Un enfoque bíblico directo a un problema de nuestro tiempo.
En 1ª Corintios 6:13 b leemos: «Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo».
¿Sabías tú que en la Biblia a las relaciones sexuales antes del matrimonio se les llama ‘fornicación’? Ese es el nombre correcto. El mundo no le llama fornicación, porque quieren presentar esa relación como inocua, atractiva y placentera, y como que no deja ninguna secuela, ni produce ningún problema; es solamente una ‘interesante relación’, ‘un buen momento’, etc. Pero es una fornicación.
Si hacemos un seguimiento en el Nuevo Testamento de los fornicarios, encontramos hasta en Apocalipsis que éstos son excluidos de todas las bendiciones que vienen. No se puede concebir que un hijo de Dios sea un fornicario. Si alguno cae en fornicación, por supuesto, que tiene oportunidad para el arrepentimiento, pero sin duda que van a quedar secuelas: en su alma, en su corazón, en la otra persona. Las secuelas pueden ser variadas, y tal vez la más terrible de todas, en lo que afecta a una tercera persona, sea un hijo.
Dice: «El cuerpo no es para la fornicación». Pablo le habla aquí a los corintios, a los hijos de Dios. Este no es un mensaje para el mundo, sino para los hijos de Dios: «El cuerpo no es para la fornicación (y se refiere a este cuerpo), sino para el Señor y el Señor para el cuerpo». Luego dice, en los versículos 18 y 19: «Huid de la fornicación, cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo, mas el que fornica contra su propio cuerpo peca. ¿O ignoráis que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios y que no sois vuestros?».
El mayor pecado: el pecado contra el cuerpo
Leamos también el 16 y el 20: «¿ O no sabéis que el que se une con una ramera es un cuerpo con ella? Porque dice: Los dos serán una sola carne … Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios» .
Aquí se habla de que hay que huir de la fornicación, (después vamos a ver que ante estas cosas tú puedes huir o no huir). Lo que aquí se dice es que hay que huir, ¿y uno huye delante de qué? ¡Uno huye delante de un peligro! Yo creo que no es necesario decirte que huyas cuando ves a un león, ¡lo haces espontáneamente! Pero de este otro asunto probablemente tú no huyas espontáneamente, al contrario, te vas a sentir atraído, y por eso la Escritura dice: «Huid de la fornicación». Así como en otro lugar de las Escrituras dice: «Huye de las pasiones juveniles» (2ª Tim. 2:22).
Aquí se dice algo que es privativo de la fornicación, que lo diferencia de cualquier otro pecado. ¿Qué es eso? ¿Y cuál es la gravedad de este pecado por sobre otros? Es que el que fornica, peca contra su propio cuerpo, en cambio los otros pecados están fuera del cuerpo.
Vamos a explicar. Ustedes saben que en la cópula sexual entre un hombre y una mujer se produce la unión de ambos. Fíjate que la Escritura dice que en el matrimonio ambos serán una sola carne. Perfecto. Tú podrás decir: «Claro, en el momento en que se unen sexualmente un marido y su esposa, ellos son una sola carne.» ¡Perfecto! ¡Eso es perfecto, es maravilloso, está dentro de lo normal, de lo legítimo! Pero mira cuán espantoso es que aquí se diga que «el que se une con una ramera es un cuerpo con ella», y se cumple la palabra que dice «los dos serán una sola carne», o sea, significa eso que no sólo puede ser una sola carne un matrimonio legítimamente constituido, sino también un hombre y una mujer solteros que fornican. ¡Mira qué terrible es eso! Lo que en el matrimonio es una bendición, en la fornicación es una maldición.
De manera que si eres un hijo de Dios, tú vienes a ser uno con una mujer o con un hombre que no es tu marido o tu esposa, y todos los pecados, toda la condenación y todas las frustraciones y toda una posible legión de demonios que eventualmente tenga esa otra persona se traspasarán a ti, porque eres uno con ella (o con él). ¿Entiendes? Del momento que se produce la fusión todo lo de uno pasa a ser del otro. Por eso que es un pecado grave el que se produzca la unión del cuerpo de un varón creyente con una ramera, o viceversa.
