La obra del ministerio y la edificación del cuerpo de Cristo están en manos de todos los santos.
Los santos son quienes realizan la obra del ministerio, es decir, la obra del servicio. Para esto Dios constituye ministros de la Palabra, quienes les capacitan, equipándolos, y una vez equipados, son ellos los que efectivamente edifican el cuerpo de Cristo con su servicio.
Hoy quisiera compartir acerca de algunos santos mencionados en las Escrituras, que nos dejaron ejemplo en esta tarea.
Dedicados al servicio de los santos
El apóstol Pablo, sabiendo que es propósito de Dios manifestar el cuerpo de Cristo, en sus epístolas hace referencias explícitas de hermanos y hermanas, que despertando a esta verdad, se destacaron en el servicio a los santos. Generalmente en los últimos capítulos de algunas epístolas, el apóstol hace mención de varones, mujeres, matrimonios y aún familias enteras entregadas a la obra del servicio.
Por ejemplo, en el último capítulo de la epístola a los Romanos, menciona 35 nombres de hermanos. De ellos da testimonio con referencias afectuosas, tras ellas existe una lección espiritual que aprender. La carta nos habla de cosas maravillosas de la vida cristiana, como la justificación por la fe, la justicia divina, la vida en el Espíritu, la salvación, el trato de Dios con su pueblo, etc. Son enseñanzas preciosas, pero Pablo termina su carta con lo más relevante, la iglesia.
Pablo Dice: «Os recomiendo además nuestra hermana Febe, la cual es diaconisa de la iglesia de Cencrea; que la recibáis en el Señor, como es digno de los santos, y que la ayudéis en cualquier cosa en que necesite de vosotros; porque ella ha ayudado a muchos, y a mí mismo» (16:1-2). Apreciemos el valor de esta hermana para la iglesia de Cencrea. El testimonio de su servicio era tan evidente que Pablo no tuvo temor en recomendarla y solicitar que los hermanos en Roma no escatimen esfuerzo en ayudarla en todo lo que necesite. Febe ocupó un lugar de honor a los ojos del apóstol. Y el Espíritu Santo dejó registro de ella en las Sagradas Escrituras.
La lista es muy larga, solamente haré referencia a algunos. «Saludad a Priscila y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús, que expusieron su vida por mí; a los cuales no sólo yo doy gracias, sino también todas las iglesias de los gentiles» (vv. 3-4). Aquí se destaca un matrimonio. Ellos trabajaron junto a Pablo no sólo en la obra de Dios, sino también en el momento de la necesidad, cuando hubo que echar mano al oficio de hacer tiendas. Pablo era un agradecido de esta pareja. Las iglesias gentiles también. Su trabajo fue conocido en Éfeso, Corinto y Roma. (Hch. 18:3, 24-28). Estos hermanos trabajaron codo a codo con Pablo. La obra necesita matrimonios así.
Continúa: «Saludad a Epeneto, amado mío, que es el primer fruto de Acaya para Cristo. Saludad a María la cual ha trabajado mucho entre vosotros. Saludad a Andrónico y Junias mis compañeros de prisiones… Urbano nuestro colaborador…Trifena y Trifosa las cuales trabajan en el Señor…Pérsida la cual ha trabajado mucho en el Señor…» (vv. 5-7, 9, 12), etc.
El apóstol dice algo de cada uno en relación al servicio. Si pudiésemos escudriñar cada uno de estos nombres y conocer su historia, encontraríamos personas que conocieron la cruz, que fueron tratadas por Dios, y que en respuesta sirvieron a los santos.
Observemos el último capítulo de 1ª Corintios. En general, a veces los últimos capítulos se pasan por alto, pues allí hay nombres y saludos. Pero miren qué importante es detenerse y apreciar la iglesia de Jesucristo en los hermanos mencionados.
«Hermanos, ya sabéis que la familia de Estéfanas es las primicias de Acaya, y que ellos se han dedicado al servicio de los santos» (16:15). Felizmente, siempre hay familias que se destacan por el servicio en medio nuestro. Padres, madres, hijos. Todos sirviendo, amando al Señor y a los santos. Es la iglesia de Jesucristo.
«Os ruego que os sujetéis a personas como ellos, y a todos los que ayudan y trabajan» (16:16). Nótese que no está diciendo: «Sujétense a aquellos que más saben de la Palabra, aquellos que profetizan y conocen los misterios de Dios». Dice: «Sujétense a estas personas que sirven». ¿Por qué? Porque allí está garantizado que hay vida de Dios, pues el Hijo del Hombre no vino para ser servido sino para servir. En el reino de Dios, el que sirve es el mayor.
Leemos a continuación: «Me regocijo con la venida de Estéfanas, de Fortunato y de Acaico, pues ellos han suplido vuestra ausencia. Porque confortaron mi espíritu y el vuestro; reconoced, pues, a tales personas» (16:17-18). Aquí hay hermanos que sirven alentando y consolando. Destinados por gracia de Dios a suplir necesidades de los santos. Corazones puros y misericordiosos. Atentos no sólo a necesidades espirituales y emocionales, sino también materiales como la preocupación de Epafrodito por las carencias del apóstol (Fil. 4:18), a quien Pablo alaba por el amor y solicitud de su servicio.
