Consideraciones acerca del propósito de Dios y su obra presente.
De él, por él y para él
La obra de Dios no se origina en el hombre, sino en Dios. Cuando la Escritura dice: «Porque de él, por él, y para él son todas las cosas», cuando dice que Jesús es el Alfa y la Omega, y cuando dice también que «en él fueron creadas todas las cosas», y luego dice que «todo fue creado por medio de él y para él», significa que él es el autor, el que proyectó, antes de los tiempos de los siglos, todo lo que nosotros tenemos hoy y somos hoy por su gracia.
El hombre, cuando quiere hacer la obra de Dios, cuando quiere servir a Dios, piensa que él puede ayudar a Dios, que él puede comenzar algo que luego Dios apruebe y le ponga su firma. El hombre, en su presunción, suele pensar que él es capaz de hacer cosas para Dios. Y tal vez algunos pudieran preguntar: ‘Esto que hay aquí entre ustedes, ¿a quién se le ocurrió? ¿Quién proyectó este diseño de iglesia, este modelo de iglesia?’.
La respuesta a eso es que ningún hombre lo ha hecho, ni ningunos hombres – suponiendo que sean varios. Cuando la Escritura dice que «de él, por él, y para él son todas las cosas», significa que todas las cosas tienen su origen en Dios. La obra de Dios tiene su origen en Dios, tiene su realización por medio del poder de Dios, y tiene su fin para la gloria de Dios.
Cuando los cristianos se consagran al Señor y quieren servir a Dios, comienzan a pensar: ‘¿Como lo puedo hacer? Ah… voy a comenzar de esta manera, voy a continuar de aquella, voy a tomar estas ideas de aquí, estas otras ideas de allá, para hacer un proyecto de iglesia. Esto es lo que yo creo que a Dios le va a agradar’.
Somos muy creativos a la hora de pensar cómo servir a Dios. Somos muy ingeniosos, y todos nosotros queremos ser ingenieros en la obra de Dios. Sin embargo, una de las primeras grandes lecciones que Dios tiene que enseñar a sus hijos, es que ellos no pueden diseñar nada, ni pueden iniciar nada para Dios. Simplemente deben procurar descubrir cuál es el propósito de Dios, cuál es el diseño de Dios, cuál es la voluntad de Dios – esa voluntad eterna que él trazó para que nosotros la realizásemos.
En el Salmo 139 encontramos algo maravilloso. Allí dice que Dios nos formó en el vientre de nuestra madre, de acuerdo a las cosas que estaban escritas en Su libro. De tal manera que todo lo que nosotros somos física o psicológicamente, obedece a un diseño preestablecido por Dios, y eso estaba escrito en un libro.
Eso es en lo personal. Y en Efesios 2:10 dice que nosotros somos hechura suya, «creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas». Aquí no se refiere a lo que somos, sino a lo que hemos de hacer. De tal manera si unimos el Salmo 139 y Efesios 2:10 tenemos una cosa interesante. Todo lo que nosotros somos lo diseñó Dios de antemano y aquello que hemos de hacer, también lo diseñó de antemano.
De manera que no nos deja mucho lugar a la creatividad, a la imaginación, porque él en su inteligencia, nos hizo hechura suya. Y la palabra hechura en el griego es poiema, que se traduce también al español como poema, es decir, una obra de arte. Porque somos, como iglesia, la cosa más maravillosa que Dios ha hecho.
Una de las cosas que más cuesta a los cristianos, cuando quieren comenzar a servir a Dios, es esperar que Dios tome la iniciativa. Cuando uno se consagra al Señor, uno piensa que se consagra para hacer cosas para Dios. Pero lo primero que Dios hace cuando nosotros nos consagramos es decirnos: «Espera»; y ese esperar es muy difícil.
En Hechos 13, vemos a cinco profetas y maestros que están ministrando al Señor. Ellos no se atreven a hacer la obra de Dios todavía. Ellos decidieron esperar en Dios para esperar de él la orden, la iniciativa, para que el Señor pudiera introducirlos a ellos en Su obra.
