Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron».
– Mateo 4:17-20.
En el relato que acabamos de leer, encontramos, en trazos más bien gruesos, el momento en que el Señor Jesucristo llamó definitivamente a algunos de sus discípulos a seguirle. Según el relato de Juan, este llamamiento podría haber ocurrido más o menos un año después del momento en que ellos conocieron por primera vez al Señor Jesús.
En el evangelio de Juan se nos relata el momento preciso en que Juan el Bautista presentó al Señor Jesucristo como el Cordero de Dios. Y, fue entonces cuando Juan y Andrés, hermano de Pedro, y luego también Santiago, hermano de Juan, conocieron al Señor Jesús. Hubo luego un periodo, tal vez un año, en que él estuvo relacionándose con ellos, donde ellos probablemente iban y volvían a su oficio de pescadores.
Pero este pasaje relata el momento preciso en que el Señor los llama a abandonar su oficio, su trabajo y sus esfuerzos, para seguirle de manera completa y definitiva por el resto de sus vidas. Es un momento trascendental en la vida de los discípulos.
Hay un momento en que nosotros conocemos al Señor; un momento inicial en que el Señor llega a nuestra vida. Pero hay un momento tan importante como éste más adelante, en que él, definitivamente, nos llama a abandonarlo todo y consagrarnos totalmente a seguirle y a servirle. Fue entonces cuando el Señor dijo a sus discípulos: «Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres».
Llamamiento de Pescadores
El llamamiento consta de dos partes: «Venid en pos de mí», la primera parte; «…y os haré –el Señor mismo–,pescadores de hombres». Es claro que el Señor está contrastando su llamamiento con el oficio que ellos tenían.
Los discípulos estaban sacando sus barcas después de haber intentado pescar durante la noche; otros estaban reparando las redes. Pero, entonces, el Señor aparece en la playa. Él llega hasta ese mundo de barcas, redes y noches en vela. Se acerca a la playa, y les hace el llamamiento definitivo. Y entonces utiliza esta expresión: «…os haré pescadores de hombres».
Claramente, ellos entendían muy bien estas palabras. ¿Qué significaba ser un pescador? Ellos eran pescadores de oficio. Pero, de pronto, en la orilla de la playa, aparece un hombre que no es un pescador de oficio. Es, más bien, un carpintero. Pero, ahora, les llama, diciéndoles algo sorprendente: «Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres». Es decir, «les voy a enseñar un nuevo oficio, algo que ustedes no saben; totalmente diferente a lo que ustedes son. Los haré pescadores de hombres».
En este llamamiento del Señor late el deseo del corazón del Padre. El Señor Jesús dice en Hebreos, citando el Salmo : «He aquí, vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí» (Hebreos 10:5-7). «Vengo para hacer tu voluntad». Él descendió del cielo para hacer la voluntad del Padre, trayendo consigo la plenitud del misterio de la voluntad de Dios. Él era la encarnación, la manifestación de la plenitud de los pensamientos divinos con respecto al hombre.
Lo que vino con Jesucristo era lo total, lo definitivo; los pensamientos eternos de Dios estaban encarnados en Jesús hombre, parado en la orilla de la playa de esos pescadores, llamándoles a dejar todo, a ir en pos de él. «Venid en pos de mí». Y ellos entendieron claramente el significado del llamamiento.
Cuando el Señor dice: «Venid en pos de mí», él no quiere decir que vengan de vez en cuando. Pues, ellos iban y volvían; se quedaban algunos días con el Señor, y luego regresaban a su trabajo. Uno puede llegar a pensar que este fue el primer encuentro y que fue algo muy espontáneo. Pero, la verdad es que, si leemos con atención los evangelios, vamos a descubrir que ellos ya tenían un relacionamiento con el Señor desde hacía ya un tiempo. Iban y venían, se quedaban un tiempo y volvían a su oficio.
Por tanto, cuando el Señor les habló estas palabras, ellos comprendieron que el llamamiento ahora era definitivo; que el Señor estaba ahora llamándolos a una nueva manera de caminar con él, más alta y de mucho mayor compromiso. En realidad, absoluta. Estaba pidiendo nada menos que una completa y total consagración de sus vidas a él. Y ellos entendieron claramente el mensaje, pues sabían que se trataba de eso.
