Cada pasaje de las Sagradas Escrituras tiene su propia grandeza; no obstante, hay capítulos que destacan por sobre los demás por lo que apelan al corazón humano.
Salmo 23
Este salmo tiene un solo tema que puede ser expresado así: la suficiencia de Dios para toda necesidad humana.
Es verdaderamente un canto sereno de reposo. Todas las circunstancias de nuestra peregrinación, necesidad y cansancio; extravíos y perplejidades; los misterios tenebrosos de los valles, los enemigos en tropel y el infinito más allá, van saliendo a nuestro paso como algo que conocemos bien, a medida que avanzamos en la lectura del salmo.
Sin embargo, estos elementos no solo son mencionados de una manera negativa. Se suprime la necesidad; el cansancio encuentra un lugar de reposo en pastos delicados. En medio de la perplejidad hay dirección; y finalmente el sendero continúa hasta su término, no en el desierto de la confusión, sino en el palacio del Rey.
El salmo llama la atención por su nota estrictamente personal. Hay coros grandiosos que son universales, en los cuales escuchamos las armonías de la humanidad en masa; pero éste es un ‘solo’.
Únicamente se menciona a dos personas desde el principio hasta el fin: Jehová y el salmista. Una sola vez vemos un grupo en los alrededores, llamados «enemigos», pero están a prudente distancia, porque el salmista está con el Señor.
Tres estrofas
A este salmo se le conoce como «el Salmo del Pastor», pero permítanme decir que es mucho más que eso. En el arreglo que se ha hecho de él, tenemos únicamente seis versículos. De hecho, hay realmente tres estrofas. La primera abarca los versículos 1 y 2, y la primera parte del 3, que termina con las palabras: «Confortará mi alma». La segunda estrofa comienza en el versículo 3 y abarca el 4. La tercera está compuesta por los versículos 5 y 6.
Son tres estrofas que, así leídas, expresan tres diferentes líneas de pensamiento con respecto a Dios, bajo tres diferentes figuras de lenguaje. La primera es la del Pastor; la segunda, la del Guía, y la tercera, la del Anfitrión. El Pastor es también el Guía y el Anfitrión. Limitar la interpretación de esta joya poética a la labor de un pastor, es ponerle una fuerza que nunca pretendió llevar. Su movimiento natural presenta al Señor en estos tres aspectos.
Siempre que leo este salmo, me parece oír dos dichos de Jesús; siendo el primero: «Yo soy el buen pastor», y el segundo: «No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino».
Él dijo: «Yo soy el buen pastor». El viejo canto hebreo de aquellos días lejanos expresaba: «Jehová es mi Pastor»; y las décadas transcurrieron, y los siglos pasaron, y se irguió entre los hijos de los hombres un Hombre de su propia humanidad, pero infinitamente más grande, que dijo: «Yo soy el buen pastor».
Jesús es la exégesis
Juan, en el prólogo a su Evangelio, dice: «El unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer». La palabra griega traducida como «dado a conocer», significa también «él lo ha explicado». Jesús es la exégesis, la explicación, de Dios. «Jehová es mi pastor», «Yo soy el buen pastor». Si queremos comprender toda la plenitud de ese viejo salmo hebreo, una plenitud mucho más grande que la que el salmista conoció, la encontraremos en Jesús.
En el segundo dicho de Jesús, la combinación de metáforas corresponde exactamente a la combinación de figuras de este salmo. Si un crítico simplemente literario lee esto, probablemente se sienta confundido por ello, porque los tales siempre se desconciertan, a causa de que la vida es más que el lenguaje, y las grandes realidades trascienden la posibilidad de la literatura.
El crítico literario, desmenuzando este dicho de Jesús: «No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino», diría que quien escribió esto hizo una mezcla de metáforas. «No temáis, manada pequeña», es la metáfora de un Pastor; «porque a vuestro Padre le ha placido», súbitamente se olvida a la manada y se contempla a la familia; «daros el reino»; y tenemos todavía otra figura distinta: ni manada, ni familia, sino nación.
