Aunque las Sagradas Escrituras son un relato literal e histórico; con todo, por debajo de la narración, hay un significado espiritual más profundo.
La victoria de Peniel
Aquí vemos a Jacob muchos años después de Bet-el, pero sin muchos cambios. Está más o menos donde estaba entonces, y por ello Dios tiene que sacudirle con fuerza para que despierte al verdadero significado de la vida. Dios deja que le llegue una prueba que hace alborear su vida y la de los suyos.
Su hermano se acerca a él furioso, con centenares de hombres armados. Estaban allí los pequeños, y sus esposas y ganados, todos indefensos, y él mismo, como un peregrino, con su bordón en la mano, inerme contra un poderoso guerrero. Era una hora de prueba extrema; pero el pobre Jacob vuelve a las andadas, sacando los tentáculos, enviando presentes, tratando de persuadir al león, con su ingenio para resolver problemas. Luego parece que se apodera de él el sentimiento de su impotencia, y, poniendo a sus deudos en las manos de Dios, va solo al encuentro de su hermano, cruzando el vado de Jaboc.
Era de noche, nuevamente, una noche oscura; no había una estrella en el cielo, y mucho me temo que ni se veía la escalera ahora; pero Jacob tuvo que habérselas con Dios, y Dios se acercó a él más que con ocasión de la escalera, en el sueño. Nubes y espesas tinieblas rodean su trono, y en las espesas nubes es donde le encontraremos.
Pero fue todo diferente de la visión de Bet-el. El peligro estaba más cerca ahora, y Dios estaba también más cerca. Entonces Dios estaba en lo alto de la escalera, ahora Dios estaba a nivel de Jacob, luchando con él, teniendo a Jacob en sus mismos brazos; y Jacob pudo rodear con sus brazos al mismo Dios. Dios se acercó mucho a Jacob, porque Dios quería que, a partir de entonces, Jacob viviera muy cerca de él.
En esta lucha hay mucho que es misterioso. Esta lucha convulsiva, profunda, la podemos entender quienes hemos tenido una noche de agonía en la cual nos ha parecido que nuestros mismos lomos estaban afectados, y las cuerdas del corazón se apoderaban de algo invisible. Así, Jacob pasó por el misterio de la prueba y salió de ella siendo otro hombre a la mañana siguiente.
Es imposible analizar todo esto sin destruir su hermosura. Arranqué la flor de un Jacinto esta mañana; era muy hermosa y fragante, hice presión en ella con los dedos, y su fragancia desapareció. Igualmente, hay que tomar el espíritu de estas cosas. Hay lecciones aquí que tocan muchos puntos. Nos enseña que de lo más difícil viene a veces la mayor bendición. De aquello que, en tu vida, has considerado que te aplastaba casi, viene tu mayor victoria. De aquello que parecía estar a punto de vencerte y destruirte, Dios quiere traerte una fe que no habías tenido y una revelación de su amor y su poder que nunca habías soñado. Esto mismo que tú pensabas que era una piedra de tropiezo, Dios quiere hacerlo una almohada para tu cabeza y una escalera para ascender a su misma presencia.
Así que no esperes hasta encontrarte en una posición cómoda y entonces decir que vas a vivir una vida cristiana. «Tengo que llegar hasta cierto punto, y voy a poner en orden las cosas; entonces serviré a Dios». No digas esto, sino ve a Dios, y déjale a él que ponga las cosas en orden, y serás un cristiano más fiel a través de esta misma experiencia que te ha traído la prueba y la liberación.
Hay algo más aquí que hemos de tener para ser fuertes en la oración, y es un elemento de intensa sinceridad y fervor. Hay algo más en la oración, ya lo sé, reposo y confianza; pero no creo que el reposo venga hasta que hayan pasado las agonías. Hay algo en la oración que echa mano de Dios y exclama: «No te dejaré, si no me bendices». No es debilidad: es sinceridad; es vida; son dolores de parto y agonía que no pueden venir de ninguna otra manera. No es duda; es poder, y va a terminar en reposo si dejas que Dios haga las cosas a su manera.
Éste es el significado de tu angustia y la carga en que te hallas. Es el Espíritu Santo gimiendo sin ti «gemidos indecibles». No intentes forzarte a un estado de frenesí en la oración; esto ofende a Dios y al buen gusto; sino que cuando estás en la agonía de la oración de Jacob, recuerda que Cristo también la pasó.
Y entonces de nuevo, aprendemos en Peniel no solo sobre la eficacia de la oración que vence, sino del elemento que se quiebra. Jacob no obtuvo su respuesta por el hecho de luchar: fue cuando al fin cedió y cayó postrado a los pies de Aquel que había luchado con él que recibió la bendición.
El ángel tocó el encaje de su muslo y la articulación quedó descoyuntada, y en su angustia Jacob dio un grito desesperado, y cayó a los pies del Omnipotente, gritando, quizá: «Señor, socórreme; ya no puedo orar más». Y Dios puede haberle dicho: «Basta; ya tienes la respuesta y la lección; te creías demasiado fuerte; tratabas de hacer demasiado. Pensabas que podías extraer la bendición de Esaú, embaucar a Labán, y ahora propiciarte a Esaú; has intentado hacer las cosas tú mismo. ¡Oh, Jacob!, cae como un niño indefenso a mis pies, y déjame ser tu fuerza y yo te llevaré a partir de ahora». Y cuando Jacob cayó, estoy seguro de que no fue al suelo: fue en los brazos de Dios; y cuando volvió a andar, cojeaba de su cadera, es verdad, pero se apoyaba en el Omnipotente. Su muslo no era tan fuerte, pero tenía un Salvador infinitamente más fuerte. Y así, querido, cuando llegamos a este lugar también, en que desaparece nuestra fuerza, en que no tenemos brazos sino los de Cristo, estoy seguro que después de ello podemos decir: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece».
No hay que decir que la respuesta de Jacob le llegó a la mañana siguiente. Dios fue a él allí, y Esaú tenía que seguir. El día siguiente Esaú estaba allí – pero era un león domado – llorando y con brazos amorosos, y un corazón de hermano, recibiendo a su hermano con reconciliación y ternura. Dios lo había hecho todo. Hemos de tener poder para con Dios primero, y entonces lo tenemos para con los demás.
Pero lo mejor de todo fue que Jacob era un nuevo hombre. Y Dios le dijo cuando se levantó: «No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido».
Y así, hermanos, cuando nos levantamos de nuestras pruebas, nosotros ya no estamos – el viejo hombre ha sido anulado – y llevamos su nuevo nombre. De lo que quieres librarte no es de los pecados de Jacob, sino de Jacob mismo. Es abandonarte a ti mismo, y salir otro en la vida de Cristo.
Tomado de Símbolos Divinos.