¿Por qué, teniendo un don tan grande y tan precioso como es Cristo, nuestra herencia, no hemos echado mano de él para nuestro pleno deleite? La razón de ello es que hemos ignorado ciertos principios fundamentales.
Lectura: Josué 14:6-15
La tierra de Canaán tipifica de una manera maravillosa y muy completa al Señor Jesucristo. La plenitud de la tierra es la plenitud de Cristo, y la posesión de la tierra es, por lo mismo, la posesión plena de nuestro Señor Jesucristo. El Padre nos ha dado una tierra, una herencia de gracia, el don de su Hijo amado, para que sea total y completamente nuestro.
Ustedes saben que la historia de Israel quedó registrada para que nosotros, considerándola, podamos tomar ejemplo y obtener de ella las lecciones espirituales que van a ser fundamentales para nuestro andar y nuestro progreso en el Señor. Todo el Antiguo Testamento es una gran tipología en clave, cuya llave maestra de interpretación, quien le da verdadero sentido, es nuestro Señor Jesucristo.
Cuando venimos al Antiguo Testamento y recorremos sus páginas a la luz de la revelación de Jesucristo, ellas cobran sentido para nosotros. El Antiguo Testamento no es simplemente historia antigua, es mucho más que eso: es tipológicamente la historia de Cristo y de su iglesia. Porque el misterio eterno de la voluntad de Dios, todo el propósito de Dios apunta desde la eternidad hacia Cristo y hacia su iglesia.
Considerando esto, veamos en el texto de Josué 14:6-15 algunas verdades relacionadas fundamentalmente con la toma de posesión de la tierra.
Un fracaso histórico
La tierra nos fue concedida de gracia. Jesucristo el Señor es todo nuestro, para que lo disfrutemos en plenitud. Sin embargo, ¿por qué a lo largo de los siglos, la cristiandad ha fracasado en la posesión de la tierra? ¿Por qué, si Cristo es todo nuestro, no lo hemos disfrutado plenamente? ¿Por qué, teniendo un don tan grande y tan precioso, no hemos echado mano de esa herencia? ¿Por qué, si podemos vivir una vida superior, en el plano celestial, nos hemos contentado con vivir una vida en el nivel de lo terrenal? ¿Qué ha fallado, hermanos?
¿Alguien que ha buscado sinceramente a Cristo puede decir: “Él me falló”? Cuando tú le has buscado con todo tu corazón, ¿le has hallado? Dice la Escritura: “Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón”. Pero si eres más o menos indiferente a la visión celestial, al propósito divino, si tu corazón no arde con el propósito de Dios, entonces tú no puedes tomar posesión de la tierra. Por eso quisiera que viéramos la historia de Caleb y cómo él entró y tomó posesión de la tierra prometida.
Una tierra de gigantes
El monte Hebrón es el monte más rico de Israel. Cuando los espías –entre los cuales estaban Josué y Caleb– entraron por primera vez en la tierra, cuarenta y cinco años antes de este pasaje, fueron en primer lugar hacia Hebrón. Ellos reconocieron la tierra, pero fundamentalmente pasaron por Hebrón, y cuando volvieron a Moisés, dijeron: “Jehová ha dicho la verdad. Verdaderamente la tierra es una tierra que fluye leche y miel. Pero vimos también allí a los anaceos, los gigantes de la raza de Anac”.
Los israelitas habían salido de Egipto, habían dejado atrás la esclavitud, y luego de algunos meses llegaron hasta la frontera de la tierra prometida. Eso había sucedido cuarenta y cinco años antes. Israel estuvo a la vista de la tierra que fluye leche y miel, pero no entró en ella. ¿Por qué no entró? Porque, cuando volvieron aquellos espías, dijeron: “En verdad es una tierra que fluye leche y miel –en verdad, Cristo es precioso; en verdad, es maravilloso– pero también están allí los gigantes de la raza de Anac: el precio que hay que pagar es demasiado grande”. Y, mientras decían esas palabras, atemorizaron el corazón del pueblo.
Cristo es precioso, pero para poseer en plenitud a Cristo, debemos entrar en la tierra y enfrentarnos con las ciudades amuralladas, enfrentar a los gigantes. Esto parece extraño: si Cristo es un don de gracia, ¿cómo es que hay gigantes en la tierra que Dios nos dio por heredad? Es un don, pero Dios nos da un don que parece difícil de aceptar. Entonces, aquel pueblo que había salido de Egipto temió y se negó a entrar en posesión de la tierra de Dios. ¡Mira la tragedia de esa generación! Tuvo al alcance de la mano la más grande de las riquezas y de las promesas, y no tomó posesión de ella.
