Dos sólidos argumentos en contra.
Francis A. Schaeffer
La noción de que todo comenzó con un algo impersonal es el consenso o asentimiento del mundo occidental en el siglo XX. Es también el consenso de casi todo el pensamiento oriental. Casualmente, si nos adentramos hacia atrás lo suficiente, llegamos a una fuente impersonal. Es la opinión de lo que una vez llamé ciencia ultramoderna, y está integrado en la noción de la uniformidad de las causas naturales en un sistema cerrado. También es el concepto de mucha teología moderna si uno se adentra retrospectivamente lo suficiente.
No obstante, un comienzo impersonal suscita dos problemas abrumadores que ni el Oriente ni el hombre moderno se han atrevido a plantearse. Primero, no hay explicación verdadera para el hecho de que el mundo externo no sólo existe sino que tiene una forma específica. El estudio científico, a pesar del frecuente intento de reducir el concepto del condicionamiento personal al área del condicionamiento químico y psicológico, demuestra que el universo tiene una forma definida. Se puede ir de lo particular a una unidad mayor, de leyes menores a más y más generales o súperleyes. En otras palabras, cuando miro al Ser que es el universo externo, resulta obvio que no es precisamente un puñado de guijarros arrojados ahí afuera. Lo que está ahí tiene forma. Si afirmamos la existencia de lo impersonal como comienzo del universo, sencillamente no tenemos explicación para esta clase de situación.
Segundo, y más importante, si comenzamos con un universo impersonal, no hay explicación para la personalidad. En un sentido muy real, la pregunta más importante para todas las generaciones – pero mucho más para el hombre moderno – es: «¿Quién soy yo?». Porque cuando me miro, yo, y veo a mi alrededor a otros hombres también, una cosa inmediatamente es obvia: el hombre tiene una «hombredad» (calidad de hombre, lo específicamente humano). Se encuentra doquiera se halle un hombre, no sólo en los hombres que viven hoy, sino a través de la historia. La suposición de un comienzo impersonal nunca puede explicar adecuadamente los seres personales que vemos a nuestro alrededor, y cuando los hombres tratan de explicar al hombre sobre la base de un origen impersonal, lo específicamente humano desaparece pronto.
En suma, un comienzo impersonal ni explica ni la forma del universo ni la personalidad del hombre. Por tanto, no ofrece una base para entender las relaciones humanas, la formación de sociedades justas o el quehacer de cualquier tipo de esfuerzo cultural. No es sólo el universitario quien necesita comprender estas interrogantes. El agricultor, el obrero, el campesino, todo aquel que se mueve y piensa, necesita conocer. A medida que miro y veo que algo está ahí, necesito saber qué hacer con ello.
La respuesta impersonal no explica, a ningún nivel ni en ningún lugar ni en ninguna época de la historia, estos dos factores básicos: el universo y su forma, y la «hombredad» del hombre. Esto es así ya se exprese en los términos religiosos del panteísmo o en términos científicos modernos.
La tradición judeo-cristiana empieza con la respuesta opuesta. Y es sobre ésta que toda nuestra cultura occidental se ha edificado. El universo tuvo un comienzo personal, un comienzo personal en el mandato de la Trinidad. Antes de «En el principio …» lo personal ya estaba ahí. Amor, pensamiento y comunicación existieron antes de la creación de los cielos y la tierra.
El hombre moderno está profundamente atormentado por la pregunta: «¿De dónde vienen el amor y la comunicación?». Muchos artistas que se expresan sinceramente en sus cuadros, que pintan mensajes sombríos sobre lienzos; muchos cantantes, muchos poetas y dramaturgos nos cuentan lo sombrío del hecho de que, mientras todo depende del amor y la comunicación, ellos no saben de dónde provienen éstos ni lo que significan.
La respuesta bíblica es de signo totalmente contrario: algo estaba ahí antes de la creación. Dios estaba ahí; el amor y la comunicación estaba ahí: y, por tanto, aun antes de Génesis 1:1, el amor y la comunicación son intrínsecos a lo que siempre ha sido.
Tomado de «Muerte en la ciudad».