Claves para el estudio de la Palabra
A. T. Pierson
Hay un principio en la escuela de los métodos adecuados en el estudio de la Palabra que debe ser considerado desde el principio de este libro1. La propia Biblia ofrece instrucciones básicas para su correcto estudio. Primeramente, debemos recordar que, siendo el Libro de Dios, para una lectura verdaderamente provechosa, se necesita una mente iluminada por el mismo Espíritu que inspiró el texto.
Goethe dice que antes que un lector reclame por la oscuridad de un autor debería examinar si él mismo es «claro interiormente, pues de no ser así, hasta los escritos claros, son ilegibles». «Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente». Ninguna cantidad de luz sobre las páginas compensará un ojo ciego. «Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?». La Biblia debería ser abierta con oración. «Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley»
Esto debe ser enfatizado desde el principio. Ningún hombre puede tener discernimiento espiritual en la Palabra de Dios sin la influencia del Espíritu iluminador. Los comentaristas más capaces han sido los más fieles. Bengel, autor de «The Gnomon», bañó sus estudios en lágrimas y los santificó con oraciones. A no ser que sea enseñada por el Espíritu Santo, la Biblia será un libro sellado incluso para una persona instruida.
Asumiendo eso, tres reglas muy claras se encuentran en la Palabra de Dios para un estudioso provechoso: examine, medite y compare.
Examine (Jn. 5:39)
Existen muchas formas de lectura descuidada y desatenta. Coleridge clasificó a los lectores en cuatro clases. «La primera clase fue comparada a un reloj de arena, siendo su lectura como la arena que atraviesa de un lado para otro y no deja ningún vestigio tras sí. La segunda clase se asemeja a una esponja que empapa todas las cosas y las devuelve prácticamente de la misma manera. La tercera clase es como un colador, que deja pasar todo lo que es puro y retiene sólo el desperdicio y los sedimentos. La cuarta clase es como el esclavo de Golconda, que deja de lado todo lo que es sin valor, conservando sólo las piedras preciosas». O tal vez debiésemos comparar la cuarta clase con una batea de minero usada para retener el metal puro mientras la escoria es rechazada.
La única lectura provechosa de la palabra de Dios es una lectura minuciosa. La palabra traducida como «escudriñad» en el quinto capítulo del Evangelio de Juan es enfática e intensa: ella significa literalmente «mirar cuidadosamente», como un animal salvaje examina la arena para encontrar las pisadas de un cachorro perdido. La Biblia está llena de tesoros escondidos para ser buscados como el mercader que buscaba perlas de gran precio. Ellos no son revelados a lectores indiferentes y superficiales.
La verdadera belleza de un pasaje de las Escrituras no se encuentra en la superficie, ni se revela al mirar descuidadamente. Un fragmento de cristal, al principio sin brillo y sin interés, al ser girado en la mano y alcanzado por un haz de luz revela diversos colores y un brillo maravilloso. Un fragmento de las Escrituras que es monótono y muerto para un lector superficial, en las manos de un estudiante devoto se vuelve maravilloso y bello. Él lo mirará y lo volverá a mirar, inspeccionándolo bajo todos los ángulos, hasta que la luz de Dios penetre, haciendo relucir la belleza de los atributos divinos. Miguel Ángel, examinando el trabajo de uno de sus estudiantes, tomó un lápiz y escribió en él una palabra: «amplius» – ampliar. Aquella palabra necesita ser escrita sobre todos nuestros estudios de las Escrituras.
Medite (Sal. 1:2)
El proceso de reflexión en actitud de oración –pensamiento prolongado y concentrado– es el secreto para el verdadero conocimiento de la Palabra. Debe haber un proceso de inspiración, inundación, transfusión de todo nuestro ser con la Palabra divina, y eso consiste en meditación piadosa. Todo nuestro ser debe estar inmerso en las Escrituras hasta que ella penetre y permee la totalidad de nuestra vida; hasta que la mente sea saturada con pensamientos santos, el corazón con sentimientos santos, la memoria con asociaciones santas. Eso nos capacita para vencer el mal con el bien.
El Dr. Chalmers, viajando en una diligencia al lado del conductor, dice: «John, ¿por qué usted azuza aquel caballo de guía con el chasquido de su látigo?». «Muy sencillo», dice él, «hay una roca blanca, que el caballo teme. Con el chasquido de mi látigo y el dolor en sus patas quiero distraerlo de ese temor». Cuando Chalmers llegó a casa, trabajó con la idea, y escribió «El Poder Expulsivo de un Nuevo Afecto».2
Grande es el poder expansivo y expulsivo de la palabra de Dios cuando ella habita en un alma. La absorción mental es la verdadera ley de posesión y conquista. En la mente permeada con la propia Verdad de Dios no hay lugar para pensamientos bajos y, especialmente, corrompidos. La tentación no halla lugar en un corazón ya cautivado por las cosas divinas. La meditación en la Palabra de Dios produce aquella mente espiritual que es exactamente lo opuesto de la mente carnal, y es el secreto de la vida y la paz.
