Las señales de los tiempos muestran una tendencia a la homogeneización.
El Forum Universal de las culturas llevado a cabo en Barcelona en septiembre de 2004 trató en su ceremonia inaugural el tema de la «nueva convivencia» enfatizando que a partir de la diversidad cultural, «se ha de crear una nueva cultura mundial porque esta será la salvación». Se dijo, además, que el siglo XXI será el siglo de la nueva convivencia – o no tendremos siglo XXII.
Una de las megaexposiciones de este Forum, denominada «Voces», se inició con decenas de personas hablando simultáneamente en su propio idioma. Se dijo que esta muestra desecha el tema de la incomprensión lingüística establecida por «el mito de Babel para incomunicar a los hombres». Luego se señalaba que actualmente «en el mundo hay más de 5000 lenguas en donde el 95% de ellas está en riesgo de desaparecer». Los expertos calculan que en pocas décadas sólo quedarán en el mundo unas 300, y que en la actualidad está desapareciendo un idioma cada 14 días.
Se estima que las lenguas muertas en los últimos 5000 años alcanzarían a unas 30.000. Este dato es interesante, considerando que pudiera ser el máximo de diversidad idiomática alcanzado por el ser humano en su dispersión por el mundo, contando desde sus orígenes. Esta diversidad de lenguas se ha de aplicar en similar proporción a corrientes de pensamientos, costumbres distintas, culturas diferentes, etc., dado que lenguaje y pensamiento están íntimamente ligados.
Origen de las lenguas
El Capítulo 11 de Génesis se inicia relatando que en toda la tierra, las naciones de entonces, formadas de la descendencia de Noé y su familia, «tenían una sola lengua y unas mismas palabras». El vínculo de hablar un mismo idioma era un lazo fuerte de unión en estas primeras naciones, pero al parecer también era fuerte el deseo de establecer una monarquía por parte de algunos hombres cazadores, que bajo el mando de Nimrod, habían comenzado a establecer el reino Babel (Gén. 10:10).
Este reino pretendía agruparlos a todos (seguidores y no seguidores de Nimrod), evitando la dispersión y colonización de nuevas tierras (en contraposición al ánimo que había en los descendientes de Noé luego del diluvio (Gén. 10:32), y en último término, en oposición al mandato divino de «llenar la tierra» (Gén. 1:28). La construcción de una torre tan alta que «llegase al cielo» y que les diese suficiente fama («un nombre») por si fueran esparcidos (en alusión a alguien o algo fuera de ellos que les separase), habla de soberbia y de afán de mostrar su propia grandeza, ignorando la protección y cuidado de su Creador. Construían cada vez más alto, de modo que ya ningún designio divino pudiese destruirlos.
Esta aparentemente férrea unión humana, de la cual la lengua era uno de los principales lazos, fue rota por Dios cuando decide confundir su idioma, de modo que quien pedía un ladrillo recibía un balde con asfalto. Al no poder entenderse entre sí, la construcción se detuvo.
En vez de destruirlos por su soberbia desafiante, Dios hace uso de su misericordia y apela a la separación de esos millares de personas por medio de la dispersión en la tierra, luego que el Señor les confundiera el lenguaje (Gén. 11: 8-9).
El mundo como aldea global
En la actualidad, esta gran separación idiomática y geográfica alcanzada por la especie humana es cada vez menor, incluso entre naciones muy alejadas entre sí, tanto en distancia como en idioma y costumbres. Los orientales por ejemplo, copiando el modelo de Occidente, se industrializan, procuran desarrollarse con el modelo económico de moda y desean integrarse con otras naciones; ¿Por qué ocurre esto, si históricamente países como China o India no fueron expansionistas? La gran muralla china fue construida para defenderse de los enemigos y, a la vez, para que no fuera traspasada por su propia gente. Los chinos consideraban que en su país lo tenían todo, así que no había gran interés por lo que ocurría detrás de sus murallas.
Sin embargo, esto ha ido cambiando paulatinamente en las últimas décadas. China e India, por nombrar a los dos colosos de Oriente que en conjunto hacen más de un tercio de la población mundial, han entrado también en el juego de la globalización y cuentan con avanzada tecnología desarrollada en Occidente – desde armas atómicas hasta tecnología informática de última generación.
Los occidentales hacen ingentes esfuerzos por entender la filosofía y modo de pensar orientales para no fracasar en sus negocios, y éstos a su vez se esmeran en que las naciones occidentales aprendamos sus complejos idiomas y parte de sus costumbres. Muchos países interesados en exportar sus productos están haciendo esfuerzos para que parte de su población aprenda chino, por la gran ventaja comercial que esto promete. En Chile, por ejemplo, ya existen colegios que desarrollan un plan piloto de enseñanza del difícil idioma chino (mandarín) a niños de enseñanza básica.
Por cierto que los intercambios comerciales llevan asociados otros aspectos. Se exporta también cultura, religión, costumbres. El consumismo propio de Occidente se va impregnando en Oriente, y desde allí se trae la contemplación, la meditación, el budismo, el hinduismo y otros. El resultado es una tendencia a la homogeneización en múltiples aspectos, donde el idioma ya no es una barrera infranqueable.
El siglo XXI se ha iniciado con el anuncio de que Asia –con China e India a la cabeza– cambiará el actual orden mundial, desplazando a Estados Unidos como única superpotencia. Los asiáticos ya se han ganado un lugar estratégico en el mundo actual y han comenzado a cambiarlo. Por ejemplo, ya no es posible hablar de economía mundial sin considerar a China, la cual por demanda (gigantesca) de materia prima u otros productos, ya está generando desestabilización global.