Pero nosotros reconocemos que, aun cuando hay combinación de metáforas, no hay mezcla, y en esa gran frase de Jesús, él estaba revelando la triple actitud de Dios hacia su pueblo. Las figuras coinciden exactamente con las del salmo cuando se le divide en estrofas hebreas. «Jehová es mi Pastor … No temáis, manada pequeña». «Me guiará … a vuestro Padre le ha placido…». El Guía es el Padre. Recuerden aquella frase en Jeremías: «Padre mío, tú eres el Guía de mi juventud». «Aderezas mesa delante de mí … y en la casa de Jehová moraré por largos días». «Daros el reino».
De esta manera, las figuras del salmo y las metáforas de las palabras de Jesús están en perfecto acuerdo.
Pastor que cuida
Examínese ahora el mecanismo. Antes que cualquier otra cosa, se ve al Pastor cuidando del rebaño. Luego, al Padre guiando la peregrinación, y finalmente al Rey proveyendo hospitalidad para hoy y para los siglos venideros. Tales son las grandes cosas reveladas en el salmo.
Se contempla al Pastor cuidando a una oveja del rebaño. «Jehová es mi Pastor, nada me faltará». Esta es la afirmación cabal: «Nada me faltará». Algunos autores, tomándose un poco de libertad con los tiempos del verbo, revelan aún el valor esencial de esta declaración, al traducir: «Nada me falta». Es decir, «de nada carezco». No es simplemente una mirada al futuro, sino un hecho permanente. Todo está dicho aquí desde el punto de vista de la revelación de Dios bajo la figura del Pastor.
Luego leemos: «En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará; confortará mi alma». El pensamiento dominante es el del Pastor escogiendo lugares para sus ovejas. No es una peregrinación, sino un pastoreo. No surge todavía la idea de un viaje. Cuando el pastor oriental conduce a sus ovejas de trecho en trecho, no las lleva de viaje. Al ir de un sitio a otro con ellas, él se propone apacentarlas y hacerlas descansar. Su propósito es el sustento de la vida.
El Pastor nunca es un Guía en el sentido al cual llegamos en la segunda estrofa. Aquí Dios se revela escogiendo las mejores situaciones para nuestra vida, así como el pastor siempre escoge el mejor acomodo para el bien del rebaño. Él conduce a las ovejas a lugares de pastos abundantes y de aguas tranquilas que no faltan nunca; de allí la frase: «Me pastoreará».
La segunda estrofa comienza diciendo: «Me guiará». Aquí, la figura de lenguaje ha cambiado. Esta es la razón por la cual los que han revisado distintas versiones de la Biblia han cambiado la palabra. En la versión antigua, se leía «Me guiará», en ambos lugares. Ahora, en la primera estrofa se lee: «Me pastoreará», y en la segunda, «Me guiará».
«Me pastoreará», significó siempre conducir con el objeto de proteger y de sustentar; de allí que esta expresión sea usada, como ya dijimos, en la primera estrofa que representa a Dios el Pastor, buscando acomodo para su rebaño: «Jehová es mi Pastor, nada me falta … me hará descansar … Me pastoreará». Él crea o escoge las situaciones; luego, de una manera muy hermosa, el salmista enfatiza el propósito de todo ello.
«En lugares de delicados pastos me hará descansar», envuelve la idea de descanso y de sustento. «Junto a aguas de reposo me pastoreará».
La idea de descanso se encuentra en ambos casos; el descanso que procede de la vida sustentada suficiente y perfectamente por el Pastor. Viajad en la imaginación a tierras del Oriente, y observad al pastor conduciendo su rebaño de aquí para allá, con el objeto de llegar a lugares plenos de vegetación, a lugares de ricos pastos, donde la vida de sus ovejas sea sustentada.
Esta es la primera descripción de Dios. «Jehová es mi Pastor». Él escoge las situaciones en las cuales soy puesto, y las escoge con el propósito de proporcionarle descanso a mi vida, con la provisión de dos cosas que son necesarias para el sustento de la vida en equilibrio: descanso y abundancia; esta es la vida sencilla, pero es la vida sublime; es la vida abundante, la vida del descanso perfecto.