Hay que pagar un precio
Nosotros debemos saber que hay una diferencia entre la revelación del propósito de Dios, el misterio de Cristo, y la posesión de ese misterio, la plena vivencia de él. Tú puedes tener la ‘revelación’, el entendimiento, la visión; puedes tener a la vista la tierra prometida, pero no por eso has tomado posesión de ella. Se requiere algo más. No sólo verla, tienes que entrar y poner tus plantas sobre ella. Y mientras avances, te vas a encontrar con los gigantes de la raza de Anac, y con las ciudades amuralladas. Dios no nos está engañando acerca de la tierra. Los israelitas incrédulos juzgaron que Dios les había mentido. Pero él no les había mentido.
Grandes multitudes iban en pos de Jesús, porque el Señor es la tierra de la abundancia. Nadie venía a él para luego irse con las manos vacías, ¡porque Cristo es la tierra que fluye leche y miel! Pero a esas multitudes que iban en pos de él, les dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, tome su cruz cada día, y sígame … El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por causa de mí, la hallará”. El Señor nunca nos ha mentido. Es verdad que Cristo es la plenitud, pero él también nos dijo que para llegar a la plenitud, debemos seguir el camino de la cruz. No hay otra forma de entrar en la tierra de Dios, sino a través del camino de la cruz.
Ahora tenemos el mandato de Dios de tomar posesión de todo lo que está en Cristo. Y tú sabes lo que significa eso, ¿sabes qué precio hay que pagar para tomar en posesión a Cristo? Si lo supieras, ¿querrías aun así pagar ese precio? Es cierto, es un don de la gracia, pero también están allí los gigantes y las ciudades amuralladas.
La iglesia disfruta de la plenitud
Caleb y Josué podrían haber tomado inmediatamente la tierra, porque ellos creyeron al Señor. Pero no era así la voluntad de Dios, porque él no quería que entraran solos; él quería que todo su pueblo entrara en posesión de la tierra.
Para poseer la tierra, Dios no busca simplemente individuos excepcionales. Aunque Caleb y Josué sean excepcionales; con todo, ellos, por sí mismos, no estaban en condiciones de poseer la tierra de Dios. Ningún hombre, por muy recta que sea su fe delante de Dios, podrá entrar en la plenitud de Cristo, porque ésta no es la posesión de ningún individuo en particular, sino que es para ser disfrutada por la iglesia de Jesucristo. ¡La plenitud de Cristo es para su iglesia! Tú no puedes entrar en la tierra solo, aunque seas Josué, aunque seas un siervo de Dios, aunque tengas otro espíritu, aunque tu visión de Dios sea diferente.
En el pasado, muchos hermanos han escrito libros acerca de cómo vivir una vida cristiana victoriosa, más abundante, más profunda. Eso está bien en cierto sentido, pero está equivocado en otro sentido, porque deja la impresión de que uno personalmente puede llegar a vivir la plenitud de Cristo. Hermanos, la plenitud de Cristo es algo mucho más grande de lo que tú y yo como individuos podemos contener. Cristo es demasiado grande para ser contenido en vasos individuales. Es más, Dios diseñó en la eternidad un solo vaso para ser la plenitud de su Hijo Jesucristo, ¡y ese vaso es la iglesia de Cristo!
El desierto es la cruz
Aunque Josué y Caleb eran hombres espiritualmente más crecidos que sus hermanos, y aunque tenían una comprensión mayor de las verdades de Dios, aun así ellos debieron recorrer los mismos cuarenta años junto al pueblo de Israel por el desierto. Aquí hay una lección espiritual muy importante: ¿Por qué Josué y Caleb anduvieron cuarenta años en el desierto junto a Israel? ¿Qué representa el desierto? En la Escritura, el desierto es el lugar de la prueba de Dios. Allí no hay nada, todo es seco, desolado, árido; no hay vida. Cuando caminas por allí, estás caminando a través de la muerte. La caída de la primera generación significa que todo lo que era del viejo hombre, todo lo que venía de la carne debía morir en ese desierto.
