Los jóvenes que aman lo original, lo genuino, ¿deberán conformarse con una fe falsa?
La expresión «fe no fingida» aparece dos veces en las epístolas de Pablo, una en cada una de ellas.
«Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida» (1ª Tim. 1:5). «Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también» (2ª Tim. 1:5).
La primera está referida a Pablo, es decir, a la fe de Pablo; la segunda, a la fe de Timoteo y su familia. La expresión puede entenderse también como ‘fe genuina’, ‘fe verdadera’, en contraste con la fe ‘aparente’ o ‘hipócrita’.
Esta fe puede habitar en una familia completa (como la de Timoteo), en un grupo de creyentes (como el que conforman Pablo y sus colaboradores). Pero no se transmite por sólo pertenecer a un grupo. Es un don de Dios (Ef. 2:8), y está enraizada en Jesucristo. Luego, cuando ya hemos recibido esta fe directamente de Dios, podemos compartirla y desarrollarla con otros creyentes. Es pues, primeramente, vertical, luego horizontal.
Lamentablemente, es fácil formar parte de un grupo de creyentes sin ser un creyente, especialmente para un joven. Sobre todo cuando los mismos padres y amigos lo son. Esto puede hacer creer a los demás, y aun a nosotros mismos, de que somos creyentes, cuando no lo somos. De que nuestra fe es genuina, cuando es sólo aparente.
C. H. Mackintosh, un siervo de Dios del siglo XIX, dice: «Nosotros sufrimos considerablemente permitiendo que lo que se denomina ‘relación cristiana’ (Tratos, relaciones de amistad o comunicaciones entre creyentes o asambleas), interfiera con nuestra relación y comunión personal con Cristo. Somos demasiado propensos a sustituir la relación con Dios por la relación con el hombre – para seguir en los pasos de nuestro compañero, en lugar de seguir en los pasos de Cristo – somos propensos a echar una mirada alrededor buscando simpatía, apoyo, y estímulo, en lugar de poner la mira en las cosas de arriba.
Siendo importante la relación horizontal con nuestros familiares y amigos, nuestra mayor prioridad es tener comunión con Dios. Si nuestra relación con Dios está bien, entonces nuestras demás relaciones estarán bien también.
No debemos confundir las cosas. Participar de una familia cristiana, y tener amigos cristianos podría hacernos creer que ya somos cristianos. Nuestra condición de cristianos tiene que ver con Dios primeramente y luego con los que son de Dios.
Es aquí donde surge el peligro de tener una fe fingida. Que puede ser una fe prestada, la fe del grupo en el que participo.
Conformarse con una fe fingida es una desgracia, porque no sirve, y además es un peligro, porque podemos conformarnos con lo que parece, y no buscar lo que de verdad es.
¿Cómo diferenciar la fe fingida de la fe verdadera?
La fe fingida:
a) se evidencia en la manera de relacionarnos con Dios. Todavía vemos a Dios lejano, tenemos temor de él, no podemos decirle ‘Padre’. Podemos creer en él, y aun defender su existencia en las discusiones con los ateos o agnósticos, pero no podemos decir que somos ‘hijos’ de Dios, y que él es nuestro ‘Padre’.
Un creyente genuino ha recibido el Espíritu Santo, para la filiación, y por medio de él puede decir: «Abba, Padre». Se goza en el hecho de ser un hijo de Dios, y puede reconocer al Espíritu dentro de él, guiándole, consolándole, enseñándole.
b) Desconoce a Jesucristo. El que tiene una fe fingida habla de Dios, pero no de Jesucristo. Muchos hablan de Dios, en sentido general, pero no de Jesucristo como Dios encarnado. El Señor dijo: «Nadie viene el Padre sino por mí», «Yo soy el camino».
Muchos creen en Dios, oran a Dios (a ‘Diosito’), pero no conocen la relación con Jesucristo. Un creyente genuino sabe que por medio de Jesucristo ha conocido a Dios. Valora su muerte en la cruz, y su sangre derramada para el perdón de sus pecados.
c) Se basa en la herencia, no en la conversión. La fe fingida es una herencia cultural, es la religión de los padres, no una experiencia individual.
Ahora, la fe genuina no está ajena a los antepasados, a la familia, pero de manera distinta, no excluyendo la necesidad de la experiencia personal, individual. La fe genuina no es heredable biológicamente, pero sí se puede dar testimonio de ella por medio de la predicación, de la vida y del ejemplo de los mayores. La fe no fingida de Eunice, Loida y Pablo tuvo mucho que ver en la fe no fingida de Timoteo.
d) Es mental, no espiritual. La fe fingida es mental. Y si es mental está en el plano del alma, es cambiante, insegura. Sólo lo que es espiritual tiene firmeza.
e) Es proclive a las disputas doctrinales y a la palabrería. (1ª Tim. 1:3-7). La fe fingida es tan débil que necesita reafirmarse ante sí misma. Y entonces pelea y discute, normalmente acerca de cuestiones externas, de la ley, de los mandamientos, de las doctrinas. Nada de esto es esencial en la carrera cristiana. Un creyente con una fe verdadera no necesita demostrar nada para creer, porque su fe le ha sido dada de arriba y está más allá de las opiniones humanas. Aunque todos se levanten con argumentos, su fe no será conmovida, porque conoce de verdad a Dios.
f) No produce ningún cambio real en la manera de vivir. La fe fingida hace promesas, intentos, pero no produce ningún cambio de vida real. Como no hay nuevo nacimiento, se trata del mismo hombre viejo que trata de enmendarse. El creyente genuino, en cambio, puede comprobar en sí mismo una nueva manera de ver la vida, de ver el mundo. Se da cuenta que el mundo está caminando en el sentido equivocado, y él sabe que no pertenece al mundo. Su manera de pensar ha experimentado un vuelco radical.
Como vemos, la fe fingida está muy por debajo de la fe genuina. Pueden parecer, si las miramos superficialmente, pero tienen un origen diferente, y producen frutos muy distintos.
Estimado joven: Ahora es el tiempo de que te asegures de tener una fe genuina, porque estás comenzando a edificar tu vida. ¿Qué pasará si edificas sobre un fundamento falso, frágil? Muchas vidas se han malogrado por no tener el debido fundamento.
Hay una estadística que dice que la edad donde hay más conversiones a Cristo es en la juventud, incluso antes de los veinte años. Así que, la edad más adecuada para buscar a Dios es la que tú vives.
El corazón se endurece con los años. Los problemas de la vida, las seducciones del mundo, el amor al dinero, son fuertes distractores de la fe, y suelen arrastrar a la incredulidad a los jóvenes cristianos. ¡Que no suceda contigo!
Busca en Dios la fe verdadera. Nadie la puede crear, ni producir, sólo Dios. El Señor Jesús es el autor y consumador (perfeccionador) de la fe (Heb. 12:2).