En la parte final de Efesios 2 se muestra la hermosura de la iglesia mediante tres preciosas alegorías: la de la ciudad, de la familia y del edificio.

El símil de la ciudad nos hace recordar aquella preciosa profecía de Isaías que dice: «En aquel día cantarán este cántico en tierra de Judá: Fuerte ciudad tenemos; salvación puso Dios por muros y antemuro. Abrid las puertas, y entrará la gente justa, guardadora de verdades» (Is. 26:1-2). La iglesia es una ciudad fuerte, que tiene muros y antemuros. Ella tiene una doble salvación para los que vienen a su cobijo: la salvación de los pecados (mediante la sangre de Cristo), y la salvación de ellos mismos (mediante la cruz de Cristo). Las puertas de esta ciudad fuerte se han abierto para dejar entrar a la gente justificada por la fe en Jesucristo, y que guarda Su palabra y no niega Su nombre (Ap. 2:8, 10).

La iglesia es también una ciudad de refugio, donde los perseguidos por el diablo hallan asilo seguro. En ella el enemigo no nos puede tocar, pues es ciudad de misericordia (Josué cap.20).

El símil de la familia nos habla de un Padre (Dios), de un Hijo Primogénito (Jesucristo) y de otros muchos hijos y hermanos. La iglesia es la familia de Dios, la familia más grande de toda la tierra. Ningún hijo aquí es hijo único; al contrario, cada uno tiene hermanos de muchos colores, razas y lenguas, todo ellos unidos por la misma gloriosa vida, por los mismos preciosos vínculos.

En la eternidad, el Padre amó tanto a su Hijo unigénito, que deseó tener muchos hijos como él. Entonces se propuso replicar esos rasgos, ese carácter, esa hermosura, en los muchos hijos que vendrían. «Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos» (Rom. 8:29).

El trabajo presente del Padre y del Espíritu Santo es que los muchos hijos sean conformados a esa imagen. Para eso el Padre les disciplina con amor, y el Espíritu Santo los demuele y reconstruye. Llegará un día en que, por la gracia de Dios, se parecerán tanto a Cristo, que el Padre hallará contentamiento en todos ellos, tal como lo halló antes en nuestro Señor (Mat. 3:17).

Por último, el símil del edificio nos remite a la revelación de Cesarea de Filipo. La iglesia es un edificio construido sobre una Roca, que es la revelación que el Padre hace de Cristo, de manera que aunque se levante contra ella el infierno, como lluvia, como río o como viento (Mat. 7:25), no la derribará.

La Roca es Cristo revelado al corazón y confesado con la boca, tal como ocurrió con Pedro aquella vez. Los que son edificados sobre esta Roca son piedras vivas (1 Pedro 2:4-5), y quebrantados al ser puestos sobre ella (Mat. 21:44), es decir, quebrados en sus fortalezas naturales, para que en ellos quede solo lo que es afín con la Piedra angular, escogida y preciosa.

Cada una de estas alegorías nos muestran la bienaventuranza de quienes conocen y están en la iglesia. Como ciudad, la iglesia nos ofrece seguridad; como familia, nos ofrece la calidez del amor; y como edificio, venimos a ser habitación de Dios. ¿No es maravilloso?

159