Una mirada a los nombres de Dios.
Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre».
– Mateo 6:9.
La oración conocida como el Padre Nuestro, contiene tres peticiones que conciernen a los intereses de Dios: Santificado sea tu nombre, venga tu reino y sea hecha tu voluntad. Note el énfasis centrado en el pronombre «Tu». Las otras peticiones están centradas en nuestras necesidades.
Interesa destacar en este artículo la primera de las tres peticiones, ya que Jesús está enseñando a los discípulos a orar. Está dando instrucciones de cómo se han de hacer las prácticas devocionales, tales como la limosna, la oración y el ayuno. «Cuando des limosna… no hagas como… Cuando ores no hagas como los hipócritas… Vosotros orareis así: Padre nuestro, que estás en los cielos santificado sea tu nombre».
Aunque la vida cristiana no es un vida de reglas, no depende de normas o leyes, pues la vida cristiana es la vida de Dios, la vida del cielo que se nos manifestó en Jesucristo y que ahora está en nosotros por el Espíritu Santo, no obstante, nosotros que tenemos esta preciosa vida, necesitamos instrucciones, pasos certeros y rectitud en el hacer. Hay que establecer el orden en las prioridades, y en cuanto a la oración, lo más importante, entonces, es santificar el nombre del Padre.
El Nombre del Padre
Jesús, orando al Padre, dijo: «He manifestado tu nombre a los hombres…» (Juan 17:6) ¿Cuál es este nombre? No se trata de un título específico, sino de la revelación de la naturaleza divina y sus atributos, los cuales son imposibles de describir con un solo título. Podemos tener una visión del significado de su Nombre, observando la persona, la vida, las obras y las enseñanzas de Jesús.
Lo que observamos en Jesús, tocante a la revelación del nombre divino, queda confirmado también a través de los muchos nombres con que Dios se revela a sí mismo en el Antiguo Testamento. En las experiencias con los patriarcas, con Moisés y con el Pueblo de Israel, Dios se reveló a sí mismo, diciendo: «Yo Soy el que… está contigo, el Todopoderoso, tu Dueño, tu Sanador, tu Bandera…»; y así se va mostrando progresivamente. Todos esos nombres son aplicados al Señor Jesús en el Nuevo Testamento.
Jesús es JESHÚA en hebreo, y significa Salvación. En toda la Biblia, Jesús tiene 252 nombres y todos ellos convergen a un solo nombre y este es JESHUA. Pedro da testimonio que «no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hech. 4:12) El aspecto más sobresaliente que Jesús nos reveló de Dios el Padre es que se complace en salvar. Jesús enseñó que conocerlo a él es conocer al Padre, quien lo ve a él, ve al Padre, porque él es en el Padre y el Padre en él, y él y el Padre son uno. No que sean la misma persona, sino uno, en esencia. Lo que uno es lo es también el otro. Así que si el Padre se complace en salvar, el Hijo igualmente salva; si observamos lo que son las obras del Espíritu Santo en el libro de los Hechos, veremos que el Espíritu Santo también salva.
Jesús se presenta como «Yo Soy el Pan». Como Pan, nos salva del hambre; como Luz, nos salva de las tinieblas; como Camino, nos salva de estar perdidos; como Pastor, nos salva de descarriarnos. Así, todos los nombres de Cristo convergen en Salvación, lo mismo que los nombres de Dios en el Antiguo Testamento.
Dios había dicho a Israel antes de entrar a la tierra prometida: «El lugar que Jehová vuestro Dios escogiere de entre todas vuestras tribus, para poner allí su nombre para su habitación, ése buscaréis y allá iréis» (Dt. 12:4). En el Antiguo Testamento, ese lugar fue Silo temporalmente y posteriormente Sion, una figura de Cristo, quien es el lugar definitivo en que Dios puso Su nombre, a fin de que congregados en Su nombre podamos experimentar la manifestación de Dios.
Jesús dijo: «Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mateo 18:20). La manifestación de Dios en medio de la reunión de los congregados en su nombre siempre resultará en expresiones de salvación, porque Dios nos está santificando a fin de que seamos suyos. Él quiere estar con nosotros, reunirse con nosotros, a fin de darse a conocer, y que nosotros, al conocerle, podamos disfrutar, adorándole por su grandeza. Israel, en sus reuniones, se acercaba a Dios a través de sacrificios; nosotros lo hacemos a través del Cordero de Dios, Jesucristo el Señor.
Los nombres de Dios en el Antiguo Testamento
Como son muchos, y muy extensa la explicación de cada uno de ellos, vamos a exponer algunos y en forma breve, a causa del espacio.