El desierto representa la obra de la cruz; es el tiempo que Dios se toma para tratar con tu carne y con mi carne. Antes de entrar en la tierra, la carne debe ser quitada de en medio; el viejo hombre no puede entrar por sus propias capacidades. La carne no puede poseer a Cristo. Los cuarenta años de esa generación en el desierto significan que el viejo hombre fue desplazado, que una nueva generación surgió: un nuevo hombre en Cristo Jesús.
La visión de Cristo
De todos los hombres y mujeres que salieron de Egipto siendo adultos, solamente Caleb y Josué no murieron en el desierto. ¿Cómo fue que Caleb y Josué pudieron entrar? ¿Cómo es que estos hombres sobrevivieron y pudieron entrar en la tierra de Dios? Veamos: “Yo era de edad de cuarenta años cuando Moisés siervo de Dios me envió desde Cades-barnea a reconocer la tierra; y yo le traje noticias como lo sentía en mi corazón” (Josué 14:7). “Yo fui enviado y entré en la tierra. La vi con mis propios ojos, la toqué con mis manos; comí sus frutos. Tuve una visión, una experiencia de la tierra, y esa tierra se me pegó en el corazón”. Caleb vio el monte Hebrón, y ese monte se le pegó en el corazón. Durante aquellos cuarenta años, mientras él vagaba por el desierto, una cosa lo mantenía en pie; había una promesa de Dios en su corazón. Él había visto la tierra, y Dios le había dicho: “Tú entrarás”. Así que durante todo ese tiempo, cuando la cruz estaba operando, había algo que mantenía en pie a Caleb: era la visión de lo que Dios le había mostrado, era la visión de la tierra, ¡era la visión de Jesucristo!
Hermano amado, primero necesitamos una visión de Cristo; no un concepto, no ideas, no teologías, no la doctrina sobre Jesucristo. Lo que necesitamos es la revelación de Cristo traspasando todo nuestro ser, cautivándolo por completo. Necesitamos una visión de Cristo que nos consuma por completo, que atrape nuestro corazón y nos haga vivir de ahí en adelante apegados a esa visión. Hasta que ese día llegue, no estamos todavía orientados hacia la tierra; todavía estamos, como los israelitas, dando vueltas en círculos.
Pero porque Caleb tenía la visión de Cristo metida dentro de su corazón, él sabía hacia dónde iba. Él podía soportar la cruz, porque tenía la revelación de Cristo viviendo en su corazón. Cuando viene la prueba, cuando viene el turbión, cuando el desierto te abrasa, sólo la visión de Jesucristo ardiendo en tu corazón puede mantenerte en pie y enviarte hacia adelante. ¡Cuando todas las luces se apagan, la Estrella brillante de la mañana te mantendrá el rumbo, te marcará el norte, y no morirás!
Necesitamos que el Padre nos revele a Cristo como nunca antes lo ha revelado en nuestro corazón. Necesitamos una visión que nos cautive, nos traspase y nos envíe hacia adelante a poseer la tierra, a través de la noche de la prueba, hasta llegar a la meta que Dios nos ha trazado en Cristo Jesús. ¿Es así tu visión de Cristo? ¿Estás cautivado por Cristo, hermano? Si tu visión es menos que eso, vas a caer en el desierto. El desierto es largo, y la prueba también es larga.
La vida de resurrección
Y luego dice Caleb: “Y mis hermanos, los que habían subido conmigo, hicieron desfallecer el corazón del pueblo; pero yo cumplí siguiendo a Jehová mi Dios”. (v.8). Está recordando lo que ocurrió hace cuarenta y cinco años, cuando todos dijeron: “Esa es una tierra terrible”, y él dijo: “No, es una tierra en verdad maravillosa”. Cuando han venido a ti, hermano, y te han dicho: “Esto de la vida de la iglesia me tiene cansado, es un camino demasiado difícil”, ¿cuál ha sido tu testimonio? ¿De parte de quién has hablado? ¿Has dado testimonio de Cristo? ¿Has dicho: ¡No, verdaderamente la vida de Dios es preciosa, verdaderamente Cristo es precioso, verdaderamente la tierra es preciosa!? ¿O en lo secreto de tu corazón has dejado que broten palabras amargas, y has sido infiel al Señor?
