Cada pasaje de las Sagradas Escrituras tiene su propia grandeza; no obstante, hay capítulos que destacan por sobre los demás por lo que apelan al corazón humano.
Salmo 22
En el Salterio, y tal vez en toda la literatura, no se encuentra un poema tan sencillo y que exprese de manera más penetrante la experiencia del desamparo, que este salmo.
El libro de Job tiene endechas de desamparo, pero lo cierto es que nunca sondeó las profundidades de la experiencia descritas por este cantor; no obstante, lo más notable de este canto de desamparo, es que en él se combina la nota de júbilo. Es realmente el canto de uno que sufre y que desborda su alma hasta la muerte. El momento de la muerte se revela en un verso roto, el 21, el cual consideraremos un poco más tarde; pero después, la voz del cantor se escucha de nuevo, ya no en un grito de desamparo, sino en un himno de victoria.
Acerca del autor
El canto es atribuido a David; la única razón contra esta suposición es que no tenemos registradas ningunas circunstancias en la vida de David que parezcan explicar tal canto. Su vida tuvo horas de gran tribulación, pero nada que parezca corresponder a un canto como éste. Realmente esta objeción no tiene valor, porque no vamos a suponer que poseemos un relato completo de todas sus experiencias. El canto es también notable porque no contiene nada que hable de confesión de pecado; se reconoce el pecado, pero no se confiesa como cosa personal.
Quienquiera que sea el autor de este salmo, trasciende de él una doble conciencia, la conciencia de Dios y la del dolor. Aun cuando el cantor pudo no haberse dado cuenta, su canto constituye una gran profecía, que encuentra su cumplimiento en el clímax de los dolores del Mesías, y en el resultado final de ellos.
Carácter mesiánico del Salmo
El que nuestro bendito Señor haya usado la primera frase de este salmo en la cruz, le da un valor peculiar y sugiere su carácter mesiánico. En la hora extrema de desamparo humano, Jesús deja escapar ese grito. Mateo lo incluye usando la forma hebrea, «Elí, Elí, ¿lama sabactani?», y Marcos usando la forma aramaica, «Eloi, Eloi, lama sabactani?».
Yo insinúo, al menos, que cuando tales palabras se escaparon de los labios de Jesús, él estaba pensando en todo el salmo, y que en ese grito tenemos al mismo tiempo una revelación tanto de su espíritu como de su pensamiento.
En los versículos 7 y 8 del salmo encontramos estas palabras: «Todos los que me ven me escarnecen; estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: Se encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía». Mateo, Marcos y Lucas hablan de esa burla obscena; y Mateo emplea exactamente esas palabras, cuando describe lo que los hombres dijeron en torno de la cruz.
En el versículo 18 leemos: «Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes». Lucas habla de ello como algo que aconteció en la crucifixión, y Juan se ocupa de lo mismo, declarando que sucedió en cumplimiento de estas palabras.
En el versículo 21 encontramos estas otras: «Sálvame de la boca del león, y líbrame de los cuernos de los búfalos». Pablo cita estas mismas palabras como las que mejor expresan su propia experiencia cuando se encontró desamparado compartiendo los sufrimientos de Cristo,
En el versículo 22 el salmista dice: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré». El autor de la epístola a los Hebreos cita estas palabras diciendo que tuvieron su cumplimiento en Cristo.
Otra vez, en el versículo 28, se encuentra esta declaración: «Porque de Jehová es el reino». Juan, en su visión apocalíptica, vio esta palabra plenamente cumplida por medio de Cristo.
El uso del salmo por escritores del Nuevo Testamento nos muestra que ellos reconocieron su valor mesiáni-co. Ya que este salmo fue por su composición, sin duda, el salmo de un sufridor solitario, ya sea que el salmista haya tenido conciencia de ello o no, permanece el hecho de que solo en Cristo podemos encontrar a Aquél cuya experiencia es el cumplimiento perfecto de la que se revela en el salmo.
Cualquiera que haya sido la experiencia de David o de algún otro escritor, el sufrimiento y el triunfo descrito de esa manera, trasciende al mero sufrimiento humano e irrumpe finalmente en el mundo; y por lo tanto es evidente que el salmo tiene un significado que va mucho más allá de la experiencia de cualquier ser meramente humano.
Estructura del cántico
La importancia de la estructura de este salmo se ha perdido en el arreglo que hemos hecho de él, y eso acontece en todas nuestras versiones. En el primer tiempo del salmo se deja escuchar una voz; en el segundo, hay muchas voces. La primera parte abarca los primeros 25 versículos, y la segunda desde el 26 hasta el fin. De acuerdo con nuestro arreglo, el salmo consta de treinta y un versículos.
En el salmo hebreo hay diez estrofas; la primera parte se compone de seis y la segunda de cuatro. A través de las primeras seis se deja oír una voz, la voz de una persona; en las cuatro últimas que, como ya dijimos, forman la segunda pare del salmo, se dejan escuchar muchas voces; en primer término y al principio, la del salmista; y luego, otras voces, incluyendo todos los confines de la tierra.
