Sólo en Cristo
La única vida cristiana que ha existido y que existe es la vida de Cristo. El Nuevo Testamento se escribió para explicar a los cristianos cómo es que se vive la vida cristiana, la vida de Cristo. Cada epístola registra el consejo de Dios a través de los apóstoles referente a cómo es y cómo se ha de vivir la vida cristiana.
En sí mismo nadie puede vivir la vida cristiana. Sólo en Cristo es posible; es Cristo mismo la Vida cristiana y por tanto tan sólo él la puede vivir en nosotros. Entonces, ¿qué participación tenemos nosotros en la vida cristiana? ¿Cómo se reconcilia el hecho de que tan sólo Cristo puede vivir la vida cristiana, con el hecho de que se nos hace demandas a los cristianos para experimentar la vida de Cristo?
El creyente tiene una participación en Cristo, por la unión con Cristo, por él y en él; por lo tanto no tiene participación separado de Cristo, pues en tal caso, lo que haga es nada, aunque humanamente sea mucho; es por eso que en Juan 15 se nos pide que permanezcamos en él porque aparte de él no podemos hacer nada.
La vida cristiana, ¿puede ser aprendida y por lo tanto enseñada? Pablo habla de que él aprendió a «estar contento cualquiera fuese su situación». Esto nos dice que es posible aprender cómo se vive la vida cristiana (Fil. 4:12).
La vida cristiana es la vida de Cristo; y esta vida corresponde a un orden de vida infinitamente superior a la vida de los hombres terrenales; tan sólo por este hecho, es imposible que los hombres, con su vida creada y caída, puedan vivir la vida increada y eterna.
¿Será que, por esta imposibilidad de vivir en nuestra fuerza la vida del cielo, nos convertimos en personas pasivas, sin actividad y participación en la vida cristiana?
Esto es muy posible, debido a una comprensión inadecuada de la consistencia de la vida cristiana. No obstante, la vida cristiana es la más activa, graciosa, desafiante, dichosa y llena de propósito, de todas las formas de vida que existen, porque es la vida de Dios. Se plantea como una carrera, como un combate, como una lucha, como una potencia dinámica que actúa en los que creen en ella y la han recibido. Es agresiva y belicosa; está en permanente lucha contra el enemigo, la carne, el pecado, el mundo y toda adversidad; al mismo tiempo que es «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza» (Gál. 5:22-23).
¿Una utopía?
¿Será que la vida cristiana es una utopía, puesto que es una vida de otro orden, de otro estilo y calidad? Esto es lo maravilloso y atractivo de la vida cristiana: que, siendo de un orden altamente superior al nuestro, haya venido para condescender con la bajeza del hombre y hacer de éste su habitación, para ser contenido y luego expresado por los que la reciben.
¿Cómo se entiende que Pablo invite a los cristianos a imitarle a él, como él imita a Cristo (1ª Cor. 11:1), siendo que la vida cristiana es Cristo mismo y el hombre en sí mismo, o en su carne, no lo puede imitar, pues el único que vive la vida cristiana es Cristo mismo? O, ¿cómo se entiende lo que dice Pedro, en cuanto a que Cristo nos dejó ejemplo para que sigamos sus pisadas? ¿Puede el hombre seguir a Cristo e imitar su vida? ¡No! El hombre en sí mismo no puede; el secreto está en lo que dice Pablo: «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí» (Gál. 2:20).
Sin duda, para poder vivir la vida cristiana, necesitamos comprender en qué consiste esta ecuación: Menos yo, más Cristo. Se nos presenta una resta y una suma; restamos la vida de nuestra alma, para sumar la vida de Cristo. Es algo simple y a la vez complejo, como todas las verdades que precisan de una revelación espiritual. Se trata de la aplicación de la cruz en nuestra vida terrenal, aquella misma que Jesús nos invita a cargar día tras día, y que constituye el camino estrecho par todo aquel que desea hacer la voluntad de Dios.
Aquí está el secreto de la realización de la vida cristiana en la naturaleza humana. Se trata entonces de una vida rendida y negada, para dar paso a aquella otra vida, la que preferimos antes que la nuestra.
Esta explicación de la vida cristiana, siendo tan verdadera, ¿no trae consigo la idea de una aniquilación de la persona? Sí, más de alguien lo ha pensado, y esto ocurre muy a menudo al interpretar las verdades parcialmente, sin considerarlas en su conjunto. El texto citado nos dice: «Ya no vivo yo». ¿A cuál yo se refiere? Al yo del alma. Nosotros, en la vida cristiana, tenemos un yo externo, y un yo interno, los cuales corresponden al hombre exterior y al hombre interior.