“Entonces Moisés juró diciendo: Ciertamente la tierra que holló tu pie será para ti, y para tus hijos en herencia perpetua…” (v.9). Oh, hermanos, ¡qué preciosa promesa! “la tierra que tocaren tus pies será tuya”. ¡El Cristo que se reveló en tu corazón, será tuyo! Pablo dice: “Yo corro para asir aquello para lo cual fui asido también por Cristo Jesús … Yo quiero llegar a ser un día hallado en él. Que, cuando ustedes busquen a Pablo, no lo encuentren por ninguna parte: tendrán que buscar en Cristo. Ya no va a estar Pablo por ningún lado: solamente va a estar Cristo, y Pablo escondido en él”.
“Ahora bien, Jehová me ha hecho vivir como él dijo, estos cuarenta y cinco años … y ahora, he aquí, hoy soy de edad de ochenta y cinco años”. (v.10). Cuarenta años es el tiempo que anduvo Caleb por el desierto, y ahora tiene ochenta y cinco años. Ustedes saben cómo es un hombre a los ochenta y cinco años: los huesos le duelen, las articulaciones están endurecidas, apenas puede caminar. Desde el punto de vista humano, es un hombre acabado.
Y aquí se presenta un anciano de ochenta y cinco años y dice: “Josué, así me dijo el Señor: ese monte es tuyo. Y ahora tengo ochenta y cinco años, pero el Señor me ha hecho vivir estos cuarenta y cinco años”. Este es un hombre que ya no vive en la fuerza de la carne, en la fuerza del hombre natural: es un hombre que vive la vida de resurrección: “¡El Señor me ha hecho vivir!”. No es la vida de Caleb, no es su fuerza, no es su capacidad; ¡es la fuerza, la capacidad y el poder de la vida de Dios en él!
Aquí tenemos un principio espiritual: para entrar en la tierra, debemos hacerlo no en la fuerza de la carne, sino en el poder de la vida de resurrección. La vida de Dios está en ti. Cristo puso su vida en ti. ¿Cuál es la diferencia entre un hombre que vive en el poder de la resurrección y uno que simplemente tiene la vida de Dios? Es la diferencia que hace el desierto. El desierto es la obra de la cruz. Cuando ésta ha obrado profundamente en ti, entonces tu vida natural ha sido desplazada, has sido debilitado en tu ser natural, ya no eres un hombre que confía en su propia fuerza. Eso es lo que el desierto le hizo a Caleb. A los ochenta años, sólo podía mirar a Dios y decirle: “Eres tú, Señor, y sólo tú, el que puede hacer que yo tome ese monte”.
Pérdida de confianza en la carne
Necesitamos que la cruz trabaje profundamente en nuestras vidas. No cometas el error de evitar la cruz, porque sólo la cruz te puede dar la vida de resurrección; sólo por ella puedes venir a la vida en el plano superior. Necesitas ese desierto que consuma tu vida natural, que desgaste tu ser exterior, que destruya tu autoconfianza y tu fortaleza propia; donde tú aprendas a no vivir más en la capacidad de tu mente, en la fuerza de tu voluntad, en tu poder para tomar decisiones, en tu capacidad para proyectar y para planificar.
Existe un trecho entre la visión de Dios y el pleno cumplimiento de esa visión en nuestras vidas. Ese trecho es el camino de la cruz. La cruz fue diseñada antes de la fundación del mundo, y fue hecha a tu medida. Hay un desierto para ti y para mí allí adelante. Tú puedes mirarlo y aterrorizarte. Si entras en él, vas a descubrir al otro lado la vida de resurrección, porque Dios es fiel. Caleb lo comprobó en su propia vida: aunque pasaron todos esos años, finalmente él estuvo otra vez allí ante la tierra de Dios.
“Dame, pues, ahora este monte, del cual habló Jehová aquel día … Quizá Jehová estará conmigo, y los echaré, como Jehová ha dicho”. (v.12). Esta frase me gusta mucho: “Quizá el Señor estará conmigo”. ¿Está dudando Caleb? No; sino que un hombre que ha conocido la cruz no habla con esa seguridad de la carne. Pero ese ‘quizá’ es suficiente para que el poder de Dios actúe a través de Caleb. Es un hombre debilitado, que no tiene seguridad en sí mismo. No es un ‘quizá’ de duda, sino un ‘quizá’ que viene de la cruz.