La forma de los versos es diferente; en las primeras seis estrofas, hay cinco, de diez versos cada una (las primeras cuatro y la sexta), en tanto que la quinta está rota e incompleta. Ese es el punto cuando llega la muerte, y deja una estrofa sin concluir. En la sexta y última estrofas se oye al salmista más allá de la muerte.
Podemos señalar esas estrofas valiéndonos de nuestros versículos; la primera abarca del 1 al 5; la segunda, del 6 al 10; la tercera, del 11 al 14; la cuarta, del 15 al 18; la quinta, del 19 al 21; y es en ésta, donde solo en el hebreo hay seis versos. Está rota, como columna partida en un cementerio. La última estrofa abarca los versículos 22 al 25.
Así, en el primer tiempo, la nota del salmo cambia por completo después de las cuatro primeras estrofas y de la quinta inconclusa; en la sexta y última hay un grito de triunfo en vez de lamento; y en lugar de la endecha se levanta un himno de alabanza.
La segunda parte se compone de cuatro estrofas de tres versos cada una. La primera comprende el versículo 26; la segunda, los versículos 27 y 28; la tercera, el versículo 29 y la primera parte del 30, y la cuarta, comienza a la mitad del 30, y termina con el versículo 31.
La primera parte del salmo, donde solo se deja oír una voz, se subdivide en dos: la primera, que describe el desamparo, versículos 1 al 21; y la segunda, que describe el júbilo, versículos 22 al 25.
En la parte en que se revela el desamparo, hay tres tiempos; el primero muestra al salmista en relación con Dios (1-6a); el segundo, en relación con el hombre (6b-18); y el tercero es una apelación a Dios (19-21).
El desamparo
El sentimiento de desamparo con respecto a Dios se abre con este grito: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?». La palabra hebrea que se traduce por «desamparado», significa literalmente separar, abandonar o dejar ir. Este grito pudo haberse traducido: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». La palabra griega empleada por los evangelistas significa literalmente «dejar atrás». Podríamos entonces traducir de esta otra manera: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has dejado atrás?».
El primer hecho impresionante que encontramos aquí, es que el grito no procede de alguien que nunca ha conocido a Dios, sino por el contrario, de uno que lo ha conocido, que ha caminado con él, que ha disfrutado de su compañerismo; la sensación del alma es que tal compañerismo se ha hecho pedazos.
Obsérvese además que, no obstante su mucho sufrimiento, por alguna razón pudo darse cuenta de que algo se había roto entre él y Dios; pero su demanda no es de rebelión ni de queja, ya que todavía afirma su relación en la forma de súplica: «Dios mío, Dios mío». Todas las veces que pensemos en esas palabras saliendo de los labios de nuestro adorado Redentor, debemos recordar todas estas cosas.
Ahora, hagamos frente a una pregunta que surge inevitablemente, y para la cual, dicho sea de una vez, no hay una respuesta final. La pregunta es: ¿Hay alguna respuesta a ese «por qué»?
Personalmente, creo que la hay, y que debe encontrarse en el contexto. Después de enfatizar la sensación de quiebre, en frase fecunda, se hace la afirmación: «Pero tú eres santo». Ésta es la respuesta al «por qué».
Es mi opinión personal que, después de tales palabras, debería ponerse un punto aparte. La frase siguiente: «Tú que habitas entre las alabanzas de Israel», debe ligarse con las que le siguen: «En ti esperaron nuestros padres; esperaron, y tú los libraste. Clamaron a ti, y fueron librados; confiaron en ti, y no fueron avergonzados. Mas yo soy gusano, y no hombre…».
Apelando a Dios
El salmista se describe a sí mismo en una apelación dirigida a Dios, como uno que está «abandonado», y pregunta por qué.
En lo que sigue, da una mirada retrospectiva a los que Dios ha sido para Su pueblo y cómo Él ha forjado su liberación. Todo lo pone el salmista en contraste con todas estas cosas de la historia del pasado, y habiendo preguntado por qué, ha dicho que Dios es santo, mientras él es un gusano y no hombre.
He aquí un significado muy importante en la palabra «gusano». La palabra hebrea para «gusano» es exactamente la misma que se usa para «carmesí». Leemos en Isaías: «Si vuestros pecados… fueren rojos como el carmesí». Una vez más, digo reverentemente que, cuando nuestro Señor empleó la frase con que se abre este salmo, estando en Su Cruz, lo hizo con pleno conocimiento de aquello que sigue después; y la respuesta a la pregunta se encuentra en la afirmación de la santidad de Dios tocante a Aquél que por el momento fue gusano, personificación del pecado y encarnación del fracaso humano.
El vituperio de los hombres
Sigue inmediatamente el sentimiento de desamparo con respecto al hombre, según el salmista. Lo describió como un vituperio de los hombres y un despreciado del pueblo. Desde los primeros versículos hasta el versículo 18, Él habla de sí mismo como el centro de la burla obscena, de la brutalidad cruel y de la insensibilidad espantosa.