La función del alma
El texto citado tiene un segundo hemistiquio: «…lo que ahora vivo (yo)…». Este es el yo del hombre interior, el yo del espíritu humano, que ahora, amalgamado con el Espíritu Santo, vive la vida cristiana. El yo externo muere voluntariamente al tomar la cruz cada día, pero, experimenta vida de resurrección, que también es parte de la vida cristiana. En el proceso de aprehender la vida cristiana, el yo externo va muriendo y viviendo, muriendo a sí mismo y viviendo para Dios, para el espíritu, subordinado al espíritu.
No podemos vivir la vida del espíritu sin el alma; necesitamos el alma para expresar la vida cristiana. Sólo que el alma ha de estar rendida. Un alma sin cruz es un estorbo e impedimento para la expresión de la vida cristiana, pero un alma rendida a la cruz es absolutamente necesaria para participar, vivir y expresar aquella vida.
Entre el espíritu y el alma, se encuentra el corazón, el cual se inclina a uno u otro lado. Si va para el alma, todo se vuelve carnal, y si va para el espíritu, habrá una perfecta armonía, pues todo nuestro ser estará ordenado correctamente desde adentro hacia afuera. Siempre que el corazón se inclina a los deseos del alma, va a dar lugar a una vida contaminada, engañosa y extraviada. Sólo cuando el corazón sigue al espíritu va en la dirección correcta; luego, todo se vuelve bien coordinado en aquel universo interior dando lugar al fluir de los ríos de aguas vivas que poseen los que han creído en Cristo.
Entendiendo la epístola a los Romanos
Pablo había explicado la vida cristiana en la epístola a los Romanos. Hasta el capítulo 7, venía exponiendo las verdades paso a paso. Cada verdad de la obra de Cristo a favor de los redimidos aseguraba más y más el corazón de los creyentes en cuanto a la naturaleza de la vida cristiana, con todas las implicancias de lo que Dios en Cristo tuvo que hacer para unirnos a la vida cristiana.
Sin embargo, al llegar al asunto de la ley, descubre que él es un miserable frente a las demandas de la ley divina. Descubre algo tremendo: la vida cristiana está reflejada en el carácter de la ley, y él se encuentra imposibilitado de vivir de acuerdo a ese carácter, que es también el carácter de Cristo, pues Cristo es el cumplimiento de la ley. «Pero yo soy carnal, no puedo hacer el bien que quiero, apruebo con mi mente que la ley es buena, y me deleito en ella, pero el pecado está en mí…». ¡Glorioso descubrimiento! Yo no puedo vivir la vida cristiana.
¿Quién me librará? No tengo remedio. En mí mismo, no puedo; la vida cristiana es imposible para mí… ¡Ah!, pero: «Gracias doy a Dios por Jesucristo… porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte» (Rom. 7:25; 8:2). Pablo supo que la vida cristiana no era una mezcla de su vida con la de Cristo, sino que en la medida que él moría a sí mismo, Cristo vivía en él.
¿Cuántos de nosotros hemos llegado a esta conclusión? Me temo que somos resistentes a recibir y aplicar esta verdad a nuestra existencia en la vida cotidiana. Tal vez sea por esta razón que Dios permite que sus hijos caigan en algunos pecados y otros caigan en otro tipo de faltas, tales como malas reacciones, iras, enojos, envidias y pecados diversos, pecados que a veces, son expuestos en público para avergonzar la carne; porque si no falláramos, lo más probable, es que pensaríamos de nosotros mismos que somos las personas más buenas del mundo y estaríamos criticando, juzgando y menospreciando a los demás, midiéndolos por nuestra justicia propia.
He visto esta actitud en mis funciones pastorales, con mucha pena, aquellos padres que tienen hijos buenos, aconsejar a aquellos padres cuyos hijos han fallado en algo. ‘Ah, hermano, si no corriges a tu hijo, llegará a ser un delincuente’. ‘¡No, conmigo no! Yo manejo a los míos con disciplina y no les permito que me falten el respeto. Me han salido buenos, porque he sabido corregirlos’.
Eso puede estar bien, pero cada persona es diferente, y no está bien jactarse de lo bien que hemos hecho las cosas, porque entonces tu vida cristiana es fenomenal, pues tal vez seas la única persona que ha podido vivir la vida cristiana. En cuanto a Pablo y a mí, y a todos los que como él nos consideramos miserables, confesamos que si no es él quien vive en nosotros, que si no es él la Vida de nuestra vida, somos un completo fracaso, por muy bien que hayamos hecho las cosas.
