…y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará».
– Juan 12:25.
En este pasaje de Juan 12, Jesús nos está enseñando que era necesario que él muriese para que pudiésemos ser hechos hijos de Dios: «Jesús les respondió diciendo: Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto».
Si él no moría, continuaría siendo solo el Hijo unigénito, como lo era desde la eternidad; pero si él moría, llevaría muchos hijos a la gloria. Él consumó la obra que el Padre le dio para hacer en este mundo (Jn. 17:4), y ahora él es quien nos dice: «El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará».
Hay muchas razones para que el hombre aborrezca su vida. Una de ellas es que el hombre nunca se satisface con ella: «El Seol y el Abadón nunca se sacian; así los ojos del hombre nunca están satisfechos» (Prov. 27:20). La otra es que ella es pecadora, y el hombre no fue hecho para pecar, sino para vivir para Dios y adorarlo: «Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios? Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios?» (Sal. 42:1-3).
Debemos aborrecer nuestra vida, principalmente porque ella no nos da seguridad: «Hay camino que parece derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte» (Prov. 16:25). También porque su gloria es como la de una flor que luego se marchita, como la sombra que también se va cuando no hay más luz: «El hombre nacido de mujer, corto de días, y hastiado de sinsabores, sale como una flor y es cortado, y huye como la sombra y no permanece» (Job 14:1-2). Es como neblina que pronto se desvanece: «Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece» (Stgo. 4:14).
La ley en el reino de Dios es lo contrario de la ley humana. Quien pierde, gana, y quien intenta ganar, pierde. Quien ama esa vida pecadora la pierde, pero quien en este mundo la aborrece y la pierde por amor de Él, la guarda para vida eterna. No necesitamos ser economistas para percibir que éste es un cambio muy lucrativo. Cristo, y solo él, es vida abundante y eterna.
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