Aunque las Sagradas Escrituras son un relato literal e histórico, con todo, por debajo de la narración, hay un significado espiritual más profundo.
La creación de la mujer
La historia del nacimiento de Eva es de una belleza exquisita, superior a cualquier sueño de la poesía antigua o concepción de arte o imaginación. Lo que más se acerca es la famosa descripción de Sócrates en la literatura griega, en que se representa la forma humana como originalmente doble, mirando en dos direcciones, y después dividida por los dioses en sexos, de modo que todo hombre y toda mujer forma una unidad de su antiguo ser, y por ello está constantemente buscando la otra parte.
Pero esto es burdo en comparación con el idilio sagrado del hermoso nacimiento de la mujer, que se representa como originalmente en el hombre y sacada de él, suavemente, mientras dormía, creada en hermosura apropiada para su compañía, y entonces devuelta a él como su compañera y ayuda para toda la vida.
La significación exquisita de esto en conexión con las relaciones humanas y sociales del hombre y la mujer –la tierna unidad, la perfecta igualdad, la mutua independencia, el sagrado afecto que debería enlazarlos– nada de esto pertenece a nuestra era presente. Pero su hermosura y enseñanza espiritual son aún más hermosas y maravillosas, porque aquí tenemos la parábola del Señor Jesucristo mismo y sus relaciones con la iglesia, su Esposa celestial, que contiene en germen el misterio entero de la redención.
Primero, vemos a Eva en su creación original en Adán. Lo mismo, la Iglesia estaba en Cristo. Adán era un ser individual, pero bien un hombre en el sentido general, que contenía en sí mismo, en su formación original, tanto a la mujer como al hombre. Así el Señor Jesús, no sólo era uno de los hijos de los hombres, sino el Hijo del Hombre, la humanidad subsumida en una personalidad completa, que contenía en sí mismo el germen y sustancia de todas las vidas espirituales que habían de nacer de él. Por tanto, estamos identificados realmente con él, y por ello su vida, su muerte, sus sufrimientos y obediencia son realmente nuestros, para nosotros, así como para él.
En segundo lugar, Eva fue sacada de Adán mientras éste dormía, y realmente formaba parte de su sustancia física; y también, mientras Jesús dormía en el sepulcro, en la muerte, la Iglesia fue sacada de su sustancia, y todo creyente es creado de nuevo en Cristo Jesús. Nuestra vida es parte de su mismo ser. Somos «participantes de la naturaleza divina». Cristo es formado realmente en nosotros, y nosotros somos parte de su vida de resurrección, de un modo tan cierto como Eva estaba en Adán.
Se nos describe, como «resucitados con Cristo», y se dice que nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cristo es nuestra vida. Éste es el gran misterio de la vida espiritual; es un milagro de vida; no es meramente vida, sino la vida de Cristo.
La expresión hebrea que describe la formación de Eva es la palabra «edificada». Dios edificó a una mujer de la costilla. De qué modo tan perfecto describe esto todo el proceso de la perfección y formación plena del cuerpo de Cristo. La misma palabra es usada por el apóstol al describirlo: «En quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu».
El lenguaje que usa Adán acerca de su compañera: «Esto es ahora huesos de mis huesos y carne de mi carne» era literalmente verdad, pero no menos cierto es ahora que nosotros «somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos».
Tercero, Eva devuelta a Adán para que fuera su compañera, esposa y ayudadora. Su misma vida, en lo que se refiere a su origen y su intención, fue para él, y no para ella; por tanto, la mujer, por su misma constitución, no ha sido hecha para el egoísmo, sino para el servicio y el amor.
La mujer encuentra su verdadero destino al vivir para el hombre, perdiendo su vida y personalidad en aquel a quien ama. Lo mismo el alma nacida de Cristo pertenece a Cristo; lo mismo la Iglesia sacada de su vida le es devuelta como la Esposa de su amor y su compañera en el trono. El alma nacida de Dios tiene que elevarse a Dios y vivir para Dios, y todo impulso y elemento de su vida y consagración espiritual halla su punto de reposo al perderse en Dios y vivir sólo para su gloria.
Esta maravillosa verdad circula como una guirnalda nupcial por todas las Sagradas Escrituras. Lo vemos no sólo en las bodas del Edén, sino en las bodas de Rebeca, en el amor de Jacob y Raquel, en el Cantar de los Cantares de Salomón, en la visión de Oseas, en la fiesta de las bodas de Caná, en la parábola de las diez vírgenes, en el extraño lenguaje figurado que Pablo usa de Cristo y de la Iglesia, y, finalmente, en la majestuosa visión de la cena de las bodas del Cordero.
