Asumiendo nuestra posición en Cristo, en días tumultuosos.
Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio”.
– 2 Tim. 4:5.
Nadie ha quedado indiferente a la contingencia social de nuestro país, producto de este estallido en disconformidad con la injusticia social y con el sistema mismo. Y nos preguntamos: ¿Qué dice Dios al respecto? O bien, ¿qué respuesta hemos de dar de parte del Señor?
Particularmente, la segunda epístola de Pablo a Timoteo contiene una situación contextual muy pertinente a lo que vivimos hoy. En primer lugar, fue escrita en un momento complejo tanto en la atmósfera espiritual como en la propia condición interna del joven discípulo.
Tiempos peligrosos
«Debes saber esto, que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos» (3:1). La palabra «peligroso» aparece también en el relato de los endemoniados gadarenos. Se refiere a una furia, una opresión o acción maligna, la furia del propio infierno, desatada en los últimos días.
Las amenazas externas son potentes, y esa obra está configurando el carácter de los hombres de los últimos días. Sin embargo, en el propio corazón del joven discípulo también hay amenazas o conflictos.
Si pudiéramos obtener una imagen de la vida de Timoteo, en aquella hora, él estaba recibiendo un legado del propio apóstol Pablo: la encomienda del «glorioso evangelio del Dios bendito» (1 Tim. 1:11). Esto es, de alguna manera, el traspaso generacional del testimonio de Dios.
Los jóvenes representamos una nueva generación. Nuestros padres espirituales han recorrido un trecho, y lo siguen recorriendo aún junto a nosotros, siendo un modelo para nuestras vidas. El precio que han pagado es una preciosa referencia del carácter de Cristo que hemos conocido en ellos.
Creemos que es un desafío para cada generación, hallar una identidad propia en relación al testimonio de Dios. Nuestro desafío es descubrir cuál es la forma en que el Señor quiere que expresemos la gloria del Evangelio en esta sociedad naturalista posmoderna; y cuál es el tiempo que estamos viviendo.
Pablo ayuda a Timoteo a definir el tiempo espiritual. Sin embargo, al joven discípulo y a la generación posterior les tocaría descubrir qué expresión de Cristo tendrían ellos en una iglesia que comenzaba a apostatar, en medio de un mundo opresor, marcado por las persecuciones.
Así, nosotros necesitamos una expresión particular que haga pertinente el Evangelio en nuestra generación. La base de esto siempre será la palabra del Señor. Necesitamos conocer a Dios en la intimidad, de manera que nuestro testimonio se empape de vida. Y también necesitamos conocer a la generación con la cual convivimos, de modo que nuestro mensaje no sea descontextualizado.
Pablo está dejando su legado a un joven y tímido discípulo. En ese contexto le dice: «Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía» (2 Tim. 1:7). Leyendo entre líneas, Timoteo estaba bajo una amenaza interna a causa de la timidez de su carácter, tal vez pensando que él no tendría la fe que sostuvo Pablo.
Actitud humilde
Aquí podemos extraer aliento para nuestros corazones. Si nos miramos al espejo, realmente hemos hecho muy poco en comparación a nuestros padres espirituales. Hay iglesias establecidas en todo el país, con sudor y lágrimas de la generación que nos antecede, la cual pagó el precio de lo que tenemos hoy.
Reconocemos también que hay muchos desafíos aún por delante. Tenemos la posibilidad de recibir a Cristo desde los cielos. Vivimos con esa esperanza en nuestros corazones; y al mismo tiempo, nos vemos tan pequeños. ¿Cómo nos posicionaremos en este escenario? ¿Qué les diremos a los hombres en esta hora avanzada? A partir de este pensamiento, lo mejor que podemos hacer es tener una actitud humilde.
No tenemos la capacidad natural de posicionarnos ante un mundo tan voraz. Pero podemos recordar las palabras que recibió Pablo en tiempo de debilidad: «Bástate mi gracia» (2 Cor. 12:9). Necesitamos una profunda cercanía con la persona y la obra de Cristo, para que Su gracia sea nuestra única suficiencia.