El castigo escogido por Dios debido a la soberbia de los pueblos post-diluvianos, que se afanaron en olvidarle a Él y erigirse como dioses, fue la separación cultural por diferencia idiomática, para que no pudiesen entenderse entre sí. Ello llevó a la separación geográfica, colonizándose de este modo áreas distantes con comunidades idiomáticamente homogéneas.
Hoy día ambos factores ya no son un problema para los habitantes de este planeta. Cada vez quedan menos idiomas, la comunicación en un inglés básico está al alcance de personas con un mínimo de estudio, y las distancias de miles de kilómetros están reducidas a pocas horas de vuelo o a breves instantes en comunicación telefónica o correo electrónico. En este sentido, los sociólogos señalan que la globalización presenta un reto brutal a la identidad de los pueblos y a la existencia de los Estados Naciones.
Ya en el último cuarto del siglo pasado se veía venir el fenómeno de la globalización, y en las universidades de países desarrollados se decía que quien no dominase al menos 4 idiomas en el siglo XXI, no podría tener éxito como persona. ¿Cuáles son estos idiomas? Se referían al idioma propio, a algún idioma extranjero y a otros dos que no son idiomas en sentido estricto, pero que funcionan como si lo fuesen: el idioma de la ciencia y el idioma de la informática o computación, y su uso de Internet sin fronteras.
La ciencia y la informática, en mayor o menor grado, están siendo rápidamente asimiladas por la mayoría de los países y culturas, incluso accediendo a ellas sociedades con escasos recursos, por medio de ayudas de diversas organizaciones, que ven en la conectividad vía Internet el acceso a mejoras en su calidad de vida, y, en definitiva, la opción de subirse al tren de la globalización.
Este fenómeno de la globalización es altamente complejo y con múltiples dimensiones, y ha convertido al mundo en la denominada aldea global. Algunos de sus efectos han sido positivos – como lo es el que la cultura y la ciencia lleguen vía Internet a países que de otro modo no tendrían acceso a ella. En la actualidad, se han realizado complejas operaciones en islas remotas por médicos no especialistas, dirigidos por eminentes médicos del continente en una especie de teleconferencia.
El que por esta vía se llegue con la palabra de Dios a lugares remotos, o que a Sociedades Bíblicas se les haya permitido traspasar puertas que antes les estaban cerradas –permitiéndole establecer un programa mundial de distribución de la Biblia– sin duda, ha sido también altamente beneficioso.
Reconstruyendo la torre de Babel
Pero la globalización se ha ido imponiendo en el mundo con muchos otros fines, no exactamente beneficiosos, y que consideran sólo la voluntad humana. Destacan en este proceso, por ejemplo, fines políticos, económicos, ecológicos, científicos y religiosos. Sin embargo, la visión o deseo de ciertos hombres u organizaciones de unificar y organizar al mundo en algo más que sólo una interconexión múltiple o en una globalización económica, ya ha sido manifestada desde hace bastante tiempo – deseo o visión que apunta al establecimiento de un solo gobierno o reino mundial. En este sentido, la globalización se presenta como un elemento catalizador para la consecución de este propósito mayor que es un gobierno global.
Por cierto que todo este afán de supuesta unión de los pueblos bajo una sola organización nace de una iniciativa humana, para su propio engrandecimiento. Aún en el supuesto que esta iniciativa fuere honesta, pensando no sólo en el enaltecimiento de unos pocos sino en un beneficio humano más general, está de todas formas condenada al fracaso, por cuanto no considera al Señor en ello, ni considera que esta actividad es de Su exclusiva pertenencia, por cuanto Él es el Creador de esta casa habitable llamada planeta tierra, como también de los designios finales de quienes en ella moran.
La iglesia de Cristo como única y verdadera unión global
En la Biblia se aprecian claramente dos tipos o modelos de unión entre los pueblos: uno lejos del Señor, representado por Babel, en el cual ciertos hombres ayudados por oscuras fuerzas subyacentes encumbran al hombre por el hombre, y aquél representado por Cristo, único y verdadero punto de unión de todas las cosas (Efesios 1:10).
En Cristo la diversidad de idiomas ya no será problema, por cuanto los redimidos por el Señor podrán escuchar a los demás hablar como si fuese su propia lengua, tal como ocurrió en Pentecostés. Los hermanos allí reunidos provenían de Judea, Egipto, Roma, Arabia, Libia, Creta, Mesopotamia, Media, Capadocia, Ponto, entre otros, pero a la llegada del Espíritu Santo ya no hubo más diferencias idiomáticas, porque cada uno oía hablar a los creyentes galileos en su propia lengua las maravillas de Dios (Hch. 2:1-11). Tampoco hubo en esta unión de pueblos discrepancias entre judíos y prosélitos (gentiles convertidos al Judaísmo), porque todos eran uno en Cristo.
En la visión apocalíptica que experimenta Juan en la isla de Patmos se le pregunta por una gran multitud que estaba delante del trono ante el Cordero de Dios, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas (Ap. 7:9-10). Esta enorme multitud tenía en común el haber lavado y emblanquecido sus ropas en la sangre del Cordero y clamaban a gran voz diciendo: «La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono y al Cordero».
La iglesia forjada por Cristo y unida a Él, ya no estará más dividida por la fonética, estructura y significado de las palabras; muy por el contrario, la Palabra (el Verbo) estará unida a ella eternamente.