Compare (1 Co. 2:13)
El Dr. A. J. Gordon compara las enseñanzas de la Escritura con un rompecabezas cuyas piezas están diseminadas por toda la Palabra, que necesitan ser colocadas juntas, lado a lado, ajustadas y unidas, para que puedan presentar una única y completa visión de la verdad. Al aplicar este método, el estudiante cuidadoso alcanzará, no sólo el más elevado placer, sino también el más alto provecho. Casi toda herejía puede apropiarse de textos aislados de las Escrituras y, así «hasta el mismo diablo puede citar las Escrituras para sus intereses»; pero cuando las cosas espirituales son comparadas con las espirituales ellas se complementan, sustentándose e ilustrándose mutuamente.
Tome, por ejemplo, la «vida eterna» como es expuesta en el evangelio de Juan. Comience con la primera mención de vida en el cuarto versículo del primer capítulo y siga el proceso y desarrollo de este gran pensamiento y tema hasta llegar al vigésimo capítulo, versículo treinta y uno, donde todas las enseñanzas de este evangelio sublime están resumidas en una sentencia. Serán descubiertas, en cada etapa, nuevos y bellos aspectos de la verdad completa. Acuérdese de la historia de Miguel Ángel y del «Cupido adormecido», cuyos varios miembros separados y enterrados, pero posteriormente restaurados, vinieron a formar la bella estatua.
Algunos métodos
Estos son los principios generales sobre los cuales la Palabra de Dios aconseja al lector sincero a proseguir su estudio. Además de esos tres, hay algunos métodos obvios para hojear de forma provechosa el contenido de la Biblia, que deben ser observados cuidadosamente.
Entre todos ellos, ninguno es más importante que descubrir el propósito exacto y finalidad de cada libro. Saber quién lo escribió, dónde y cuándo fue escrito, en qué circunstancias y para qué finalidad, es como lanzar un torrente de luz sobre cada capítulo y versículo. Por lo tanto, el obispo Percy dice que «entender el propósito específico de cada libro es el mejor comentario, y eso convierte cualquiera otro en innecesario». Es comparable al auxilio que un mapa ofrece al viajero.
Habiendo encontrado el significado de cada libro como un todo, estamos preparados para examinar cada detalle, examinar cada versículo y determinar su relación con el gran propósito general para el cual el libro fue escrito y las circunstancias en las cuales fue compuesto. Saber que Pablo escribió en Éfeso la primera epístola a los Corintios puede ayudarnos a entender aquel tercer capítulo, donde oro, plata y piedras preciosas de la gran celebridad de Diana son contrastados con la madera, el heno y la hojarasca de las cabañas del pobre despreciable. En la Epístola a los Hebreos esperamos encontrar muchas referencias a las maneras, las costumbres, ritos y ceremonias judías; y algunas cosas que en él podrían ser piedras de tropiezo a los lectores gentiles, se tornan marcos para los creyentes hebreos.
No debemos olvidar que cada paso en el estudio bíblico debe ser seguido inteligentemente. No debemos ir más rápido o más allá de lo que comprendemos. «¿Entiendes lo que lees?». De la misma manera que en la alimentación, lo que determina el valor nutritivo no es la cantidad ni siquiera la calidad de la comida sino nuestro poder y capacidad de apropiarla y asimilarla. Así también el provecho del estudio de la Biblia no depende de cuánto leemos, sino de cuánto entendemos, recibimos e incorporamos en nosotros mismos. Un versículo plenamente comprendido, que sea el agente que abrigue un nuevo pensamiento en la mente, un nuevo gozo en el corazón, un nuevo propósito de vida, vale más que cien capítulos leídos apresuradamente, inconscientemente, que no dejan ninguna marca. Es recompensador hacer todo de manera intensa y profunda, especialmente el estudio bíblico.
Este libro debe ser juzgado por su objetivo. Él es el resultado de la búsqueda del autor de las claves que abran la Palabra de Dios. Palabras-clave y el texto correspondiente son presentados como un índice general para el contenido de cada libro, los aspectos principales aparecen en el primer párrafo, al paso que los detalles menores y divisiones son presentados en párrafos siguientes.3
Antes de concluir esta introducción, llamamos la atención de nuestro lector los doce símbolos principales escogidos en la Palabra de Dios para representar su utilidad y amplitud de aplicación en todas nuestras necesidades. Nosotros los clasificamos en siete divisiones:
1. El espejo, para mostrarnos cómo somos y podemos ser (Stgo. 1:25)
2. El lavatorio, para lavar nuestros pecados e impurezas (Ef. 5:26)
3. La lámpara y la luz, para guiarnos en el camino recto (Sal. 119:105)
4. La leche, el pan, alimento sólido y miel – dando sustento y satisfacción al creyente en todas las etapas del desarrollo espiritual (Heb. 5:12-14; Sal. 19:10, etc.)
5. El oro purificado, para enriquecernos con tesoros celestiales (Sal. 19:10)
6. El fuego, martillo, espada, para ser usados en el trabajo y batalla de la vida (Jer. 23:29; Heb. 4:12; Ef. 6:17).
7. La simiente, para engendrar almas a imagen de Dios y plantar campos para la cosecha de Dios (Stgo. 1:18; 1 P. 1:23; Mt. 13).
Tomado de «Chaves para o estudo da Palabra».