la templanza? ¿Qué va a decir la ley de Dios contra la mansedumbre, contra el amor?
Cuando la ley viene al que está bajo la justicia de Cristo, y dice: “Vamos a examinar si este ha asesinado: ¿has matado físicamente a alguien?” ¡No! Entonces la ley dice: “¡Pero si éste no sólo no ha matado físicamente, sino que éste tampoco insulta a su hermano, éste no maldice a su hermano”. Entonces la ley se queda muda, y se retira con la cola entre las piernas.
Contra la justicia de Cristo, contra el fruto del Espíritu, no hay ley. Hay una justicia mayor aquí entre nosotros: la justicia venida del cielo, la justicia de Cristo.
El fruto que el Señor exige
Así que, ¿qué fruto –hermano amado– no sólo espera el Señor, sino que hasta puede exigir el Señor? ¿Qué fruto es el que el Señor espera y exige de nosotros? ¡Su justicia! Esta justicia de la que leemos aquí. Porque el Señor la ha hecho posible.
No tienes que decir: “¿Quién subirá al cielo para traérmela aquí abajo?” Porque Cristo te la trajo. No está lejos de ti: está en tu boca y en tu corazón. Está aquí en nosotros. ¡Damos gloria al Señor! ¡En nosotros habita el Santo! ¡En nosotros mora el Justo! Y el fruto que debemos dar es éste. A nosotros nos rige el “Pero yo os digo”.
¿Se da cuenta el desafío que tenemos? Cuanto más luz tenemos, con más firmeza el Señor nos demanda esto. Pero más que una demanda, amados hermanos, veamos el corazón del Señor. Vean a los muchos en el mundo que están esperando ver una justicia así; y aun vean el corazón de muchos cristianos pequeños que están anhelando ser confirmados acerca de si esto es verdad o no.
Así que, tomemos esta palabra y aterricémosla. Aterricémosla en nuestras relaciones. La espiritualidad no puede ser vista sólo en los cultos. Tiene que ir al hogar. Y tiene que ir ahí a la intimidad con la esposa. Tiene que manifestarse en la relación con los hijos. Y tiene que ir al trabajo y manifestarse la justicia de Cristo, en medio de los compañeros de trabajo, y en medio de sus compañeros de colegio.
¿Qué dicen, súbditos del Rey? ¿Creemos que esa justicia está aquí en nosotros? Vamos a dejar que se manifieste. La carne no puede manifestarla. El Espíritu es el único que puede manifestarla. ¡Bendito es el Señor!