¿Quién es la vida cristiana?
La vida cristiana tiene muchas falsas interpretaciones, desde las herejías, hasta las verdades sobre enfatizadas. Puesto que la vida cristiana es Cristo, preguntamos por «Quién» y no «Qué» es la vida cristiana.
Necesitamos estar muy claros respecto de quién es el Señor Jesucristo. El Señor Jesucristo es una persona con doble naturaleza: es completamente Dios y completamente Hombre. Es divino y humano, es Dios hecho hombre. Aquí es donde surgen las más variadas herejías en relación a su persona. Unos rebajan la divinidad, exaltando la humanidad por sobre la divinidad; otros, por el contrario, rebajan la humanidad levantando la divinidad al punto de señalar que Jesús no era humano; otros ven, en las dos naturalezas, dos personas.
Así, las herejías han fallado provocando una secuela de seguidores cuyas vidas no reflejan la vida cristiana, ni pueden reflejarla, porque el Cristo que profesan no es el Cristo revelado por el Padre en las Sagradas Escrituras, sino un cristo inventado por sus mentes caídas, un cristo teológico, elucubrado por su propia imaginación y de acuerdo a sus propias filosofías de la vida baja y terrenal. Hablan de un cristo conceptual y por tanto no conocen al Cristo revelado por el Padre en las Escrituras.
Las verdades sobreenfatizadas son tan dañinas como las herejías, pues también distorsionan el testimonio de Cristo y, por lo mismo, de la vida cristiana. Históricamente, los cristianos han descubierto alguna verdad que estaba escondida, enfatizan tanto esta verdad, que todo comienza a girar en torno a una verdad pero no en torno a la Verdad que es Cristo. Un aspecto de la obra o de la persona o de las enseñanzas de Cristo siempre será importante, pero siempre será una parte y no el todo.
La modalidad de la vida cristiana
La vida cristiana fue manifestada en Jesucristo; estaba contenida en él, al mismo tiempo que él mismo era la sustancia de aquella vida. «En él estaba la vida, y la vida era…» (Jn. 1:4). «Lo que era en el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada , y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó)» (1ª Jn. 1:1.2).
La vida que encarnó Jesucristo es la vida de Dios, y Dios, es una pluralidad de personas. Por tanto, esta vida tiene las características propias de una vida colectiva, de una vida que se vive en comunidad, vida corporativa, vida compartida, en mutualidad, en reciprocidad, en diversidad y multiplicidad de relaciones. Es la vida que ha vivido eternamente el Padre con el Hijo, en la unidad del Espíritu Santo. Es una vida intratrinitaria, (vivida hacia adentro de la Trinidad) que se ha vivido con exclusividad desde la eternidad, y que ahora, en Jesucristo se ha manifestado a sus santos, para que sea extendida hacia la iglesia, de modo tal, que la iglesia es la prolongación de la vida del cielo en la tierra.
Cuando los discípulos supieron de esta vida, comprobando su realidad con todos los sentidos de la naturaleza humana, dieron testimonio de que aquella vida eterna que estaba con el Padre (refiriéndose a Jesucristo) se había manifestado y ellos eran testigos de esta maravilla que ahora anunciaban a otros, para que esos otros también entraran a tener esa comunión dispensada desde el cielo, con ellos.
La vida cristiana, toma su modelo (modalidad) de la vida eterna que estaba con el Padre y con el Hijo en la unidad del Espíritu. Esta vida tiene una forma de ser, un estilo, una imagen (su modalidad, precisamente). A esa imagen fuimos creados: a la imagen de un Dios que vive en pluralidad de personas y que se manifiesta, consecuentemente, en forma corporativa; de lo cual Cristo es la incorporación. Su vida en los días de su carne es un ejemplo de vida compartida con el Padre y con el Espíritu; siempre se le ve dar testimonio de su comunión y dependencia del Padre por el Espíritu Santo. Nada hace por si mismo; las obras que hace, dice que son las obras que el Padre hace a través de él.
La consejería de los apóstoles, en cuanto a vivir la vida cristiana en el vivir de la iglesia, precisamente, va orientada a la práctica de la consideración de los unos con los otros, de soportarse los unos a los otros, de orar unos por otros, de amarse los unos a los otros. Encontramos esta expresión decenas de veces en el Nuevo Testamento, lo que implica que el vivir de la iglesia es el resultado de que en ella fue depositada la vida trinitaria, posibilitando la prolongación y expresión de esta vida en la comunidad de creyentes.
