La edificación del templo de Jerusalén como alegoría de la edificación de la Iglesia.
Gino Iafrancesco
Puntos de referencia en el desarrollo del propósito de Dios
A lo largo de la Palabra del Señor, aparecen ciertos puntos clave de referencia en el desarrollo del propósito de Dios. El primero es Adán y Eva. Aquí Dios revela cosas fundamentales. Después, en el tiempo de Abraham, de Isaac y de Jacob, tenemos otro punto importante: Dios dice ser el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.
En esos tiempos estaba Nimrod, estaba Hamurabi y otros personajes, pero Dios dijo ser el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. La intervención de Dios en las vidas de estos patriarcas se constituyó en otro punto importante de referencia en la obra continuada de Dios. Después vino Moisés, y comenzó Dios a trabajar con el pueblo de Israel, y dio la Ley. Entonces apareció un nuevo punto de referencia en la obra de Dios. Siempre tenemos que volver al punto de Adán, al punto de los patriarcas y también al punto de la Ley.
Después apareció otro importante punto de referencia en la historia sagrada: David. Con él, Dios abrió una nueva etapa en el avance de su obra. A los reyes siguientes, Dios los medía por David. Todos estos puntos de referencia van desarrollando el propósito de Dios. Desde el primero, ya se proyecta el propósito.
En los días anteriores hemos recordado someramente algunas de estas cosas. Ahora quisiéramos detenernos un poco en la casa de Dios en tiempos de David y de Salomón. Es un nuevo punto de referencia, y en cada nuevo punto de referencia, Dios añade detalles a la revelación. Él habla de lo mismo, pero acrecienta la revelación.
Todo el Antiguo Testamento es una preparación para el Nuevo. Recordemos que Dios dice que lo relativo al misterio del Nuevo Testamento se vea con la ayuda de las Escrituras de los profetas (Rom. 16:25-26). De manera que no sólo estamos leyendo historia sagrada. Dios está hablando cosas espirituales; estas cosas son figura de las cosas espirituales. Así que debemos leer del velo para adentro.
La casa de Dios en tiempos de David y Salomón
Primeramente, vamos a abrir la palabra del Señor en el libro primero de Crónicas.
En el capítulo 17 tenemos un momento clave en la historia de la revelación. David estaba interesado en una casa para Dios, e imaginaba que podría ser de cedro. Pero Dios –como después también lo entendió Salomón– no habita en templos hechos por manos humanas. Dios sí tiene en su corazón tener casa. En este pasaje, él habla de «mi casa». Pero no sería David el que se la edificaría.
Ya en otro pasaje, Dios le dice: «Tú has derramado mucha sangre; tú no me edificarás casa. Pero tu hijo, él me edificará casa». Entonces vino Salomón, uno de los hijos de David, y según los planos que recibió de David, su padre, y que David recibió de Dios, Salomón edificó el templo, el famoso templo de Jerusalén.
Esta historia se cuenta dos veces en la Biblia: en el libro de los Reyes y en el de Crónicas. En la primera, el énfasis está en Salomón y su casa; pero, en la segunda, el énfasis está en el Mesías y la iglesia. De manera que Salomón, como hijo de David, edificando el templo material para Dios, es figura del verdadero Hijo de David, que es el Señor Jesús, el verdadero Rey de paz, el cual edificaría casa a Dios. «Tu hijo me edificará casa … y afirmaré su trono eternamente».
Es claro que el trono de Salomón no fue eterno, porque Salomón era sólo una figura. El verdadero Hijo de David es el Señor Jesús. No que el otro fuera falso; era apenas una figura. Por tanto, el Señor Jesús tiene una encomienda de Dios – edificar casa a su Padre. Entonces, la verdadera casa de Dios, que el verdadero Hijo de David edifica, es la iglesia, es el cuerpo de Cristo.
Así que, como vimos la edificación de la iglesia en el tabernáculo, tenemos que ver también la edificación de la iglesia en el templo. «Porque vosotros sois el templo del Dios viviente» (2ª Cor. 6:16). El Nuevo Testamento nos habla de ser edificados como un templo santo, para morada de Dios en el espíritu, como la iglesia, el cuerpo único de Cristo, la suma de todos los hijos de Dios de hoy, de ayer y de siempre. Somos el templo de Dios.
Miremos, entonces, en el libro de Crónicas algunas palabras importantes. Primeramente, miremos un poco en el 22 y después en el 28.
«Después mandó David que se reuniese a los extranjeros que había en la tierra de Israel, y señaló de entre ellos canteros que labrasen piedras para edificar la casa de Dios» (1 Crónicas 22:2). Dios usa extranjeros para labrar, para tratar con las piedras. «Asimismo preparó David mucho hierro para la clavazón de las puertas, y para las junturas; y mucho bronce sin peso, y madera de cedro sin cuenta» (22:3). Mucha cruz; mucha disciplina, ¿verdad?
