Aunque las Sagradas Escrituras son un relato literal e histórico; con todo, por debajo de la narración, hay un significado espiritual más profundo.
Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían» (). «Este Moisés es el que dijo a los hijos de Israel: Profeta os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis. Este es aquel Moisés que estuvo en la congregación en el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres, y que recibió palabras de vida que darnos».
– Luc. 24:27; Hech. 7:37-38.
La arquilla en el Nilo
Lo primero que nos llama la atención en el libro de Éxodo es el arca de fe, como podríamos llamarla, el pequeño vehículo al que una madre judía confió todas sus esperanzas y las de su pueblo en aquella hora extrema y terrible; y de la cual Dios trajo, por medio de su siervo escogido, la esperanza y la libertad de la iglesia.
Este retrato de Moisés y su rescate es la palabra real de toda la historia del libro del Éxodo, y todo lo que significa; a saber, la obra de la redención. La palabra Éxodo significa «sacado», y Moisés significa también «sacado». Así que el Éxodo nos cuenta cómo fueron sacados de Egipto los hijos de Israel y de esta manera nosotros somos sacados del Egipto del pecado. Moisés es la figura de su liberación y de la nuestra; y así su nombre es expresivo de toda la historia del Éxodo.
Moisés también fue condenado a muerte por el cruel e inexorable decreto de Faraón, y fue puesto en el altar de la muerte por su madre con manos temblorosas. Fue entregado a la muerte, y para ella era como si hubiera muerto realmente, como si lo hubieran quitado de sus brazos y lo hubieran enterrado. Y entonces le fue devuelto, como Isaac también fue devuelto de los muertos a su padre. Así pasa a ser símbolo de la muerte y la resurrección.
Hay una prueba antes de toda bendición. Hay una cruz por todas partes, y hay una corona al otro lado; y solo en la vida de fe podemos entrar en el misterio de la obra de Dios. El pequeño Moisés ha de morir y ser devuelto a su pueblo, como Cristo ha de ser crucificado y resucitar después; y tu vida ha de ser puesta sobre el altar si has de subir en el poder de resurrección. Por ello, la historia de Moisés es la parábola de la resurrección, la redención y la vida cristiana.
Al entregar aquello que nos es tan querido, es necesario tener fe. No podemos hacerlo a menos que confiemos en Dios. Esta madre no hubiera podido depositar a su hijo en el seno del Nilo si no hubiera pensado que la mano de Dios lo sostenía y el poder de Dios iba a librarlo.
Es realmente algo que hemos de preguntarnos si Abraham habría podido entregar a Isaac, como hizo, si no hubiera tenido fe. Glorifica el acto el saber que Abraham creía que Isaac, de alguna forma, le sería devuelto, aunque fuera después de muerto. Fue la fe lo que le hizo posible el ir a través de la muerte. Fue el gozo que tenía puesto delante de Él lo que hizo posible a Jesús el soportar la cruz y menospreciar el oprobio.
Y así, Dios no nos toma como sacrificios ciegos o nos pone a muerte en una especie de entrega o rendición sin esperanza, brutal, sino que nos da el conocimiento bendito que estamos en las manos del amor infinito, y que aunque no podamos ver cómo, con todo, Dios no tiene para nosotros más que bendición y un final de mayor gozo y servicio y cosas que llegarán a la eternidad para su gloria y el bien de otros.
Lo mismo fue aquí; el pequeño Moisés, guardado en su hogar, habría perecido. El pequeño Moisés, en el Nilo, vive todavía en su obra, y ha pasado a ser el líder de fe de millones que han seguido sus pasos. Y así, las manos que se retraen y retienen lo que Dios nos reclama, son crueles, insensatas; y tu vida verdadera y la vida verdadera de ellos ha de yacer en el ejemplo de esta antigua madre. Pongámoslo todo a sus pies, y la eternidad va a desplegar ante ti a razón de ciento por uno.
Además, no solo vemos fe aquí, sino que vemos la providencia de Dios que se hace cargo de las cosas que no podemos guardar, y retiene las cosas de las cuales no podemos tener cuidado. No andamos en las tinieblas; hay ojos por encima de nosotros, alrededor y por los lados, que no se adormecen ni duermen.
Dios puede hacerse cargo de las mismas cosas que tú temes más; él puede tomar las mismas cosas que te parten el corazón, puede tomar las mismas cosas que te parecen ser tus enemigos y hacer de ellas ocasiones para tu liberación e instrumentos de tu mayor bendición.
La pobre Jocabed estaba quizás obsesionada por el temor del cruel Faraón y su hija; pero pudo ver que ellos eran los instrumentos de bendición. Lo mismo que parecía condenar al hijo a muerte, hizo de él el hijo de un rey. Y el mismo río al que lo consignó, y por el cual parecía que había de ser anegado, lo llevó a ser el legislador del mundo cuando antes era un esclavo hebreo.
Las mismas cosas que son difíciles de sufrir pasan a ser un andamio para edificar el templo de Dios, sin el cual el Señor no habría cumplido sus propósitos.
Y aquí pasa lo mismo que en la historia de José. De la cárcel pasó a príncipe. Y Moisés, cuya muerte había sido decretada, fue colocado sobre las aguas, salvado, y pasó a ser el instrumento de Dios para salvar a Su pueblo.
¡Oh, confiemos en la Providencia inescrutable, que está tan llena de misterio para muchos, y que esconde, tras las pruebas y la disciplina, planes y propósitos de amor y de sabiduría!
Y así, mediante esta arquilla, aprendamos el secreto de la confianza; y que nuestras manos temblorosas coloque todo lo que nos es caro en los brazos infinitos, para que lo guarden; y con corazones maravillados veremos lo sabia y fuerte que es Su mano.