Una semblanza de Charles Henry Mackintosh, el conocido maestro de las Sagradas Escrituras.
Sobre Charles Henry Mackintosh –conocido mundialmente por sus iniciales C. H. M.– no se conoce mucho. De hecho, no lo suficiente como para redactar una biografía. Pero ¿por qué intentaremos reunir algunos de los escasos datos acerca de su vida? Por una razón muy simple: él fue uno de los más grandes maestros de la Palabra en la historia de la Iglesia.
Aunque su vida estuvo rodeada por todo un enrarecido ambiente de grandes controversias y pasiones por asuntos de doctrina, se puede percibir en ella una genuina pasión por Cristo, y un inclaudicable amor por la Palabra escrita. Sus escritos rezuman tanta luz y claridad que han servido para alumbrar muchos corazones en las generaciones que han sucedido.
Nacimiento y primeras experiencias
Charles Henry Mackintosh nació en octubre de 1820, en Glenmalure Barracks, condado de Wicklow, Irlanda. Su padre fue capitán del regimiento de Highlanders, y su madre fue hija de Lady Weldon, cuya familia se había establecido en Irlanda desde hacía mucho tiempo. Cuando tenía 18 años, el joven Mackintosh fue despertado espiritualmente a través de la lectura de cartas que le escribía su devota hermana después de su conversión. Obtuvo la paz con Dios a través de la cuidadosa lectura del artículo de J. N. Darby Las operaciones del Espíritu, aprendiendo de él que «lo que nos da la paz con Dios es la obra de Cristo por nosotros, y no la obra de Cristo en nosotros».
A los 19 años de edad dejó la iglesia Anglicana para unirse a los Hermanos, en Dublín, donde J. G. Bellet ministraba con gran acierto. Por este tiempo, leía mucho la Palabra y se dedicó con fervor a varios estudios. Cuando tenía 24 años, abrió una escuela privada en Westport, y se entregó con entusiasmo a su labor docente. Sin embargo, pese a su profesión, siempre consideró a Cristo como el centro de su vida, y el servicio para Cristo constituía su principal preocupación.
Nace un periódico cristiano
Por el año 1853, tras 9 años de labor docente, renunció a su tarea docente por temor a que ella suplantara su servicio para Cristo como interés principal, al cual entonces, con el sostén del Señor, consagró su vida y se dedicó por entero al ministerio de la Palabra, tanto escrito como público.
Poco tiempo después de ingresar al ministerio, se sintió guiado a iniciar un periódico de edificación cristiana, del que continuó siendo redactor y editor por 21 años: Things New and Old (Cosas Nuevas y Viejas, en referencia a Mateo 13:52), en el que aparecieron publicados la mayoría de sus escritos. Con su acostumbrada claridad y energía, declaró en parte de su presentación: «Somos responsables de hacer que la luz alumbre por todos los medios posibles; de hacer circular la verdad de Dios por todos los medios, ya a través de las palabras de la boca, ya por medio de papel y tinta; ya en público, ya en privado, «a la mañana y a la tarde»; «a tiempo y fuera de tiempo»; debemos «sembrar junto a todas las aguas». En una palabra, ya sea que consideremos la importancia de la verdad divina, el valor de las almas inmortales o el terrible progreso del error y del mal, somos imperativamente llamados a estar de pie y a actuar, en el nombre del Señor, bajo la guía de su Palabra y por la gracia de su Espíritu».
Aunque era un hombre de carácter, siempre vivía en una atmósfera de profunda devoción, manifestando un ferviente amor no sólo por los hermanos, sino también por las almas perdidas. Un espíritu afable y cortés le caracterizaba, lo que hacía que evitara los conflictos y controversias, en tanto le fuera posible.
Sin embargo, no siempre se vio libre de ellos. En una carta a J. A. Trench, expresa de la siguiente manera la absurda lógica de las disputas doctrinales: «El alboroto que se ha hecho sobre la doctrina es para mí muy humillante. La verdad, que ha sido corriente entre nosotros durante cincuenta años, se ha transformado hoy en una materia de disputa. Me recuerda a dos hombres que discuten sobre la forma de un globo –uno está dentro, y el otro fuera. El primero sostiene que es cóncavo, y el otro resueltamente afirma que es convexo: ellos no ven que, para sacar una conclusión legítima, deben cesar sus disputas, y considerar ambos lados».
Sus obras cumbres
En cuanto a su ministerio, no hay registro de su ministerio oral, pero, sin duda, son sus Notas sobre el Penta-teuco la obra que marcó más profundamente su servicio. Todavía gozan de gran popularidad no sólo en sus varias ediciones en inglés, sino en muchos otros idiomas a los cuales han sido traducidas y siguen traduciéndose. Se ha dicho que si bien J. N. Darby fue el autor más prolífico de los «hermanos», las obras de C. H. M. son las que mayor número de veces han salido de la imprenta.
Sus escritos han sido de gran influencia en el mundo entero. Miles de cartas de agradecimiento llegaban de todo el mundo por tanta ayuda recibida en la comprensión de las Escrituras a través de su ministerio escrito, y especialmente en la comprensión de los tipos de los cinco libros de Moisés. Del mundo evangélico, Dwight L. Moody y C. H. Spurgeon reconocieron muy especialmente la ayuda recibida por los libros de Mackintosh, los que siempre recomendaban muy encarecidamente. De sus notas al Pentateuco, Spurgeon dijo que eran «preciosas y edificantes, grandemente sugestivas, aunque con las peculiaridades de su grupo».
