El Señor Jesucristo, en su venida, tomará una esposa santa para sí.
Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor».
– 1a Tes. 4:16-17.
En el escenario futuro de la iglesia, hay un acontecimiento ansiado por los creyentes: aquel momento en el cual ella verá realizado su anhelo de encontrarse definitivamente con su amado Señor. Es el rapto o arrebatamiento, el encuentro del Señor con la iglesia.
El amor, la base de todo
Este es un hito en la historia humana. En el último siglo, las interpretaciones de los sucesos escatológicos han generado discusiones, desviando con ello la atención de lo fundamental, hacia la forma y el tiempo en el cual ocurrirá. Deseando tener una mayor comprensión, se ha perdido el sentido más profundo de este encuentro de amor entre Cristo y la iglesia.
La iglesia es levantada, atraída para reunirse con su Señor. Ni el mejor filme podría expresar lo que será este evento. La plenitud de gozo será el sentimiento predominante, similar a un encuentro añorado de dos personas que se aman. En verdad, es el encuentro de dos amores.
En la experiencia humana, podemos imaginar pálidamente aquel gozo. Los novios, al fin, estarán unidos para siempre. En ese momento, la eternidad será un instante absorbido por el amor. El Novio viene hermoso y radiante. Ella, ataviada, le anhela expectante. En un instante, el amor la arrebatará a una unión eterna. Al fin, Cristo y la iglesia serán uno para siempre. ¡Aleluya!
El Espíritu Santo y la novia
Sin embargo, el Señor vendrá por una novia «sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante» (Ef. 5:27), una novia que ha dedicado tiempo a embellecerse para él. Dios ha provisto todas las condiciones para que este sea un evento único. Por ello, el Espíritu Santo ha comprometido su asistencia permanente.
El criado ejemplar
Existen en el Antiguo Testamento algunas figuras de la acción del Espíritu Santo sobre la iglesia. En Génesis capítulo 24, tenemos la historia del momento en que Abraham busca mujer para su hijo Isaac, figura del Padre que busca esposa para Jesucristo su Hijo.
Es sorprendente ver que la representación para mostrarnos el servicio del Espíritu Santo en compromiso con los propósitos de Dios, sea un criado. El criado de Abraham fue encomendado bajo juramento a encontrar esposa para Isaac. ¿Qué aprendemos en esta figura respecto del Espíritu Santo?
La lealtad al propósito
El criado de Abraham era quien gobernaba sobre todo, y además el más viejo, con mayor experiencia. Sin duda, él era quien mejor interpretaba los deseos de Abraham. Por ello, le encargó esa trascendente misión, vinculada a la promesa que había recibido de Dios mismo.
El Espíritu Santo conoce los más profundos pensamientos de Dios y conoce el interior del hombre (1a Cor. 2:11). Por ello, en lealtad al eterno consejo de Dios, él direcciona la voluntad divina en la iglesia, a través de una experiencia personal con cada creyente. La intención final del Espíritu en nosotros es llevarnos siempre a Cristo. Cualquier otro objetivo es incompatible con el sentir de Dios. El Padre ha encargado esta misión al más fiel «criado», el cual no se apartará ni un ápice de su voluntad en nosotros, por lo cual podemos confiar plenamente en él.
Diligencia en el servicio
El criado salió acompañado de siervos y diez camellos porque el viaje sería largo. El propósito da sentido y urgencia al servicio. Vemos a través del relato que el criado no deseaba descansar hasta ver cumplida su misión. De igual manera, el Espíritu trabaja en los creyentes, equipándonos de riquezas divinas hasta ver consolidado el propósito del Padre, el cual es presentar una doncella santa para su Hijo. Esta es la misión más importante del Espíritu, que no claudicará en su tarea. Una y otra vez, insistirá en nosotros la necesidad de santificarnos para presentarnos dignos.
La elección
Abraham delegó su confianza en el criado. Los cánones de belleza estarían subordinados a Eliezer, quien oró pidiendo como señal una mujer que tuviese aptitud de servicio. Él escogió primero la belleza del servicio, antes que la belleza natural. Y, de entre todas las doncellas, Raquel cumplió la señal, y su belleza confirmó el designio divino. Luego, el criado la adornó con un pendiente y brazaletes en sus brazos.
Así es el Espíritu Santo, quien ha escogido, conforme al plan divino, la mujer más idónea para el Hijo, y ella ha accedido. La iglesia fue elegida para servir al Señor; en cada acto de servicio desborda su hermosura. Cada creyente que sirve a Cristo despliega lo que en esencia es la iglesia. El Espíritu que nos santifica y reparte sus dones, no tiene otro objetivo más que llevar atributos dignos al Amado, entregando las arras de la herencia con la cual enriquece a la iglesia, frutos de servicio para el Señor.