Leamos en Colosenses 1:24, pero volveremos aquí otra vez. «Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros…». No, no era que Pablo fuera masoquista; él no se gozaba por los dolores, sino porque esos dolores servían a otros. «…y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia».
No entienda mal este verso; no dice que a Cristo le faltan aflicciones, sino que a Pablo le faltaba participar de las aflicciones de Cristo un poco más. Cristo consumó su obra; pero nos concedió no solamente creer en él, sino también sufrir por él.
«…de la cual fui hecho ministro…» (Col. 1:25). Pablo era ministro del cuerpo, ministro de la iglesia. No era el funcionario de alguna organización menor que el cuerpo; él era un miembro vivo del cuerpo vivo de Cristo, él funcionaba en el cuerpo y para el cuerpo.
Entonces, volvemos a Crónicas: «…mucho bronce sin peso, y madera de cedro sin cuenta» (1 Cr. 22:3). Estas cosas no se deben contar, porque los sidonios y tirios habían traído a David abundancia de madera de cedro. «Y dijo David: Salomón mi hijo es muchacho y de tierna edad, y la casa que se ha de edificar a Jehová ha de ser magnífica por excelencia –la iglesia gloriosa– para renombre y honra en todas las tierras; ahora, pues, yo le prepararé lo necesario» (v. 5).
Aquí, David está tipificando a Cristo en su primera venida, preparando lo necesario, para que Cristo en su segunda venida pueda ser recibido por la iglesia. Salomón es el hijo de David que muestra el trabajo de Cristo ascendido, edificando su casa, para presentarse a sí mismo una iglesia, una iglesia santa y gloriosa, sin mancha y sin arruga. Debemos dejarnos presentar como una iglesia santa. No estorbemos la unidad de la iglesia.
Ahora, vamos al capítulo 28 para ver algunas expresiones claves allí. Dice David a Salomón: «Mira, pues, ahora, que Jehová te ha elegido para que edifiques casa para el santuario; esfuérzate, y hazla. Y David dio a Salomón su hijo el plano del pórtico del templo y sus casas, sus tesorerías, sus aposentos, sus cámaras y la casa del propiciatorio. Asimismo el plano de todas las cosas que tenía en mente para los atrios de la casa de Jehová, para todas las cámaras alrededor, para las tesorerías de la casa de Dios, y para las tesorerías de las cosas santificadas. También para los grupos de los sacerdotes y de los levitas –o sea, de la casa pasa al sacerdocio–, para toda –mire esta expresión– la obra del ministerio de la casa de Jehová» (vers. 10:13).
Esa expresión no es sólo del Nuevo Testamento; ya está preparada en el Antiguo: Los obreros edificando el cuerpo de Cristo con todos los santos, que están tipificados en el levantamiento del templo de Dios y en la erección del tabernáculo. Y esa expresión –la obra del ministerio de la casa de Dios– que era el trabajo en el tabernáculo y en el templo, es también hoy el trabajo de todos los santos, ayudados, perfeccionados, por los obreros de Dios.
Entonces, sigue diciendo: «…y para todos los utensilios del ministerio de la casa de Jehová». Tengamos presente el plano. David habló del plano de la casa, del plano de las tesorerías, de las cámaras; incluso de los instrumentos.
Ahora, saltamos unos versos, y vamos a leer desde el 19. «Todas estas cosas, dijo David, me fueron trazadas por la mano de Jehová, que me hizo entender todas las obras del diseño». Así que esto no fue sólo una ocurrencia de David. Sí, David quería hacerle casa a Dios, y Dios le explicó: «David, tú has derramado mucha sangre. Tú no me edificarás casa, pero tu hijo, él me edificará casa». Y entonces Dios le reveló a David el diseño de la casa, el plano detallado en todas las cosas. Y David le pasó a Salomón su hijo todo el plano, para que hiciera las cosas conforme al diseño que él había recibido de Dios. Así que Dios está detrás de este diseño, así como estuvo detrás del diseño del tabernáculo.
De manera que si el tabernáculo es figura del verdadero tabernáculo, y el templo es figura del verdadero templo, debemos poner atención al diseño del templo, porque Dios nos está hablando del misterio de Cristo, la iglesia, a través del tabernáculo y a través del templo.
Dios comienza con algo sencillo, con los trazos maestros, y luego va agregando detalles. Así actúa Dios. En Génesis 1:26, él dice: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza…». Y los hizo varón y hembra. En el segundo capítulo, vuelve a hablar de la hechura del hombre, pero añadiendo detalles. Es como un dibujante que primero traza las líneas principales, y después, alrededor de ellas, pone los músculos, los nervios, la piel.