Para todos nosotros, hay un momento en nuestra vida cristiana, cuando estamos yendo y viniendo en esa relación con el Señor, en que llega el llamado, el mandato divino, para rendirnos total y absolutamente a él, a su propósito y al servicio de su obra.
Un Llamamiento para la Iglesia
Dios tiene un propósito eterno, que es igual para todos nosotros. Todos somos llamados a ser parte de ese propósito suyo. Pero, dentro de ese propósito, hay vocaciones, que se desprenden de la única vocación celestial. De esa vocación eterna, soberana, de Dios, se desprenden tareas particulares, específicas, para cada uno de nosotros. Y, entonces, llegó el momento de la vocación para estos discípulos; del servicio específico al cual el Señor los estaba llamando y destinando.
Fíjese usted que el llamado –como siempre, y en todo lugar– no es, en primer lugar, a servir. El servicio siempre se deriva del llamamiento supremo. El llamado primero es a conocerle a él, a seguirle a él, a vivir con él, a participar de él. Pero luego, el Señor nos encomienda una tarea específica; es decir, un servicio.
Ahora bien, el trabajo que el Señor les encomienda aquí a sus discípulos es una tarea específica, con algunas connotaciones claramente particulares. Sin embargo, en otro sentido, es general y para toda la iglesia. Porque estos son los primeros discípulos del Señor; el núcleo original de discípulos de Cristo, y, por tanto, la matriz y el embrión de la iglesia.
A partir de ellos, el Señor va a establecer su iglesia de manera práctica; va a establecer los principios que van a regir la vida y el funcionamiento, el ministerio, la vocación y el servicio de su iglesia. En ellos podemos ver, de manera embrionaria, la iglesia. Durante tres años y medio, en esa comunión de los discípulos con Cristo, se gestó la iglesia. Así como un bebé se gesta en el vientre de su madre, se gestó la iglesia, y en Pentecostés, cuando el Espíritu Santo vino del cielo, la iglesia fue dada a luz.
Claramente, la iglesia nació de Cristo, de su muerte y su resurrección. Pero, me estoy refiriendo a los aspectos prácticos de la vida de la iglesia, a los principios de la vida de la iglesia. Fueron gestados en esos años de comunión y relacionamiento entre Cristo y sus discípulos.
Y el Señor dijo a sus discípulos algo que no sólo es para ellos; porque ellos nos representaban a todos en este momento. No se trata de una comisión específica, sólo para los apóstoles. Lo que los apóstoles recibieron es el encargo de Cristo, a través de ellos, para toda la iglesia. Luego, ellos lo habrían de traspasar a la iglesia, y vendría a ser conocido en la historia de la iglesia como «la doctrina de los apóstoles».
«La doctrina de los apóstoles» es la palabra, la enseñanza, lo que los apóstoles vieron, tocaron, escucharon con Cristo, acerca de Cristo, en comunión con Cristo. Todo lo que él hizo, todo lo que el Señor habló, vino a ser «la doctrina de los apóstoles», y fue traspasada por medio de ellos a la iglesia. De manera que el conocimiento del Señor nos llegó a través del testimonio de los apóstoles, y por eso tenemos los evangelios, que son el testimonio de lo que ellos vieron y oyeron. Eso es lo que dice la primera carta de Juan en el capítulo 1; cómo la línea de transmisión de la revelación, viene de Cristo a los apóstoles, y de ellos hasta nosotros.
Entonces, lo que el Señor Jesús hizo con los apóstoles fue establecer los principios fundamentales. Y lo que él les dice aquí tiene que ver entonces con el propósito más básico de su venida al mundo. ¿A qué vino el Señor, en primer lugar, al mundo? En Mateo 16, encontramos el propósito más vasto del Señor, la expresión del propósito eterno divino, en las palabras del Señor: «Edificaré mi iglesia».
El Amor de Dios hacia el Mundo
Nosotros podemos responder claramente que el Señor vino para edificar su iglesia. Pero, lo que se necesita en primer lugar, para que haya iglesia, es que el evangelio sea predicado. Si no hay predicación, si los hombres no son salvos, ¿cómo podría siquiera comenzar la iglesia a existir sobre la tierra?
