El ministerio de Cristo –y el ministerio de todos los santos– es un sacrificio de amor por los demás.
Además de esto, por cuanto tengo mi afecto en la casa de mi Dios, yo guardo en mi tesoro particular oro y plata que, además de todas las cosas que he preparado para la casa del santuario, he dado para la casa de mi Dios» (). «Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna».
– 1 Crónicas 29:3; 2ª Timoteo 2:10.
Vamos a fijar nuestro pensamiento en esta palabra: «…todo lo soporto por amor de los escogidos». Guardemos esta palabra. Esta es nuestra demostración de amor por la casa de Dios. Lo sufrimos todo por amor de los escogidos.
Si nosotros lo sufrimos todo por amor de los escogidos, vamos a tener el ministerio de los santos, vamos a servir a los santos, vamos a hacer todo para que ellos sean edificados, para que el Señor obtenga su iglesia gloriosa. Vamos a cooperar con él, y vamos a sufrir con él. Hay una promesa de que, si sufrimos con él, reinaremos con él.
Quisiera hablar algo sobre el sacrificio en el altar. El sacrificio representa nuestro ministerio. El ministerio es un sacrificio de amor. Si no hubiese un sacrificio de amor, no hay ministerio.
Holocausto por la mañana y por la tarde
«Cuando llegó el mes séptimo, y estando los hijos de Israel ya establecidos en las ciudades, se juntó el pueblo como un solo hombre en Jerusalén. Entonces se levantaron Jesúa hijo de Josadac y sus hermanos los sacerdotes, y Zorobabel hijo de Salatiel y sus hermanos, y edificaron el altar del Dios de Israel, para ofrecer sobre él holocaustos, como está escrito en la ley de Moisés varón de Dios. Y colocaron el altar sobre su base, porque tenían miedo de los pueblos de las tierras, y ofrecieron sobre él holocaustos a Jehová, holocaustos por la mañana y por la tarde» (Esd. 3:1-3).
Los holocaustos eran ofrecidos por la mañana y por la tarde. Creo que hay una razón para que Dios haya colocado en la Escritura holocaustos de mañana y de tarde. Era una exigencia para el pueblo de Israel. No se podían dejar de ofrecer ningún día. Todos los días, en la mañana y en la tarde, tenían que ofrecer sacrificios.
El holocausto de la mañana y de la tarde habla del ministerio de Cristo. El ministerio de Cristo en la mañana y el ministerio de Cristo en la tarde. ¿Hay algún significado ahí? El ministerio de Cristo por la mañana es un ministerio exclusivo, porque es un ministerio que se ejerce solamente delante de Dios, y si no hubiera ese ministerio delante de Dios, no habría un ministerio delante de los hombres. Luego, el holocausto de la tarde representa el ministerio delante de los hombres.
Cristo tuvo dos ministerios durante su tiempo aquí en la tierra. Por la mañana, él estaba con el Padre, y en la tarde estaba sirviendo a los hombres. Por la mañana, en la cruz, él fue un sacrificio agradable a Dios, y por la tarde, él fue un sacrificio por toda la humanidad.
Nosotros tenemos este mismo ministerio de Cristo en nosotros. Hemos de tener un ministerio exclusivo para Dios, y un ministerio inclusivo para los hombres. Podemos llamar al ministerio exclusivo, como dice el apóstol Pablo, ‘mi carrera … mi ministerio’. Dos cosas distintas. Mi carrera es para Dios; el ministerio se derrama para los hombres. El sacrificio de la mañana y el sacrificio de la tarde.
Por eso fue restaurado el altar, para que el ministerio de los santos fuese completo y se pudiera edificar la casa del Señor y después la ciudad del Señor, y allí la gloria del Señor viniera sobre la casa.
El Señor Jesús fue un sacrificio vivo de mañana y de tarde. Podemos ver algunos pasajes.
«Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba» (Mar. 1:35). Este es el Señor como el sacrificio de la mañana, el sacrificio exclusivo para el Padre. «Pero muchos los vieron ir, y le reconocieron; y muchos fueron allá a pie desde las ciudades, y llegaron antes que ellos, y se juntaron a él. Y salió Jesús y vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas» (Mar. 6:33-36). Aquí el Señor está sirviendo al pueblo; aquí él es el sacrificio de la tarde.