Luego dice: « ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?». El cuerpo del Señor Jesús fue, en sus días, el templo perfecto para el Espíritu Santo. Hoy día tu cuerpo también es templo del Espíritu Santo. Qué tremendo es eso: el Espíritu Santo habita dentro de ti y dentro de mí.
Cuidando el vaso
Vamos a ver ahora 1ª Tesalonicenses 4:3-4: « Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación, que os apartéis de fornicación; que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor». La Versión Moderna dice: «Que cada uno de vosotros sepa señorearse de su propio cuerpo en santificación y honra» . Noten ustedes que acá se dice «cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor», y en la otra versión dice «cada uno se enseñoree de su propio cuerpo en santidad y honor». ¿Por qué aquí dice «su esposa» y allí «su cuerpo»? En el original griego la palabra que se usa allí es «vaso». Dice : «Cada uno tenga su propio vaso en santidad y honor», entonces, los traductores han pensado de la siguiente manera: como en 1ª de Pedro se dice que la mujer es un vaso más frágil, ellos han dado por supuesto que aquí debe traducirse «esposa». Pero ahí en realidad dice «vaso», y el «vaso» a la luz de 2ª de Corintios y de muchos otros pasajes, incluido Timoteo también, es el «cuerpo», es nuestro cuerpo, nuestro cuerpo es un vaso que contiene un tesoro, un tesoro en vasos de barro, este es el vaso de barro: el cuerpo, tomado de la tierra.
¿Qué es lo que significa «cada uno sepa señorearse de su cuerpo»? Significa que tú puedes tener dominio sobre tu cuerpo. Ése es el punto. De ti depende, amado, si tú lo entregas a la fornicación o no. Tú tienes poder para señorearte sobre tu cuerpo. Esto es «en Cristo». Se está hablando a creyentes. ¡Cristo en nosotros!
El triste saldo de la fornicación
Vamos ahora a Proverbios 5:1-6: «Hijo mío, está atento a mi sabiduría, y a mi inteligencia inclina tu oído, para que guardes consejo, y tus labios conserven la ciencia. Porque los labios de la mujer extraña destilan miel, y su paladar es más blando que el aceite; mas su fin es amargo como el ajenjo, agudo como espada de dos filos. Sus pies descienden a la muerte; sus pasos conducen al Seol. Sus caminos son inestables, no los conocerás, si no considerares el camino de la vida.»
Por favor, hagamos el contraste aquí entre «antes» y «después» del acto sexual, de esta fornicación. «Antes», los labios de la mujer destilan miel y su paladar es más blando que el aceite. Pero, «después de…», la miel se transforma en ajenjo, y el paladar blando como el aceite, en una espada con dos filos; ¿su fin?, la muerte, el Seol. Todo eso, por unos minutos de placer de la carne. Y eso es todo. La miel en ajenjo. El paladar suave y blando, en una espada de dos filos. Es así, exactamente.
Consérvate puro
Para terminar esta parte, veamos 1ª a Timoteo 5:22. Sabemos que Timoteo era un joven. Y Pablo le escribe esta carta aconsejando al siervo joven. Vamos a leer la última frase que aparece al final del versículo 22 : «Consérvate puro». Luego en 2ª de Timoteo 2:22, dice: «Huye también de las pasiones juveniles». Aquí está de nuevo el «Huye». Hay un peligro allí: las pasiones juveniles. También se puede traducir «pasiones juveniles» como «deseos desordenados». Este es el amor pasional del que hablábamos antes.
Timoteo también estaba expuesto, también tenía oportunidad de sentir aquello, también surgía en su corazón ese deseo, pero Pablo le dice «Huye de aquello».
