Valor y miseria de la educación.
Aunque los cristianos no somos del mundo, estamos en el mundo. La vida humana plantea ciertas demandas a todos los miembros de una sociedad. Y una de esas demandas es la educación.
El colegio representa la cultura; más exactamente, representa el traspaso de la cultura de la generación anterior a la generación siguiente.
Los jóvenes cristianos no pueden descuidar esta responsabilidad. El mundo en el que nos movemos es un mundo altamente tecnologizado; es un mundo donde la educación y las ciencias han alcanzado altos niveles. Es preciso que aún los hijos de Dios, y especialmente los que quieren servir a Cristo, echen mano de la educación como una herramienta necesaria. Es, por supuesto, imprescindible para efectos laborales. Y lo es más para la adquisición de ciertas destrezas básicas en el ámbito del razonamiento.
El razonamiento humano tiene dos grandes áreas: el razonamiento verbal, o sea, el de la comunicación, y el razonamiento matemático, para el desarrollo de un pensamiento riguroso. Los jóvenes cristianos también tienen que alcanzar el dominio de las destrezas básicas, en cuanto al razonamiento verbal (comunicación), y en cuanto al razonamiento matemático.
Nosotros tenemos que ver que, en esta época, si a una persona le van a entregar un mensaje de parte de Dios, y el predicador tiene algún problema más o menos grueso con el lenguaje, entonces la atención del oyente se centrará, no en el mensaje que está oyendo, sino en los errores que comete el predicador. Y eso desvirtúa la comunicación, y hace que se menosprecie el mensaje que se está entregando.
Por eso, es preciso que ustedes, jóvenes cristianos, no menosprecien la escuela, porque ella desarrolla estas habilidades básicas.
Esta es la mayor utilidad de la educación. Y en este sentido, nosotros tenemos necesidad de ella. Sin embargo, también diremos algunas cosas para quitarle el alto perfil -excesivo, en algunos casos-, que ella tiene, para que nadie se gloríe en lo que no conviene.
De manera que, cuando nosotros preguntamos cuál es el valor que tiene la educación, tenemos que decir: el valor de la educación tiene que ver con el desarrollo del razonamiento (y con la parte laboral); pero también tenemos que decir que presenta algunos problemas.
Los problemas que suele traer la educación
La educación, o mejor dicho, cierto tipo de educación, y los excesos de ella, hacen que el hombre se sienta engreído, como dueño del mundo, y se olvide de Dios. En el siglo XVIII se pensaba que el hombre educado era capaz de responder a todas las preguntas, y que la educación era capaz de resolver todos los problemas del hombre. Aquella era la época que se conoce como «La Ilustración», o de la «Filosofía racionalista».
Se pensó que la educación era la solución a todos los problemas. Sin embargo, después -siglo XIX y siglo XX- los hechos han demostrado que la educación no es la solución a los problemas más profundos del hombre. Cuando se alcanzó el mayor grado de desarrollo cultural, se produjeron dos guerras mundiales, con millones de muertos. El hombre no fue capaz de dominarse a sí mismo, de dominar su odio, su falta de criterio y de amor. Eso no lo ha podido solucionar con la mayor educación, hasta el día de hoy.
En este mismo momento tenemos que, en los sectores más altamente desarrollados en materia de educación en el mundo, es donde abunda la mayor inmoralidad, la corrupción, maldad y depravación. Allí las gentes no quieren saber nada de Dios.
La educación vuelve al hombre confiado en sí mismo, vanidoso y presumido. Si usted quiere conocer a algunos de los hombres más llenos de sí mismos y vanagloriosos, vaya a los Centros de Estudios, a sus grandes lumbreras. Bajo un manto de humildad, y de amplitud de criterio, se suelen esconder los más fieros defensores de «su propia verdad».
Sin embargo, ellos son muy pobres. Ellos están muy necesitados; ellos están en una terrible bancarrota espiritual.
Cuando uno mira a un hombre altamente educado, uno se da cuenta que tiene en sí mismo una terrible contradicción. Es grande en un aspecto, pero es terriblemente pequeño en otro. Por lo tanto, la educación no debe deslumbrar a los jóvenes cristianos. No debe envanecerlos.
Les hemos dicho a nuestros jóvenes hermanos: «Ustedes no tienen que esforzarse por llegar a ser los mejores doctores, los mejores ingenieros, los mejores profesores, los mejores enfermeros, porque para alcanzar eso tendrán que invertir toda su vida, y al final, llegarán a la conclusión, cuando sumen y resten, de que el resultado fue muy pobre.»
¡Qué tristeza da al saber que muchos sabios en el mundo pasaron toda su vida estudiando una cosa menuda, tal vez una cierta especie de ave, de insecto, etc., y que para ello tuvieron que invertir toda su vida! Ellos hicieron de esa actividad el objeto de su vivir. ¿Valía la pena? Salvo algunas excepciones, casi nunca valió la pena. La vida humana tiene más altas metas y más nobles causas en qué invertirse.
«El mundo, en su sabiduría, no conoció a Dios» – dice Pablo en 1ª Corintios. Fue necesario salvar al mundo con la locura de la predicación. Dice en 1ª Corintios 3:18-20: «Nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues escrito está: El prende a los sabios en la astucia de ellos. Y otra vez: El Señor conoce el pensamiento de los sabios, que son vanos.»
Los jóvenes creyentes suelen enfrentar una seria oposición en las Universidades. Allí el racionalismo en muy fuerte, y ellos pueden fácilmente verse envueltos en sus redes. Esto, especialmente cuando estudian teorías antropológicas, filosóficas, o sicológicas, en las cuales se quiere demostrar algo absolutamente contrario a la fe.
¿Creen ustedes que al Señor le costaría mucho enredar a los hombres en su sabiduría, (como dice: «Él prende a los sabios en la astucia de ellos»), para que en su sabiduría se vuelvan necios, porque se han vuelto vanidosos, engreídos, para que no puedan tener acceso a los profundos misterios de Dios? Ellos confían ciegamente en sus capacidades intelectuales y se olvidan de Dios.
Los grandes descubrimientos de Darwin, y otros, son grandes motivos de orgullo del hombre educado, del antropólogo, especialmente. Pero ¿saben? Ellos están enredados en su propia astucia. Ellos se basan en un fundamento inseguro, totalmente relativo e inestable. Un fundamento que es humano y no divino.
De tal manera que nosotros no nos deslumbramos cuando los cálculos que hacen los científicos no coinciden exactamente con la Palabra de Dios. Algunos de nosotros hemos tenido la oportunidad de introducirnos un poco en este conocimiento; sin embargo, al salir de allí hemos salido tristes por la vanidad del hombre, pero a la vez fortalecidos, al comprobar que la verdadera sabiduría es la sabiduría que Dios le revela a los niños y a los pequeños. Y a los sabios y a los entendidos él los prende en su propia astucia, los enreda en sus razonamientos, de tal manera que ellos no pueden conocer a Dios.
Así que, por un lado, estimados jóvenes, es necesario educarse, por causa de que la educación entrega ciertas destrezas, y permite alcanzar ciertas habilidades necesarias para el desenvolvimiento en la vida de este siglo; sin embargo, tengamos en cuenta que la sabiduría humana es necedad delante de Dios, y que un hombre que se gloría en la sabiduría humana nunca va a conocer verdaderamente a Dios.
¿Cuál es el valor que tiene la educación? Tiene un valor relativo; educarse es una necesidad, pero nosotros no hacemos de eso un motivo de gloriarnos ni de envanecernos. Antes bien, declaramos que nuestra gloria y sabiduría es el Señor Jesucristo, «en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (Col. 2:3).