Avanzamos por el libro de Marcos hasta el final, y vamos a ver cuando el sacrificio del Señor fue consumado a las tres de la tarde, en la cruz, por los pecados de todos nosotros. Ese es el ministerio de Cristo.
Nosotros necesitamos cumplir el ministerio de Cristo. Y Pablo dice que para cumplir el ministerio de Cristo, debe cumplir lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo que es la iglesia. Necesitamos cumplir lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo que es la iglesia. Somos llamados para eso.
Damos gracias a Dios. Tenemos que hacer como hacía el apóstol Pablo. Él dijo: ‘Me regocijo ahora en lo que padezco por vosotros. Este sacrificio no es pesado, lo hago con regocijo’. Él dice: «Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (Hech. 20:24).
Para que se cumpla esto, debemos sacrificar nuestras vidas. La palabra de Dios dice que Cristo murió por nosotros, y nosotros también morimos con él, para que no vivamos más para nosotros mismos, sino para aquel que murió por nosotros.
El ministerio es un sacrificio de amor
El ministerio es un sacrificio de amor. Los hermanos más antiguos en Curitiba cuentan que un día vino un anciano al frente, arrastrando sus pies, muy despacio, y dijo solamente una palabra. ‘Hermanos, yo quiero decir algo. Quiero decir lo que es el amor: El amor es sacrificial’.
Dios probó su amor para con nosotros en que Cristo murió por nosotros, siendo nosotros aún pecadores. El amor sacrificial no hace acepción de personas. Si nosotros tenemos ese amor, veremos realmente a la iglesia creciendo, veremos la iglesia siendo edificada. Y el Señor va a tener su iglesia gloriosa, porque la iglesia gloriosa no es un gran espectáculo, sino es la simplicidad que hay en Cristo Jesús. Porque el apóstol Pablo dice: ‘Yo temo que así como la serpiente engañó a Eva con su astucia, también ustedes sean engañados y se aparten de la simplicidad que hay en Cristo’.
En el pasado, la iglesia se apartó de la simplicidad que hay en Cristo y perdió la accesibilidad a Dios, perdió el acceso a Dios. Entonces surgió una clase mediadora. Ahora ya la iglesia no tiene acceso a Dios, porque perdió la simplicidad que hay en Cristo. La simplicidad que hay en Cristo nos muestra que Dios es accesible, tanto que él puso en medio del jardín el árbol de la vida, porque él quería ser accesible, él quería que usted entrase en él y él entrase en usted.
Cuando comiese del árbol de la vida, Cristo entraría en Adán. Entonces el propósito de Dios sería llevado adelante. Pero Adán comió del árbol del conocimiento del bien y del mal, y parece que todo fracasó. Pero gracias a Dios, él no fracasa. Dios envió a su Hijo, y el propósito eterno fue cumplido. Sólo cuando Dios ve a Cristo, él ve todo completo, todo restaurado. Todo está en su plenitud, y el Padre está contento.
Cristo vio el trabajo de su alma. ¿Cuál es el trabajo de su alma? Usted, hermano. «Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho». Debemos agradecer al Señor, porque ahora él está restaurando la visión, la accesibilidad a Dios. Ya no hay una clase mediadora, ya no hay nicolaítas. Está el cuerpo de Cristo, la iglesia, los santos. ¡Aleluya!
Podemos verlo aquí en Efesios. Creo que el Señor está diciendo todo esto para nosotros, para despertar nuestro corazón. El ministerio de los santos por el amor sacrificial.
«…conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor, en quien tenemos seguridad y acceso…» (Ef. 3:11-12). ¡Acceso! No existe nadie sobre nosotros que no sea Cristo, la cabeza de la iglesia. ¡Por él tenemos acceso al Padre! ¡Aleluya! Todos nosotros somos sus hijos. ¡Gracias a Dios por esta obra maravillosa!
