Porque yo sé que en mí (es decir, en mi carne) no mora el bien; porque el querer está presente en mí, pero el hacer el bien no lo hallo. Porque lo bueno que quiero, no lo hago; mas lo malo que no quiero, eso hago”.
– Romanos 7:18-19.
Si las almas fueran honestas, muchos confesarían que esta ha sido su condición por años – una condición que no trae gloria a Dios ni felicidad a sí mismos.
¿Cuál es la causa? Simplemente el error de pensar que todo depende de sus propios esfuerzos en lugar de aceptar la verdad de que carecen por completo de fuerzas y que, por lo tanto, todo depende de Dios.
Has luchado con tus enemigos una y otra vez con valor impávido, pero nunca has obtenido la victoria. Detente un momento y hazte esta sencilla pregunta: ¿Qué debo aprender de este doloroso experimento? Es que el enemigo es demasiado fuerte para ti, y que no puedes hacer frente a su poder.
Si continúas en la actual línea de esfuerzo, es solo para buscar la derrota en el futuro como en el pasado. Tu caso es, en lo que respecta a tu propia fuerza, sin esperanza.
Si, por otra parte, llegas al fin de tus propias fuerzas, esto traerá descanso a tu alma, porque comprenderás que tu ayuda, fuerza y socorro vienen de Cristo y no de ti mismo.
¡Oh, la indecible bendición de tal descubrimiento! Dejando de luchar en adelante, sabrás lo que es descansar en Otro, y retomar el cántico de David: “El Señor es mi luz y mi salvación”.
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