Una de las pruebas más difíciles para un siervo de Dios es cuando se ha consagrado para servir, y Dios no le permite servir. Alguien dijo muy sabiamente que nosotros somos llamados por Dios para servirle y para no servirle, para hacer cosas y para no hacer cosas. Hay momentos de actividad y hay momentos de inactividad.
Una obra de Dios, por lo tanto, comienza en Dios. Él es el origen, él es el Alfa. Si algo no comienza en Dios, entonces no es aprobado por Dios, no tiene valor espiritual. La iglesia, en cambio, es una realidad espiritual.
Luego dice: «por él», y el pasaje de Colosenses nos ayuda mucho, cuando dice «por medio de él». O sea, él no sólo tiene que dar el punto de partida, no sólo tiene que originar una obra, sino que tiene que realizarla, él, con sus recursos, por medio de su Santo Espíritu.
Esto es algo que nos anonada, nos pone nerviosos. Si nosotros no tenemos algún discernimiento espiritual no lo vamos a entender ni lo vamos a aceptar.
Entonces ¿no hay nada que hacer? O sea ¿el hombre no tiene ninguna participación en la obra de Dios? ¿Cómo es esto de que Dios es el originador, el realizador y el fin de la obra de Dios? El hombre queda humillado. Es inútil, no sabe, no puede.
Cuando decimos que él es el Alfa y la Omega, sí, esta claro, es el principio y el fin. Pero ¿y el medio, el trayecto entre el Alfa y la Omega, queda a nuestro arbitrio?
Si fuera así el caso, no podríamos decir: ‘Toda la gloria es de Dios’, porque diríamos: ‘Dios tiene la gloria de haber comenzado esto; pero nosotros tenemos la gloria de haberlo llevado a cabo’. Pero Dios no comparte su gloria con nadie. Si usted le roba la gloria a Dios, va a tener problemas. Porque «de él, por él y para él son todas las cosas».
En todo el mundo
Ahora, ¿cómo es que esto ha llegado a ser? ¿Cómo explicamos este hecho que estamos viviendo, que estamos compartiendo juntos?
Dios comenzó una obra, y no sólo aquí, en este pequeño país del confín del mundo. Dios está llevando a cabo en muchos países del mundo una preciosa obra de restauración. De tal manera que aquí no hay exclusividad ni hay mérito de nada. «Dios … se propuso en sí mismo reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos…».
Algunos de los hermanos que nos visitan probablemente digan: ‘Esto debiera estar ocurriendo allá, en mi ciudad; así que haremos un transplante’. No, hermanos. No es necesario replicar esto allá. Si Dios no ha comenzado allá todavía, lo va a hacer, y va a hacer algo propio, no una mera copia. Y probablemente Dios le está hablando a usted para que se ofrezca al Señor y le diga: ‘Señor, yo sé que yo no puedo hacer nada, no puedo iniciar nada. Pero, Señor, si no encuentras a otros mejores, cuenta conmigo. Señor, me sentiré honrado si tú me escoges para colaborar contigo».
Por su misericordia, el Señor nos ha permitido tener contacto con hermanos de muchos países. Y a medida que avanzábamos en esto, pudimos darnos cuenta que había un común denominador: Dios está haciendo exactamente lo mismo en todos los países del mundo. El tiempo es corto, el Señor viene pronto, y nosotros estamos siendo involucrados en la obra de Dios para la restauración de su iglesia. Y esto es algo que nos conmueve.
La progresión de la obra de Dios
Veamos una palabra en Hechos capítulo 20. Este es el discurso de Pablo a los ancianos de la iglesia en Éfeso. Vean ustedes cómo este discurso de Pablo, muestra el proceso gradual de revelación que Dios hace acerca de su obra. Y veamos cómo nos sentimos interpretados por estas palabras de Pablo.
Versículo 21: «… testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo». El comienzo de la obra de Dios entre los hombres, es el arrepentimiento y la fe.
Luego dice en el 24b: «… Con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios». Aquí tenemos un tercer punto: el evangelio de la gracia de Dios.