Aunque éste parezca un día pequeño, el Señor ya echó su plomada y comprometió su presencia; él no nos desamparará. Miremos a los cielos, de allí viene el discernimiento para enfrentar este tiempo difícil, del cual recién vemos apenas el principio de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero.
El texto que nos inspira contiene instrucciones para que asumamos en Cristo nuestra posición en días de aflicción. Veamos estas tres exhortaciones: «Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista». Son tres elementos: Sobriedad, Sufrimiento y Evangelio.
Al inicio dice: «Pero tú», una expresión contrastante. Timoteo es puesto en un curso opuesto a la corriente del mundo, marcado por la peligrosidad y la fiereza, en tanto otros están apostatando. «Pero tú…». El énfasis está en el contraste que marca a aquel que recibe estas palabras, esto es, a nosotros.
Sé sobrio en todo
¿Qué significa aquí actuar de manera sobria? Es una palabra de un significado muy particular en el griego. Alguien la define como estar alerta, vigilante, con una actitud firme y persistente de la mente, que observa todo lo que acontece a su alrededor y permanece inamovible en relación a su objetivo.
Esto significa estar vigilando mientras se mira alrededor, discerniendo el momento y, al mismo tiempo, sin perder la meta. «Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (Flp. 3:13-14).
Hay un objetivo mayor, el cual es disfrutar la plenitud de Cristo, ver el rostro de nuestro amado Señor, viniendo con poder y gran gloria sobre la tierra, y recibirle. «Estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor» (Flp. 3:8). Del mismo modo, también nosotros.
«Sé sobrio». La Escritura nos está impulsando a mirar alrededor. Nuestra tendencia, por querer tener una voz de entendimiento respecto a lo que pasa, rápidamente es desviada hacia las cosas periféricas, y perdemos el foco que está delante.
La expresión «Sé sobrio» aparece en cinco ocasiones en el Nuevo Testamento. Veamos algunas conclusiones al respecto.
¿Qué significa mantenernos sobrios en medio de un contexto peligroso? La primera mención está en 1 Tes. 5:6: «Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios». La segunda, en el versículo 8 del mismo texto: «Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor» (1 Tes. 5:8).
Dice el apóstol Pedro. «Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado» (1 Ped. 1:13). «Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración» (4:7). «Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar» (5:8).
Podemos tener una visión de la carga de cada apóstol cuando habla de sobriedad. Cuando Pablo la utiliza con los tesalonicenses, es una advertencia en medio de la noche espiritual.
Mientras es de noche, recordemos que somos del día, porque aquellos que viven en tinieblas serán sorprendidos por la venida del Señor. «Mas vosotros… no estáis en tinieblas» (1 Tes. 5:4). Por esta causa, por ser hijos de luz y no de la noche, entonces no durmamos, sino que seamos sobrios, es decir, mantengamos la vigilia.
Pedro dice: «Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones» (2 Ped. 1:19).
En breve la noche se acabará, y brillará el Lucero de la mañana. Las tinieblas serán disipadas por nuestro Salvador; mientras tanto, permanezcamos alerta.
«Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán» (1 Tes. 5:2-3).
El contexto en esta advertencia es el escenario de una reordenación social. En los últimos tiempos, al menos en Occidente, habrá una búsqueda del bienestar y la seguridad social. Y, cuando el mundo proclame paz y seguridad, en aquel momento vendrá sobre ellos destrucción repentina. «No hay paz para los malos, dijo Jehová» (Is. 48:22).
Un problema de aplicación
¿Por qué enfatizamos esto? Porque muchas veces nosotros, llegando tarde al conflicto y queriendo tomar posiciones al respecto, empatizando con las vulnerabilidades de nuestra sociedad, pensamos que, por causa del evangelio, debemos tomar partido por los débiles, al punto de exigirle a una sociedad impía que nos provea un ambiente de bienestar.
Así han salido muchos a las calles, con consignas que desvirtúan la gloria del evangelio, torciendo la palabra del Señor, cayendo en la confusión y esperando beneficios de un árbol que solo da malos frutos.
