Aunque las Sagradas Escrituras son un relato literal e histórico; con todo, por debajo de la narración, hay un significado espiritual más profundo.
El Espíritu Santo en nuestras vidas
¡Qué hermosa figura del Espíritu Santo en nuestras vidas! Al principio, él siempre va adelante. Hubo un tiempo en que este bendito Espíritu parecía destacarse como una gran luz sobrecogedora ante tus ojos. Le contemplabas y le seguías a cierta distancia, sin atreverte a acercarte más.
Pero llegó un día en que pareció adquirir un matiz más oscuro y hosco: y entonces una voz dijo: «Entra en estas olas encrespadas; métete en el Mar Rojo». Cuando lo hiciste, podías oír los carros de Faraón detrás, y te parecía que solo había un paso entre tu alma y el desastre.
Entonces te pareció que la doctrina del Espíritu Santo desaparecía, y en vez de ella, en tu mismo corazón, vino su presencia; la nube se movía desde delante y penetraba dentro mismo de tu ser, y te impregnaba y cubría a partir de entonces: una vida consciente que es parte de toda tu existencia.
Las Escrituras dicen: «Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu» (1ª Cor. 12:13). Él te bautiza hasta que quedas sumido como en un océano, y entonces empiezas a beber de este océano hasta quedar saturado de él; pero es en la hora de la dificultad, cuando fallan todos los recursos, cuando ni tan solo está ya a tu vista el Espíritu, sino que él tiene que poner sus brazos alrededor de ti y ponerte más cerca de sí.
Oh, queridos amigos, ¿han cesado de mirar al Espíritu Santo? ¿Han cesado de confiar que él haga las cosas por ustedes e incluso de que él sea su guarda? ¿Han llegado a tomarle en su vida para que los revista y los sature, para verle menos y tener más de él y participar de toda la plenitud de su vida?
El Espíritu de reposo
Sin embargo, el Espíritu Santo no solo era el guía y defensor, el que los bautizaba y los revestía, sino que era también el Espíritu de reposo. Muchas veces el Espíritu no estaba en marcha, sino que permanecía quieto. Entonces les ordenaba que se detuvieran, los dejaba entrar en el secreto de su presencia y les mandaba que esperaran.
Lo mismo ocurre con nosotros. Habrá ocasiones en que Jesús se hallará en la popa de la barca durmiendo. Habrá ocasiones en que sentirás como si no hubiera nada en ti, que eres una cáscara vacía, ocasiones en que no tendrás lugar adónde ir, o no sentirás el incentivo de la emoción natural.
¡Ah, esto es lo que pone a prueba a muchos cristianos, a veces! Se defienden muy bien en medio de la batalla, pero cuando tienen que estar quietos y esperar en Dios, entonces fallan; se desploman, no pueden oír la voz que les manda descansar.
En el peregrinaje del antiguo pueblo de Dios, cuando la columna de nube descansaba, el pueblo descansaba; cuando se ponía en marcha, ellos también lo hacían, y cuando Dios lo ordenaba, descansaban.
El problema para muchos es que se ponen en marcha antes de empezar a moverse la columna. Hay ocasiones en que Dios quiere que estemos quietos. Gran parte de la vida cristiana consiste en seguir las instrucciones de la palabra: «¡No!». Lee los diez mandamientos y muchos de ellos empiezan con: «¡No!». Lee la historia de la vida cristiana en el maravilloso capítulo 13 de 1ª Corintios y verás que hay muchas cosas que el amor no hace.
La mayor obra del Espíritu Santo es llamarnos a que estemos quietos, para enseñarnos a cesar en nuestra actividad.
Hemos de aprender a permitir que la columna de nube y de fuego descanse, y entonces estar sosegados bajo su sombra protegidos del calor del día. Así, el Señor será nuestra guarda y nuestra sombra; él no es nunca nuestra sombra, a menos que estemos quietos. Cuando andaban, la columna no era una sombra. De vez en cuando él veía que necesitaban ser resguardados y descansar un rato. Y entonces los hacía parar.