Así, por ejemplo, a Daniel, le permitió interpretar el sueño de Nabucodonosor, donde aparece la historia de la humanidad a grandes trazos; pero luego, en las siguientes profecías habla de lo mismo, pero añadiendo cada vez más detalles. Cuando llega la última visión de Daniel, abarca tres capítulos, y lo que había dicho en el sueño de Nabucodonosor y en la visión de los capítulos 7, 8 y 9, ahora la llena de detalles.
Dios empieza con la idea principal: «Le edificaré una mujer». Luego aparece Bet-el, la piedra, la unción, la libación; luego el tabernáculo, y después el templo. Dios está hablando durante toda la Biblia de la misma cosa, porque toda la Biblia habla del misterio de Cristo y la iglesia. El misterio de Cristo es la llave de toda la Biblia.
Entonces, veamos ahora en el libro de Reyes la edificación del templo por Salomón. Pero no leeremos solamente arquitectura o ingeniería civil, sino el misterio de Cristo, porque el verdadero Hijo de David está edificando el verdadero templo que es el cuerpo de Cristo. Él es el arquitecto, y los ministros de Dios son también como peritos arquitectos que tienen que interpretar el plano para la edificación. Pablo decía: «…yo como perito arquitecto puse el fundamento…» (1ª Cor. 3:10). Ese es el trabajo del ministerio del cuerpo de Cristo – interpretar los planos del arquitecto.
La edificación del templo
En el capítulo 6 encontramos un pasaje que la Sociedad Bíblica tituló «Salomón edifica el templo». O sea, éste es una figura del Señor Jesús edificando el cuerpo de Cristo. ¿Ustedes se acuerdan de aquel pasaje en Efesios donde habla de la altura, la anchura, la profundidad, la largura de Cristo? Bueno, vamos a empezar a leer algo de eso aquí. Salomón edifica el templo – el hijo de David edifica la casa de Dios.
Vamos a revisar desde el verso 1 al 14. El Espíritu Santo le puede hablar a usted cosas que yo no voy a decir aquí. Usted, después, complementará, elaborará y enriquecerá eso.
Fijémonos en algo: Desde el verso 1, ya aparece un misterio. «En el año cuatrocientos ochenta después que los hijos de Israel salieron de Egipto…». Cuando usted hace una cronología absoluta de la Biblia, siguiendo los años que aparecen en ella, notará que entre la salida de Egipto y la edificación del templo por Salomón hay mucho más de cuatrocientos ochenta años. Pero, si a toda esa cantidad de años usted le resta los años en que ellos estuvieron bajo gobiernos ajenos –por ejemplo, cuando estuvieron bajo los madianitas u otros gentiles– al restar esos años perdidos, obtendrá exactamente cuatrocientos ochenta años.
Esto quiere decir que, para Dios, los años perdidos no cuentan. Nosotros tenemos una cuenta en el cielo. Pablo les hablaba a los filipenses de que lo que ellos habían hecho estaba registrado en los cielos: «…busco fruto que abunde en vuestra cuenta» (Flp. 4:17). Algunos de ustedes tienen cuentas en los bancos, pero todos ustedes tienen cuenta en los cielos, y esa cuenta está siendo engrosada. Pero el tiempo perdido, lo que ocupamos en otra cosa, cuando no andamos en el Señor y en lo suyo, no se cuenta. No importa si los años reales fueron como seiscientos treinta y tantos; para Dios, sólo fueron cuatrocientos ochenta, porque mientras ellos estaban bajo otros ‘señores’, Dios no lo quiere ni contar.
El tiempo que tiene significado para Dios es éste: cuatrocientos ochenta años. Y vuelve otra vez a aparecer el 48 por 10. Ayer estudiábamos el 48, que era el número de la casa. Ahora, aquí aparece en el tiempo por 10 = 480. Muchas cosas que en el tabernáculo son 1, en el templo son 10. En el tabernáculo es un candelero; en el templo son diez. Quiere decir que Dios quiere la multiplicación del candelero por toda la tierra. En el tabernáculo eran 48, en el templo, 480.
Y dice: «…después que los hijos de Israel salieron de Egipto, el cuarto año del principio del reino de Salomón sobre Israel…». El cuarto año. Note que primero es la cabeza; primero es Dios. Primero es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. También, cuando iban a cruzar el Jordán, después de tres días, o sea, en el cuarto día. Eso quiere decir que, después de la cabeza, es el cuarto. Después de los tres años, en que se caracterizó quién es Salomón, porque él es la cabeza de Israel, entonces llegó la hora de edificar. Primero, la cabeza, luego el cuerpo.
«…en el mes de Zif…», que es el mes segundo. También el tabernáculo se edificó en el segundo mes. El primer año comenzó con el mes de la pascua. Todo comienza con la pascua, todo comienza con el Señor Jesús, su muerte por nosotros, su resurrección y su ascensión. Entonces viene el Espíritu, y comienza la iglesia. No puede empezar la casa en el año primero y en el mes primero. En el mes segundo comenzó a edificar la casa de Jehová.