Otros, usando las redes sociales, comparten mensajes sutilmente confusos respecto del carácter de Jesús en los días de su carne, o de Juan el Bautista, quienes –según ellos– no vacilaron en enrostrar a los poderosos de su época sus injusticias y que, por tanto, la iglesia debería tomar la misma actitud hoy.
Sin embargo, hay un problema en esa aplicación. Tanto Juan el Bautista, como el Señor Jesús, cuando denunciaron la corrupción del sistema, tenían por delante algo muy claro.
El ministerio de Juan era preparar el camino al Rey. «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado … haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento» (Mat. 3:2, 8). Él no pedía cambiar el sistema de injusticias de su tiempo.
Él estaba anunciando la presencia de Dios entre los hombres, y su mensaje llega al clímax cuando ve a Jesús a las orillas del Jordán. «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo… el cual es antes de mí… de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado». ¡Él es el reino de Dios mismo! Entonces, el denunciar los males de la nación tuvo su lugar preparando los corazones para recibir a Cristo.
Jesús, en cierta ocasión llamó «zorra» a Herodes. Y podríamos pensar cómo él se tomó la libertad de denunciar el aprovechamiento político de aquel que ocupaba por usurpación el trono en Israel. Sin embargo, al leer el contexto completo, Jesús dice: «Id, y decid a aquella zorra: He aquí, echo fuera demonios y hago curaciones hoy y mañana, y al tercer día termino mi obra» (Luc. 13:32).
Cuando se trata de enfrentar los problemas de la realidad social, Jesús presenta Su obra en la cruz. Prestemos atención para no caer en el engaño sutil, olvidando el contexto y perdiéndonos en cosas periféricas.
No podemos pedir justicia social, paz o seguridad con expectativas ilusas; nunca seremos satisfechos, porque este mundo está bajo el maligno. La lucha del Señor no se rebaja al sistema político.
Una dimensión superior
Nuestro llamamiento nos eleva a una dimensión superior, en la cual sí es posible llenar la tierra de la gloria del Señor.
No es demandando cambios que no generarán ningún efecto espiritual en los hombres. La sobriedad, aquí, tiene que ver con discernir bien nuestra posición espiritual en esta hora de oscuridad.
En esta pesada noche, corremos el riesgo de quedarnos dormidos, como los discípulos más íntimos del Señor cuando estuvieron con él de noche –como en el monte de la transfiguración, o en el Getsemaní. Lucas 9:32 dice: «Y Pedro y los que estaban con él estaban rendidos de sueño». El Señor se había transfigurado delante de ellos, pero el sueño era tal, que casi se dormían. Pero el relato agrega: «Mas permaneciendo despiertos, vieron la gloria de Jesús».
La visión clara de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo es la única vía para mantenernos despiertos en la noche espiritual. Es nuestra principal necesidad ver la gloria de Cristo como una experiencia de primera fuente.
Esto no es algo lejano. Jesús mismo oró: «Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria» (Juan 17:24). Es decir, él se anticipó para que tuviéramos una experiencia real.
¿Dónde y cuándo vemos esa gloria? En la Escritura, cuando el Espíritu Santo trae luz sobre la verdad. Como por espejo, dice Pablo.
Así podemos hoy acceder a su gloria y rendir nuestro corazón en devoción a él. Cuando nos ocupamos en esto, vemos cuán diferente es él de nosotros, cuán grande, cuán excelso, y llegamos a sentirnos tan distantes, hasta que viene su mano tocándonos y diciéndonos: «No temas». Solo la gloria del Señor tiene el poder de mantenernos despiertos en esta hora de somnolencia.
En medio de la noche, el Señor nos permite vivir circunstancias peligrosas, para que nuestros corazones sean probados y sepamos dónde estamos afirmados, para que en su regreso seamos hallados en él.
Meditemos en las Escrituras, escudriñemos en el carácter de nuestro Señor, en sus palabras y en los hitos de su vida. Si ocupamos un tiempo diario en esto delante del Señor, esta actitud nos guiará a reorientar nuestra vida. Este es el camino para andar en el Espíritu: resumir nuestra vida solo en Cristo. ¡Señor, mi alma no descansará hasta tenerte por completo en el día de tu regreso!