Si tú has de conocer al Señor como tu guarda, tendrás que conocerle como tu sombra. Por ello dice: «El sol no te herirá de día, ni la luna de noche», y sigue a continuación: «El Señor guardará tu salida y tu entrada». Y luego, en marcha otra vez.
Este hermoso salmo es el salmo del peregrino: el Señor te guía y te hace sombra, sin adormecerse ni dormir, y guardándote a partir de ahora y para siempre.
El resplandor del trono de jaspe
Además, esta columna era más gloriosa aun de noche. Cuando caía la oscuridad y no había luces en la tierra, parecía un palacio celestial o el resplandor del trono de jaspe. Los rodeaba de sombra y oscuridad durante el día, pero solo brillaba durante la noche.
De esta forma, tú has hallado su presencia más brillante cuando ha desaparecido todo gozo; y entonces un cántico de aleluyas resonantes ha brotado de tus labios en la noche. Fue cuando se hubo puesto el sol y cayó sobre Abraham el horror de la profunda oscuridad, que la antorcha ardiente pasó delante de él.
Fue cuando los discípulos habían subido a las alturas y a medianoche que, de repente, brilló una luz superior a la del sol, y los vestidos de Jesús se volvieron resplandecientes, y una voz dijo: «Este es mi Hijo amado, en el cual tengo contentamiento».
Estas son las horas de la bendición. ¡Oh, amado, transfórmalas en montes de la trasfiguración, con Jesús en medio!
Además, la antigua columna les hablaba. De ella salía la voz de Dios. No era una presencia silenciosa. «Mis ovejas me siguen porque conocen mi voz». Finalmente, era una presencia constante. Él no la apartó de ellos durante todo su peregrinaje en el desierto, y aun cuando no la veían a veces durante un rato, no se la había quitado, sino que era restaurada, diciendo: «Mi presencia irá con vosotros y os daré descanso. No quito la columna de nube de día, ni la columna de fuego de noche».
Así los guió siempre Dios; y aun cuando ellos rehusaron entrar en la tierra de promisión, al poco, los perdonó, y siguió con ellos por el desierto, por el camino que él no había escogido. Así, durante dos mil años, ha sido tratado el Espíritu Santo por la iglesia de Dios con la misma desobediencia y, con todo, no la ha privado un solo día de su presencia iluminadora. En toda la historia de la iglesia, el Espíritu ha estado con su pueblo, y va a estar con ellos hasta que venga Cristo. Ha estado contigo en tu vida cristiana; y si no plenamente en ti, por lo menos ha estado delante y detrás de ti.
La presencia interior
Esto nos lleva a otro punto. Aunque no sea directamente escritural, esta lección es verdadera. La columna de nube y de fuego guió a los hijos de Israel solo hasta el Jordán. Y cuando hubieron entrado en la tierra de promisión con Josué, ella dejó de acompañarlos, pero, a partir de entonces, la presencia de Dios quedó velada entre los querubines, detrás del velo del Lugar Santísimo.
¿No hay algo que podamos aprender aquí? ¿No nos muestra que durante la vida en el desierto la presencia del Espíritu Santo es quizá más maravillosa, más sorprendente; pero que, al llegar más cerca de Dios, no es una presencia exterior, sino interior? Es viable, no para el ojo sensorial, sino en las cámaras del corazón, donde entra en el Lugar Santísimo y mora en el lugar del Altísimo.
¿No hemos visto algo semejante en nuestra propia experiencia? Al principio, Dios nos guiaba más bien por los sentidos. Era esto lo que, como niños, necesitábamos: lecciones, objetivos, cuadros, escenas y cuidado personal directo.
Pero, al entrar en la presencia íntima de Dios, cuando nos consagramos de modo total y sin reservas, cuando pasamos a ser sacerdotes suyos y entramos en el tabernáculo de Dios para morar en su pabellón; entonces la columna de nube deja de verse en el cielo, pero su presencia es más gloriosa adentro, como la presencia Shekinah en el antiguo templo.
