Cicatrices de amor
En un día caluroso de verano un niño decidió ir a nadar en la laguna detrás de su casa. Salió corriendo por la puerta trasera, se tiró en el agua y nadaba feliz. No se daba cuenta de que un cocodrilo se le acercaba. Su mamá miraba por la ventana, y vio con horror lo que sucedía.
Enseguida corrió hacia su hijo gritándole lo más fuerte que podía. Oyéndole, el niño se alarmó y viró nadando hacia su mamá. Pero fue demasiado tarde. Desde el muelle la mamá agarró al niño por sus brazos justo cuando el caimán le agarraba sus piernitas. La mujer tiraba determinada, con toda la fuerza de su corazón. El cocodrilo era más fuerte, pero la mamá era mucho más apasionada y su amor no la abandonaba.
Un señor que escuchó los gritos se apresuró hacia el lugar con una pistola y mató al cocodrilo. El niño sobrevivió y, aunque sus piernas sufrieron bastante, aún pudo llegar a caminar. Cuando salió del trauma, un periodista le preguntó al niño si le quería mostrar las cicatrices de sus pies. El niño levantó la colcha y se las mostró. Pero entonces, con gran orgullo se arremangó las mangas y señalando hacia las cicatrices en sus brazos le dijo:
— Pero las que usted debe ver son estas –. Eran las marcas de las uñas de su mamá que habían presionado con fuerza. – Las tengo porque mamá no me soltó y me salvó la vida.
Nosotros también tenemos las cicatrices de un pasado doloroso. Algunas son causadas por nuestros pecados, pero algunas son la huella de Dios que nos ha sostenido con fuerza para que no caigamos en las garras del mal.
La zanahoria, los huevos y el café
Una hija se quejaba a su padre acerca de su vida. No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo. En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejó hervir sin decir palabra. A los veinte minutos el padre apagó el fuego, y puso su contenidos en tres bowls. Mirando a su hija le dijo:
— Querida, ¿qué ves?
— Zanahorias, huevos y café – fue su respuesta.
La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Luego de sacarle la cáscara, observó el huevo duro. Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma. Humildemente la hija preguntó:
— ¿Qué significa esto, padre?
El le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente. La zanahoria llegó al agua, dura. Pero después se había vuelto débil. El huevo había llegado al agua frágil, pero después su interior se había endurecido. Los granos de café, sin embargo, eran únicos: ellos habían cambiado al agua.
— ¿Cuál eres tú? – le preguntó a su hija – Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿cómo respondes?. ¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?
¿Y tú, amigo(a)? ¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero que cuando la adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza? ¿Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable, pero después de una muerte, una separación, un despido te has vuelto duro y rígido? ¿O eres como un grano de café, que cuando el elemento le causa dolor alcanza su mejor sabor?
Alejandra y Daniel Estévez
La hormiga y el lente de contacto
Brenda era una joven que fue invitada por un grupo de amigos a escalar una roca. A pesar de su miedo, se puso en marcha, se sujetó de la cuerda y comenzó a subir. Mientras tomaba un respiro en una saliente, la cuerda de seguridad chasqueó frente a su ojo y le sacó el lente de contacto. Allí quedó, estupefacta, con cientos de pies debajo y cientos de pies arriba de ella. Por supuesto, ella miró y miró, esperando que hubiera caído en la saliente, pero no estaba allí.
Aquí está Brenda, lejos de casa, su vista borrosa. Cuando ya estaba desesperada, oró a Dios para que la ayudara a encontrar su lente. Al llegar a la cima, un amigo examinó su ojo y su ropa, pero no había nada. Se sentó desalentada, esperando al resto. Miró de lado a lado las montañas, pensando en ese verso de la Biblia que dice: “Los ojos de Dios corren de un lado al otro a través de toda la tierra”, y pensó: “Señor, Tú puedes ver todas estas montañas. Tú conoces cada piedra y cada hoja, y Tú conoces el abismo hasta el fondo.”
Al pie de la montaña había un nuevo grupo de escaladores apenas empezando a subir el acantilado. Uno de ellos gritó:
— ¡Oigan! ¿Alguno de ustedes perdió un lente de contacto?
Bueno, eso fue sorprendente. Pero ¿sabes por qué el escalador lo vio? Una hormiga se movía lentamente a través de la pared de la roca, cargándolo.
El padre de Brenda es un dibujante de caricaturas. Cuando ella le contó la increíble historia de la hormiga, la oración y el lente de contacto, él dibujó una hormiga acarreando el lente con estas palabras: “Señor, no sé por qué Tú quieres que yo cargue esta cosa. No puedo comerla, y está terriblemente pesada. Pero si esto es lo que quieres que yo haga, lo cargaré por Ti.”
Pienso que probablemente nos haría bien ocasionalmente decir: “Señor, no sé por qué Tú quieres que yo lleve esta carga. Pero si Tú quieres que la lleve, lo haré.”
Josh y Karen Zarandona
La máquina de escribir
No pienses que este mensaje llegó mal. Solamente tienes que leerlo sustituyendo las «x» por la letra «e».
Aunqux mi máquina dx xscribir xs dx un modxlo antiguo, trabaja bixn, xxcxpto por una txcla qux lx falta. Hay 45 txclas trabajando bixn; sin xmbargo, una sola qux no funcionx trax consigo una gran difxrxncia. Algunas vxcxs mx parxcx qux xn nuxstro mundo hay pxrsonas qux sx asxmxjan a mi máquina dx xscribir y no trabajan como dxbxrían. Tú dirás: «Buxno, al fin y al cabo, yo soy una sola pxrsona, no crxo qux sin mí sx obstruirá la marcha dx los proyxctos dx Dios. Nadix notará mi falta dx ayuda y xntusiasmo».
Sin xmbargo, para qux un proyxcto sxa xfxctivo y obtxnga xxito, rxquixrx la participación activa dx todos los mixmbros. La próxima vxz qux pixnsxs qux tus xsfuxrzos no son rxquxridos, rxcuxrda la máquina dx xscribir y dí: «Yo soy una dx las txclas importantxs qux Dios y los dxmás nxcxsitan… y mucho».
Claudia Ballón de Grados.