La casa que el rey Salomón edificó a Jehová tenía sesenta codos de largo, veinte de ancho y treinta de alto. Es como un rectángulo, pero espacial, no plano. Esta es la casa de Dios. La iglesia tiene que ser llena de las medidas de Cristo. La Biblia nos habla de las medidas de Cristo. Y esta es la casa de Dios. Algo nos está revelando Dios con estas medidas.
En primer lugar, nos habla del largo: sesenta codos. Aquí volvemos a ver la inclusividad del corazón de Dios. Sesenta viene de seis por diez. Ya sabemos que el número 6 es el número del hombre. Y el 10, el número de la generalidad. Dios quiere una casa que tenga sesenta codos de largo, o sea, que incorpore a toda clase de seres humanos. Lo mismo se ve en el tabernáculo: Dios quiere una casa con gente de toda tribu, lengua, nación, clase social. Ninguna iglesia se le puede edificar al Señor con exclusiones.
Dios no excluye razas, no excluye clases sociales, ni analfabetos, ni eruditos. Dice Pablo que el Señor escogió lo vil, lo menospreciado, lo que no es. «Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles…» (1ª Cor. 1:26). Sí, puede haber alguno, pero la mayoría no somos nobles. Sangre azul y sangre roja corriente, hay en la casa de Dios.
No podemos hacer casas menores, no podemos hacer iglesias de blancos donde no entran los negros, o de negros, donde no entran los blancos. No podemos hacer iglesias de ricos. Hay personas que les gusta ir a los barrios de los ricos, porque allá se codean con el alcalde, con fulano y con zutano, y no quieren codearse con los del barrio más pobre.
La iglesia abarca a todos los que el Señor llama, a todos los que él engendró. Esa es la medida de Dios; no podemos tener otra medida. Cada hermano tiene que sentirse cómodo en la iglesia, no importa que sea pobre, no importa que sea analfabeto, no importa su raza, su clase. El Señor lo escogió, y esa es la longitud de la casa de Dios.
La anchura de la casa
Ahora, la casa de Dios también tiene anchura. Pero es curioso que la anchura es apenas un tercio del largo. Es un rectángulo. El largo son sesenta; el ancho, solamente veinte, la tercera parte. En este punto, discuten los calvinistas y los arminianos: Los calvinistas dicen que hay expiación limitada, o sea, que el Señor sólo murió por algunos. Y los universalistas dicen que murió por todos. Aquí vemos este rectángulo. Después, habrá otro rectángulo más pequeño. Pero este primer rectángulo nos ayuda a entender esa complicación.
Vamos al libro de Zacarías, a mirar allí una expresión importante. Zacarías 13:8-9 dice: «Y acontecerá en toda la tierra, dice Jehová, que las dos terceras partes serán cortadas en ella, y se perderán; mas la tercera quedará en ella. Y meteré en el fuego a la tercera parte, y los fundiré como se funde la plata, y los probaré como se prueba el oro. Él –o sea, este pueblo del tercio– invocará mi nombre, y yo le oiré, y diré: Pueblo mío; y él dirá: Jehová es mi Dios».
Notemos que el Señor dice claramente en esa profecía que dos tercios se perderán; pero un tercio pasará por el fuego, y quedará siendo el pueblo de Dios. Ahora, el apóstol Juan dice muy claramente: «Cristo … es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (1ª Juan 2:2). O sea, el sacrificio de Cristo tiene la capacidad de salvar a toda persona humana que exista. Si alguno no se salva, no es porque el Señor no quiera, sino porque ellos no quieren, porque ellos resisten, porque ellos no reciben. Por eso se pierden.
Dios «…quiere que todos los hombres sean salvos» (1ª Tim. 2:4). Dios no quiere que alguno perezca. Dios quiere que todos procedan al arrepentimiento. Pero si Dios quiere que todos se salven, ¿por qué no todos se salvan? No es porque Dios no quiera; es porque el hombre no quiere. La luz vino al mundo, pero «los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas» (Juan 3:19), y esta es la condenación.
De manera que la casa de Dios tiene forma de rectángulo. Dios quiere gente de toda tribu, lengua, nación, sexo, y clase social; sin embargo, no todos serán salvos, sino aquellos que crean. Entonces, la población mundial se reduce a un tercio. ¿Acaso no fue un tercio el que se rebeló? Dios tenía muchos ángeles, pero la tercera parte se fue con Satanás. Entonces, Dios se reservó ese otro tercio para su gloria, para su casa.
Dios quiere que todos sean salvos. La expiación es universal, la intención de Dios es sincera; él quiere la salvación de todos, pero en la práctica, es limitada, porque serán los que creen, los que están en Cristo, y en Cristo son escogidos.