Y seguimos leyendo: «Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro». (v. 25). Aquí hay otro elemento: el reino de Dios.
«Por tanto, yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios». (vv. 26-27). Fíjense ustedes que esto que dice en el verso 27 es más o menos lo mismo que dice en el verso 20. Es decir, Pablo se propuso no esconderles nada a los hermanos de Éfeso, sino compartirles todo lo que él había recibido de parte de Dios.
Este es, entonces, el orden de todas aquellas cosas: el arrepentimiento, la fe, la gracia, el reino. Pero falta algo. Verso 28: «Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre». Aquí aparece la iglesia.
Entonces, ¿qué es lo que nosotros hemos visto en nuestra propia experiencia, como también en la de otros? Que este es el orden que Dios sigue en la revelación de su propósito. Primero, el arrepentimiento, la fe, el evangelio de la gracia. Luego, el evangelio del reino. Ahí vemos la autoridad, el gobierno, el señorío del Señor Jesucristo. Implica un compromiso, una entrega, una consagración. Y finalmente, en el versículo 28, Pablo anuncia que la plenitud del propósito de Dios se relaciona con la iglesia.
Entonces uno se da cuenta por qué en Génesis capítulo 2, al comienzo de la historia de la redención, aparece un matrimonio y después, en los últimos capítulos de Apocalipsis, hay otro matrimonio. Adán y Eva nos hablan de la iglesia y luego tenemos la desposada, la iglesia, con su Novio. Entonces, la iglesia es el centro, porque la iglesia es una sola cosa con Cristo.
Cuando decimos que Cristo es cabeza, entonces significa que la iglesia es el cuerpo. Es una sola realidad, porque no hay cuerpo desconectado de la cabeza, y porque la naturaleza del cuerpo es la misma naturaleza de la cabeza.
Hay cristianos que se quedan a mitad de camino, diciendo: ‘Nosotros estamos predicando el arrepentimiento y la fe, la salvación. Tenemos que evangelizar, y tenemos ese mandamiento en Mateo 28: ‘Id y predicad’. Está bien, ese mandamiento está allí, es ineludible. Pero ese es sólo el comienzo de la obra de Dios.
Y luego tenemos «el evangelio de la gracia», en que nosotros vemos que todo es por los méritos del Señor. Y hay cristianos que también se quedan estacionados predicando el evangelio de la gracia. Incluso algunos deliberadamente dicen: ‘Yo predico sólo la gracia. No me moveré de allí’. Pero, hermanos, Dios tiene más, tiene mucho más.
Otros avanzan un poco más, hasta el reino de Dios. ‘Oh, sí, el reino es la gran verdad de las Escrituras’. Y se habla de obediencia, sujeción, etc., etc. Sin embargo, el consejo completo de Dios llega hasta la iglesia, a la relación de Cristo y la iglesia.
Hermanos y hermanas amados, ¿en qué punto se encuentra usted, o se encuentra la iglesia en la cual usted se reúne, o la obra a la cual usted pertenece?
Necesidad de revelación
Ahora, para conocer a Cristo y la iglesia se requiere revelación. El Señor dijo a Pedro: «Esto no es cosa tuya, esto es revelación del Padre». Luego, cuando leemos Efesios y Colosenses, nos encontramos que Dios tiene un misterio que es Cristo, y Cristo tiene un misterio que es la iglesia. Por lo tanto, hay un doble misterio allí. Y naturalmente, para develarse un misterio se requiere iluminación, lo que la Biblia llama «revelación». «Por revelación me fue declarado este misterio», dice Pablo.
Aquí hay una cosa interesante. Pablo recibió la revelación del misterio y lo escribió, y está escrito aquí en las epístolas de Pablo. Nosotros pudiéramos pensar: ‘Bueno, basta que yo lea cuando Pablo explica en qué consiste el misterio, y entonces yo ya conozco el misterio’. Pero no es así.
Se requiere espíritu de sabiduría y revelación para poder entender el misterio del cual Pablo ha escrito. En la Biblia está la explicación del misterio, pero la revelación de ese misterio no la hace el conocimiento bíblico, sino el Espíritu Santo directamente en nuestros corazones.