Los hombres miraban, esperando Su muerte; qué digo, ni siquiera esperaban Su muerte, porque estaban echando suertes sobre Sus vestiduras antes de que muriera. De este modo contemplamos a la humanidad en torno al Sufriente, en todo su espantoso fracaso, completamente ciega al significado real de Su sufrimiento; burlona, brutal, insensible.
De esta doble sensación de desamparo surgió la gran apelación que comienza con estas palabras: «Mas tú, Jehová, no te alejes». Así, aun cuando se destaca la sensación de abandono, Él tiene conciencia de que está distanciado de Dios. Dios lo ha dejado atrás, a la distancia. Lo ha abandonado, es cierto; pero Su presencia está allí, en alguna parte.
Este pasaje quejumbroso continúa hasta la última palabra, hasta el final de la estrofa rota: «Sálvame de la boca del león, y líbrame de los cuernos de los búfalos». Esto nos da la idea de un vacío y de un final en el cual surgió el grito y la declaración de seguridad. Ello armoniza completamente con el relato histórico de cómo en el último momento sobre la Cruz, el Redentor dijo: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».
La nota de júbilo
Inmediatamente, siguen las otras palabras que contrastan de una manera notable: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos». Y la nota de júbilo se hace manifiesta. El resultado del desamparo es la capacidad para hacer que Dios sea conocido. «Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré».
Luego, la misma voz hace una apelación a los otros; se deja escuchar el lenguaje del Que Sufre, más allá del sufrimiento y más allá del desamparo, declarando cuál es el resultado de todo ello; y afirmando que por cuanto Él fue abandonado de Dios y desechado de los hombres, con todo, Dios no había abominado la aflicción de los afligidos, ni finalmente había escondido Su rostro de Él. Por el contrario, todas las experiencias habían sido transformadas en medios aptos para proclamar a los hombres la gracia redentora, por medio de la cual pudiera ser establecida, para siempre, la comunión con Dios.
En la segunda parte del salmo se dejan oír muchas voces. La perspectiva ensanchada es evidente por sí misma: Primero se declara el resultado de la victoria ganada al individuo, en el versículo 26; desde aquí hasta el final, queda a la vista la perspectiva ensanchada que se ha mencionado (27-31).
Los humildes que buscan
La aplicación individual de la obra mesiánica realizada por medio del sufrimiento, y conducida hasta el triunfo, se revela en las siguientes palabras: «Comerán los humildes, y serán saciados; alabarán a Jehová los que le buscan; vivirá vuestro corazón para siempre».
Es significativa en este punto la yuxtaposición de dos palabras: «humildes» y «buscan». En el grandioso Manifiesto de Jesús, encontramos esta declaración: «Bienaventurados los humildes», y también el mandamiento: «Buscad primeramente el reino de Dios». Estas dos frases indican la clase de personas capacitadas para entrar en posesión de los valores de la fatiga y del triunfo del Redentor: son los «humildes» que «buscan».
Los humildes son todos aquellos que han terminado consigo mismos y con su orgullo y que se han negado a sí mismos; y los seguidores son aquellos que hacen más que contentarse con especulaciones o sentir admiración por los ideales; aquellos, en suma, que tratan todo el asunto seriamente y con absoluta devoción hasta el fin.
Luego viene la perspectiva ensanchada: «Se acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra, y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti». Tres palabras fijarán esto en la mente: los confines de la tierra van a recordar, a volverse y a humillarse.
La obra del Redentor primero llama a la gente que se ha olvidado de Dios, a recordar y a reconocer. Tal recuerdo los hará retroceder y regresar al Señor; tal recuerdo y tal regreso los harán humillarse; y la humillación es adoración en el sentido completo y perfecto de la palabra.
La soberanía de Dios
Finalmente, todas las cosas se explican en la reafirmación de la soberanía de Dios: «Porque de Jehová es el reino, y él regirá las naciones». El resultado del reconocimiento de la soberanía, así como el resultado de la obra del Redentor, es que «todos los poderosos de la tierra», esto es, los fuertes, comerán y adorarán; y todos aquellos faltos de vigor, «todos los que descienden al polvo», que no pueden conservar viva su propia alma, «se postrarán delante de él».
De este modo, toda la tierra, los fuertes y los débiles, dóciles a su soberano Señor, por la obra redentora del Mesías, se ha visto satisfecha. Y habrá continuidad también, porque: «La posteridad le servirá; esto será contado de Jehová hasta la postrera generación. Vendrán, y anunciarán su justicia; a pueblo no nacido aún, anunciarán que él hizo esto». La última frase refleja la gloria de Dios, «él hizo esto».
Es imposible leer este salmo y creer que el autor entendió todo su significado. Su lenguaje fue profético. Fue una situación en la cual David o algún otro poeta fue asido y empujado; y por medio del sufrimiento personal, y de la liberación de él por la confianza puesta en Dios, interpretó los sufrimientos céntricos, finales y mortales del Mesías; en el sentido de que solamente por ellos, y mediante ellos, puede venir la liberación para los humildes que buscan, y la soberanía de Dios basada en Su actividad redentora, puede ser finalmente establecida de una manera universal.
De Los Grandes Capítulos de la Biblia.