Aunque las Sagradas Escrituras son un relato literal e histórico, con todo, por debajo de la narración, hay un significado espiritual más profundo.
El jardín
En hebreo, la palabra «edén» significa «deleite». Y la palabra jardín ha pasado a formar el término «paraíso», que representa un recinto de belleza y cultivo natural en que se combinan lo exquisito del paisaje y todos los deleites del clima y productos que las condiciones naturales pueden ofrecer.
No tiene por objetivo la indolencia o el deleite sensual, sino que ha de ser un hogar apropiado, de actividad y servicio para una raza santa y feliz. Dios siempre quiso que sus criaturas inteligentes estuvieran ocupadas, y el cielo será un lugar de servicio activo y continuo.
El paraíso primitivo es un símbolo de nuestro hogar futuro y es reproducido en condiciones intensificadas de felicidad y gloria en el último capítulo del Apocalipsis, en la visión del estado futuro de los glorificados. No puede haber la menor duda de que será un estado de deleite en la hermosura y perfección físicas de la tierra milenial y de la nueva tierra y cielos. El suelo ya no dará como producto espinos y plantas ponzoñosas, rocas hirientes y yermos desolados. La sangre del Calvario ha rescatado y nos ha devuelto una herencia infinitamente superior a la que perdió Adán. «En lugar de la zarza crecerá el ciprés y en lugar de la ortiga crecerá arrayán» (Is. 55:13). «Porque con alegría saldréis, y con paz seréis vueltos; los montes y los collados levantarán canción delante de vosotros, y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso» (Is.55:12). El sueño de hermosura más elevado del hombre y el ideal divino de bendición se realizará plenamente y la tierra va a sonreír con la suavidad y dulzura del paraíso restaurado. Demos una mirada al cuadro y apresurémonos a procurar su realización mediante nuestro trabajo y oración para que se acelere su venida. Sin Él la tierra no puede volver a ser un paraíso.
La figura del jardín está unida con todas las escenas de la redención. No sólo los recuerdos felices del Edén, la triste historia de la Caída, sino que fue en un jardín que la marea del pecado y del juicio arrolló al sufriente Redentor cuando con su agonía indescriptible y sudando gotas de sangre, canceló nuestros pecados en Getsemaní, y plantó en el jardín de nuestra vida aquellas mismas gotas en forma de semillas de esperanza y promesa. Fue en un jardín, también, que fue enterrado, y donde la semilla de su preciosa sangre fue plantada como trigo que cae en el suelo y muere conforme a la sublime figura que él mismo nos dio. Y fue en un jardín que se levantó otra vez; fue saliendo de una aurora primaveral, en la mañana de la Pascua, que la simiente de la promesa brotó en luz y vida inmortal, y las esperanzas de nuestra salvación y gloria surgieron de la vida resurrecta de Jesús.
El jardín de Getsemaní y el huerto de José de Arimatea han deshecho el mal del jardín de la Caída, y han abierto otra vez las puertas del Edén y su inocencia y felicidad. Y la figura del jardín es llevada en el rico simbolismo de los profetas y poetas de la Biblia a la región de nuestra vida espiritual. «Un huerto con vallado», «un huerto de granados», y preciosos frutos y flores celestiales es la metáfora con la que el Maestro describe la obra de la gracia en el corazón consagrado. Las gracias de la vida cristiana son exhibidas bajo la figura de todos los frutos de la naturaleza; el cuidado del labrador es ilustrado por los métodos y formas de cultivo humano; y aun los ríos del Edén pasan a ser una sugerencia, si no un símbolo, de las corrientes de la gracia que alegran la Ciudad de Dios.
El último jardín en el panorama divino es la corona de la tierra restaurada y el cielo glorificado. Así será más que restaurada toda bienaventuranza: el río de agua de vida fluirá en medio del mismo trono de Dios y del Cordero; todos los árboles hermosos y sus frutos cubrirán sus orillas y darán su fruto, no ya según las sazones de la tierra, sino cada mes, en una plenitud perpetua de vida y de deleite; y allí no habrá más maldición, ni noche, ni muerte, ni aun visitas ocasionales de Dios, porque este lugar será su morada personal y el centro de toda la creación. El tabernáculo de Dios estará con los hombres, y la tierra y el cielo serán el hogar eterno de Cristo y de sus redimidos, y la escena de una bienaventuranza tal que no puede ni siquiera ser concebido por la mente humana.
El árbol de la vida
Se le describe en términos literales como uno de los árboles del jardín. Se hallaba en medio del huerto, y quizá era su corona y su gloria. Es evidente que era el medio de sustento y continuidad de la vida física del hombre, porque después de la caída del hombre el árbol fue quitado de su alcance, por el motivo expreso de que el hombre no era apto, con su naturaleza caída, de tomar del árbol de la vida, comer de él y vivir para siempre. Una vida física perpetua en su nueva condición no sólo habría sido contraria a la maldición que ya había sido pronunciada, sino que habría sido en sí una maldición para él.
Queda claro, pues, que incluso en el Edén su vida física no se sostenía por sí misma, sino que dependía de provisiones que procedían de fuentes externas a él. ¿No tenía esto el propósito de enseñarnos que nuestra vida física no está constituida en sí misma, sino que necesita ser sostenida divinamente? Si el árbol de la vida es un tipo de Jesucristo, si él es la fuente y centro de toda vida para el hombre caído, entonces la lección que hay en ello es, de modo enfático y bendito, que él es para nosotros la Fuente de nuestra fuerza y bienestar físico, así como espiritual. ¿No nos enseñó esto de modo expreso en sus propias palabras en la tentación: «No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»; y todavía más clara y vívidamente en sus palabras referentes al pan de vida: «El que me come, vivirá por mí»; «El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él»?
Puede objetarse que el árbol de la vida fue apartado después de la Caída, y que esto nos enseña que no tenemos derecho a esperar fuerza física sobrenaturalmente, a causa de nuestro estado caído y nuestra maldición moral. Pero en la revelación de misericordia hecha después de la Caída, se nos dice en un lenguaje que veremos de modo más explícito más adelante, que Dios colocó serafines a la puerta del jardín, etc., «para guardar el camino del árbol de la vida»; no para cerrar ese camino, sino para vigilarlo.
Ahora bien, si estos querubines eran, como veremos, tipos de Cristo y de su obra redentora, el significado es muy claro y hermoso, y en tanto que la Caída ha cerrado el Edén para nosotros, con sus antiguas fuentes de vida, y no podemos acercarnos al árbol de la vida a través del Edén, con todo, hay provisto un nuevo camino a través de Cristo, y podemos acercarnos a él por el camino de los querubines, esto es, por el camino del Señor Jesús, y por medio de él recibir la fuerza que da vida a la medida de nuestras necesidades en este estado mortal; y luego, más adelante, participar de su plenitud en la gloria de resurrección del futuro eterno.
¿Hemos entendido estas cosas? «Por eso, todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante al padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas» (Mt. 13:52). ¿Hemos recibido no sólo la verdad, sino «el Espíritu que es de Dios, para que podamos conocer las cosas que nos son dadas gratuitamente por Dios? Estamos en un hermoso palacio; el intérprete o guía nos conduce, y nos muestra todos sus tesoros. Se para y dice: «Todas estas cosas son vuestras». ¿Las hemos recibido? Son la nueva creación, el amor del esposo, el reposo de Dios, las flores y frutos de la labranza espiritual, y la vida de Cristo para ser manifestada incluso en nuestra carne mortal. Si es así, realmente, para nosotros es válida ya la palabra: «Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas … Y me dijo: Hecho está … Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo» (Ap. 21:5-7).