«Sed sobrios». Pedro, usa esta expresión en su primera carta. En síntesis, este llamado sería: Sobriedad en medio de una batalla espiritual que ocurre en el campo de nuestra mente.
Una cosa es el escenario externo, la noche espiritual; otra, las amenazas en nuestra propia mente. «Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento»; mantengamos frenados nuestros pensamientos para que no divaguen fuera de la centralidad de Cristo, porque el diablo anda como león rugiente buscando a quien devorar.
Muchas veces ignoramos la batalla espiritual, pensando que todo se reduce a cuestiones humanas. Mas la Palabra inspirada señala que «no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» (Ef. 6:12). El campo de batalla es nuestra propia mente, por las vulnerabilidades que el pecado dejó en nuestra vida.
Depositarios de su testimonio
De alguna manera, si no estamos llenos de la palabra de Cristo, quedaremos a expensas del engaño, el cual nos aparta de Dios y nos conduce a la destrucción de su testimonio; porque nuestro enemigo, desde el comienzo de la historia hasta el final de ella, ha hecho guerra contra los que tienen el testimonio de Dios.
Dios nos ha encargado ser depositarios de su testimonio, y el enemigo vendrá para hacernos errar. Solo la palabra de Cristo llenando nuestras mentes puede salvarnos. Por eso es necesario buscar su Palabra, amarla y meditar en ella. Todos tenemos acceso, porque el Señor oró: «Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad» (Juan 17:17). Esto nos librará de la amenaza de las tinieblas, del pecado y del mundo.
En el tiempo en que Juan escribió sus cartas, testificó que el espíritu del anticristo ya está entre nosotros. Daniel describe su actuación: «A los santos del Altísimo quebrantará» (Dan. 7:25). Existe una operación perversa de quebranto o desgaste mental. El enemigo procurará desgastar nuestra mente.
Si hemos sido regenerados, somos parte de este grupo de santos del Altísimo y, por tanto, blanco del ataque maligno por medio del engaño, la opresión y la depresión. No es casualidad que en la actualidad las enfermedades de carácter psiquiátrico sean tan frecuentes y complejas en sus resoluciones.
Opresión a nivel de la mente
Hace sesenta años, Watchman Nee citó a un hermano desconocido, en un artículo llamado: «He aquí que tinieblas cubren la faz de la tierra». Leamos algunas de estas frases.
«En los postreros días habrá mucho engaño y error … habrá una forma de apariencia de piedad exterior, pero que por dentro estará llena de la melancolía del infierno … tendremos dificultad para amar las cosas de Dios… para tener un tiempo a solas con Dios … seremos distraídos por las entretenciones pasajeras, al punto que nuestros sentidos serán embrutecidos … y nos tornarán incapaces de disfrutar las realidades celestiales superiores … pasar un tiempo en oración y de rodillas delante del Señor será un trabajo demasiado pesaroso … sentiremos, de manera extraña, un deseo por los deleites de este mundo».
Esta profecía se está cumpliendo cada vez con más fuerza ante nuestros ojos. Dice además: «Sentiremos una incapacidad para concentrarnos en oír los mensajes». Esto tiene un peso maligno en su causa.
Y el hermano concluye: «Es hora de tomar resoluciones, y que la iglesia se levante de manera decidida».
El enemigo procurará acusarnos en nuestra mente por pecados pasados; sutilmente torcerá las verdades del evangelio, nos acorralará en un pensamiento doctrinario que puede separarnos de otros hermanos; pretenderá polarizarnos en las opiniones sobre lo que ocurre a nuestro alrededor; hará que nuestras pasiones se manifiesten.
Nuestra mente es el campo de batalla, y si no somos guardados por la palabra del evangelio, podemos perecer en el camino.
Noten la dimensión del riesgo, porque esto está ocurriendo con la generación que podría apresurar el regreso de nuestro Señor Jesucristo desde los cielos. La iglesia debe levantarse en la victoria del Señor, y luchar, reprendiendo las obras de las tinieblas, orando por la generación más joven, para que él, por su Palabra, nos libre y nos llene de la vida de resurrección.