¿Cómo conservarse puro? Vamos a leer el Salmo 119:9-11: «¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra. Con todo mi corazón te he buscado; no me dejes desviarme de tus mandamientos. En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti». Lo primero, amado hermano joven, es tener la palabra del Señor en el corazón, tenerla cerca, leerla, llenarse de la palabra.
Vamos a poner un ejemplo: esta cuestión es absolutamente proporcional. Cuando tu espíritu, el espíritu que de Dios tienes, está fuerte, bien alimentado y vigoroso, entonces el alma (y el cuerpo) es dócil, es como un siervo obediente y tú la puedes manejar, la puedes controlar. Pero, al revés, cuando el espíritu está debilitado, el alma (y el cuerpo) se convierte en un amo terrible que no acepta ser desobedecido. Esto es inversamente proporcional. El espíritu está fuerte; el alma es sumisa; el espíritu está débil, el alma es un amo terrible.
La palabra de Dios es lo que fortalece y alimenta tu espíritu, es el maná que tú necesitas comer cada día. El alimento físico lo necesitas por lo menos tres veces al día para estar bien, ¿y no le darás a tu espíritu por lo menos una comida al día? Si no se lo das, por favor, no digas después: «Oh, hermano, es que no pude resistir, es que no tuve fuerzas, es que ando mal, ando decaído». Pero, hermano joven, ¡no le has dado alimento a tu espíritu hace meses! ¿Cómo quieres que esté vigoroso, cómo quieres que se enseñoree del alma y del cuerpo? La palabra es el maná, es Cristo mismo que nos es impartido a nosotros.
Evitar malas compañías
Veamos ahora algo más sobre esto. El versículo 63 de este mismo capítulo 119: «Compañero soy yo de todos los que te temen, y guardan tus mandamientos». Te pregunto directamente: ¿De quién eres compañero? ¿De los que temen al Señor, de los que guardan sus mandamientos? Mira, si tú eres compañero de los que no temen al Señor y no guardan su palabra, entonces, estás en peligro.
Hay una pregunta que se hace un profeta en el Antiguo Testamento: «¿Caminarán dos juntos si no estuvieren de acuerdo?» No. Claro que no. De tal manera que si tú caminas junto a uno que no conoce a Dios y que está lleno de pasiones, significa que tú estás de acuerdo con él. Es necesario estar de acuerdo, y estar juntos, y caminar, y ser compañero de los que temen al Señor y de los que guardan su palabra.
No jugar con fuego
Proverbios 6:27-28. Estos dos versículos son sumamente aclaradores: «¿Tomará el hombre fuego en su seno sin que sus vestidos ardan, andará el hombre sobre brasas sin que sus pies se quemen?».
Las respuestas son obvias, están incluidas en la pregunta. La respuesta es ¡no!. Si tú tomas fuego aquí, sobre tu pecho, te vas a quemar. Si caminas sobre brasas, también te vas a quemar. Entonces, el punto es este: si tú coqueteas con el sexo, no te quejes después que te dio un zarpazo; si tú caminas sobre brasas, no te quejes después de que te quemaste los pies. Es imposible escapar si tú consientes en ir allí en vez de huir.
Un ejemplo de cómo escapar
Veamos ahora a Génesis 39. Este pasaje es de una enseñanza preciosa. Es la historia de José y de una mujer casada. José es un siervo de Dios, joven y atractivo. El es esclavo de una persona importante en Egipto, su amo lo admira, le tiene mucho aprecio, y le tiene tanta confianza que le pone como administrador de su casa, a cargo de criados, de esclavos y de todos sus bienes. Y sucede que la esposa de este hombre se enamora de José, con ese amor pasional, con ese amor que surge con el ímpetu de una llama.
