La epístola a los Hebreos abunda en argumentos para demostrar la superioridad del Nuevo Pacto sobre el Antiguo. Es la gracia de Dios que ha rebasado todos los límites de las bendiciones recibidas por los creyentes antiguos, y por aquellos que estuvieron bajo la ley. Es la benignidad de Dios que se ha volcado abundantemente hacia los hombres y mujeres de esta dispensación, en este postrer tiempo.

Estos privilegios vienen de muy atrás. Dice Hebreos que somos más bienaventurados que los ángeles, pues Dios no los socorrió a ellos, sino a nosotros; que no sujetó a ellos el mundo venidero, sino a nosotros. Somos más bienaventurados que los israelitas, porque no estamos asociados con Moisés, el dador de la ley, sino con Cristo, apóstol y sumo sacerdote de los bienes venideros, el autor y consumador de la fe. Somos más bienaventurados que Israel, porque ellos no entraron en el reposo de la Tierra Prometida, pero sí nosotros – nuestra Tierra Prometida es Cristo.

Somos más bienaventurados que Israel también en esto: nuestro sumo sacerdote es superior a los que tenían los judíos – aunque fue «semejante a sus hermanos en todo». Este sacerdote intercede por nosotros para siempre, pues la muerte no le puede quitar su ministerio; fue constituido con juramento, no por la ley de la descendencia, sino a causa de su vida indestructible.

En el Nuevo Pacto estamos asociados con las cosas celestiales, eternas, de las cuales la ley tenía solo las sombras y figuras. En el Nuevo Pacto las leyes no están escritas en tablas de piedra, sino en la mente y el corazón de los creyentes, y nadie necesita que otro le enseñe quién es Dios, o cómo es, porque todos le conocen – no solo algunos privilegiados. Este pacto tiene mejores promesas, pues se basa en la gracia y la fe, y no en las obras de la carne.

Somos privilegiados también en que nuestros pecados no solo han sido cubiertos, sino borrados para siempre. La sangre de los animales solo podía quitar las impurezas de la carne, pero la sangre de Cristo ha limpiado nuestras conciencias de obras muertas. Por eso la ley no podía hacer perfectos a los que se acercaban a Dios; en cambio, Cristo nos hizo perfectos para siempre con una sola ofrenda.

Los creyentes antiguos vieron de lejos las cosas prometidas, las saludaron y confesaron, pero no las tocaron. Ellos no recibieron lo prometido, porque todo aquello estaba reservado para nosotros.

Nosotros no nos hemos acercado al monte Sinaí, que inspiraba terror, sino al monte Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a unirnos a los primogénitos inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos; pero sobre todo hemos venido a Jesús, el Mediador del Nuevo Pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.

Hebreos nos seduce mostrándonos, de tantas y preciosas formas, cómo Dios nos ha favorecido; cuánto nos amó y cuánto preparó para nosotros desde tiempos eternos, en Cristo. Verdaderamente, hay un Hombre sentado a la diestra de Dios, y todos los hombres que en él estamos, somos favorecidos con la gracia abundante del Nuevo Pacto.

530