Sin duda, el orden en que están dispuestos los libros de la Biblia fue divinamente establecido. Hay en esta secuencia un aumento de la luz de la verdad revelada. Watchman Nee ha señalado que cada doctrina y enseñanza avanza por las páginas de la Biblia, complementándose, ampliándose, hasta completarse hacia el final.
Hemos compartido ya algunas cosas de los libros de Romanos, Gálatas y Hebreos, tres epístolas estrechamente ligadas entre sí. En ellas se trata del fundamento del evangelio, teniendo la fe un lugar central para alcanzar la justicia de Dios, en contraposición a las obras de la ley.
Primero, en Romanos, se nos expone ampliamente el evangelio; luego, en Gálatas, se nos reconviene por intentar mezclarlo con las obras de la carne; y finalmente, en Hebreos, se nos exhorta a retener con diligencia la esencia del evangelio, para disfrutar el pleno reposo que ofrece.
Ahora, el título de nuestra meditación es «Rey de justicia y Rey de paz», expresión que en Hebreos 7:2 hace referencia a Melquisedec. La figura de este rey antiguo es claramente tipológica, pues nos muestra al Señor Jesús en su doble aspecto de sacerdote y rey.
Y como rey –y esto es lo que queremos considerar hoy– tiene dos cualidades: es Rey de justicia y Rey de paz. Es precisamente de la justicia que se nos habla en estas tres epístolas mencionadas, y de todo lo que la justicia de Dios trae para el creyente. Los capítulos 3 y 4 de Romanos nos muestran cómo se recibe. Y luego, en el capítulo 5, el apóstol une la justicia y la paz al decir: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo»(5:1). Gálatas, por su parte, nos dice que el fruto del Espíritu es «paz» (5:22), y que aquellos que andan conforme al evangelio tienen paz (6:16).
Aquí en Hebreos hallamos una culminación. Cristo no solo nos reconcilió con Dios por medio de su muerte en la cruz, y nos hizo justos, sino que Jesús es Rey de justicia, y en su reino habita la justicia. En él todos los posibles extremos que encontremos en la humanidad tan heterogénea, son reunidos y declarados justos por la fe en Su sangre. Dios ha derramado su ira sobre el Justo, para que Su justicia pueda ser imputada a los que se acogen a ella en Cristo. Hay tanta justicia que alcanza para todos, y de tal calidad, que puede transformar aun a los peores especímenes de la raza humana.
Jesús ha traído a nuestro corazón la paz verdadera, puesto que él es el Rey de paz. La paz no es la ausencia de guerra, sino algo mucho más profundo que solo los amados de Dios pueden conocer. Es la seguridad de que Dios ha satisfecho sus demandas en la persona de su Hijo, y que él ya no te demanda nada a ti. Es el descanso que produce el ver la perfección de Cristo y de su obra. Es la certeza profunda de que nada, ni en el cielo ni en la tierra, puede amenazar el descanso de tu alma en Cristo.
La justicia de Dios trae paz. El precio de nuestra paz cayó sobre él. Los deudores han saldado la deuda en Cristo, y nada puede moverlos de esa firmeza. Nuestro Señor no solo nos otorga su justicia y nos imparte su paz, sino que él mismo es el Rey de Justicia y el Rey de paz. Los que habitan en su reino no tendrán falta de ellas. En realidad, nada falta a los que tienen a Cristo.
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