El patético llamado de Dios en Isaías 62 tiene plena aplicación hoy para la iglesia.
De alguna manera, el mensaje de Isaías 62 ha estado presente en nuestros corazones en estos últimos treinta años. Hay una gracia, una revelación en esta palabra, que ha cautivado nuestros corazones de tal manera que nunca ha dejado de ser una fuente de inspiración para la batalla, el caminar y el servicio en la obra del Señor.
Los quebrantados convertidos en restauradores
A modo de introducción veremos algunas cosas de Isaías 61:1-3. El mismo pasaje que leyó nuestro Señor Jesucristo, según quedó registrado en Lucas 4: 16-21: «El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová … a consolar a todos los enlutados, a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya».
Amados hermanos, nosotros somos estos afligidos, enlutados, quebrantados y abatidos, de quienes el Señor ha tenido misericordia. Hemos sido favorecidos, sanados y hechos libres de nuestra angustia y abatimiento. Nuestro primer deseo era que el Señor sanara estos quebrantados del corazón; quizás le buscamos a causa de nuestro dolor, conflicto o situaciones difíciles de la vida. Pero el Señor tenía mucho más para darnos. No sólo quería perdonarnos y sanarnos: él nos buscó para que sirviéramos al propósito de Su corazón.
Con estos hombres y mujeres quebrantados, el Señor se propone reedificar ruinas antiguas, restaurar ciudades arruinadas y remover escombros de muchas generaciones (v. 4). ¿Qué significa esto? Significa que en el pasado se edificó mal; por tanto, el edificio se derrumbó y ahora hay que remover muchos escombros. Amados hermanos, el Señor tiene un propósito con nosotros. Él siempre ha querido tener un pueblo que glorifique su nombre.
Más adelante, en este mismo capítulo, leemos: «Y vosotros seréis llamados sacerdotes de Jehová, ministros de nuestro Dios seréis llamados… y con su gloria seréis sublimes» (v. 6). Él necesita sacerdotes que intercedan, que busquen intimidad con él, y les promete que con Su gloria serán sublimes. La idea de lo sublime es lo máximo, es decir, Dios desea llevar a sus siervos a la máxima expresión posible de sus capacidades de servicio y de vida. Reconozcamos nuestra dificultad natural para comprender lo referente a la gloria. Pero, amados, ¡el Señor mismo es nuestra gloria! y él llama y utiliza a aquellos que se alegran con su gloria (Is. 13:3; 60:19).
En los días del profeta Jeremías, se registra con las palabras más dramáticas el reclamo de Dios sobre su pueblo: «Espantaos, cielos, sobre esto, y horrorizaos; desolaos en gran manera, porque dos males ha hecho mi pueblo, me dejaron a mí … mi pueblo ha trocado su gloria por lo que no aprovecha» (Jer. 2:11-13). «Trocar» significa «cambiar, reemplazar». Esto hicieron los israelitas, y se fueron tras lo que no aprovecha. Como consecuencia, vino gran ruina sobre el pueblo de Dios.
Ellos tenían un llamamiento, el de ser un reino de sacerdotes y gente santa. Pero no cumplieron su rol; por tanto el reino les fue quitado. Pero a nosotros nos preocupa la iglesia, nos preocupa hoy el estado de la iglesia. No somos judíos, somos gentiles, somos los creyentes, los cristianos de esta generación.
Si nosotros miramos en los planos de Dios y buscamos dónde está la gloria de Dios con su pueblo, donde está Su agrado, su gozo y deleite con su pueblo, tenemos que ir necesariamente al libro de Hechos. Hubo un día en que 120 hermanos reunidos conocieron lo que era la gloria de Dios. Allí se manifestó una iglesia gloriosa, una iglesia que llegó a ser temida y respetada, no por el poder político ni por la elocuencia de sus representantes, sino por el poder y la manifiesta presencia de Dios entre ellos. Porque Dios estaba con ellos, las puertas de las cárceles se abrieron, los enfermos fueron sanados, las multitudes eran evangelizadas, muchos obedecían a la fe, los creyentes lo dejaban todo por amor al Señor y el pecado era juzgado severamente.