Por eso vemos un rectángulo aquí. Aunque el largo son sesenta codos, el ancho son sólo veinte, la tercera parte. Si analizas la humanidad, hoy en día, un tercio por lo menos dice ser cristiano, y otros dos tercios dicen ser o musulmanes, o budistas, o hinduistas, o animistas, o cualquier otro ‘ismo’ diferente al cristianismo.
Una iglesia madura
Volvamos a 1 Reyes 6. «…y treinta codos de alto» (v. 2). ¿Ustedes saben lo que quiere decir el número 30? En la Biblia, es el número de mayoría de edad. Hoy en día, en Colombia, los muchachos que tienen dieciocho años, votan. A los dieciocho años, se les considera mayores de edad. Claro que todavía no se mantienen, todavía no proveen para su esposa ni sus hijos.
La Biblia consideraba que la mayoría era a los treinta, no a los dieciocho. Por eso el Señor Jesús esperó hasta los treinta. También los levitas, desde los veinticinco años comenzaban a acercarse al tabernáculo, pero apenas a los treinta ejercían en plena propiedad.
¿Y qué quiere decir que Dios quiere que su casa tenga treinta codos de alto? Quiere decir que la iglesia está destinada a la estatura de la plenitud de Cristo. Dios no quiere una iglesia de niños; él quiere una iglesia madura. ¿Cómo Cristo se va a casar con una niña? Tiene que casarse con una iglesia madura.
Dios quiere una iglesia madura. La iglesia debe evangelizar, debe acordarse de los hombres; pero, después de salvarlos, tiene que discipularlos, alimentarlos, instruirlos, enseñarlos, reunirlos como iglesia, presentarlos al Señor como iglesia. Dios quiere que vengan a la epignosis, al pleno conocimiento de la verdad. O sea, crezcan a una posición en que puedan comprender todo el consejo de Dios, la suma de la Palabra, la palabra de Dios cumplida.
Treinta codos – la estatura de la plenitud de Cristo. Una iglesia de salvos y maduros. Una iglesia de salvos discipulados, conducidos a la plenitud. Esas son las medidas que Dios dijo: sesenta pies de largo, veinte de ancho y treinta de alto.
Los vencedores
Ahora vamos a ver otro rectángulo. Verso 3: «Y el pórtico delante del templo de la casa…». Cuando dice la casa, abarca el atrio, el lugar santo y el santísimo. El templo de la casa, el santuario, es el santo y el santísimo. La casa en general incluye el atrio. El pórtico del templo de la casa no es el pórtico de afuera, no es para que los perdidos se salven, sino que los salvos venzan. Es otro rectángulo.
Dios quiere que todos se salven, pero sólo se salvan los que creen. Y quiere que todos los que creen sean vencedores, pero solamente es la mitad. Eran diez vírgenes esperando al esposo, las diez tenían aceite en la lámpara, pero sólo la mitad tenía aceite en la vasija además de la lámpara.
Entonces dice aquí: «Y el pórtico delante del templo de la casa tenía veinte codos de largo a lo ancho de la casa…». O sea, antes era sesenta de largo y veinte de ancho. El veinte son los realmente creyentes. Ahora, este otro pórtico es otro rectángulo de veinte codos, lo mismo que tiene el ancho de la casa. O sea, abarca a todos los creyentes.
«…el ancho delante de la casa era de diez codos», o sea, la mitad. ¿Se da cuenta? El Señor murió por todos, pero sólo se salva un tercio. Ahora, Dios quiere que todos los salvos sean vencedores, pero solamente la mitad son prudentes. Los otros son salvos, esperan al esposo, tienen aceite en la lámpara, y la lámpara del Señor es el espíritu del hombre. Si tienen aceite en la lámpara, su espíritu es regenerado, pero no tienen aceite también en la vasija, no han permitido que la vida del Señor pase a sus almas – piensen conforme a Cristo, tengan el sentir de Cristo, y la voluntad renovada, y sigan a Cristo.
Muchas vírgenes salvas son insensatas; sólo la mitad es prudente, e hizo que pasara el aceite de la lámpara a la vasija, del espíritu al alma. Por eso aparece otro rectángulo aquí. Veinte de ancho, como el de la casa – son los salvos. Pero sólo diez de largo – la mitad.
La necesidad de revelación
«E hizo a la casa ventanas anchas por dentro y estrechas por fuera» (v. 4). Aquí vemos el mismo principio de las pieles de tejones en el tabernáculo. Por fuera, se veía como un ratón grande; por dentro estaba la gloria. Los de afuera no veían. La Biblia dice: «…el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios» (Juan 3:3). El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, y no las puede entender, pero el espiritual discierne todas las cosas.
Por eso dice aquí que la casa tenía ventanas anchas por dentro y estrechas por fuera. O sea, el que está adentro puede ver todo lo que pasa afuera; pero el que está afuera no puede ver bien lo que hay adentro.