Y de nuevo la misma idea: «Confortará mi alma». Al leer este pensamiento nos imaginamos a la oveja extraviada. Es verdad, pero hay mucho más que esto. La palabra traducida como «confortar» encierra la idea de renovación. Él ha renovado mi alma, es decir, mi personalidad. Él renueva constantemente. Cuando hay debilidad, proporciona vigor; cuando nos extraviamos, nos recoge.
Cualquiera oveja del rebaño que el Pastor cuida puede enfermar o debilitarse, sin necesariamente estar extraviada. Si ése es el caso, él renueva la vida. Cualquiera oveja puede saltar la cerca y vagar entre la maleza. Él va tras la oveja y la trae de vuelta al redil. Él renueva continuamente todas las cosas esenciales de mi personalidad.
Escuchemos a Jesús: «No temáis, manada pequeña». ¿Qué cosa estaba diciendo él a sus discípulos? «No estéis afanosos, considerad las aves y los lirios; vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de alimento, de bebida y de vestido. Entonces, no estéis preocupados por tales cosas. Vuestro Padre sabe que tenéis necesidad. Buscad su Reino». «No temáis, manada pequeña».
Guía que conduce
Ahora sigamos adelante; esta segunda estrofa comienza con las palabras: «Me guiará». Para el lector hebreo, esta frase es muy digna de atención y casi alarmante. Literalmente, se lee: «Me conducirá por sendas de justicia, por amor de su nombre».
Es un hecho muy interesante que la expresión hebrea usada aquí como conducir es también la palabra que se usa para suspiro. Llegó a ser así debido al efecto jadeante que produce la jornada. ¿Se toma esto como si se negara toda la dulzura de Dios? De ninguna manera. No se ha olvidado la dulzura, pero se ha reconocido la severidad.
Jehová tiene cuidado de mí personalmente. Él es mi Pastor y me hace reposar en pastos delicados. Me da mi pan, mi agua es segura; pero él me ha conducido. Hay en Dios tanto granito, como gracia. Hay ley, tanto como amor; y hay ley, porque hay amor.
Él me ha conducido, ¿por dónde? «Por sendas de justicia». No puedo perfeccionar esa frase, pero puedo hacerla un poco áspera. Las sendas de justicia son antes que todo sendas de pureza, y en consecuencia, de progreso. Las sendas de justicia son sendas derechas, y eso significa que son puras y verdaderas. El elemento de la santidad está allí. Sí, pero si son sendas de justicia, son sendas de progreso.
Frances Ridley Havergal, en un pequeño himno que comienza: «Luz tras tinieblas; ganancia, tras pérdida», en que anticipa la experiencia del cielo, dice que cuando lleguemos a la Tierra de más allá y pasemos revista al sendero recorrido, cantaremos: «Era recto el sendero que condujo hasta aquí». Es decir, que el sendero recto es un sendero de pureza, pero también un sendero de progreso. Así nos ha conducido él.
Hemos dejado la figura del Pastor. En este país hablamos de conducir o arrear rebaños, pero el salmo que nos ocupa fue escrito en una región donde los pastores nunca conducen sus rebaños, sino los guían. Ellos van delante. Este no es el pastor, es el guía, y hace las veces de padre. Es un Padre que disciplina impulsado por el amor, rehusándose a permitir que nos apartemos del sendero recto.
«Me guiará por sendas de justicia». Caminar por senderos de justicia es afrontar dificultades. Y el salmista continúa: «Aunque ande en valle de sombra de muerte». Hacemos bien en pensar en la muerte cuando leemos eso, pero es más que eso. Quiere decir, aunque ande en medio de barrancas tenebrosas, en medio de cantiles donde sean tan densas las sombras que no pueda vislumbrar ni un rayito de luz.
Hay experiencias en la vida mucho más espantosas que la muerte misma. Algunos de vosotros habéis pasado por barrancas tenebrosas, a través de profundas y densas tinieblas, a través de sombras de muerte; sí, a través del valle de la sombra y de la muerte.
Si Dios me conduce por sendas de justicia, habrá con toda seguridad valles de profundas tinieblas, y también la posibilidad de bestias escondidas que acechen para caer sobre mí. Y después, ¿qué? «No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo». Él me conduce, pero él mismo viaja conmigo.