Soporta las aflicciones
La segunda exhortación dice: «Soporta las aflicciones» (2 Tim. 4:5). Esta es una palabra desafiante. En 2 Tim. 1:8 dice: «Participa de las aflicciones por el evangelio». Una mejor traducción para esto sería: «Sufre con el evangelio». Es un llamado a experimentar el sufrimiento que solo el propio evangelio puede dar.
¿Qué tipo de sufrimiento es este? Filipenses 3:8, en adelante, nos ayuda a entenderlo: «Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo».
Vemos un contraste entre pérdida y ganancia. Estoy perdiendo todo, dejándolo atrás, porque quiero ganar a Cristo. «Y ser hallado en él … a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte» (v. 9-10).
Podemos imaginar al apóstol obsesionado, por así decirlo, por la persona y la obra de Jesús. «¡Cristo es todo lo que yo quiero!».
Pero parece que esta vida no le es suficiente, y entonces dice: «Quiero conocerle en sus padecimientos, aún en su muerte y resurrección. Quiero experimentar a Cristo en todas las áreas de mi vida, y aun morir como él». Por eso le dice a Timoteo: «Cuando sufras, hazlo como él».
¿Cuáles son los motivos de nuestro sufrimiento? ¿Será la empatía con la desigualdad y la injusticia? Evidentemente debemos compadecernos con los que sufren así. Pero miremos aquí un camino más excelente: Sufrir juntamente con el evangelio.
Hay un camino que no hemos conocido en su profundidad, un camino que esta generación incrédula que nos rodea no ha visto marcado aún en nuestros corazones. «Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto» (Juan 12:24). Nuestro Señor entregó su vida hasta el punto de sufrir y morir para que otros tengan vida. Este camino está propuesto para nosotros como generación, para que nos gastemos a fin de que otros reciban vida espiritual.
Nosotros podemos ver las desigualdades e injusticias a nuestro alrededor; pero ¿qué estamos haciendo, en el evangelio, para poder llevar vida a los hombres?
Fieles referentes
En la historia de la iglesia tenemos grandes referentes que gastaron su vida por causa del evangelio.
Nicolás Zinzendorf, un joven rico, un príncipe de Europa, abrió los terrenos de su castillo para un grupo de refugiados, y aquella comunidad llegó a enamorarse del Cordero de Dios. En este amor por Cristo, ellos decidieron salir en misiones hacia lugares nunca antes visitados por la luz del evangelio.
Otro referente, casi desconocido, es John Davis, un hermano que sirvió durante dieciséis años entre una comunidad de leprosos en la India, arriesgando su propia salud, pues no existía una cura si llegaba a contagiarse. Entonces, la lepra llegó a su cuerpo. En las últimas palabras de su diario, su enfermera registró con ternura las palabras que apenas musitaba con su voz casi perdida, para un amigo en la fe:
«No pienses que soy ahora infeliz, mi pequeño cuarto brilla con la gloria de una presencia invisible, y mi corazón con la plenitud de la alegría de Dios. Muchas almas ahora se están volviendo al Señor en lo que era mi campo misionero. Naturalmente, yo aguardaba esperanzado el tiempo en que tendría el privilegio de bautizar esas almas; y le había dicho al Señor: Permíteme que sea tu siervo, lleno de tu Espíritu, entregando a Cristo todos mis pensamientos, mi energía, y mi vida. Y él me respondió. Pero, en lugar de dejarme servir como lo planeé, me sacó del servicio para siempre; y mientras estaba en el hospital en Inglaterra, y especialmente cuando el primer horror del resultado final cayó sobre mí, pensé algunas veces que él escondería su rostro de mí, pero no fue así. ¡Cuando más tristezas tuve que soportar, más fáciles se tornaron las cosas, y ahora me regocijo en mi Salvador a cada instante! Tú me preguntaste cómo estoy; perdí mi visión y mi voz, no tengo pies ni tobillos, no tengo brazos, pero mi corazón está en paz absoluta. No tengo dudas ahora de que, si tuviese voz, cantaría sin parar».