Pero ¿cómo está la cristiandad hoy? ¿Qué ha pasado? ¿Cuál es el rol que a nosotros nos corresponde jugar hoy? La respuesta es que Dios quiere que los que estábamos afligidos, angustiados y quebrantados, ahora nos levantemos para reedificar ruinas antiguas, para remover los escombros de muchas generaciones, porque el Señor no ha renunciado a tener un pueblo que agrade su corazón. Él quiere tener un pueblo donde él sea verdaderamente glorificado, y él desea demostrarle a las naciones, a esta sociedad, lo que él quiere y es capaz de hacer con su pueblo.
¿Qué es la restauración de la iglesia, sino que el Señor mismo esté presente, presidiéndolo todo y ocupando realmente el primer lugar en nuestros corazones y en la iglesia y en todas las cosas? Hermanos, el Señor es nuestra gloria; él tenía mucho más para darnos de lo que jamás imaginamos.
Avancemos a Isaías 61:10: «En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió, y como a novia adornada con sus joyas». Aquí se revela el propósito del Señor: un novio y una novia. ¿Quién es el novio? ¡Nuestro Señor Jesucristo! La novia somos nosotros. ¿Cómo tiene que estar la novia? Bien ataviada y adornada. ¡El Novio ya está coronado de gloria y de honra! Nosotros esperamos las bodas del Cordero, cuya novia somos nosotros. ¿Hemos comprendido esto, hermanos? Dios espera que no sólo lo hayamos entendido mentalmente. ¡El Señor quiere cautivar nuestro corazón! Así como un novio cautiva a su novia. Si la relación nuestra con el Señor no llena la medida del enamoramiento, semejante al de un novio con su novia, estamos en mucha deficiencia.
Que el Señor extienda nuestra medida de comprensión de Isaías 61.
Hasta el cumplimiento de su propósito
Vamos ahora a Isaías 62: 1-12: «Por amor de Sion no callaré y por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que…»
Esta palabra la escribió Isaías, pero no es su propia inspiración poética, sino la voz de Dios mismo. Dice: «Por amor de Sion no callaré…». Motivado por Su amor, no se cansa, no ha dejado de hablar ni de trabajar «hasta que…».
Esta expresión –«hasta que»– es muy importante para nosotros, pues significa que se comienza a hacer algo, que a su vez esta en desarrollo, con la esperanza de concluirlo. Y aquello tiene que ver con nuestra historia espiritual. Tuvimos un comienzo… ¡Bendito comienzo! ¡Conocimos al Señor Jesús! ¡Hemos conocido la salvación de Dios! Pero hay un propósito al final de esta carrera, un objetivo que aún no se ha cumplido. El Señor ha permitido muchas pruebas en nuestras vidas particulares y en la vida de la iglesia.
Ciertamente Dios está trabajando, y continuará su labor hasta lograr su objetivo: «No descansaré hasta que salga como resplandor su justicia y su salvación se encienda como una antorcha». ¿Notamos que estas palabras resuenan fuertemente? Hay un fuerte énfasis en el lenguaje, lo cual revela un propósito firme en el corazón del Señor. En la Biblia, Sion es la habitación de Dios (Salmo 132: 13-16). Nosotros no somos judíos, somos gentiles, y no nos hemos acercado como ellos al monte que se podía palpar, es decir al Sinaí; nosotros nos hemos acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios Vivo, Jerusalén la celestial; de tal manera que Sion es la iglesia y Jerusalén es la iglesia (Hebreos 12:22).