Eloim: Este es el primer nombre de Dios en el Antiguo Testamento. Aparece cientos de veces; tan sólo en el capítulo 1 de Génesis aparece 32 veces. Con este nombre, Dios se revela como el que tiene la gobernabilidad del Universo, el poder para la creación de todas las cosas, es el Dios que está por sobre las naciones. La palabra «El» significa, en hebreo, Dios. La terminación «im» indica pluralidad, lo cual dice que Dios no es una persona, ni un individuo, sino una unidad que habita en pluralidad de personas. La persona del Cristo está incluida en Eloim, participando activamente como agente de la creación. El Señor Jesús reveló los mismos atributos de Eloim, al tener dominio sobre lo creado: caminar sobre el agua, reprender los vientos y el mar, sacar una moneda de la boca de un pez, resucitar a los muertos.
El Shadai, ha sido traducido como el Todopoderoso o también como el Omnipotente. Este nombre le fue revelado a Abraham, en el contexto de la promesa de tener una descendencia numerosa. La promesa tardó en cumplirse, Abraham y Sara tuvieron que morir a sí mismos para heredar lo que Dios le había prometido; el hijo llegó cuando ellos, humanamente hablando, nada podían hacer. Suele sucedernos a los cristianos: queremos tomar la herencia de Dios con nuestros esfuerzos propios. Dios se asegura de que le conozcamos como el Todopoderoso; nos lleva al límite de nuestras fuerzas para mostrarse él como el Dios de lo imposible, ya que en ese límite nosotros no podemos, y entonces vemos que él sí puede. El Shadai también denota pluralidad de personas.
Adonai, ha sido traducido como Maestro, Amo y Señor. Abraham vivió en un régimen de esclavos y amos; en un régimen de esta naturaleza, el amo tiene poder absoluto sobre los siervos y los siervos deben obediencia absoluta hacia los amos. Abraham tenía muchos siervos; siendo así, le fue fácil entender a Dios como Amo, ubicándose él como siervo. En el Nuevo Testamento Jesús es llamado de estas tres maneras, siendo la más contundente «Señor». Con este nombre es mencionado más de 650 veces. Las veces que se traduce como «amo» es «adon» siempre referido a hombres; sólo cuando se refiere a Dios lleva el «ai» porque también denota pluralidad.
Los tres nombres comentados, revelan que Dios es una familia.
Yahvé Jireh: Este nombre de Dios le fue revelado a Abraham cuando iba a sacrificar a Isaac. El muchacho preguntó: «¿Dónde está el cordero para el holocausto?»(Génesis 22:7). Cuando Abraham estaba a punto de clavar el cuchillo para sacrificar a su hijo, Dios proveyó el sustituto, un animal emitió un balido de entre las ramas. Abraham entendió que ahí estaba la provisión de Dios. Vio de antemano, es decir, una pre-visión, no sólo la que Dios le daba en ese momento para su hijo, sino la que Dios daría para todo el mundo en la persona del Mesías. Vio de antemano, recibió una provisión, sobre la base de una pre-visión. Entonces, en el monte Moriah, donde había levantado el altar para sacrificar a su hijo, allí mismo dos mil años más tarde moriría el Cristo y llamó a ese lugar. «Jehová proveerá» (Yahvé Jireh). Por tanto se dice hoy: «En el Monte de Jehová será provisto» (Gén. 22:14).
Hasta aquí, Dios se ha revelado a los patriarcas con algunos nombres que revelan lo que es su persona y sus atributos. Transcurren más de 400 años, hasta que se muestra a Moisés con el nombre divino de las cuatro consonantes: JHWH.
JHWH: Ha sido traducido como Yo Soy. Los masoretas, estudiosos del idioma hebreo en los siglos VII al XII, d. de C. colocaron las vocales de Adonai al nombre divino de las cuatro consonantes, quedando como Yahvé o Yawe. Más tarde, en el siglo XVI, los españoles, en la Versión Reina Valera, le colocaron Jehová. El sonido del nombre divino se perdió, debido a que los escribas en Israel se cuidaban mucho de pronunciar el nombre de Dios en vano. Como esto resultaba complicado, decidieron escribir solamente las consonantes, obviando las vocales. Con el tiempo, el sonido se perdió, y hasta ahora no se sabe cuál es el sonido original del nombre divino. Pero Jesús dice que él reveló el nombre del Padre a los hombres. No se trata, entonces, de un título, sino de la revelación, de lo que hay detrás del nombre, y detrás del nombre –según el concepto de aquella época en la que vivió Jesús– estaba la persona. De modo que a través de los títulos de Dios conocemos las personas que hay en Dios, y a esto se refiere Jesús con la revelación del nombre del Padre.