Así es la casa de Dios. Las cosas de Dios sólo se pueden ver por revelación de Dios, de adentro hacia fuera. Pero el hombre natural, afuera, no puede. Entender las cosas de Dios no es cuestión de capacidad. Los que están adentro tienen discernimiento; los que están afuera no pueden ver ni entrar.
Los diáconos, obispos y obreros
«Edificó también junto al muro de la casa aposentos alrededor, contra las paredes de la casa alrededor del templo y del lugar santísimo; e hizo cámaras laterales alrededor. El aposento de abajo era de cinco codos de ancho, el de en medio de seis codos de ancho, y el tercero de siete codos de ancho; porque por fuera había hecho disminuciones a la casa alrededor, para no empotrar las vigas en las paredes de la casa» (vers. 5-6).
Dios no quiere dejar a la casa abandonada a sí misma; él la rodea de cámaras laterales. Es el mismo principio que vimos en el tabernáculo. Estaban todas las tablas alrededor, pero el Señor les quiso poner cinco barras, para que esas barras protegieran y mantuvieran derechas las tablas; la casa fuera reforzada y guardada, ninguna tabla se saliera, y fuera mantenida en su lugar.
Así también, el Señor le mostró a David y a Salomón que él quiere que su casa esté rodeada alrededor por cámaras. En esas cámaras se guardaban los tesoros; allí los sacerdotes se vestían y se desvestían, salían de un estado común y se vestían las vestiduras sacerdotales. También en la casa de Dios tenemos el diaconado, el obispado y el apostolado.
Dios quiere que la casa esté resguardada, protegida, por los diáconos, que tienen que servir a las necesidades de los santos, y por los ancianos. Se necesitan los presbíteros, que son los mismos obispos. En la Biblia, obispos, pastores, presbíteros, se intercambian.
Cuando Pablo escribe a Tito empieza hablándole de que lo había dejado en Creta para que corrigiese lo deficiente y estableciese presbíteros en cada iglesia local. Y luego dice: «Porque es necesario que el obispo…». Él viene hablando de los ancianos. Primero empieza a hablar de cómo debe ser el carácter de cada uno de ellos, pero ahora ya no le llama anciano, sino obispo, «…que fuere irreprensible, marido de una sola mujer…».
Obispos y ancianos, en la Biblia, son la misma cosa. En la iglesia de los filipenses, estaban los santos con los obispos y diáconos. Ahí está la casa de Dios. Sin embargo, la iglesia y los ancianos no están aislados. La iglesia local no está aislada. Ella es parte de la iglesia universal, está en comunión con otras iglesias, y la obra del Señor está en manos de los obreros, que trabajan a un nivel más universal que local.
Los ancianos cuidan de la iglesia en su localidad, pero los obreros edifican el cuerpo de Cristo universalmente. Por lo tanto, Dios quiere que los ancianos tengan comunión con los apóstoles. Por eso dicen los apóstoles: «…eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros»– Ese ‘nosotros’ es el equipo de los obreros, los apóstoles– y nuestra comunión – porque ellos no están aislados, tienen una comunión– verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo» (1ª Juan 1:3). Por eso existe la comunión apostólica, o sea, la comunión de los apóstoles entre sí, y de las iglesias con los apóstoles, y de los apóstoles con las iglesias.
Entonces, le dice Pablo a Timoteo: «Contra un anciano, no admitas acusación, sino con dos o tres testigos. A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos, para que los demás también teman» (1ª Tim. 5:19-20). O sea, que los obreros hacen una auditoría de los ancianos que ellos establecieron de parte de Dios. Dios los estableció, pero los usó a ellos para hacerlo, de manera que los ancianos están bajo la supervisión de los obreros que los establecieron. Ellos gobiernan en la iglesia, pero en la obra gobiernan los obreros. Los obreros fundan una iglesia y establecen los ancianos; mas, si los ancianos se portan mal, entonces no se puede admitir acusación sin testigos contra un anciano.
Los obreros no se pueden meter en la jurisdicción de otros, donde otros han trabajado. Eso les toca a los que trabajaron allí, los que evangelizaron, los que discipularon, los que edificaron. Los que instruyeron a la iglesia, los que han enseñado, corrigen las cosas deficientes, nombran a los ancianos. Ellos son los apropiados para oír los problemas que a veces causan los ancianos.
Entonces, encima de la segunda cámara, hay una tercera. La primera cámara, que es el diaconado, tiene cinco codos de ancho; pero la de arriba es un poco más ancha, tiene más responsabilidad, abarca más, porque en la iglesia, los ancianos gobiernan a los diáconos, y no los diáconos a los ancianos. Entonces, sobre la segunda cámara, de seis codos, Dios colocó una tercera cámara de siete codos. Así que los diáconos, los ancianos, los obreros, cuidan a la iglesia, la rodean así como las barras en el tabernáculo.