Las «Notas sobre el Pentateuco» en inglés, aparecieron publicadas en seis volúmenes, comenzando con el Génesis, de 334 páginas, y concluyendo con dos volúmenes sobre el Deuteronomio de más de 800 páginas. El prefacio a cada volumen de las «Notas» fue escrito por su amigo y colaborador Andrew Miller, de quien se dice que fue el que le animó a escribir sus «Notas» y quien financió en su mayor parte su publicación. Miller dijo respecto de estas «Notas», que «presentan de una forma sorpren-dentemente completa, clara y frecuente la absoluta ruina del hombre en pecado y el perfecto remedio de Dios en Cristo». Efectivamente, Mackintosh escribía en un estilo notablemente claro, muy distinto de J. N. Darby, el cual le dijo en cierta oportunidad: «Usted escribe para ser entendido, yo solamente pienso sobre el papel».
Otra serie muy conocida de C. H. Mackintosh, y que fue también numerosas veces reeditada, son los Miscellaneous Writings (Escritos misceláneos), cuya primera edición apareció en 1898 en seis volúmenes que sobrepasan las 2500 páginas, los cuales consisten en una selección de artículos que escribió para el periódico «Things New and Old» (hoy en día se publican en un solo volumen de 908 páginas de doble columna). Desde entonces, la demanda por esta colección de escritos no ha cesado y han sido reimpresos una y otra vez hasta hoy.
En los «Miscellaneous Writings» encontramos unos excelentes comentarios de Mackintosh sobre la evangelización. En el volumen cuatro leemos de su artículo «La gran comisión», sobre Lucas 24:44-49, lo siguiente:
«Nuestro divino Maestro llama a los pecadores a arrepentirse y creer al Evangelio. Algunos nos quieren hacer creer que es un error llamar a personas «muertas en delitos y pecados» a hacer algo. ‘¿Cómo’ –arguyen– ‘pueden aquellos que están muertos, arrepentirse? Ellos son incapaces de cualquier movimiento espiritual: deben recibir primero el poder, antes de arrepentirse y creer.’
«¿Qué contestamos a esto?: Simplemente que nuestro Señor sabe más que todos los teólogos del mundo qué es lo que debe ser predicado. Él sabe todo acerca de la condición del hombre: su culpa, su miseria, su muerte espiritual, su falta total de esperanza, su total incapacidad de producir siquiera un solo pensamiento recto, de pronunciar una sola palabra justa, de hacer siquiera un acto de justicia. Sin embargo, Él llama a los hombres a arrepentirse. Y esto nos basta. No debemos ocuparnos en tratar de reconciliar aparentes discrepancias. Puede parecernos difícil reconciliar la completa incapacidad del hombre con su responsabilidad delante de Dios; pero Dios es su propio intérprete, y él hará que estas cosas resulten claras. Nuestro feliz privilegio, y nuestro deber irrenunciable, es creer lo que él dice, y hacer lo que él dispone. He aquí la verdadera sabiduría, la que da como resultado una sólida paz… Nuestro Señor predicó el arrepentimiento, y él mandó a sus apóstoles a predicarlo; y ellos lo hicieron de manera perseverante».
En la paz de Dios
Los últimos cuatro años de su vida residió en Cheltenham. Cuando, debido a la debilidad de su cuerpo ya no tenía más capacidad para ministrar en público, Mackintosh continuó escribiendo.
El 3 de abril de 1896, apenas siete meses antes de que el Señor se lo llevara, escribió desde Cheltenham: «Aunque ya no tengo más fuerzas para mantenerme erguido frente a mi escritorio, siento que debo enviarle unas afectuosas líneas para notificarle sobre la recepción de su amable carta del día 21 de este mes. Estoy inválido desde hace un año, confinado a estas dos habitaciones. Sigo pobre y bajo los cuidados del médico, padeciendo bronquitis, fatiga, asfixia y gran debilidad en todo mi cuerpo. Pero todo es divinamente justo. El Señor de toda gracia ha estado conmigo y me ha permitido comprender, de una manera muy notoria, la preciosidad y el poder de todo lo que he estado hablando y escribiendo por alrededor de 53 años. ¡Bendito sea su Nombre! Sé que sabrá disculpar este tan pobre fragmento, pues ya no tengo la capacidad de escribir demasiado…»
Su primer tratado, escrito en 1843, había versado sobre «la paz con Dios». Su último artículo, escrito en 1896, pocos meses antes de su partida a la presencia del Señor, se tituló: «La paz de Dios». ¡Qué hermoso significado de madurez espiritual! Hace recordar al apóstol Juan escribiendo primero su evangelio sobre «el amor de Dios», y al final sus epístolas sobre «el Dios de amor». El docto escriba de los Hermanos –pero más que eso, de la Iglesia– estaba preparado para partir.
Durmió en paz en el Señor el 2 de noviembre de 1896. Cuatro días después, una gran compañía de hermanos de muchos lugares se reunió para su entierro en el cementerio de Cheltenham. Fue sepultado al lado de su amada esposa, en la llamada ‘parcela de los Hermanos de Plymouth’, donde yacen los restos de muchos hermanos de ambas corrientes, exclusiva y abierta.
El Dr. Walter T. P. Wolston, de Edimburgo, habló durante el entierro, acerca de Abraham, Génesis 25:8-10, y de Hebreos 8:10. Luego, al dispersarse, los hermanos cantaron el bello himno de Darby:
Luminosos y benditos lugares,
donde el pecado ya no tiene entrada;
que ven un espíritu anhelante
quitado de la tierra,
donde nosotros aún peregrinamos.