Cuando meditamos en el propósito eterno de Dios, debemos recordar estas cosas. Debemos recordar siempre que ese propósito, fue establecido originalmente por Dios para cada hombre y mujer de este mundo. Antes de que el hombre cayera, antes de que hubiera pecado, Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza».
De modo que el hombre fue creado con el propósito eterno de Dios en vista; el mismo propósito que, luego, va a ser redefinido en el Nuevo Testamento, una vez que el Señor Jesucristo haya venido: que Dios quiere hacernos conformes a la imagen de su Hijo. Pues, la imagen de Dios es su Hijo.
Entonces, hermanos amados, todos los hombres de este mundo fueron creados con este mismo propósito, y Dios nunca se olvida de ello. Cuando Dios contempla este mundo, él ve a todos aquellos hombres y mujeres a quienes él un día, en la eternidad, consideró en su propósito, para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo. Es por eso que Cristo vino al mundo.
Y es por eso que él vino hasta la playa de Juan, Pedro y Jacobo, y les dijo: «Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres». El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Nosotros estábamos perdidos; también Juan, Pedro y Santiago estaban perdidos. Estaban allí pescando, como todos nosotros, en su vida común y corriente; una vida sin muchas expectativas, y todavía bajo el dominio del pecado y de la muerte. Y el Señor llegó.
Este es el corazón del evangelio. Por eso el Señor Jesucristo le dijo a Nicodemo en el capítulo 3 de Juan: «Porque de tal manera…». El Señor le habla a Nicodemo de la necesidad de nacer de nuevo. «Lo que es nacido de la carne –Nicodemo–, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo». Le habla de la salvación. «Nicodemo, a menos que nazcas de nuevo…». Le habla, en suma, del evangelio.
Y entonces, le recuerda las palabras de Moisés, porque Nicodemo no puede entender de qué se trata la salvación.«¿Cómo puede hacerse esto?». «Bueno», le dice el Señor, «como Moisés levantó la serpiente en el desierto…». Le recuerda aquella historia que los judíos conocían muy bien. «…así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda…».
¿Qué está pasando con los hombres de este mundo? ¿Cómo los ve Dios? Ah, nosotros vemos a Nicodemo; vemos sus ropas, su cultura, su educación. Pero Dios no se impresiona con nada de eso; él ve por detrás de todo. A pesar de todos los ropajes con que los hombres se puedan vestir, y la importancia que ellos puedan tener a los ojos de otros, Dios sabe que están perdidos. También Nicodemo estaba perdido.
«…para que todo aquel que en él cree…». «Es como la serpiente en el desierto» le dice el Señor a Nicodemo». Te recuerdo la historia: Los israelitas se rebelaron y murmuraron contra Dios, y entonces Dios envió unas serpientes venenosas que los mordían. Y ese veneno entraba en sus cuerpos. Eran presa de un dolor terrible, caían al suelo y comenzaban a morir. Y no había nada que pudieran hacer.
Eso es lo que ha hecho el pecado a cada hombre de este mundo. ¿No entró el veneno de la serpiente en nuestro ser? Allí estaban esos hombres agonizantes; todo estaba perdido para ellos. Entonces, Moisés oró al Señor, y Dios le dijo: «Moisés, hazte una serpiente de bronce, y ponla en alto, en medio de los hijos de Israel. Y todo aquel que mire a la serpiente, vivirá». De eso se trata el evangelio. Dios quiere que todos los hombres sean salvos; él no quiere que mueran eternamente. Sólo necesitaron mirar a la serpiente, y vivieron.
Un día, ya no en la sombra, ni en la tipología, dijo el Señor: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado». ¿Dónde? En la cruz. Y cuando el Hijo del Hombre sea levantado en la cruz, todos los que miren a él y crean en él, vivirán. «…para que todo aquel…». Esa es la palabra clave, que expresa el corazón de Dios. «…todo aquel…». No importa quién sea, no importa cuán pecador sea. Si mira, vivirá. Ese es el corazón de Dios hacia el mundo.