Cuando hay desacuerdos
Precisamente a los Filipenses les dice: «Así que, hermanos míos amados y deseados, gozo y corona mía, estad firmes en el Señor, amados. Ruego a Evodia y a Síntique, que sean de un mismo sentir en el Señor. Asimismo te ruego también a ti (Timoteo), compañero fiel, que ayudes a éstas que combatieron juntamente conmigo en el evangelio, con Clemente también y los demás colaboradores míos cuyos nombres están en el libro de la vida» (4:1-3). Estas hermanas batallaron junto a Pablo sirviendo al Señor. Pero algo ocurrió entre ellas que les distanció, entonces Pablo pidió el servicio mediador de Timoteo, para ir en ayuda de aquellas que en algún tiempo fueron colaboradoras. Pablo exhorta a ambas y luego ruega la intervención de Timoteo: «Ayuda a éstas dos que se enemistaron. Ayúdalas, porque éstas son un equipo valiosísimo, algo ocurrió entre ellas y ahora están distanciadas. Timoteo, haz algo por ellas. ¡Sirve a tus hermanas!».
Colosenses 4:7-9: «Todo lo que a mí se refiere, os lo hará saber Tíquico, amado hermano y fiel ministro y consiervo en el Señor, el cual he enviado a vosotros para esto mismo, para que conozca lo que a vosotros se refiere, y conforte vuestros corazones, con Onésimo, amado y fiel hermano, que es uno de vosotros. Todo lo que acá pasa, os lo harán saber». Aquí se menciona el servicio de la mutualidad. Hermanos que se encargan de llevar y traer bendición. No maldición, sino buenas noticias.
Marcos, el sobrino de Bernabé
Para concluir, quiero extraer algunas lecciones tocante al servicio en la epístola de Colosenses. «Aristarco, mi compañero de prisiones, os saluda, y Marcos el sobrino de Bernabé, acerca del cual habéis recibido mandamientos; si fuere a vosotros, recibidle» (v. 10). En estos versículos aparece mencionado Juan Marcos. Su vida tiene mucho que ver con el servicio, por lo que les ruego tomen atención.
¿Por qué Pablo dio mandamiento a la iglesia de Colosas respecto de Marcos? «…Si fuere a vosotros, recibidle». ¿Acaso la iglesia no le recibía? De ser así, ¿qué fue lo que ocurrió? Pablo da una pista al recordar que es el «sobrino de Bernabé». ¿Recuerdan a Bernabé? Bernabé, se llamaba José. Lo leemos en Hechos 4:36: «…José, a quien los apóstoles le pusieron por sobrenombre Bernabé (que traducido es, Hijo de consolación)». Este hermano era tan desbordante en gracia, que los apóstoles le apodaron «hijo que consuela». El carisma de sus palabras, su actitud, sus gestos, sus afectos, su servicio le hizo merecedor de tal distintivo. Toda su personalidad estaba al servicio de la iglesia. Bondadoso, sensible a la necesidad, en fin. Un hombre que traía consuelo a la iglesia. Un hijo de consolación.
Entre varios hechos destacables, Bernabé fue el primero en acercarse a Saulo y creer en su testimonio. Recuerden que Pablo, siendo primero Saulo, poseía una personalidad muy enérgica. Extremadamente celoso, radical, impetuoso. Saulo era tan fuerte de personalidad y convicciones que persiguió celosamente a la iglesia, lo que dio pie al temor en los hermanos.
Cuando Saulo se convierte al Señor los hermanos no deseaban reunirse junto a él a causa del miedo. Hechos 9:26: «Cuando llegó a Jerusalén, (ya estaba Saulo convertido) trataba de juntarse con los discípulos; pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulos.». Pues bien, imaginemos la situación. El terror que Saulo ocasionó a la iglesia era tal que los mismos santos estaban angustiados e inundados de miedo. Pero, fue Bernabé, este «hijo de consolación» quien, superando este temor, creyó en Saulo y su testimonio. Esto lo concretó guiándole en sus primeros pasos. Así, lo dio a conocer a la iglesia y a los apóstoles, habiendo ganado un don precioso para la edificación de los santos. (Hech. 9:27) Luego, después de estar varios años en Tarso, Bernabé le fue a buscar para llevarle a Antioquía. (Hech. 11:25)
Bernabé trae a Pablo de Tarso a Antioquia
Estando en la iglesia de Antioquia, Bernabé y Saulo hicieron aquí el lugar de su servicio a los santos. Aquí ocurre un mover de Dios muy particular para ese tiempo. Muchos gentiles conocieron la Palabra y establecieron la iglesia del Señor en esa localidad, provocando una explosión de vida en la ciudad. Recuerden que es en esta ciudad donde se les llama por primera vez «cristianos» a los hermanos. La gracia otorgada a esta iglesia fue manifiesta, y por primera vez el Espíritu Santo habla, separando a hombres para la obra apostólica. Es tan importante este hecho pues aquí se inicia un «nuevo apostolado», esta vez apóstoles, obreros cristianos, no de entre los doce. (Hech. 13:1-3).