Podemos pasar muchos años estudiando la Biblia, y manejar toda la terminología, pero no hay revelación del misterio. No sólo se trata de conocer lo que Pablo escribió sobre el misterio, sino tener revelación sobre el misterio del cual él escribió.
Cristo es un misterio y la iglesia es un misterio, que sólo el Espíritu Santo puede revelar. Por eso, Pablo allí en 1ª Corintios habla de esa sabiduría oculta, «cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido al corazón de hombre son las que Dios ha revelado a los que le aman». Y estas cosas no son ocurrencia humana; porque sólo el Espíritu de Dios conoce las cosas ocultas y profundas de Dios, y sólo el Espíritu nos las puede dar a conocer.
El Señor dijo en cierta oportunidad: «Te alabo Padre Señor del cielo y de la tierra porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos y las revelaste…». ¿A quiénes? «…a los niños». «Sí, Padre porque así te agradó». Y luego dice: «Nadie conoce al Hijo sino el Padre, nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar». Entonces, ahí se nos cierra un círculo. Sólo el Padre conoce al Hijo, sólo el Hijo conoce al Padre. Sólo el Hijo conoce lo que es la iglesia. Y nosotros no podemos entrar en ese círculo, porque es hermético.
¿Cómo podríamos nosotros entrar en los arcanos de Dios, en los misterios de Dios, si es que él no nos abre la puerta, si es que él no nos concede un destello de su luz? Entonces, por eso en este punto nosotros estamos impotentes, imposibilitados. Por eso el Señor dice: «…escondiste estas cosas de unos y las revelaste a estos otros». El Padre esconde y el Padre revela. Y, ¿quién le va a preguntar o le va a representar a Dios: Por qué escondiste estas cosas de aquellos y por qué las revelaste a estos otros?». ¿Quién le va a decir eso a Dios?
Pero he aquí que nos encontramos en este punto, en que Dios nos ha revelado por su gracia algunos de sus caminos, nos ha mostrado algo de su corazón, nos ha mostrado a Cristo. Cristo, a su vez, nos ha mostrado algo acerca de su Iglesia.
Constructores, no arquitectos
No es que lo sepamos todo, no hay nadie que pueda presumir de eso. Estamos recién comenzando, por la misericordia de Dios. No somos arquitectos sino constructores. Pablo dice: «Yo como perito arquitecto puse el fundamento», y la palabra «arquitecto» allí quedaría mejor como «constructor». «Yo como perito constructor».1 Porque el arquitecto es el que diseña, y Pablo no creó nada.
Ningún siervo de Dios ha creado nada. Simplemente él recibió un diseño que Dios diseñó, y lo ejecutó. Así ocurrió con Pablo. Lo mismo ocurrió con Moisés. Dios no le dio a Moisés ningún milímetro de libertad, para que éste agregara algo a ese diseño, porque si no, probablemente, Moisés hubiera hecho un tabernáculo con forma de pirámide.
Lo mismo cuando Dios quiso que se le construyese el templo en Jerusalén, le mostró los planos a David. Y David después le dice a Salomón: «Hijo, Dios no me dejó a mí construir; te eligió a ti. Pero aquí están los planos que Dios me dio. Tienes que hacerlo de acuerdo a estos planos».
Entonces, fíjense cómo Dios se preocupa por su casa. Cuando él construye una casa para sí, él no admite la intervención del hombre. Él lo diseña todo, hasta en los más mínimos detalles. Ocurrió así con el tabernáculo en el desierto, con el templo en Jerusalén y también con la iglesia. Y tal vez deberíamos decir: ‘…y mayormente con la iglesia’, porque la iglesia es la casa definitiva de Dios.
Constructores y no arquitectos. La obra no es nuestra, la obra es de Dios. Nosotros somos simplemente invitados, por su misericordia, a colaborar, a participar con él en las cosas que él ya diseñó.
Extracto de un mensaje impartido en Callejones, enero de 2008.