El ejemplo de Mardoqueo
En el libro de Ester, tenemos otra figura importante que nos enseña la preparación de la novia antes de ir al Amado. El relato destaca la figura de Mardoqueo, un judío que prepara a Ester, su prima huérfana, para presentarla al rey. Mardoqueo adopta a Ester para guiarla en los propósitos divinos. ¿Qué aprendemos de esta historia en relación con la acción del Espíritu Santo en la iglesia?
La filiación
Esta historia comienza con la valiosa acción protectora a una huérfana. Tal vez ni el mismo Mardoqueo pensó en primera instancia que en ese acto se jugaba los destinos del pueblo Judío.
La historia es conmovedora. En el momento más culminante Mardoqueo declara a Ester: «¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?» (4:14). Ella debía presentarse ante el rey, para interceder por su pueblo, a riesgo de su propia vida. La historia termina en beneficio para Ester y su pueblo.
El Nuevo Testamento nos enseña que, por el Espíritu de adopción dado a los creyentes, podemos acercarnos a Dios diciendo: «¡Abba Padre!».
La filiación de hijo es el mayor acto de generosidad recibido a través de Jesucristo. El Espíritu Santo tiene el mismo propósito en cada creyente, pero la ejecución es distinta en cada uno. Se irá desarrollando conforme a nuestra historia individual. Los cristianos compartimos un mismo nacimiento, un mismo propósito, pero distintos procesos de vida.
La sabiduría divina
Mardoqueo, sabiamente, conduce a Ester. Sus intervenciones, vigilancia, acciones, trajeron luz a las situaciones, descubriendo maquinaciones adversas. La sabiduría fue obrando, paso a paso, en la historia de Ester. Así también es la acción del Espíritu en los creyentes: una acción dinámica, nueva y protectora a beneficio del propósito eterno en la iglesia.
Los creyentes contamos con el más fiel consejero, como atestigua el mismo Señor: «Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn. 14:26).
La formación
«Y cada día Mardoqueo se paseaba delante del patio de la casa de las mujeres, para saber como le iba a Ester, y como le trataban. Y cuando llegaba el tiempo de cada una de las doncellas para venir al rey Asuero, después de haber estado ya doce meses conforme a la ley acerca de las mujeres (porque así se cumplía el tiempo de sus purificaciones, esto es, seis meses con óleo de mirra, y seis meses con perfumes aromáticos y afeites de mujeres) entonces la doncella venía así al rey. Todo lo que ella pedía se le daba, para venir con ello de la casa de las mujeres hasta la casa del rey» (Est. 2:11-13).
Diríamos que Ester fue llevada a un concurso de belleza, donde recibió distintos tratamientos antes de ir a la presencia del rey.
¡Qué maravillosa figura! Una jovencita huérfana, sin ninguna posibilidad en la vida, es preparada para ser reina. La figura es fácil de entender. El Espíritu Santo nos guiará por un proceso de santificación, a fin de perfeccionar a la esposa, durante el tiempo que sea necesario. El Espíritu Santo la cuida, favorece el proceso y le otorga todos los dones para ir al encuentro del Amado.
El amor todo lo puede
El Señor Jesucristo, en su venida, tomará una esposa santa para sí. La atracción de su amor levantará a la iglesia de la tierra y a los muertos en Cristo para reunirnos con él. Por ello, la santificación por amor es un proceso de importancia al cual debemos atender.
Existen en el Antiguo Testamento tres personajes a quienes, por sus características, Dios los arrebató de entre los hombres. Ellos movieron el corazón de Dios para irrumpir en la historia humana, tomándolos para Sí, por amor. El testimonio de sus vidas es un ejemplo para nosotros.
El primero es Enoc (Gén. 5:22; Heb. 11.5). Fue traspuesto para no ver muerte y no fue hallado, porque lo traspuso Dios. Su rasgo principal es que «caminó con Dios» y tuvo testimonio de haber agradado a Dios.
El segundo es Moisés (Heb. 3:5, 11:23-28), quien «fue fiel en toda la casa de Dios». Rehusó identificarse con los deleites temporales del mundo, prefiriendo el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios, porque tenía puesta la mirada en el galardón. El cuerpo de Moisés fue disputado con el diablo (Jud. 9), como señal de lo importante que fue para Dios este siervo. De alguna manera, él representa a aquellos que han muerto en Cristo y que serán tomados de entre los muertos.
Por último, el profeta Elías. Existen dos exclamaciones propias de él que caracterizan su vida y su servicio. La primera es: «Vive Jehová en cuya presencia estoy»; y la segunda: «Siento un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos». Estas son características de la vida de aquellos que, pronto, en un abrir y cerrar de ojos, serán arrebatados para encontrarse con su amado Señor en el aire, y así estar para siempre con él.
«Y el Espíritu y la esposa dicen: Ven. Amén; sí, ven, Señor Jesús» (Apoc. 22:17, 20).