Bernabé y Saulo fueron a quienes el Espíritu Santo señaló para ser apartados en este oficio. Como todo lo divino, era tan delicada esta misión que requería de hombres espirituales. Y los hermanos, habiendo ayunado, les impusieron las manos y les despidieron. «Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo, descendieron a Seleucia, y de allí navegaron a Chipre. Y llegados a Salamina, anunciaban la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Tenían también a Juan (Marcos) de ayudante» (Hech. 13:4-5).
Deciden llevar a Juan Marcos de ayudante, y viajan rumbo a Chipre. Después de visitar algunas localidades, no sin oposición, en Perge de Panfilia el sobrino de Bernabé decide unilateralmente dejarles y volver a Jerusalén, posiblemente a casa de su madre. (Hech. 12:12). Este fue un duro golpe para los apóstoles que arrastraría dificultades posteriores a la obra. Bernabé y Saulo continuaron su viaje con mucha oposición, pero sobretodo con el poder y la gracia de Dios, hasta terminar la misión.
El ayudante que desertó
Al volver rindieron cuenta a la iglesia y contaron cómo vieron los milagros de Dios y cómo Dios respaldó la palabra con prodigios y señales. Pero había un punto delicado que ambos seguramente no querían tocar. El punto más negro de la situación es que aquel ayudante con el cual salieron de la iglesia de Antioquía desertó de la misión. Resuenan en sus conciencias las palabras del Señor: «Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios» (Lc. 9:62).
Se separan Pablo y Bernabé
Luego la Escritura dice: «Después de algunos días, Pablo dijo a Bernabé: Volvamos a visitar a los hermanos en todas las ciudades en que hemos anunciado la palabra del Señor, para ver cómo están. Y Bernabé (el hijo de consolación) quería que llevasen consigo a Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos; pero a Pablo no le parecía bien llevar consigo al que se había apartado de ellos desde Panfilia, y no había ido con ellos a la obra. Y hubo (lean bien por favor, no vamos a esconder esto) tal desacuerdo entre ellos, que se separaron el uno del otro; Bernabé, tomando a Marcos, navegó a Chipre, y Pablo, escogiendo a Silas, salió encomendado por los hermanos a la gracia del Señor, y pasó por Siria y Cilicia, confirmando a las iglesias» (Hech. 15:36-41).
Podemos imaginar la posible discusión aquí. Pablo hizo uso de las demandas a los discípulos, lo delicado de la obra y el perfil de un obrero fiel. Bernabé hizo uso de la misericordia, la paciencia. Las mismas que él tuvo con Saulo cuando nadie le quería. Sin embargo, Pablo no echó pie atrás. Qué triste, estos obreros no pudieron resolver el conflicto y se separaron. A las iglesias, y todos cuanto les conocieron, les fue muy difícil entender la situación. La conclusión fue: «La obra sufrió pérdida a causa de la deserción de Juan Marcos»
El desertor
Esta noticia corrió por las iglesias rápidamente. La «deserción» de Marcos en Perge fue motivo de comentarios en las iglesias de alrededor. Y todos culparon a Marcos: «El desertor, indigno del Señor»
¿Qué pensamientos habrán pasado por la cabeza de Marcos? ¿Qué sentimientos se habrán alojado en el corazón? ¿Qué culpa habrá sentido Marcos?… ¡El desertor! Ese era su nombre: El desertor, el infiel, el que volvió atrás, el que puso la mano en el arado y miró atrás; el que no es digno del Señor. Así se llamaba a sí mismo. Así el maligno entraba en su cabeza y le hablaba. Así todo el mundo y aun los hermanos lo miraban.
Esta es la razón por la cual Pablo escribe de esta manera a la iglesia de Colosas: «Marcos el sobrino de Bernabé, acerca del cual habéis recibido mandamientos; si fuere a vosotros, recibidle» (Col. 4:10). Pablo después de un buen tiempo, tuvo que intervenir. Primero dejándose persuadir por el Señor y luego ordenando a la iglesia que reciban al discípulo. El Señor trató profundamente en el corazón de Pablo. Y con la misma fuerza que se opuso de llevar a Juan Marcos a la obra por segunda vez, así también ahora solicita su presencia.
Esto se evidencia al final de sus días, cuando en su última carta hace un ruego desde su espíritu solicitando la presencia de Juan Marcos, escribiendo: Timoteo…»Toma a Marcos y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio» (2ª Tim. 4:11)
De la misma manera, Dios trató también con la vida de Marcos, y aquel que no servía para servir, aquel desertor, fue a quien Dios usó para revelarnos la persona de Jesús como el Siervo de Dios en el evangelio de Marcos. El evangelio de Juan revela al Hijo de Dios y Lucas la contraparte, es decir El hijo del Hombre. Mateo nos revela al Rey, y Marcos «el desertor», nos revela al Siervo de Dios.
Bendito es Dios que llama a lo que no es como si fuese. Y a lo menospreciado escogió, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.