El diaconado está en el primer lugar de abajo, pero hay una escalera en forma de caracol que sube del primer piso, dando vueltas y vueltas. La escalera no es directa. Pasas por una prueba, pasas otra vez por aquí, un poco más alto, y cuando has sido aprobado, puedes pasar al segundo lugar, al segundo piso, y del segundo puedes pasar al tercero.
Por ejemplo, el hermano José, en la iglesia en Jerusalén, era un hombre que servía, que ayudaba y consolaba a los hermanos. Y los apóstoles le cambiaron el nombre por Bernabé, que quiere decir ‘hijo de consolación’. El hermano Bernabé comenzó a ser una persona de confianza en la iglesia, y cuando hubo una necesidad, entonces lo enviaron para ver cómo estaban las cosas allá en Antioquia.
Cuando él llegó a Antioquia, no era apóstol, sino un colaborador de los apóstoles. Y él llegó y vio allí la gracia de Dios. Él no vio los problemas. Y como era varón bueno, los animó para que continuaran. Era alguien de confianza. Llegó a ser profeta y maestro, hasta que se quedó en Antioquia, y llamó a otro joven, otro hermano, que había sido problemático. Era Saulo.
Pero Saulo también subió la escalera, y llegó a ser profeta y maestro, como otros hermanos. En Antioquia había profetas y maestros, pero no había apóstoles. Pero, en determinado momento, el Espíritu Santo dirigió a los demás hermanos: «Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado» (Hech. 13:2), y ahí subieron la escalera hasta el tercer piso, hasta la cámara de siete codos de ancho. Les fue ampliada la responsabilidad.
Desde el capítulo 14, se habla de los apóstoles Bernabé y Pablo. Pero no empezaron arriba; empezaron adentro de la casa de Dios. Hay hermanos que se caracterizan porque están siempre sirviendo. «Entonces, vamos a ponerlos a prueba –dice Pablo– a ver si van a ser diáconos». O sea, que ya actúan como diáconos, sin serlo. Cuando pasen la prueba, serán diáconos en propiedad. Ahora pasan a servir a la casa, rodeando la casa, en asuntos primero materiales, administrativos. No se meten con doctrinas, claro, pero tienen que guardar el misterio de la fe y otras cosas.
Y entre esos hermanos, tenemos, por ejemplo, a Esteban, que era diácono. Él llegó a ser un hombre de Dios, que no sólo servía a la iglesia, sino mucho más. Esteban enseñaba, testificaba, y fue el primer mártir de la iglesia. Y también Felipe, quien llegó a ser evangelista, o sea, pasando del primer piso al segundo, no como jerarquía, sino como servicio, porque la responsabilidad en la casa de Dios es para hacerse cargo de mayores problemas.
Cada vez que subes, hay mayor responsabilidad, problemas más difíciles, asuntos que nadie quiere tocar. Pero son necesarias todas esas cámaras laterales alrededor de la casa, para cuidarla. Y esa escalera es en caracol, o sea, que la persona pasa y pasa por el mismo lugar, pero cada vez un poco más. ¿No le ha sucedido a usted así? La escalera en la casa de Dios es en caracol, repitiendo y repitiendo, para ir avanzando.
Sin agregar peso a la casa
Seguimos en 1 Reyes 6: «…por fuera, había hecho disminuciones a la casa alrededor, para no empotrar las vigas en las paredes de la casa» (v. 6). Miren el cuidado del Señor. Dios no quiere que esas cámaras –esos diáconos, ancianos y obreros– pesen demasiado sobre las paredes de la casa. Las vigas no se tienen que poner encima de la pared, sino en estas disminuciones que se hacen, para que no pesen demasiado.
Vamos a ver esas disminuciones en 1ª Pedro 5:1-3: «Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos –porque había subido del segundo al tercer piso–, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey».
«…no por fuerza…». Si es por fuerza, presiona demasiado. Los santos sienten que las personas están haciendo las cosas por obligación. ‘Ay, es que me tocó esto a mí. ¿Por qué no predica usted, que yo estoy muy cansado?’. Si es por fuerza, hace presión sobre las paredes de la casa, hace presión sobre los santos. ¿Dónde está la disminución, esa columnita que hay que poner? Ahí dice: «…voluntariamente…». La primera disminución es voluntariedad. No por fuerza, sino voluntariamente.
Segundo «No». «…no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto…». Hoy en día es tan común esquilmar las ovejas, es tan común que la gente empieza a predicar del diezmo y de la prosperidad solamente para llenarse los bolsillos, haciendo mercadería de los santos, como los fariseos que como pretexto hacían largas oraciones, pero tenían el ojo en la casa de la viuda. ‘Ah este hermano es rico, este puede ofrendar bastante. Hermano, venga, siéntese aquí en el estrado’. Pero Santiago dice: ‘Hermano, no hagan acepción de personas en la iglesia’.
