¿Cómo salva Dios al hombre? ¿Mediante milagros espectaculares? ¿Mediante la sabiduría humana?
Los judíos en tiempos de Jesús tenían una extraña obsesión: ellos querían a toda costa que Jesús hiciera algún milagro espectacular –una «señal»– que probara su pretendido mesiazgo. Sin embargo, el Señor rechazó sistemáticamente tales pretensiones. Esta obsesión de los judíos por las «señales» continuó por mucho tiempo, hasta los días de Pablo.
En efecto, Pablo acusa a los judíos de pedir señales. A ellos no les bastaba el testimonio que Dios había dado de tantas maneras acerca de su Hijo. Ellos querían ver con sus ojos alguna cosa grandiosa.
Los judíos esperaban un Mesías político que les librara del poder romano, ¿qué requisito debería tener, entonces? Debía ser poderoso, y poderoso al estilo judío, es decir, capaz de hacer milagros, como los que hizo Moisés a la salida de Egipto. Abrir el mar y hacer llover pan del cielo eran, sin duda, milagros dignos de un Mesías.
Sin embargo, el Señor era todo lo contrario de esta imagen mesiánica: era manso, sencillo y pobre; y cuando hizo milagros, le quitó todo perfil espectacular. De acuerdo a la mentalidad práctica e interesada del judío, Jesús no podía ser el Mesías.
La obsesión griega
Hay otro pueblo que, al igual que los judíos, tenía una extraña obsesión: estos eran los griegos. La obsesión de ellos no eran, sin embargo, las «señales», sino la sabiduría.
Los griegos, desde los días de Tales de Mileto, se caracterizaron por la profundidad de su pensamiento. Ellos pretendieron aclarar los misterios del mundo y de la vida humana valiéndose de su sola inteligencia. En días de Pablo, cuando se extendió el evangelio hasta Grecia, aún era así. Por esos días, los epicúreos y los estoicos continuaban la senda trazada por Tales. Ellos se interesaron en escuchar a Pablo, y le propusieron que hablase. Sin embargo, al llegar Pablo a disertar sobre la resurrección del Señor Jesús, ellos se burlaron, y se marcharon, despreciándole.
La resurrección de un hombre no encajaba en la mentalidad racionalista y reflexiva de los griegos. Ellos hubiesen esperado una ordenada argumentación, en que dados ciertos postulados se hubiesen derivado otros de aquéllos, sin forzar la lógica del pensamiento. Pero Pablo fue categórico, impetuoso; y aseveró cosas que no demostró lógicamente ¿Cómo podía ser creído?
Más encima, Pablo dijo que Dios había pasado por alto los tiempos de la ignorancia, y que ahora mandaba a los hombres que se arrepintiesen. ¿Los griegos, tratados de ignorantes, en el mismísimo Areópago, la cuna de la filosofía? ¿Y por un «despreciable judío»? Era más de lo que podían aceptar (Hech. 17:16-34).
El extraño método de Dios
Pablo da a conocer, en su carta a los griegos que vivían en Corinto, cuál es la forma como Dios salva. Allí dice que «agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación». ¿Qué significa esto?
Dios rechaza el camino de los milagros (aunque Dios hace milagros), y el de la sabiduría humana (aunque Dios mismo le dio la inteligencia al hombre). Dios ha decidido salvar al hombre por medio de un método extraño – la predicación.
La predicación es, simplemente, la exposición por medio de palabras de ciertas verdades espirituales. La predicación requiere que el oyente simplemente oiga, y la misma predicación producirá fe en su corazón para creer. El tema de esta predicación es uno solo y muy simple: Jesucristo crucificado. Por eso la predicación es también llamada «la palabra de la cruz».
La salvación llega al hombre vestida de sencillez y por medio de instrumentos también modestos. No con milagros, ni con «excelencia de palabras o de sabiduría», sino con una predicación acerca de la muerte de Cristo en la cruz para salvar a los pecadores.
La aceptación de este hecho otorga a los hombres vida eterna. Jesucristo dijo: «De cierto, de cierto os digo, el que cree en mí, tiene vida eterna» (Jn. 6:47). Oír la palabra de la cruz, y creer en el Crucificado es suficiente para alcanzar salvación.
Este es el extraño método de Dios. Es un método tal, que deja burlados a los «milagreros» y a los «filósofos», y que es capaz de llegar a todos los hombres, sin distinción alguna.
La locura de la predicación es afín a otras formas de actuar de Dios, que sobrepasaron todos los moldes humanos: el nacimiento del Hijo de Dios en un pesebre, su desechamiento por parte de su pueblo, la muerte en la cruz como malhechor, y la introducción de los gentiles.
Hoy en día, aún existen los continuadores de aquellos antiguos judíos, y de los antiguos griegos. Muchos hombres esperan ver milagros antes de creer. Pero este no es el camino de la salvación. Abraham dijo: «Si no oyen a los profetas, tampoco creerán aunque alguno se levantare de los muertos».
Otros confían en su inteligencia. Hay personas que se pasan toda la vida buscando la verdad por la vía reflexiva, sin hallarla. El método de Dios es la predicación de la ignominiosa cruz de Cristo, el Salvador de todos los hombres (1ª Cor. 1:21).