Dios le dice a Moisés: «Y aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob, como el Dios Omnipotente, más en mi nombre Jehová no me di a conocer a ellos» (Ex. 6:3). Es interesante que a partir de la revelación del nombre divino de las cuatro consonantes, traducido como el Yo Soy, Dios se revela a Moisés, manifestando de ahí en adelante en la historia de Israel, este nombre divino seguido de un sustantivo, adjetivo o verbo: Yo Soy tu Sanador, Yo Soy tu Bandera, Yo Soy tu Pastor, Yo Soy tu Paz, y así en adelante.
Santificado sea tu Nombre
¿Qué significa santificar el nombre de Dios? En forma práctica, santificar el nombre de Dios es mantener la fe en lo que Dios dice que es, en lo que Dios ha revelado de sí mismo. Yo Soy tu Provisión, Yo Soy tu Sustento, Yo Soy tu Sanador… En estos días en que el mundo incrédulo juzga a Dios por las calamidades en la antigua Birmania, en la China, o el volcán Chaitén en Chile, los creyentes seguimos diciendo que Dios es bueno, que para siempre es su misericordia. Esta lección la aprendieron los israelitas. Muchas veces estuvieron en el límite de sus fuerzas, siendo probados de una u otra manera. En esos momentos, alguien de entre los cantores emitía una proclama: «Diga ahora Israel, que Dios es bueno y que para siempre es su misericordia» – aparece varias veces en el Salmo 107, haciendo memoria de la historia de Israel. En el Salmo 46:2 señalan que aunque la tierra se moviera, los montes fuesen trasladados al corazón del mar, y las aguas bramaren, ellos no tendrían temor, porque Dios estaba con ellos.
El nombre de las consonantes, esencialmente, es el Dios que esta presente, el Eterno. La traducción en español, no queda tan clara, porque sólo se refiere a Dios con el verbo ser, mas en el original hebreo, Dios es el que está presente. No se puede saber quién es Dios, si no está presente. Jesús dijo que él estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo: «No temáis, porque YO SOY el que está con vosotros», debería ser la traducción del griego al español, en el relato de Jesús caminando sobre el agua.
¿Qué significa santificar el nombre del Padre, entonces? Significa sostener la fe en medio de las contrariedades de la vida, cuando todo pretende negar a Dios, cuando los impíos se levantan para desacreditar a Dios, cuando tu propio corazón se desestabiliza de la fe, a causa de las presiones de la vida. Hemos de proclamar nuestra fe, pues lo que vence al mundo es nuestra fe. Declarar lo que Dios es, lo que Cristo es, exaltar a Dios el Padre y a nuestro Señor Jesucristo a pesar de las pruebas o en medio de las pruebas; no perder la confianza.
¿Qué hubo entre los doce espías que fueron a ver la Tierra Prometida? ¿Por qué viendo lo mismo, diez de ellos relataron lo visto en forma negativa, y dos lo hicieron positivamente? Porque unos lo vieron con incredulidad y otros con fe, y eso es todo el asunto.
Profanar, es todo lo contrario de santificar, lo profano es lo que está fuera de Dios, lo que no va con su línea, con sus designios, con su carácter, con su naturaleza, con su Persona. Santificar es colaborar con Dios, es hacer notoria la diferencia entre lo santo y lo profano, entre lo que es de Dios y lo que no es. Por tanto, santificar el nombre del Padre es establecer, por medio de la fe, en mi propio corazón, lo que Dios es para mí. Cuando todo me dice «No», cuando mi circunstancia es adversa, cuando no entiendo por qué pasan ciertas cosas, cuando Dios se desaparece de mi vista, mi primera resolución ha de ser centrar todo mi corazón en el Señor, proclamando lo que Dios es para mí. La incredulidad deja fuera a Dios, lo desconoce, lo rechaza; mas la fe lo incluye.
La revelación del nombre Jahvé-Shalom («Yo Soy tu Paz») a Gedeón, da cuenta de esta realidad en forma maravillosa. Los días de Gedeón eran oscuros. Los madianitas y los amalecitas venían sobre los campos de Israel como hordas salvajes, destruyendo los sembrados, matando los animales. Israel tuvo que esconderse en cuevas; algunos vigilaban al enemigo para no ser sorprendidos.