«…no por ganancia deshonesta…». Esa viga no se puede poner en la pared, hay que ponerle una columna, una saliente aquí: «…ánimo pronto…», voluntariedad.
Pero son tres pisos. Y el otro es: «…no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino como ejemplos de la grey». Entonces ahí usted ve que las paredes de la casa no están soportando demasiado peso. No hay un señorío exagerado, no están esquilmando a los santos, no está haciendo las cosas por profesión, sino por amor, voluntariamente, con ánimo pronto, siendo ejemplos de la grey. Las cámaras laterales eran para guardar la casa en vez de cargarle sobrepeso.
Preparados en las canteras
Verso 7: «Y cuando se edificó la casa, la fabricaron de piedras que traían ya acabadas, de tal manera que cuando la edificaban, ni martillos ni hachas se oyeron en la casa, ni ningún otro instrumento de hierro». Así como el oro significa la naturaleza divina; la plata, la redención; el bronce, la disciplina de Dios, el hierro significa la autoridad. (Apoc. 2:26-27). Sin embargo, cuando se edificaba la casa, las piedras ya venían preparadas. Las piedras se preparan en las canteras.
Hay hermanos que están en las canteras, siendo preparados. Algunos están sufriendo martillazos. Allá sí se oye el martillazo. Esas canteras tienen personería jurídica, tienen letreros y todo, y son hijos de Dios. Son las piedras de Dios, y ellos deben ser un solo templo para Dios.
Claro, las piedras se sacan de las canteras. Gracias a Dios que hay canteras, y la gente se está salvando. Pero, qué vamos a hacer con las piedras, si es un montón de piedras al frente del lote de cada uno. Ahí no puede vivir Dios. Cómo va a vivir él si ponemos un montón de piedras acá y otro montón allá. Cada piedra tiene que ser tratada y preparada en la cantera. Y cuando la trae el Señor, ya puede encajar con sus hermanos, porque si no encaja, vuelve para la cantera, a recibir martillo, a recibir cincel.
Y cuando ya esté listo, entonces ya puede tener comunión con sus hermanos, ahora no se necesita que se oigan serruchazos ni martillazos, como dice el verso 7: «…y cuando se edificó la casa, la fabricaron de piedras que traían ya acabadas». Cuando se encuentran unos hermanos con otros, parece que era como si se hubieran conocido, como que estamos hablando las mismas cosas, el mismo lenguaje. Estamos en el mismo Espíritu.
Pero si usted se encuentra con alguien: ‘Y, hermano, pero las hermanas ahí usan la falda hasta aquí…’. O: ‘No se pudieron corbata para predicar’. Bueno, pase otros meses en la cantera, hasta que ya no le moleste que los hermanos no tengan corbata. «…acabadas, de tal manera…». O sea, de tal manera ya estaban acabadas, «…que cuando las edificaban, ni martillos ni hachas se oyeron en la casa, ni ningún otro instrumento de hierro». Era todo tan suave, tan agradable.
«Labró, pues, la casa –Labró, eso es a punta de golpes, ¿no?– y la terminó; y la cubrió con artesanados de cedro». Cubierta de cedro; la cruz de cedro la cubría. Después se le ponía oro, y en el oro se ponían palmeras. De todas maneras, las piedras no se veían. Cada hermano detrás de la cruz, negándose a sí mismo, no haciendo las cosas por sí mismo. Si no, vuelve para la cantera.
«Edificó asimismo el aposento alrededor de toda la casa, de altura de cinco codos –Gracia. Cinco codos, todo es gracia– el cual se apoyaba en la casa con maderas de cedro». Pero, ¿cómo se apoyaba en la casa? En aquellas disminuciones, en aquellas columnas.
El objetivo es la Presencia
En el verso 11, dice: «Y vino palabra de Jehová a Salomón diciendo: Con relación a esta casa que tú edificas, si anduvieres en mis estatutos e hicieres mis decretos, y guardares todos mis mandamientos andando en ellos, yo cumpliré contigo mi palabra que hablé a David tu padre; y habitaré en ella…».
El objetivo de la casa es la presencia. Lo que ha caracterizado los grandes avivamientos es la presencia del Señor. Se edifica el tabernáculo para que la nube lo llene; se edifica la casa para que la nube la llene. Dios quiere un lugar en la tierra para poder manifestar su presencia. La tierra está llena de su gloria, pero no se le conoce. Él quiere que sea llena del conocimiento de su gloria. Y la gloria de Dios quiere llenar la iglesia. Para eso se edifica la casa: para la gloria, para la presencia.
«…y no dejaré a mi pueblo Israel. Así pues Salomón labró la casa y la terminó».
Síntesis de un mensaje impartido en Rucacura (Chile), Enero de 2006.