Pablo, inspirado por el Espíritu Santo declara a la iglesia en Efeso, «que los gentiles somos conciudadanos de los santos, miembros de la familia de Dios y que en Cristo Jesús estamos siendo edificados juntamente como morada de Dios en el espíritu» (Efesios 2:19-22). De esta manera, vamos viendo cómo el Señor nos abre el entendimiento para que comprendamos las Escrituras. Isaías 62 concuerda con Efesios 2 y 3 y 4, con Hebreos 12, y con Apocalipsis 21:3 y 10. Isaías es la profecía, Efesios es el desarrollo, el «hasta que», y Apocalipsis es el cumplimiento, la consumación.
Para nosotros, en sentido espiritual, neotestamentario, Sion y Jerusalén representan la iglesia. Recordemos que nuestro Señor lloró sobre Jerusalén en los días de su visitación: «…que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados, ¡cuántas veces quise juntar a tus hijos… y no quisiste!». Hoy el Señor viene a nosotros… ¿Tendrá un llanto en su corazón? Recuerden que somos Jerusalén. ¿Cuántos hoy estarán rechazando o menospreciando su palabra? Es bueno preguntarnos: «¿Cuánto hemos atesorado de lo que el Señor nos ha hablado? ¿Estaremos también entre los que resisten la palabra que él nos envía por medio de sus profetas?». Sin embargo, sea como fuere, el Señor no va a callar, ni va a descansar… hasta que… logre el cumplimiento de su propósito. Hasta que su justicia salga como un resplandor.
Cristo es el resplandor
La palabra ‘resplandor’, ¿qué idea nos provoca? ¿Una luz? ¿Un relámpago? Recordemos el pasaje del monte de la transfiguración «…y resplandeció su rostro como el sol» (Mt. 17:2), y la visión de Juan en Patmos «…y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza» (Ap. 1:16). ¡Esto nos habla de que el resplandor es Cristo, Cristo formado en nosotros!
Y aquí recordamos el «hasta que». La misma expresión usada por Isaías, la dice Pablo en Gálatas 4:19: «Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros». Hay algo que aún no ha tenido cumplimiento, hay un resplandor que debe emerger desde la iglesia, y el cielo está trabajando para que ello ocurra. También se espera que su salvación se encienda como una antorcha, y esto nos habla de corazones apagados o encendidos. Hermano, tú sabes perfectamente bien si tu corazón está encendido o apagado. Su propósito es tenernos bien encendidos. «No apaguéis el Espíritu» (1ª Tes. 5:19), dice el Señor.
El deleite del Señor
Sigamos, pues la palabra es muy rica. Los versículos 4 y 5 nos llevan nuevamente a la figura del esposo y la esposa, del novio y de la novia: «Nunca mas te llamarán Desamparada ni Desolada, sino serás llamada Hefzi-bá, (es decir «Mi deleite está en ella») y Beula (es decir, Desposada)». ¡Qué precioso nombre! ¡Cómo Dios nos cambia nombre! Así como nosotros en otro tiempo éramos afligidos y quebrantados, el Señor nos cambió en redimidos, en ministros y sacerdotes, con manto de alegría y óleo de gozo, ¡contentos con el Señor!
Mi deleite esta en ella. ¡Mira el sueño que está en el corazón del Señor! ¡Él quiere encontrar un deleite, gozarse, con alegría, con regocijo, con su pueblo, con su amada, con su novia, su esposa! Y tu tierra, Beula, es decir, Desposada, «porque el amor de Jehová estará en ti». Oh, mi hermano, ¡cuán preciosa es la iglesia en el corazón del Señor! Muchas veces nosotros nos entristecemos cuando vemos que no somos aquello que está en el corazón del Señor, pero el Señor no va a callar ni descansar hasta que logre aquello que está en Su corazón respecto a la iglesia, y esa es la carga que quiere transmitirnos en estos días.