Habrían trascurrido unos 200 años desde la muerte de Josué. En aquel tiempo deberían haber entrado en el reposo de Dios, pero ahora vivían en completa intranquilidad (es interesante que en la raíz de la palabra ‘impiedad’ está la palabra ‘intranquilidad’). En este contexto, se le aparece el Ángel de Jahvé a Gedeón diciéndole: «Jehová está contigo, varón esforzado y valiente» (Jue. 6:12). Aquí está completo el concepto del nombre divino de las cuatro consonantes YHWH: «Yo Soy, el que está contigo». Gedeón responde: «Ah Señor mío, si Jehová está con nosotros, ¿por qué nos ha sobrevenido todo esto?» (6:13).
Si leemos el contexto, observamos que es un descaro preguntarle a Dios lo que nos está pasando, cuando hemos vivido fuera de su voluntad. Israel, en esos días, tenía a Baal y Asera, ídolos que estaban a la puerta de la casa de Joás, padre de Gedeón. «Y mirándole Jehová…» (v. 14); el Ángel de Jehová ahora es identificado como Jehová mismo. Esto es una revelación de Jesucristo – una cristofanía, una aparición anticipada de Cristo. «…Ve con esta tu fuerza y salvarás a Israel de la mano de los madianitas. ¿No te envío yo?» (v. 14). Gedeón reacciona ofreciendo un sacrificio delante de Jahvé, el cual es aceptado con la señal del fuego. Cuando hemos vivido separados de Dios, la única forma de acercarnos a él es a través de un sacrificio.
La palabra «Shalom» se usa muchas veces en el AT., en diferentes contextos y aplicaciones, y se traduce como: pagar, perfeccionar, correcto procedimiento en una transacción comercial, estar a cuentas, estar bien, estar en paz. Se usa como saludo: Shalom es también «Paz a vosotros». En Brasil es ‘Todo bem?’, en forma de pregunta, y lleva la idea de saber si todo está bien, si todo está en paz, si no hay problemas. En la redención se usa esta palabra, para hacer la paz entre los que han estado apartados de Dios por los pecados; hay que pagar la deuda para quedar en paz. Dios enseñó esto en el libro de Levítico. Allí tenemos la ofrenda de paz. Fue esta ofrenda la que presentó Gedeón a Jahvé. En seguida, Gedeón vio cara a cara al ángel de Jahvé, el cual le dice: «Paz a ti» (v. 23). Entonces Gedeón edificó un altar a Jahvé, «y lo llamó Jehová-Salom» (v. 24). Después de esta revelación del nombre divino, vino la obediencia: Gedeón destruyó los ídolos de la casa de su padre, y marchó hacia la victoria en contra del enemigo.
Esto nos dice muchas cosas a nosotros. Idolo es todo lo que se opone a Dios. Hemos puesto delante de nosotros otros amores, sea hombre, mujer, fama, dinero, lo que sea que desplace a Dios a un segundo plano. No puedes estar en paz con Dios a menos que reconozcas que has vivido fuera de su voluntad y te acerques a él por medio de Jesucristo.
Cristo es nuestra paz, él pagó por nosotros, él nos ofreció su paz diciéndonos: «La paz os dejo, mi paz os doy» (Jn. 14:27); él ofreció estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo: Yo Soy, el que está contigo, Yo Soy tu paz. ¿Se da cuenta que el Dios del Antiguo Testamento es el mismo del Nuevo Testamento? Todos los nombres de Dios en el Antiguo Testamento encuentran pleno cumplimiento en la persona, la obra y las enseñanzas de Cristo.
Una vez más, confirmamos que santificar el nombre del Padre no es sólo repetir un título, sino permanecer, por la fe, en la revelación de lo que hay detrás del nombre, esto es, la Persona, los atributos de la Persona, lo que es y lo que hace esta Persona por y para nosotros. La persona del Señor Jesucristo nos reveló al Padre a través de sus obras: «Yo soy tu sanador», dijo Dios a Israel cuando sanó las aguas amargas de Mara. Jesús a través de sus obras sanó a los enfermos. Lo que hace el Dios del Antiguo Testamento lo hace también en el Nuevo Testamento. Dios se nos reveló en Cristo; quien ha visto a Cristo ha visto también al Padre.
Cuando usted ore, recuerde, sostenga la fe respecto de quién es el Padre para usted, sobre la base de lo que Cristo le ha mostrado. Verá que aunque la prioridad está en enfocar lo que es el «Tú» de Dios, «TU NOMBRE», resultará en beneficio para usted. Cuando usted santifica el nombre del Padre es usted el que gana, porque lo que usted confiesa respecto de lo que Dios es, repercutirá en su vida para su propio bien.