La vida del hombre
La vida del hombre sin Dios, es una vida individualista, centrada en el ego. Desde el principio, cuando Adán cayó, en él cayó toda su descendencia; y la caída consistió en separarse de la vida dependiente de Dios, quedando con una vida cuya identidad se expresa en forma independiente.
El llamado de Dios a los hombres, es un llamado a salir fuera de esa condición, para regresar al modelo original, que consiste en una vida en comunión con Dios, por lo tanto, a una vida apegada a él y que depende de él. El árbol de la vida traía en su naturaleza la genética de esa vida; no así el de la ciencia del bien y del mal, que causó la separación del hombre de Dios y consecuentemente la muerte.
Porque la vida no está en ningún otro lugar más que en la fuente de la vida, la cual es Dios. Eklesía es una palabra griega que significa: «llamados afuera». Así, Dios llama a los hombres a salir fuera de esa vida egocéntrica, para regresar a la vida que está vuelta hacia él. Es por esto, que nos trajo de regreso el árbol de la vida en Jesucristo, para que, comiendo de Cristo, podamos recibir el poder de la vida trinitaria. Siendo participantes de esta vida, se hace posible vivir la vida cristiana.
Jesús se anticipó a decirnos: «El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn. 14:23). En esto, Jesús muestra una modalidad de vida colectiva; anuncia que seremos introducidos en la participación de una vida intratrinitaria, vida en comunión, en pluralidad de personas. Sólo así saldremos del egocentrismo, al vivir una vida compartida, donde mis acciones están reguladas por los intereses y la voluntad de otros, donde voluntariamente, me entrego a la dirección de aquel que me dio la vida para amarlo, adorarlo y servirlo. Allí, en el seno de esa vida, aprenderé a dar y recibir, aprenderé a ser amado y amar como Dios es amor. Inmerso en esta vida, se hará posible vivir la vida cristiana, para lo cual la vida de iglesia aquí en la tierra me es indispensable.
Es absolutamente necesario vivir la vida cristiana insertos en el cuerpo de Cristo, que es la iglesia. Particularmente, soy apenas un miembro del cuerpo, y de la misma manera como un miembro no puede vivir sin la conexión con los otros miembros del cuerpo, así mismo en la vida cristiana, no podemos desarrollarnos en Cristo viviendo como ermitaños.
Hay quienes declaran que han aprendido más de Cristo estando solos que participando de la vida de iglesia. Esto es una tremenda irrealidad; los tales no saben lo que dicen. Dios ha dispuesto el cuerpo de Cristo en la tierra como un campo de entrenamiento para el aprendizaje de la vida celestial. Es aquí donde somos entrenados, evaluados y configurados a la imagen de Cristo para las glorias que nos esperan en el reino de los cielos.
Muchos cristianos no saben experimentalmente lo que es la regulación del cuerpo, no saben lo que es considerar a los demás, respetar, escuchar el consejo, obedecer, sujetarse, servir sin alterar a otros, sin hacerse notar, sin intereses de reconocimiento, dejando espacio para los que vienen creciendo, prefiriendo a los demás antes que a uno mismo, sufriendo con el que sufre, llorando con el que llora y gozándose con los que se gozan.
En fin, es mucha la multiplicidad de relaciones que conlleva la modalidad de la vida cristiana, es mucho lo que hay que aprender, pues hemos vivido una vida privada y particular con nuestra familia consanguínea, pero ahora, hemos sido llamados a compartir una vida con otras personas, que tienen diferente formación, y en esa diversidad, se va formando el carácter de Cristo, en el roce de las piedras vivas, como las piedras que van por la corriente del río se van puliendo unas a otras por el roce, la erosión que produce su viaje por la corriente hacia el mar, van juntas, chocándose unas con otras, así mismo, nos rozamos con los hermanos en las congregaciones, al asumir el desafío de vivir la vida cristiana que nos conduce al océano del amor de Dios.
Nosotros en Cristo
«…mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús…» (1ª Cor. 1:30). La expresión «en Cristo», se encuentra numerosas veces en el Nuevo Testamento. Contiene un significado superlativo para el entendimiento de cómo fue la elección de Dios, el llamado, la justificación y glorificación de aquellos que él consideró en Cristo desde la eternidad pasada.