«Y como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo». Hermano, Dios quiere encontrar contentamiento. Muchas veces nuestra visión es muy estrecha y unilateral. Decimos: «Estoy contento en el Señor», muchas veces buscamos nuestra alegría; nosotros queremos estar contentos y no nos damos cuenta que seguimos siendo «nosotros» el centro de la atención. Nosotros queremos estar bien, pero el Señor quiere más todavía. ¡Él quiere estar contento! El Señor debe ser agradado, como la relación entre un novio y una novia, como un esposo con su esposa. ¡Qué intimidad! ¡Qué alegría! ¡Qué regocijo!
El Señor nos enamora; él no se conforma con ser el Salvador, si bien le alabaremos por la eternidad a causa de sus heridas que nos dieron la vida. Sus llagas nos hablan de amor, porque Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella. Aquí, «ella» somos tú y yo. ¡No alcanzamos a comprender la grandeza de su amor! Él no se conforma con tener todo el poder y el dominio sobre todas las cosas. Él desea algo más que tener simples criaturas y siervos a quienes gobernar. El desea enamorarnos, ¡pues su deleite es con su Amada! Su deleite es con los íntimos suyos.
Amados hermanos, en estos treinta años hemos visto caer los liderazgos piramidales. Porque el Señor no quiere un hombre carnal, un líder, un mandamás, un indiscutible, que todo lo determina, que todo lo decide. Tal cosa está muy lejos del propósito del Señor. El Señor en este tiempo está levantando ministerios corporativos. ¡Aleluya! Nos gusta ver aparecer 4, 5, 6, ó 10 siervos, sirviendo cada cual con su medida de gracia. Podríamos pensar que este o aquel es el principal; pero no, porque el único que está en el primer lugar es el Señor Jesucristo mismo, y él esta sentado a la diestra de Dios Padre en las alturas. ¡Bendito sea el nombre del Señor! ¡Que el Amado ocupe el lugar que le corresponde! ¡Te adoramos, Señor Jesús!
Los guardas
Mire lo que dice el verso 6: «Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas, todo el día y toda la noche, no callarán jamás… los que os acordáis de Jehová no reposéis ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén y la ponga por alabanza en la tierra». Los guardas, ¿quiénes son? Ayúdeme a identificarlos. ¿Cuánto tiempo lleva usted en la iglesia?
¡Cuántas cosas hemos vivido juntos! ¡Cuántos se han quedado atrás! Los guardas no se quedan atrás. Hay hermanos que después de un tiempo desaparecen. Ellos no son guardas. Algunos de ellos hablaban muy lindo, sus predicaciones hacían llorar. Pero ya no están. Un guarda no puede irse, Dios los ha puesto, y ¡nadie puede removerlos!
«Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas…». Ellos no pueden irse, su trabajo no cesa, y no callan, pues no pueden callar. ¿Conoces su voz? Es posible que no la conozcas, pues para conocerla debes ser uno de ellos. Muchas veces los gemidos de estos guardas no son audibles. Ellos no son los que se disputan el protagonismo en medio de las asambleas, ni pelean por el liderazgo, ellos no imponen su posición, estos son hombres que claman: «…los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que…».
Estos siervos caminan como heridos, son guardas sobre los muros, son como centinelas, su posición suele ser muy incómoda, velan mientras otros descansan. Tal es la tarea de los guardas. Ellos están sintiendo lo que Dios siente, están llorando por lo que Dios llora y alegrándose por lo que Dios se alegra. Y la obra se sostiene, no porque haya hombres muy eruditos ni muy sabios en sí mismos, sino porque hay «guardas en los muros» clamando hasta que el Señor obtenga lo que le agrada.
Es el Señor quien no calla, no da tregua, ni descansa, «hasta que restablezca a Jerusalén y la ponga por alabanza en la tierra». Aunque el infierno entero se levantase en oposición, el Señor cumplirá su propósito, aunque se levanten hombres vanidosos y doctrinas muy extrañas, el Señor prevalecerá. Nuestro Dios es Dios de propósitos firmes. Él dice: «…no callaré…» y sus guardas no callarán jamás. Dios dice: «…no descansaré hasta que…», y sus guardas no reposan ni le dan tregua. Esta palabra nos consuela: ¡lo que está hoy en el corazón de Dios en los cielos, está también hoy en muchos corazones aquí en la tierra!