No sólo es verdad esto de la Iglesia como un todo, sino que ha de ser de modo también real en la experiencia de aquellos que somos miembros de este cuerpo místico. De cada uno de nosotros, como individuos, él dice: «Tu Hacedor es tu marido». «Tú serás llamado Ishi» (mi marido). «Oye, hija, y mira, e inclina tu oído; olvida tu pueblo, y la casa de tu padre; y deseará el rey tu hermosura; e inclínate a él, porque él es tu señor». «El cuerpo es … para el Señor, y el Señor para el cuerpo». «Somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos». Preguntémonos si hemos aprendido este secreto tierno, inefable y santo del Señor y del corazón, y dentro del recinto de su presencia ha sido verdadero para nosotros:
Jesús, tierno, dulce, amante,
bendito esposo de mi corazón,
en tu cámara secreta
me has susurrado lo que eres.
El día de reposo o sábado
La creación del mundo y de la familia va seguida por la designación del sábado, que, con el hogar, forma las dos únicas reliquias que quedan del Edén al hombre. Aunque, indudablemente, ha de entenderse de modo literal y observarse como un día de reposo santo, y aunque la creación es realmente la base de toda legislación subsiguiente con referencia a este día, y aun la institución mosaica no fue sino una reactivación del sábado de la Creación, y las palabras de Cristo con respecto al mismo vuelven al mismo principio; aunque todo esto es verdad, con todo, y más allá del día natural y de sus obligaciones, en él se encuentra escondido un profundo simbolismo espiritual.
En el cuarto capítulo de los Hebreos, el apóstol implica que ha sido designado para ser la figura del descanso espiritual más profundo, al cual él va a conducir a su pueblo. La fuente y naturaleza de ese descanso se expresan delicadamente por las palabras sugeridas por el significado del día: «Porque el que ha entrado en el reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas». Es el verdadero secreto de entrar en el descanso de Cristo. En tanto que luchamos para nuestra propia justicia, y nos esforzamos con nuestra propia voluntad, nunca lo alcanzaremos. «Venid a mí todos los que estás trabajados y cargados», dice Cristo, «y yo os haré descansar».
Cuando cesamos en nuestros esfuerzos por justificarnos a nosotros mismos y aceptamos su justicia, tenemos el reposo del perdón. Cuando cesamos en nuestros esfuerzos de santificarnos a nosotros mismos, y aceptamos su revestimiento de vida y santidad, tenemos el reposo de la santidad. Cuando cesamos en los esfuerzos de nuestra propia voluntad y aceptamos la suya, y tomamos su yugo sobre nosotros, tenemos la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento. Una vez más es verdad:
Luché y me esforcé para ganar
la bendición que me dejara libre,
pero sólo cuando cesé en mis esfuerzos,
Jesús me dio su paz.
Es notable y hermoso que, aunque después, en cuanto a la medición del tiempo, hasta la resurrección de Cristo, el sábado o día de reposo fue el séptimo día de la semana, en realidad era el primer día de la vida de Adán. La primera aurora que contempló Adán fue la del sol del día de reposo, porque fue creado la tarde del día sexto; de modo que el día de reposo de Adán fue en este aspecto una prefiguración del día de reposo cristiano. La hermosa enseñanza de este hecho es que necesitamos empezar con el reposo, y no esperar, para terminar con él. No somos aptos para el servicio hasta que hemos descansado primero en la paz de Dios.
Cristo no va a poner su carga sobre un corazón cargado, como una persona no sobrecargaría a su propio animal de carga; por tanto, el día de reposo cristiano da comienzo a la semana, enseñándonos que hemos de entrar en el reposo para poder estar preparados para el servicio.
El cielo que contemplan muchos para cuando mueran debe venir tan pronto como han empezado a vivir y prepararlos para todas las labores y cargas de la vida. Por tanto, nuestro querido Señor dijo: «Venid a mí», primero, y «os haré descansar». Luego: «Tomad mi yugo sobre vosotros» y «con el corazón descansado, id, servidme». ¿Hemos entrado en su descanso, su glorioso descanso? ¿Tenemos ya no sólo la paz, sino la «paz, paz» en la cual él va a guardar el corazón que permanece en él? ¡Oh, escuchemos la voz dulce que viene a nosotros en la serena mañana del Edén, y del otro huerto y mañana, junto a la tumba vacía de José de Arimatea, donde la inquietud y la ansiedad hallan reposo en su seno, suficiente en todo.
En la puerta de una catedral inglesa, en la isla de Wight, está la figura de mármol de una mujer echada, con la cabeza reposando en una Biblia abierta, y las palabras: «Venid a mí, todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar». Es un recuerdo de una princesa real, cuya vida se consumió durante muchos años en una prisión cercana, y que al fin fue hallada una mañana con su hermosa cabeza descansando sobre este versículo, la página todavía humedecida por las lágrimas. Su cansancio había hallado como almohada el pecho de Jesús. Así que descansemos, antes que la mano fría de la muerte destruya nuestro agitado pulso, y apoyándonos en su fuerza hallaremos que:
Su plenitud circunda nuestra insuficiencia,
nuestra inquietud se aquieta en su descanso.