Dios nos puso en Cristo, en su obra y en su persona. Somos participantes de Cristo, estamos en él; Dios nos ve en Cristo, escondidos en Cristo y a través de Cristo. Estar en Cristo es mucho más que una posición, mucho más que una vida convertida, más que una vida consagrada. Estar en Cristo es la más bendita realidad experimentada por aquellos que han gustado del toque divino del amor de Dios al hacerlos participantes de la vida cristiana que es en Cristo.
«…por él (por Dios) estáis vosotros en Cristo». Por una elección divina, por un acto de la voluntad y del amor de Dios, por su intervención histórica a través de la obra redentora de Cristo, en quien vio a los que de antemano conoció en su presciencia. Por ser Cristo en quien se termina la antigua creación y comienza la nueva, por ser Cristo crucificado en quien Dios resumió toda la condenación de la raza de Adán, por la resurrección de Jesucristo, en quien Dios levantó la cabeza de una nueva raza. «De modo que si alguno está en Cristo nueva creación es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (1ª Cor. 5:17). Sustancialmente, estar en Cristo es haber sido unidos por Dios, orgánicamente, a la vida cristiana que es en Cristo.
Toda la obra de Dios tiene a Cristo como punto convergente; todo es de él, por él y para él, y en él. «Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo» (1ª Cor. 5:19). Todo lo que Dios se ha propuesto hacer, y aún lo que hará en las edades venideras, tiene a Cristo como punto central.
Cristo en nosotros
Dios ha hecho que Cristo sea para nosotros, «sabiduría, justificación, santificación y redención» (1ª Cor. 1:30). En el contexto de este capítulo, Dios está tratando con los necios (v. 27), con los viles (v. 28), con los débiles (v. 27) y con los menospreciados (v. 28) del mundo. Para los necios, Dios hizo que Cristo sea su sabiduría; para los viles, Dios hizo que Cristo sea su justicia; para los débiles, Dios hizo que Cristo sea su santidad, y para los despreciados, Dios hizo que Cristo fuese su redención. De este modo, Dios se las arregló para unirnos a él mediante Jesucristo.
Dios hizo que Cristo fuese algo para nosotros, e hizo que nosotros fuésemos algo para él en Cristo. Sólo así, es posible vivir la vida cristiana, unidos a Dios en Cristo, jamás separados de él. La fe consiste en apropiarse de esta realidad de vida en Cristo; es imposible entrar en ella y disfrutarla si no es por medio de la fe.
«Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras» (Ef. 2:10). Dios ha hecho algo de Cristo para nosotros, los que estamos en él; y ha hecho de nosotros algo para Cristo: nos creó de nuevo para que anduviésemos en las obras que él había preparado de antemano. Somos hechura de Dios en Cristo. Dios hizo que nosotros fuésemos algo en Cristo para un propósito: andar en sus obras.
Dios es el Supremo Hacedor. No entenderemos por qué ni para qué existimos, a menos que veamos lo que Dios hizo de nosotros en Cristo. Cristo en nosotros y nosotros en él, es la obra de Dios. Para lograr esta fusión, tuvo que hacer la obra más extraordinaria que jamás se ha hecho: manifestar la naturaleza divina en la carne humana de Jesús. El milagro más contundente: Dios manifestado en carne. Dios unido a la humanidad del hombre y el hombre unido a la divinidad de Dios.
Suposiciones de la vida cristiana
Algunos suponen que la vida cristiana consiste en que Cristo está produciendo cambios en nosotros, que está interesado en transformar lo viejo en algo nuevo, en reparar algo que se echó a perder.
Déjeme decirle, que Cristo no está interesado en hacer ningún cambio en su vida. No, él no está transformando su vida; él está haciendo algo mucho mejor que eso: él ha venido con toda la riqueza de la vida de Dios para implantarla dentro de usted. Él está esperando que usted comprenda que debe dejarle vivir su vida en usted, para lo cual usted ha de morir a todas sus habilidades, por buenas que sean.
Tal vez, ha llegado a pensar que el Señor le ayudará a cambiar ciertas cosas de su carácter. Usted ha pensado que sería la persona más perfecta del mundo si tan sólo no fuese tan pronto para airarse. Otro hermano habrá pensado que sería tan dichoso si tan sólo dejara ese vicio o esa manía de su modo de ser. Si es así, usted necesita comprender que la vida cristiana no es «yo más Cristo», sino «Cristo en mí». Si no cambia su modo de pensar, y asume el pensar de la mente de Cristo, seguirá fracasando en el intento de ser cristiano.