Haz obra de evangelista
Con este relato, alentemos nuestros corazones para comenzar a mirar a quienes tenemos a nuestro lado. Miremos al prójimo, miremos sus carencias, sus vacíos existenciales y relacionales. ¿Cuál es la respuesta a tales necesidades? El Evangelio.
Cristo y solo Cristo es la respuesta de Dios para el hombre. Él es la suficiencia, él compensa las desigualdades. Él hace habitar en familia al desamparado, él es nuestra paz y armonía. En la iglesia de Dios se vive una dimensión de comunidad que el mundo no tiene ni conoce.
Miremos al que está a nuestro lado, compadezcámonos de sus vulnerabilidades, y preguntémonos delante del Señor: ¿Cómo participar del sufrimiento de Cristo para que otros tengan vida? Es un llamado que vale la pena atender. ¿Quieres ir en pos del Señor? Niégate a ti mismo, toma tu cruz, y síguele.
El llamamiento más elevado en el camino de la cruz es morir para que otros tengan vida. ¿Qué estamos haciendo nosotros por aquellos que moran en sombras de muerte? ¿Creemos que exponiendo nuestras opiniones en las redes sociales lograremos llenar el vacío espiritual de los hombres?
Los hombres claman, sin saberlo, su necesidad de Dios. Cuando piden justicia, paz, respeto, amor, seguridad, de alguna manera están expresando el vacío de Dios que tiene todo hombre. Nosotros tenemos esta vida abundante para entregar. «Haz obra de evangelista». Este es el camino para la acción.
Verdadero refugio
La iglesia del Dios vivo es un verdadero refugio en este océano tormentoso. En nuestra barca descansa el Maestro. Tenemos la paz que el mundo no da, la justicia que el mundo no da, el amor que el mundo no conoce. Pero afuera hay gente hambrienta y sedienta, siendo oprimida por el enemigo.
Ahora, nosotros, viviendo en medio de la iglesia, tenemos el contexto que hace plausible nuestro mensaje. Vivimos entre hermanos cuyos ingresos son mínimos; pero, en sus casas hay un ambiente de alegría. Ellos no están desesperados por las injusticias, pues han descubierto que Cristo es suficiente. Esta es la evidencia de la obra del evangelio.
Esta es una oportunidad para que podamos hablar con nuestro prójimo, compadecernos de su dolor, entender sus demandas, pero proponer un camino diferente. La iglesia es el instrumento de la gracia de Dios; en ella desaparece toda desigualdad. El Evangelio nos eleva a una posición diferente.
En los días de Pablo había una violación a los derechos humanos que no imaginamos. Las relaciones entre un amo y su esclavo eran déspotas. ¿Vemos al apóstol luchando por abolir la esclavitud? Lo más parecido a ello que leemos es: «Si puedes hacerte libre, procúralo más» (1 Cor. 7:21), pero dice también «el que fue llamado siendo libre, esclavo es de Cristo» (v. 22).
El Evangelio nos posiciona en un plano más elevado. Vemos el caso de Filemón y de Onésimo, un señor y su siervo, ambos redimidos por la preciosa sangre de Cristo.
Pablo recibe a Onésimo cuando aún era un esclavo escapado de la casa de Filemón. Por la predicación del apóstol, Onésimo se convierte al Señor, y Pablo escribe una carta para devolverlo a su amo: «Recíbele como a mí mismo… como hermano amado» (Flm. 16-17), dándole una mayor dignidad. Amo y esclavo serían uno solo en Cristo al reunirse para partir el pan.
La comunidad y las relaciones en las cuales vivimos tornan creíble el mensaje del evangelio. El Señor ha puesto su Rey en Sion, su santo monte. Jesús es el Rey. En su Reino hay vida celestial, aquella que puede suplir al necesitado, aquella que debemos poner en acción hasta desgastarnos para que otros reciban vida.
No estimemos por preciosa nuestra vida para nosotros mismos, con tal de acabar la carrera con gozo, y cumplir el ministerio que recibimos del Señor: dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios.
Síntesis de un mensaje oral impartido en Temuco (Chile), en noviembre de 2019.