Un llamado a los jóvenes
Por esa razón les hablamos a los jóvenes: ¡Tanta lujuria que el mundo les ofrece, tanto engaño que nos rodea! Parece que la alegría estuviese en ese mundo corrupto que esta allá afuera, ¡pero todo aquello no es más que podredumbre que apesta! El Señor quiere cautivar tu corazón para lo que de verdad tiene sentido. Para esto fuiste engendrado, para esto naciste en esta tierra, para llevar el arca del Señor, para llevar el testimonio del Señor hasta lo último de la tierra.
Dios está levantando a estos hombres y mujeres. Somos testigos de que una nueva y vigorosa generación se levanta en estos días, jóvenes que aman las Sagradas Escrituras. El Señor Jesús ha venido a ser el Amor de sus amores y el Cantar de sus cantares. ¿Por qué ellos permanecen? Porque el Señor, «dentro de ellos», no por su propia fuerza, no permite que se desvíen a diestra ni a siniestra.
¿Por qué los guardas no descansan y no dan tregua? Porque todavía hay camino que barrer, hay calzada que allanar, hay piedras que quitar (62:10).
Él tendrá la iglesia que quiere
Hermanos, en Apocalipsis 21, al final del libro, cuando la historia terrena ya se cierra, nos encontramos con la Desposada, con la esposa del Cordero, Jerusalén la celestial. Nosotros somos aquella ciudad. Hoy estamos siendo edificados para morada de Dios en el Espíritu. Que Cristo siga siendo formado en cada uno de nosotros, hasta que todos lleguemos a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Ef. 4: 13). Esa obra maravillosa y paciente de nuestro bendito Dios, tiene su gloriosa culminación en aquella ciudad cuyo fulgor es semejante al de una piedra preciosísima (Ap. 21:11).
Hay una parte de esta restauración que debe realizarse en nuestro tiempo. Otros siervos restauraron en su propio tiempo; hoy es nuestro día. Tal vez venga después otra generación, tal vez no… Podríamos ser la última; pero, si no tuviésemos el privilegio de serlo, jóvenes queridos, ustedes tendrán que tomar este testimonio. A ustedes los llama el Señor, para que clamen, hasta que vean una iglesia gloriosa en la cual el Señor tendrá su deleite. Hay que seguir barriendo el camino, y seguir quitando las piedras que entorpecen al pueblo del Señor. Hay que seguir alzando pendón a los pueblos.
La restauración es la obra de Dios. Él obtendrá la iglesia que quiere. Amado hermano, así se cumplirá su promesa: «…la gloria postrera de esta casa será mayor que la primera» (Hageo 2:9). Si admiramos la iglesia en Jerusalén, llenémonos de esperanza: lo que el Señor obtendrá será todavía mejor que la expresión de iglesia de los primeros días. No tengamos sueños pequeños, soñemos con esa iglesia.
«He aquí viene tu Salvador, he aquí su recompensa con él». Tengamos muy claro que la recompensa no es «otra cosa», no es el paraíso, ni el cielo, ni las mansiones celestiales. Nuestra recompensa es el Amado mismo… Él mismo es nuestra recompensa… Sólo lo queremos a él.
Que siga hablando a cada corazón. Que, aunque veamos las cosas muy débiles en nuestra realidad local, el Señor nos permita ver las cosas como él las ve. Esto es lo que él dice: «…y les llamarán Pueblo Santo, Redimidos de Jehová y a ti te llamarán Ciudad Deseada, no desamparada». ¡Gloria al nombre del Señor!
(Síntesis de un mensaje impartido en Callejones, enero de 2008).