Nosotros a veces somos tan seguros para decir las cosas, tenemos tanta confianza en lo que sabemos. Pero he aquí un hombre que ni siquiera tiene confianza. Confía en Dios, pero desconfía de sí mismo. Dice ‘quizá’, pero él toma su espada y sube.
La plenitud está en el cuerpo
Y cuando sube, no lo hace solo. Esto es muy importante. Toda la tribu de Judá subió con Caleb a tomar Hebrón, porque la conquista de la tierra no es una empresa individual. Esta es la lección que aprendieron Josué y Caleb en el desierto: no solos, sino como cuerpo. Ambos tuvieron que ser debilitados profundamente para aprender esta lección. Cuando llegó el día, Caleb era un hombre que ya no tenía confianza en sí mismo: se podía apoyar en Dios, y también en el cuerpo de Cristo. Ambas cosas están entrelazadas.
Hay algunos de nosotros que confiamos fácilmente en Cristo, pero no confiamos en el cuerpo de Cristo. Es una gran tragedia para la obra de Dios. Aun entre los pastores, entre los ancianos, entre los obreros, hay hombres que no confían en el cuerpo de Cristo como deberían confiar. No comprendemos lo que Dios ha dado a la iglesia, y por eso, cuando llega el momento, no somos capaces de sujetarnos y dejarnos regular por el cuerpo.
La plenitud de Cristo está en el cuerpo de Cristo. Que el Señor abra nuestros ojos para ver esto. No importa que tu hermano sea joven, sea viejo, si te parece que es sabio o no es sabio; el hecho es que si él es de Cristo –porque nos reunimos, nos entretejemos los unos con los otros– hay allí una riqueza de Cristo, una plenitud que tú o yo solos jamás podríamos alcanzar. Por eso, necesitamos tener el corazón de Cristo; nuestro corazón tiene que ensancharse para dar lugar a todos los hijos de Dios, porque si todos los hijos de Dios están juntos y vienen a Cristo, allí habrá más plenitud que cuando estamos separados y solos.
Los lugares celestiales
Caleb subió contra los anaceos y tomó Hebrón. Los anaceos eran gigantes que habitaban en los montes de la tierra prometida. En la tierra de Canaán, que es figura de Cristo, los lugares más altos, donde está la mayor plenitud, la mayor abundancia, son los lugares más difíciles de tomar en posesión. Los montes son los lugares más altos de la tierra, y por tanto son figura de los lugares celestiales. La Escritura dice que nosotros fuimos llamados a sentarnos con Cristo en los lugares celestiales. Eso significa una posición de dominio, de gobierno y de gloria juntamente con Cristo.
La iglesia está llamada a gobernar juntamente con Cristo. Pero en los lugares celestiales hay otros poderes hostiles a la voluntad de Dios que pretenden gobernar. Y cuando la iglesia quiere entrar en plena posesión de su herencia en Cristo –su puesto en los lugares celestiales– tiene que enfrentarse con los gigantes de la raza de Anac, es decir, contra los principados y potestades en los lugares celestiales. Esta es la parte más difícil. ¡Pero Cristo derrotó en la cruz a los principados y potestades! Tú necesitas esa vida de resurrección para tomar posesión de los lugares celestiales, conforme al propósito de Dios en Cristo Jesús.
Cuando Caleb tomó el monte, destruyó las ciudades fortificadas y destruyó a los gigantes. Cuando él hubo tomado posesión del monte, entonces cambió el nombre del monte; ya no se llamó más Quiriat-arba, sino Hebrón. Hebrón significa comunión, significa vida.
“Y la tierra descansó de la guerra”. (v.15). Hermanos, hay una batalla del pueblo de Dios que aún se está librando. Aún hay lugares altos que tomar, hay riquezas de Cristo que tomar, hay lugares de la tierra que tienen que ser conquistados; son los lugares más altos, los más difíciles. Cuando la iglesia tome definitivamente posesión de ellos, entonces la tierra descansará de la guerra.
Un día, hermanos, si proseguimos y continuamos por el camino de la cruz y venimos por ese camino al centro de la voluntad de Dios en Cristo Jesús, los poderes de la muerte y de la oscuridad van a ser derribados, van a ser desplazados, van a ser arrojados a la tierra. Satanás va a perder por completo su posición. Entonces, la guerra habrá concluido, y la victoria será para siempre de Cristo y de su iglesia. ¡Bendito sea para siempre el nombre del Señor!
Síntesis de un mensaje oral compartido en Rucacura 2003.