Dice en los versos 7 al 9: «Aconteció después de esto que la mujer de su amo puso sus ojos en José, y dijo: Duerme conmigo (seguramente buscó el momento apropiado, estaban los dos solos en al casa, el amo afuera atendiendo sus asuntos, los criados alejados astutamente por la mujer: todo estaba ordenado). Y él no quiso, y dijo a la mujer de su amo: He aquí que mi señor no se preocupa conmigo de lo que hay en casa, y ha puesto en mi mano todo lo que tiene. No hay otro mayor que yo en esta casa, y ninguna cosa me ha reservado sino a ti, por cuanto tú eres su mujer; ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?.
Hablando ella a José cada día y no escuchándola él para acostarse al lado de ella, para estar con ella (para tener una relación sexual con ella), aconteció que entró él un día en casa para hacer su oficio y no había nadie de los de casa allí. Y ella lo asió por su ropa, diciendo: Duerme conmigo. (No solamente las palabras; ahora había acción allí). Entonces él dejó su ropa en las manos de ella, y huyó y salió. Cuando vio ella que le había dejado su ropa en sus manos, y había huido fuera, llamó a los de casa, y les habló diciendo: Mirad, nos ha traído un hebreo para que hiciese burla de nosotros. Vino él a mí para dormir conmigo, y yo di grandes voces; y viendo que yo alzaba la voz y gritaba, dejó junto a mí su ropa, y huyó y salió».
Y después, cuando llegó su marido, le contó la misma historia: «Aquí está la ropa, él huyó. Me quiso violar». José fue encarcelado por eso, injustamente, y nosotros sabemos que después, estando él en la cárcel, Dios vio la justicia, la santidad y la pureza de José, y lo honró en la cárcel, lo sacó de allí, y lo hizo gobernador de Egipto.
La clave de la victoria
¿Cuál fue la clave de cómo y de por qué José escapó de esta tentación tan grande? La clave está al final del versículo 9, donde José concluye sus palabras a la mujer: «¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?».
Mira esto: José no temía pecar contra su amo, tanto como pecar contra Dios. En ese momento no estaba el amo allí, por lo tanto, podía haber realizado el acto sexual sin que nadie se diera cuenta; pero ¿acaso Dios no sabía y lo veía todo? La salvación de José, la clave de su victoria fue que él tenía temor de Dios. Mira, amado joven, si tú no tienes temor de Dios, en vez de huir, vas a quedarte allí. En el fondo, en lo que a nosotros respecta, es el temor de Dios el que nos libra, porque nosotros queremos agradar a Dios. Pero hay algo más.
El Señor libra a los piadosos
Vamos a ver 2ª de Pedro 2:9. Este versículo tiene una frase tan preciosa que para ti va a ser de un tremendo aliento y de una tremenda fortaleza. Nos vamos a apropiar de él y lo vamos a creer para escapar de toda tentación, de toda fornicación.
Dice el versículo 9: «Sabe el Señor librar de tentación a los piadosos». Mira, aquí hay un hecho de Dios: El Señor libra de tentación a los piadosos. Pero esto es también una promesa para ti y para mí. Sin embargo, estas palabras también implican –aunque no lo dice– que el Señor no libra de tentación a los que no son piadosos. ¿Por qué cayó el cristiano tal o la cristiana tal en fornicación o en adulterio? Porque su corazón no era piadoso; porque si lo hubiese sido, podemos tener la absoluta seguridad de que Dios le hubiera librado.
¿Cómo lo hace el Señor? Veamos un ejemplo. Tú estás en una situación en la que adviertes que comienza a presentarse el ambiente adecuado para llegar a una relación ilícita. Tú comienzas a ceder; pero en tu corazón tú amas al Señor y has tenido una oración permanente delante de Él. Entonces, de pronto, cuando el peligro se hace mayor, algo ocurre: una interrupción inesperada, un hecho aparentemente fortuito que disipa el clima de la seducción. ¡El Señor te ha librado! Entonces, tú puedes escapar, ¡no has perdido nada! ¡Dios se interpuso! Hermano, si tú amas al Señor, si lo amas de verdad, el Señor te va a librar.
Síntesis de un mensaje impartido en un Retiro de Jóvenes