Su problema mayor es que usted tiene una muy buena opinión de sí mismo; usted reconoce que tiene algunas fallas, pero usted equivocadamente, le está pidiendo a Dios que le quite esas fallas. ¡Déjeme decirle que eso no funciona! Está perdiendo su tiempo, porque eso no es la vida cristiana. Pablo nos da un ejemplo práctico; en todos sus escritos, insistió de diversas maneras, con diferentes metáforas e ilustraciones, en el poder de la vida canjeada; no una vida cambiada ni transformada, sino la vida de Cristo sustituyendo a la nuestra.
La más grande enseñanza es que el supereminente poder que levantó a Cristo de entre los muertos, está operando poderosamente en aquellos que creen, que el Espíritu vivifica y capacita con poder a los que han creído y les conduce a Cristo para revelarlo, glorificarlo y hacerlo vida en cada corazón de los que le obedecen.
Otros han supuesto, equivocadamente, que la vida cristiana consiste en imitar a Cristo, tratar de ser como él es, siguiendo sus pisadas. Si así fuese, la vida cristiana sería un ideal y todos los cristianos deberíamos esforzarnos en seguir aquel modelo que se encuentra allá, distante de nosotros. Déjeme decirle que la vida cristiana no es un ideal, sino, una bendita realidad.
Los cristianos estamos llamados a participar de Cristo y no a imitar a Cristo. Nuestra participación en Cristo es, primeramente, gracias a la obra de Dios efectuada en la cruz del Calvario, y luego la obra presente de Dios, mediante su gracia que obra por el Espíritu Santo, comunicándonos la vida del cielo en nuestra naturaleza humana. A partir de nuestro encuentro con Cristo, comenzamos a participar de Cristo, no como quien se esfuerza por ser como Cristo, sino como quien ve lo que Dios tuvo que hacer para unirnos a Cristo, al mismo tiempo que contamos con una realidad interior, que consiste en tener la mismísima vida que Dios nos impartió en Cristo a través de su Espíritu.
Cierto es que Pablo nos llama a imitarle en la misma manera como él imita a Cristo (Fil. 3:17). No obstante, hemos de observar qué es lo que Pablo está imitando: él está siguiendo el ejemplo, la forma como Cristo se condujo, el sentir que hubo en Cristo, y eso tiene que ver con que Cristo se negó a sí mismo para preferir hacer la voluntad del Padre. Pablo está siguiendo el ejemplo de Cristo en esa modalidad, y en eso él es ejemplo de cómo seguir a Cristo, aceptando vivir una vida rendida a la cruz; ante lo cual hay algunos que son contrarios y, por tanto, enemigos de la cruz.
La imitación de Pablo consiste en la actitud que se ha de tener en cuanto a la cruz de Cristo, pero en cuanto al poder para experimentarlo se encuentra únicamente en nuestra participación en y con Cristo, considerando nuestra unión con él y en él, por la gracia de Dios.
El trabajo de Pablo en la vida cristiana
«…presentar perfecto en Cristo a todo hombre… según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí… para que sean consolados sus corazones, unidos en amor, hasta alcanzar todas las riquezas de pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios el Padre y de Cristo, en quien está escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (Col. 1:28-29; 2:1-3).
Pablo luchaba según el poder de Dios, no en sí mismo. Se esforzaba en la gracia, a fin de enseñar a los hombres creyentes cómo es que se vive la vida cristiana y esto es que, para poder vivir la vida cristiana hay que reconocer nuestra total impotencia, debilidad e insolvencia moral y espiritual, y lo imposible que es para la carne imitar a Cristo.
De ahí que algunos de los grandes errores del enfoque que se da al vivir cristiano es que usted será un muy buen cristiano si ora, si lee su Biblia, si da el diezmo, si asiste a todas las reuniones de la iglesia, si ayuna, si canta en el coro, si hace obras, si se esfuerza por predicar el evangelio, visitar los hospitales y las cárceles. Todo esto es muy bueno, pero esto no es la vida cristiana.
Es verdad que la Biblia, la oración y las reuniones de la iglesia son un medio para crecer en la vida cristiana, pero estos medios en sí mismo no son la vida cristiana. Si enfatizamos los medios de gracia, podemos caer en un activismo religioso y eso puede ser nocivo. En realidad hacemos todo esto en el cuerpo de Cristo, pero no para ser buenos cristianos, sino porque la vida cristiana, que es Cristo, está dentro de nosotros, y estamos aprendiendo cómo funciona y hemos sabido que es muriendo a nosotros mismos como él vive y se expresa a través de nosotros.