Ejercítate para la piedad; porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera».

– 1 Tim. 4:7-8.

Al igual que en nuestros tiempos, en los días de Pablo y Timoteo había una gran afición por los deportes. Los Juegos Olímpicos habían extendido su renombre desde hacía siglos, más allá de Grecia, por todo el Imperio Romano. Pablo mismo, en sus epístolas, utiliza mucha terminología de estos juegos, toda ella muy aplicable a la carrera del cristiano. Sin embargo, aquí Pablo advierte a su joven colaborador Timoteo acerca del peligro de dejarse arrastrar por la pasión del deporte.

Sin duda, un cuerpo joven necesita la expansión y ejercicio que el deporte ofrece. Es hasta conveniente y saludable. Pero Pablo sabe que puede transformarse en una pasión avasalladora. Hoy en día somos testigos de una afición aún mayor que aquella, algo que podría llamarse una ‘cultura’ del deporte, casi una idolatría, alentada por la fama y el dinero. En el ámbito deportivo se mueven millones, y los jóvenes son tentados desde muy temprano, bien para ser protagonistas de ellos, o bien para convertirse en seguidores apasionados desde las tribunas.

«El ejercicio corporal para poco es provechoso», dice Pablo. Ciertamente, el apóstol le concede cierta utilidad al ejercicio corporal, pero es muy pequeña comparada con el provecho del ejercicio de la piedad, «que tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera». El punto no es que se trate de algo ilegítimo, sino de algo insuficiente como para ocupar el tiempo del joven cristiano.

Es insuficiente, porque los laureles conseguidos por el deporte solo tienen valor pasajero. Ellos se marchitan rápidamente. El joven cristiano, en cambio, tiene la oportunidad de obtener trofeos de valor perdurable, que trascienden el tiempo y el espacio, que van más allá de una corta etapa de la vida. «Ejercítate para la piedad» es un llamado a adquirir una práctica de fe y de buenas obras. El ejercicio supone paciencia para adquirir la habilidad, tal como un atleta se prepara con tiempo y tesón para enfrentar una competencia.

¿De cuánto se abstiene un atleta para alcanzar la victoria? Pablo mismo lo dice en una de sus epístolas: «¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado» (1 Cor. 9:24-27).

La piedad, en el joven cristiano, es un ejercicio que implicará abstenerse de aquellas cosas que atraen normalmente a la juventud. En un tiempo de sueños y proyectos, de esperanzas y temores, el joven cristiano haría bien en ejercitarse para aquello que nunca perderá su recompensa, ni en esta vida, ni en la futura: la verdadera piedad, la devoción de corazón y vida, a Cristo.

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