El principal resultado de la caída del hombre en Edén fue la separación. El hombre fue alienado de Dios, de sí mismo, de su prójimo y de la naturaleza. La alienación del hombre no es un descubrimiento del existencialismo del siglo XX; es la consecuencia del pecado, tan antiguo como el hombre. Y este pecado del hombre no fue de carácter sexual –como se ha querido erróneamente mostrar– sino de carácter moral: la desobediencia al mandato de Dios.

La primera reacción de Adán y Eva luego del pecado fue de miedo, de desazón, por lo que se ocultaron de la presencia de Dios. La conciencia comenzó a hacer su trabajo, incluso antes de que oyeran a Dios buscándoles en el huerto. Desde entonces, aunque se intente acallar esa voz, se hace oír siempre a favor de Dios, sumiendo al hombre en el descontento, la insatisfacción y la culpa.

El hombre fuera del huerto conoce el bien, pero no puede hacerlo; y conoce el mal, sin poder zafarse de él. Es un dilema que le desestabiliza y deprime: es el drama del hombre alienado de Dios. El cuadro de Romanos 3:10-18 describe al hombre sin Dios; en tanto el cuadro de Romanos 7:7-23, describe al hombre creyente. Un cuadro es casi tan sombrío como el otro. La psicología y la psiquiatría han debido inútilmente hacerse cargo de la condición caída del hombre, para intentar remendar lo que solo Dios puede remediar.

El pecado produjo la separación entre Adán y Eva, por la acusación mutua; entre el hombre con su hermano, en el primer y espantoso fratricidio; entre el piadoso y el impío, evidente en los descendientes de Caín y los de Set; entre el padre y el hijo, representado por Noé y su hijo Cam; entre un pueblo y otro, en la confusión de sus lenguas. Todo se disgregó y huyó de su centro; todo perdió su equilibrio para apartarse lejos.

La naturaleza, en un principio puesta a los pies del hombre para que le sirviese, y para el hombre señorease sobre ella, se levantó contra su amo y lo sobrepasó. Los cardos y los espinos surgieron, y se negó a darle el fruto para su sustento. Más adelante habrá de servir como instrumento de juicio para toda la humanidad corrompida. La naturaleza solo recuperará la salud cuando Cristo reine sobre la tierra. Entonces los contrarios –el lobo y el cordero; la vaca y la osa; el niño y el áspid– se unirán en la paz y la concordia, en un escenario ya sin pecado.

La postrera separación fue la más grave de todas y la que, en definitiva trajo la reconciliación a todo lo creado. El Hijo de Dios en la cruz del Calvario clamó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?». Allí, en esa separación, volvió la paz que se había roto, y los contrarios se volvieron a unir. Dios recupera al hombre y el hombre se vuelve a Dios. ¿La explicación? El pecado fue quitado. Porque el pecado separa, pero la cruz de Cristo nos vuelve a reunir.

258