Así también le dijo el Señor a Nicodemo: «Cuando el Hijo del Hombre sea levantado, todo aquel que ponga su vista en él, vivirá y será salvo». Y entonces vienen esas palabras: «Porque de tal manera amó Dios al mundo…». Esta es la explicación final. ¿Por qué se predica el evangelio? En estos días se nos han dicho razones por las cualesdebemos predicar el evangelio. Pero, permítame decirle algo: Para el Señor Jesucristo predicar el evangelio no era un deber, ni una obligación.
Las palabras del Señor lo explican todo. ¿Por qué? «Porque de tal manera amó Dios al mundo…». Es porque Dios ama al mundo. ¿Será que entendemos el corazón de Dios? Podemos dar miles de razones por las cuales predicar el evangelio; pero, ¿cuál es la razón suprema, la razón divina, la razón que movió al Señor Jesucristo a predicar el evangelio? Su razón fue una sola y se describe con una sola palabra: amor. Porque él ama al mundo. Y cuando usted ama, usted no está en un deber.
Pablo dice en 2ª Corintios 5:14: «Porque el amor de Cristo…». ¿Qué le pasa a Pablo con el amor de Cristo? «En mi corazón –dice Pablo– estaba latiendo fuerte el amor de Cristo. Estoy sintiendo en mí lo que Cristo siente». ¿Y qué siente Cristo? «…el amor de Cristo nos constriñe». ¿Sabe lo que es constreñir? Es una apretura del corazón; el corazón como que se estruja.
¿Ha sentido alguna vez ese amor por alguien? Cuando usted ama a alguien, no es necesario que le digan: ‘Anda a visitarlo, llámalo, acércate a él’. ¿Alguna vez usted estuvo enamorado o enamorada? ¿Tenían que recordarle llamar a su novia, a su novio, ir a verlo, caminar bajo la lluvia o enfrentar el frío para llegar hasta él o ella? Cuando amamos, no nos pueden separar de quien amamos. Nadie nos obliga; el corazón nos impulsa, nos constriñe a hacer lo que el amor nos manda.
Así es Dios con nosotros, así ve Dios al mundo. Fíjese en las palabras del Señor, la manera superlativa en que él dice estas palabras: «Porque de tal manera…». No de cierta manera, no de una manera específica, sino «de tal manera», superlativa, superior, «amó Dios al mundo», que cruzó todas las barreras, pasó por encima de todas las dificultades, atravesó todas las distancias y todos los abismos que nos separaban de él, para un día llegar hasta nosotros y traernos salvación.
A veces, los creyentes nos vamos habituando a la vida cristiana, a la comunión con los hermanos, a la palabra de Dios y a los cánticos. Y está bien; todo eso tiene que ocurrir. Vamos siendo renovados de gloria en gloria, viendo cada vez más al Señor y siendo transformados en su misma imagen. Pero, en ese proceso, algunos nos olvidamos de dónde salimos, y que estábamos perdidos.
¿Sabe qué significa estar perdido? Pablo dice: «…sin esperanza y sin Dios en el mundo». ¿Qué es estar sin Dios y sin esperanza? Su esperanza no es esperanza; lo que usted espera es la incertidumbre, la oscuridad, la muerte. Todos sus sueños van a morir, todas sus esperanzas van a fracasar. Todo lo que usted amó y realizó un día va a desaparecer y nadie más se va a acordar de ello.
¿Leyó alguna vez Eclesiastés? Allí está – no hay esperanza para el hombre. «Sin Dios»… aunque es claro, los hombres están llenos de dioses y los buscan. Pero, son dioses que no pueden hacer nada por ellos. Son falsos dioses impotentes para ayudar a los hombres. Por eso, están sin Dios. Nadie que vele por ellos, que los proteja, que los ame, que tenga un propósito para ellos. Sin Dios en el mundo, y por lo mismo, perdidos. Y cuando mueran, ¿sabe lo que pasará con ellos? El infierno abrirá su boca para recibirlos y allí van a descender. Esto es estar perdido, y así estábamos todos nosotros.
Por eso dijo el Señor: «Porque de tal manera amó Dios al mundo». Y por eso, dijo también a sus discípulos:«Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres». Pues, el reino de los cielos es como una red que se arroja en el mar, y cuando la recogen, sacan toda clase de peces. Eso nos muestra el objetivo de la predicación del evangelio. El Señor vino al mundo a pescar hombres. (Continuará).
Síntesis de un mensaje compartido en Rucacura 2010.