Cuando apartabas la cortina y entrabas en el Lugar Santísimo, podías ver una gloriosa manifestación, no la columna de nube en el cielo, sino una llama siempre ardiendo entre los querubines, donde él revelaba su gloria, no como el Dios del cielo entre las nubes, sino como el Dios que ama y mora en las cámaras interiores del espíritu manso y humilde. Quieto, quizás, y desconocido por el mundo, pero una presencia que llena el corazón de reposo y satisfacción constante.
Así que, amado, hay para ti algo mejor incluso que la presencia visible. Hay un lugar en tu corazón, al cual él vendrá si le dejas entrar.
Si quieres cruzar el Jordán y salir del desierto, si quieres morir en las aguas que te separan de ti mismo y tu pasado, si con Josué como guía quieres entrar y vivir por fe, no por vista, entonces hallarás este lugar interior, este Lugar Santísimo en tu corazón, en el cual Dios morará con su amor y su gloria.
Entonces conocerás el significado de versículos como: «El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente … Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que queráis, y os será hecho … Porque has puesto a Jehová que es mi esperanza, al Altísimo por tu habitación, no te sobrevendrá ningún mal y ninguna plaga tocará tu morada … y será aquel varón como un escondedero contra el viento, y como un refugio contra el turbión, como arroyos de aguas en tierra de sequedad».
Una realidad en el corazón
¿Has llegado a esto? Ven hoy, y entra en esta cámara interior; deja que la columna de nube y de fuego se acerque más, que descienda a tu corazón; que Dios no sea para ti algo distante, allá arriba, sino que está aquí; no algo que ves en el libro o en la visión, sino una presencia en tu ser. Moisés dijo: «Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí. ¿Y en que se conocerá aquí que he hallado gracia en tus ojos, yo y tu pueblo, sino en que tú andes con nosotros, y que yo y tu pueblo seamos apartados de todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra?».
Dios había dicho: «Enviaré a un ángel; daré el mismo poder como si estuviera presente». «Oh, no», fue la respuesta de Moisés, «si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí». Dios dijo: «Mi presencia irá con vosotros»; pero esto no fue suficiente. Replicó Moisés: «Señor, si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres tu gloria; no solo tu presencia, sino esta Shekinah dentro, tu presencia interior». Y el Señor dijo: «Sí, la verás; ellos pueden ver la nube, pero tú, Moisés ven y te esconderé en la hendidura de esta peña y haré que toda mi gloria pase delante de ti».
Y Dios reveló su nombre, el de un Dios misericordioso y clemente, que hace misericordia de millares; esta fue la revelación interior de Dios.
Querido amigo, cuando Dios viene a ti de esta manera, será por medio de la fe. Cuando Josué pasó el Jordán, la gran promesa que recibió fue: «Te daré todo lugar sobre el cual se pose la planta de tu pie». Había de ser una vida de fe; Josué creyó en el Dios invisible, y Dios le fue revelado. Acéptale hoy por fe, y él se te revelará.
Un día, cuando salía de esta sala, vino a hablar conmigo una persona con quien ya había hablado antes, cuando su corazón estaba muy oprimido y anhelaba la presencia de Dios, y le pregunté si Dios le había mostrado ya lo que quería decirle en aquella ocasión.
Ella me dijo: «Ya lo he descubierto; el Señor vino y me dijo: ¿Estás dispuesta a confiar en mí con fe simple? ¿Estás dispuesta a recibirme con un corazón que crezca de gozo, sin ningún signo visible de mi presencia, y a confiar en mí sin temor? ¿Estás dispuesta a ser marchitada?». Y ella había contestado: «Sí. Señor». «Y entonces –dijo ella–, todos mis temores desaparecieron, las tinieblas se desvanecieron, y oleadas de gozo inundaron mi ser».
Así que reconozcamos esta presencia, aunque no la veamos en una señal resplandeciente ante nosotros. Está escondida dentro. El pueblo de Israel no siempre podía ver la gloria Shekinah, pero ella siempre estaba allí. Así que confía en el Señor y síguele, porque este es el secreto de su guía eterna, que Dios ha dado a aquellos que le obedecen. Este es el secreto, el gozo del Espíritu Santo. El Señor te ayude a rendirte y gozarte en el gozo pleno del Espíritu Santo.