Aunque las Sagradas Escrituras son un relato literal e histórico; con todo, por debajo de la narración, hay un significado espiritual más profundo.
El regreso de Jacob a Betel
Jacob no tuvo su plena bendición de una vez; parece que perdió algo de ella al poco tiempo, y Dios le dijo algo más tarde: «Levántate, ve a Betel y reside allí». Después de nuestras horas de oración y victoria, puede que retrocedamos. Dices: ‘Tuve esta o aquella bendición y la he perdido’. Puedes regresar a Betel y residir allí. Quizás no puedes ir al mismo altar, pero puedes estar en los mismos brazos. Vuelve a Betel; entonces Dios va a terminar la obra, y el pecado será juzgado para siempre.
El fallo de Jacob en hacer esto de modo pleno fue, quizás, el secreto de todas las pruebas ulteriores que tuvo que pasar; Jacob regresó, pero no se quedó allí. Si lo hubiera hecho habría evitado las amargas pruebas que siguieron. Pues, un poco más adelante, leemos que Jacob iba de un sitio a otro otra vez. Y pronto vino la vergüenza, la caída de Dina, la lucha de sus hijos, la traición y venta de José a los madianitas, y el hundimiento de las esperanzas de Jacob durante años. ¡Oh, hijos consagrados de Dios, es algo glorioso cruzar el Jaboc, pero es algo terrible el cruzarlo otra vez, entonces, en dirección opuesta!
Y esto es lo que hizo Jacob. Dejó a Betel, y durante unos años tuvo que beber la copa más amarga que ha bebido un mortal. No conozco nada más triste que el segundo fracaso después de la consagración.
Leemos en los Jueces que después que los israelitas hubieron entrado en la tierra de la promesa, recayeron en el pecado, y su caída duró cuatrocientos años. ¡Oh, vosotros los que habéis venido, aseguraos de quedaros en Betel; edificad vuestro altar y resistid para siempre a la sombra de su presencia!
Las escenas finales de la vida de Jacob están llenas de instrucción y consuelo. Al fin todo fue bien, y delante de Faraón, Jacob pudo decir en realidad: «Todas las cosas han cooperado para bien», y luego: «El Ángel que me ha redimido de todo mal, bendiga a los muchachos».
Todo fue bien al final, y lo mismo diremos nosotros, pobres descarriados. ¡Pero cuántas penas podríamos ahorrarnos y cuántos lazos podríamos esquivar, si siempre obedeciéramos de modo literal y completo a nuestro Dios del pacto y permaneciéramos en Él!
La tumba de Jacob
El último símbolo que consideraremos es la tumba de Jacob. Murió en Egipto; llamó a los suyos a su alrededor y a su amado José y dijo: «Si he hallado ahora gracia en tus ojos… haz conmigo misericordia y verdad: Te ruego que no me entierres en Egipto; mas cuando duerma con mis padres me sepultarás en el sepulcro de ellos». Y se lo juraron y no mucho después se movía una larga caravana que se detuvo en la cueva de Macpela.
Jacob tenía la vista puesta en el día en que sonaría la trompeta y los muertos se levantarían, y quería que sus mismos huesos estuvieran dentro del pacto de Dios. Y así, queridos, ¿habéis escogido vuestra sepultura entre el pueblo de Israel?, y no me refiero a la tumba literal, sino a la gloria de la resurrección.
Esta fue la hermosa fe de Jacob cuando murió. Ordenó que sus huesos fueran llevados a Israel cuando sus descendientes cruzaran el Mar Rojo. Y Dios quiere que pensemos en nuestros huesos: no como hacen algunos, haciendo preparativos costosos para su entierro o la losa de su tumba, sino para el momento en que resucitaremos y nuestro polvo será glorificado con Cristo y sus redimidos, o será cubierto para siempre de oprobio y desprecio.
Queridos amigos, ¡qué vida, qué débil, qué pobre, qué equivocada, en qué necesidad estaba de la gracia de Dios! Pero el Dios de Jacob: ¡Qué tierno, qué fiel, qué bueno, qué paciente! Y él está dispuesto a ser tu Dios y el mío. Aceptémosle en el espíritu del antiguo himno, que fue el canto, la canción de cuna de nuestra infancia.
¡Oh Dios de Betel, de cuya mano
tu pueblo es aun alimentado,
que condujiste, durante su peregrinaje
a nuestros padres.
Extiende, pues, tus alas sobre mí
hasta que llegue al fin de la senda;
y a la morada eterna
nuestras almas lleguen por fin en paz.
Tomado de Símbolos Divinos.