En ese tiempo, el misionero C. T. Studd vivía en Lungang-Fu, una ciudad del interior de la China, cuando predicó sobre el versículo: “Puede salvar hasta lo sumo” (Hebreos 7:25, Versión Moderna).
Después de que la reunión hubo terminado, un chino quedó solo al fondo del salón. Cuando Studd se acercó a él, el chino le dijo que el sermón había sido una serie de disparates, y agregó: “Soy un asesino, un adúltero, he quebrantado todas las leyes de Dios y del hombre una y muchas veces. También soy un fumador de opio perdido. No puede salvarme a mí”. Entonces Studd le expuso las maravillas de Jesús, su evangelio y su poder. El hombre era sincero y fue convertido.
Luego dijo: “Debo ir a la ciudad donde he cometido toda esta iniquidad y pecado, y en ese mismo lugar contar las buenas nuevas”. Y lo hizo.
Reunió a multitudes. Fue llevado ante el mandarín y le sentenciaron a dos mil golpes con el bambú, hasta que su espalda fue una masa de carne roja y se le creyó muerto. Fue traído de vuelta por algunos amigos, llevado al hospital y cuidado por manos cristianas, hasta que, al fin, pudo sentarse.
Entonces dijo: “Debo volver otra vez y predicar el evangelio”. Sus amigos cristianos trataron de disuadirle, pero poco después se escapó y empezó a predicar en el mismo lugar. Fue llevado de nuevo ante el tribunal. Tuvieron vergüenza de aplicarle el bambú otra vez, así que le enviaron a la cárcel.
Pero la cárcel tenía pequeñas ventanas y agujeros en la pared. Se reunió mucha gente, y él predicó a través de las ventanas y aberturas, hasta que, hallando que predicaba más desde la cárcel que afuera, lo pusieron en libertad, desesperados de no poder doblegar a alguien tan porfiado y fiel.
En C. T. Studd, deportista y misionero, por Norman P. Grubb.