Y luego este pensamiento tan hermoso: «Tu vara y tu cayado me infundirán aliento». Casi siempre interpretamos esto como referencia al cayado del pastor; pero de hecho, esos no son los instrumentos del pastor. La vara, literalmente, es el garrote para la defensa; y el otro es el cayado del caminante, para la debilidad y el cansancio.
El caminante dice: Sí, él me conduce, y ante mí están las barrancas tenebrosas; pero no tengo miedo. Temería, y no me atrevería a ir solo, pero él está aquí. He visto en su mano el garrote que me defiende contra los enemigos, y he visto el cayado en el cual puedo apoyarme cuando esté cansado.
«Tu vara y tu cayado me infundirán aliento». El aliento es la certeza de que el Guía divino es el compañero de camino; una defensa completa contra todos los enemigos emboscados, y quien provee todo cuanto necesite cuando me sienta cansado por el camino.
Escuchad ahora a Jesús: «A vuestro Padre le ha placido…». Si el Guía va conduciendo, y si a veces tengo que decir: «Padre mío, el sendero está oscuro; densos nubarrones se ciernen sobre mí, y rugen los truenos en derredor», también puedo decir: «Padre, toma mi mano», porque él siempre está allí, no solo sustentándome como Pastor, sino guiándome a través de la jornada. Él me conduce, me acompaña, me defiende y me fortalece.
Rey y Anfitrión
Llegamos por fin a la última estrofa. Aquí encontramos al Anfitrión, el Rey. Le vemos proveyendo hospitalidad. ¿Cuándo? Ahora. ¿Por cuánto tiempo? Para siempre. Él nos acoge durante el viaje: «Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angus-tiadores». Eso es el sustento; él lo provee. «Unges mi cabeza con aceite». Eso es la alegría en el peregrinar. «Mi copa está rebosando». Eso es abundancia, todo lo que yo necesito.
Luego, una pincelada muy bella: «Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán…». Dos virtudes personificadas, como si fueran siervas atendiéndome siempre; bien, en el sentido más amplio, y misericordia o bondad.
El salmista tuvo conciencia de la hospitalidad de Dios en todo el camino. No es solo la provisión de aquello que es necesario para la vida, que sería lo que haría el Pastor. No es simplemente la dirección que conduce y acompaña, que sería el oficio del Guía. Es la hospitalidad por todo el camino; o lo que es lo mismo, el Rey.
Al final, el término de la peregrinación terrenal está en la casa del Rey. «En la casa de Jehová moraré por largos días». Oíd a Jesús de nuevo. Un poco antes de dejar este mundo, él dijo: «En la casa de mi Padre muchas moradas hay; voy pues a preparar lugar para vosotros». Y otra vez, antes de su ascensión, él prometió: «He aquí yo estoy con vosotros todos los días». Así él nos conduce a su casa del banquete, y su bandera sobre nosotros es amor.
Aún estamos en el lugar donde los enemigos acechan; por consiguiente, él nos pone mesa delante de nuestros adversarios. Mientras seguimos este escabroso peregrinar, él hace mucho más que prepararnos mesa. Nos unge la cabeza con aceite; hace de la mañana sombría un día radiante, poniendo el arcoíris sobre nuestras cabezas. Por todo el camino, él es el Anfitrión; pero él es el Rey, cuya copa está rebosando. Y por todo el camino hay dos sirvientes que nos asisten: la Bondad y la Misericordia.
Ya iremos más allá de los pastos delicados y de las aguas de reposo que nos han restaurado y sustentado; ya iremos más allá de la disciplina estricta que no nos permite apartarnos de las sendas de justicia; y ya iremos más allá del lugar donde los enemigos están al acecho; pero nunca estaremos lejos del Pastor, del Padre y del Rey. Moraremos en la casa del Señor para siempre. «El Señor es mi Pastor, nada me faltará». El Señor es mi Guía; iré bien conducido. El Señor es mi Rey; llegaré a su palacio paso a paso.
De Los Grandes Capítulos de la Biblia