«…en quien tenemos seguridad y acceso con confianza…». El más niño de nosotros puede tener acceso con confianza, por nuestra fe en él. ¡Aleluya! El Señor no va a decir: ‘Quédate a un lado, niñito; tú eres muy pequeño para estar aquí’. No. Tenemos entrada, acceso, con confianza, por nuestra fe en Cristo Jesús. ¡Gloria al Señor Jesucristo!
Hebreos 10:19-20: «Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne…».
Tenemos libertad. «Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». Y la verdad es ésta: Que nosotros tenemos acceso al Padre por medio de Jesucristo nuestro Señor. Esta es la verdad que necesitamos saber. Ya no necesitamos que alguien interceda por nosotros. Cristo es el camino nuevo y vivo; Cristo es la escala rodante.
Usted sabe que, cuando va por un camino, usted tiene que caminar. Pero, en el camino de Dios, quien camina es el camino, porque es el ‘camino vivo’. Usted sólo necesita poner por la fe su pie en él, y entonces tendrá acceso al Padre, va a llegar al Lugar Santísimo. ¡Gracias a Dios! El camino es el que camina. No es el hombre el camino, ni es el hombre quien va dirigiendo sus pasos. No. Ahora tenemos un camino nuevo y vivo, y es el camino el que avanza. ¡Gracias a Dios por el camino vivo! Podemos entrar a Dios por el camino vivo.
Jesucristo dijo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí». No aprovecha el que usted se esfuerce. Quizás usted hace una buena carrera, hace ejercicio, para aproximarse a Dios. No, debe creer, y tomar el camino vivo. El camino vivo le llevará al Padre. Él es el sacrificio de la mañana. ¡Gloria al Señor Jesucristo!
El evangelio de Marcos habla del sacrificio de Jesús, del sacrificio de la mañana y del de la tarde. El hermano Christian Chen resumió el evangelio de Marcos en una pequeña parábola, una historia. Pienso que tal vez es real. Él dice que el imperio romano existía una moneda que, por un lado, tenía un buey arando, y del otro lado tenía un altar. El buey estaba en el altar o el buey estaba arando. Ese es el ministerio del Señor Jesús: O está en el altar, exclusivamente para el Padre, o está en el campo, arando. O está sirviendo a Dios, o está sirviendo a los hombres.
¿Por qué él fue el siervo de los hombres? Porque nos consideró a nosotros superiores a él mismo. El apóstol Pablo dio un consejo a los filipenses: «Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo» (Flp. 2:3). ¡Gloria al Señor! ¡Qué maravilla!
En Brasil hay un movimiento que considera a unos como superiores a otros. Allí, usted tiene que tener a alguien que es superior a usted. Pero no es eso lo que la Biblia dice: ‘Considera a los otros superiores a ti mismo’. No se necesita una cadena de mando en la iglesia. Ese no es el principio de Dios; ese es el principio de los hombres.
El Señor sabía que esto iba a ocurrir. Entonces, miró a los apóstoles, y les dijo: «Entre vosotros no será de esa forma. Aquel que quiera ser el mayor, sea el siervo de todos». Es eso lo que el Señor nos dice a nosotros. No vamos a practicar otra cosa, sino la verdad de la vida del Señor Jesús. Ese es el ministerio de Cristo.
El Señor Jesús dio un mandamiento a los discípulos. Juan 13:34-35. «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros».
¿Por qué el Señor habló de un nuevo mandamiento? ¿Cuántos son los mandamientos que el Señor escribió en el monte Sinaí con su dedo, con fuego? Dice el Deuteronomio que para ellos vino el fuego de la ley. Pero ahora el Señor Jesús dijo: «Un mandamiento nuevo os doy». Ese nuevo mandamiento costó un precio, porque fue escrito con su sangre.
El Señor escribió un nuevo mandamiento con su propia sangre. Por eso él tiene autoridad para establecerlo. Él no establecería un nuevo mandamiento si su vida no estuviese comprometida. Él comprometió su sangre. Entonces, él puede escribir el mandamiento nuevo. ¡Gracias a Dios!
El Señor nos ha compungido con su amor. No podemos acordarnos de su sacrificio sin conmovernos, porque el Señor nos amó siendo nosotros pecadores. Él tomó lo vil de este mundo y cuando vamos a Apocalipsis, vemos allí la iglesia gloriosa, la propiedad de Dios, sin mancha, completamente glorificada. ¡Gracias a Dios!
No tenemos ningún motivo para considerarnos superiores a otros, o querer ser mejores que otros. Jesús dijo: «Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen … orad por los que os ultrajan y os persiguen … Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto».
Una iglesia modelo
Me gustaría mostrar una iglesia que practicó el sacrificio de la mañana y el sacrificio de la tarde: «Asimismo, hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que se ha dado a las iglesias de Macedonia; que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos. Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios» (2ª Cor. 8:1-5).
Si estamos en la presencia de Dios, cuando nos damos al Señor, conoceremos la voluntad de Dios, y conociendo la voluntad de Dios, nos vamos a dar a los otros. Por la voluntad de Dios, ese es el ministerio de Cristo, es la operación del ministerio de Cristo.
El Señor no desperdicia nada, él no hace nada fuera de tiempo, no hace las cosas adelantadas ni atrasadas; él hace conforme a la voluntad de Dios. Cuando Pablo escribe a los efesios, él dice que Dios hace todo conforme al consejo de su voluntad. Entonces, en nosotros también, al conocer la cruz de Cristo, va a operar el ministerio de Cristo en nosotros. Entonces nosotros estaremos completos en la voluntad de Dios.
Sin la voluntad de Dios no podemos servir. No podemos servir por nuestra propia cuenta. Necesitamos estar en el consejo de Dios; necesitamos estar en el sacrificio de la mañana y en el sacrificio de la tarde. Necesitamos gastarnos por el Señor.
¿Por quién nació la iglesia de Macedonia? ¿Por el apóstol Pablo? ¿Por Pedro, Santiago, Juan o Bernabé? No. Surgió por el ministerio de los santos.
«Damos siempre gracias a Dios por todos vosotros, haciendo memoria de vosotros en nuestras oraciones, acordándonos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo … Y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor … de tal manera que habéis sido ejemplo a todos los de Macedonia y de Acaya que han creído. Porque partiendo de vosotros ha sido divulgada la palabra del Señor, no sólo en Macedonia y Acaya, sino que también en todo lugar vuestra fe en Dios se ha extendido, de modo que nosotros no tenemos necesidad de hablar nada» (1ª Tesalonicenses 1:2-8).
¿Por quién llegó la palabra a Macedonia? En 2ª Corintios vemos la iglesia en Macedonia, una iglesia rica. Pablo dice que ellos se dieron primeramente al Señor. «Y después, a nosotros, por la voluntad de Dios». Una iglesia que conocía el ministerio de los santos, practicaba el ministerio de los santos. Mas, ¿por quién entró la palabra allá? El apóstol Pablo nos dice que fue por los de Tesalónica.
El apóstol Pablo se quedó muy poco tiempo en la iglesia de Tesalónica. Es como si él tuviese que destetar pronto a esa iglesia. Y él partió. Y nosotros vemos cómo esos hermanos practicaron la fe y el amor, y la predicación del evangelio. Ese es el ministerio de los santos: el sacrificio de amor, el testimonio del evangelio.
Un llamado a ofrecer la vida
Creo que es suficiente lo que el Señor nos ha dado como encargo. Pero debemos ser como Daniel. Daniel se fue muy joven para Babilonia. Él era un hombre consagrado a Dios. En su juventud, él no gastó su vida en las cosas del mundo. Cuando fue a Babilonia, su corazón estaba en Jerusalén, su corazón estaba en el altar. Él gastó toda su vida esperando el día de volver a Jerusalén. Y decía: «Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, pierda mi diestra su destreza. Mi lengua se pegue a mi paladar, si de ti no me acordare; si no enalteciere a Jerusalén como preferente asunto de mi alegría» (Salmo 137:5-6).
Los que aman a la iglesia no van a olvidar de dar sus vidas, gastar sus vidas como sacrificio para que Jerusalén, para que la iglesia, el cuerpo de Cristo, sea edificado, para la gloria del Señor. No lo olviden: «…todo lo soporto por amor de los escogidos». Amén.
Versión editada de un mensaje impartido en Callejones, en enero de 2007.